Читать книгу Naturaleza hostil - Arnaldur Indridason - Страница 9
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ОглавлениеLa mujer cambió de actitud. Le preguntó su nombre y Erlendur se presentó. Le contó que estaba de paso y que solo se iba a quedar unos días en los fiordos del este. La mujer lo saludó estrechándole la mano y se presentó como Hrund. Erlendur se asomó por la ventana para contemplar la vista y pensó que tal vez no había estado mirándolo o esperándolo sino más bien observando las torres de alta tensión que estaban construyendo por encima del pueblo y que abastecerían de energía a la enorme fundición de aluminio que se alzaba a orillas del fiordo. La anciana lo invitó a tomar asiento en el salón. Erlendur se acomodó en un viejo sofá que rechinó al sentarse y ella escogió una silla frente a él. La mujer, menuda y delgada, lo avasalló a preguntas ahora que existía cierto vínculo entre ellos. Erlendur le dio más detalles sobre su interés por las desapariciones y las muertes que tenían lugar en las montañas en condiciones adversas. Ella lo escuchaba con atención y Erlendur encauzó gradualmente la conversación hacia la desaparición de Matthildur en la tempestad de enero de 1942, en la que habían perdido la vida algunos soldados británicos.
Eran cuatro hermanas, todas hijas de un matrimonio que, a finales de los años veinte, había abandonado su pequeña finca de la vecindad de Lýtingsstaðahreppur, en Skagafjörður, en el norte, para mudarse a Reyðarfjörður. El padre tenía familiares en los fiordos del este y se había hecho cargo de la parcela de un tío suyo. Según Bóas, no había sido un gran granjero: tenía graves problemas con el alcohol y había muerto en un accidente de coche unos años después. La mujer se había quedado sola y había conseguido sacar la finca adelante con ayuda de sus vecinos; se había casado con un hombre de la región y había criado a sus hijas. Las dos mayores se habían mudado a Reikiavik, en la otra punta del país, y Matthildur se había casado con un marinero de Eskifjörður. En la época en que se había desatado la tormenta llevaban años de convivencia y no habían tenido hijos. Hrund, la pequeña, estaba casada y vivía en Reyðarfjörður.
—Todas mis hermanas están muertas —le informó—. Perdí mucha relación con las que se habían mudado a Reikiavik. Pasaban años entre visita y visita. Nos escribíamos cartas, pero, aparte de eso, no sabíamos mucho las unas de las otras. De todos modos, el hijo de Ingunn se mudó de pequeño aquí, al este. Vive en Egilsstaðir, en una residencia. Pero no estamos en contacto. No guardo más que buenos recuerdos de Matthildur, murió en la época de mi comunión. Era la más guapa para todo el mundo, pero ya sabes cómo es la gente. Quizá lo dicen porque murió.Ya te imaginarás la terrible tragedia que supuso para la familia.
—Tengo entendido que había salido de Eskifjörður con la intención de venir aquí, a Reyðarfjörður, para visitar a tu madre —señaló Erlendur.
—Eso decía Jakob, su marido. Quedó atrapada en la misma tormenta que los soldados británicos. ¿Igual conoces la historia?
Erlendur asintió.
—La búsqueda de Matthildur no dio ningún resultado. Y eso que hicieron lo imposible por encontrarla, tanto por el lado de Reyðarfjörður como por el de Eskifjörður.
—Por lo visto diluvió —explicó Erlendur— y los ríos se desbordaron de repente. Se cree que uno de los militares se había ahogado en el Eskifjarðará y que la corriente lo había arrastrado hasta el mar.
—Sí, la gente lo sabía y por eso peinaron todas las playas. Quizás el río se la llevó. Nos parecía la explicación más probable.
—Se consideró un milagro que hubieran sobrevivido tantos militares —apuntó Erlendur—. Igual la gente pensó que ya se había acabado el cupo de suerte. ¿Sabía alguien más que Matthildur se había propuesto caminar hasta Reyðarfjörður atravesando el paso? ¿Alguien más aparte de su marido?
—No lo creo. No avisó a nadie.
—¿Nadie la vio pasar por ningún sitio ni subir hacia el páramo?
—La última vez que la vieron fue al despedirse de Jakob. Según él, iba bien preparada y se había llevado comida porque contaba con pasar todo el día caminando. Se marchó muy temprano por la mañana porque quería llegar a tiempo a Reyðarfjörður. Por eso había tan poca gente despierta cuando salió. No tenía pensado parar en ningún sitio.
—Los militares aseguraron no haberla visto.
—Eso es.
—Pero recorría el mismo camino que ellos.
—Sí. Pero la tormenta impedía toda visibilidad.
—Y vuestra madre no sabía que le iba a hacer una visita, ¿no es así?
—Ya veo que Bóas te tiene muy bien informado.
—Me ha contado por encima lo que ocurrió.
—Jakob estaba...
Hrund miró por la ventana, aquella ventana desde la que pasaba los días espiando con sus prismáticos sobre el cojín de su silla. Al caer la noche, el resplandor de las obras iluminaba la oscuridad. En sus labios se dibujó una sonrisa inescrutable.
—El presente es una bestia extraña —comentó cambiando bruscamente de tema para pasar a hablar de los tiempos que cambian y de unas transformaciones que iban más allá de su capacidad de comprensión: las obras de la fundición, la construcción de la presa de Kárahnjúkar, la destrucción de espectaculares cañones excavados por ríos glaciares y el embalse que se iba a convertir en el mayor lago artificial de Islandia. No parecía estar muy contenta. Erlendur pensó en su conversación con Bóas al bajar del páramo. El cazador le había hablado de las sospechas que había suscitado el caso de Matthildur y que habían pervivido en las personas que recordaban su desaparición, si bien era cierto que la mayoría de ellas habían pasado ya a mejor vida o habían envejecido y se habían vuelto peculiares.
—Para Jakob Ragnarsson no fueron tiempos fáciles —comentó Hrund al terminar su digresión.
—¿En qué sentido? —preguntó Erlendur.
—Bueno, lo típico cuando pasa el tiempo y comienzan a correr rumores. Hasta decían que ella se le aparecía y que lo persiguió durante toda su vida. Qué estupidez. ¡Ni que mi hermana fuera un fantasma sacado de un cuento popular!
—¿Y qué pensabais en vuestra familia? ¿Había alguna razón para poner en duda su versión?
—No se hizo ninguna investigación —reparó Hrund—. Pero, como nunca encontraron a Matthildur, aumentaron las sospechas de que Jakob ocultaba algo, como te podrás imaginar. Algunos decían que realmente Matthildur huía de él cuando se metió en aquella tormenta, que nunca había planeado ir a Reyðarfjörður sino que se había marchado por su culpa. Seguro que el granuja de Bóas no se lo habrá podido callar al hablar contigo.
Erlendur negó con la cabeza.
—No lo mencionó. ¿Qué fue de Jakob? Murió en un accidente, ¿verdad?
—Se ahogó en el mar y lo enterraron en Djúpivogur. Ocurrió unos años después de la desaparición de Matthildur. Su barco naufragó en una tormenta en Eskifjörður y murieron los dos que iban a bordo.
—Y ahí terminó la historia.
—Supongo —dijo Hrund—. Nunca hallaron a Matthildur. Muchos años después desapareció un niño en el páramo. Tampoco lo encontraron. La naturaleza islandesa es implacable.
—Sí —dijo Erlendur—. Así es.
—¿También te estás informando sobre ese caso?
—No, no.
—La gente decía que el espectro de Matthildur había perseguido a Jakob hasta causarle la muerte. La llegaron a culpar del accidente. Vamos, totalmente absurdo. A los islandeses les encantan las historias de fantasmas y se lo pasan pipa inventándoselas. Hasta uno de los portadores del ataúd de Jakob dijo que había oído un gemido en su interior cuando lo enterraban. ¡Menudo disparate! Pero ahí no quedó la cosa.
—Alguna vez he oído algo acerca de los británicos —preguntó Erlendur.
—También se decía que había tenido una aventura con un británico. Que estaba en «la situación», como se decía entonces, que se veía en secreto con un militar y que había huido del país con él. Supuestamente se habría sentido tan avergonzada que nunca más volvió a dar señales de vida.
—¿Habría muerto en el extranjero, entonces?
—Sí, puede que muriera poco después de marcharse. Preguntaron a los militares, pero a ninguno le sonaba ninguna historia. Porque era una tontería, claro. Como una casa.
—¿Queda algún familiar o amigo de Jakob con el que pueda hablar?
—Pues no muchos. Se trasladó aquí desde Reikiavik y al principio vivía con su tío en Djúpivogur, pero murió hace mucho. A lo mejor podrías hablar con Ezra. Era amigo de Jakob.