Читать книгу Naturaleza hostil - Arnaldur Indridason - Страница 12
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ОглавлениеErlendur disfrutaba de su taza de café cargado mientras observaba al anciano. Aunque Hrund le había dicho que Ezra había vivido solo toda su vida, podría haberlo deducido por sí mismo nada más entrar en su casa. Conocía a la perfección los indicios del individuo solitario: sobriedad, muebles viejos, ausencia de decoración y todo lo que, en definitiva, faltaba para hacer acogedor un hogar. Un gato entró paseando en la cocina y se restregó contra la pierna de Erlendur. Seguidamente, se metió debajo de la mesa, saltó sobre el regazo de Ezra, se enroscó y los observó desde allí con curiosidad. Ezra lo acarició, pensativo.
—Entonces, ¿se podría decir que la gente miraba a Jakob con malos ojos? —preguntó Erlendur finalmente.
—Sí, algo así —titubeó Ezra mientras acariciaba al gato—. Como te digo, corrieron toda clase de chismorreos. No es que la gente se los tomara muy en serio... o al menos no demasiado, pero es verdad que lo acompañaron hasta la tumba. Y todavía siguen ahí, por lo que tengo oído —añadió mirando a Erlendur.
—¿Y tú? ¿Qué pensabas?
—¿Yo? Qué más dará.
—¿No erais amigos?
—Sí.
—¿Es verdad que Matthildur quería irse de casa?
—No lo sé.
—¿Se lo preguntaste a Jakob?
—No —respondió Ezra—. Y no sé de nadie que lo hiciera. Al fin y al cabo, tampoco había razones para preguntárselo.
—Me han contado que lo acosaba después de muerta —señaló Erlendur—. ¿Tienes alguna idea de qué quería decir la gente con eso?
—Evidentemente, no eran más que tonterías. A no ser que uno crea en fantasmas.Y me da que un hombre ilustrado como tú no cree mucho en ellos. Pero sí es cierto que no volvió a ser el mismo desde entonces. Cambió de la noche a la mañana y comenzó a evitar el trato con los demás. Quizá se echara la culpa de alguna manera. Quizá lo acosara el recuerdo de su mujer. Pero eso de que se le apareciera por casa después de su desaparición y que encima luego le causara la muerte en el mar no era más que una sarta de estupideces. Puros cotilleos.
—¿Quieres decir que la acusaban de haber volcado el barco?
—Eso decía uno de los rumores, sí. Ya ves tú el caso que se le puede hacer.
Erlendur asintió. Sabía que, en realidad, casi nadie se tomaba en serio aquellas historias. Antiguamente, la gente creía más en ellas. Formaban parte de los cuentos que habían acompañado a los islandeses durante siglos, relatos donde fantasmas, elfos, trols, rocas encantadas y seres ocultos establecían lazos invisibles entre el hombre y su entorno. En aquel entonces el hombre vivía más próximo a la naturaleza y dependía de ella. El respeto hacia la tierra y sus poderes esotéricos era el hilo conductor de cientos de leyendas populares; y ese respeto llevaba implícita la advertencia de que no debían subestimarse las fuerzas de la naturaleza. Ahí residía el mensaje de muchas de esas historias sobre tragedias ocurridas en las montañas, que Erlendur había leído una y otra vez hasta aprendérselas de memoria.
—¿Y qué opinabas tú de la forma en que la gente hablaba de Jakob?
—Me daba igual lo que dijeran.
—¿Crecisteis juntos?
—No, no soy de aquí. Y él tampoco. Teníamos la misma edad, más o menos, él era dos años mayor que yo. Era de Reikiavik, pero no hablaba mucho de sus orígenes.
Guardaron silencio.
—¿Necesitas más pescado seco? —preguntó Ezra al cabo de un rato mientras seguía acariciando al gato, que de pronto se sobresaltó y bajó al suelo de un brinco. Salió de la cocina con tanta prisa que Erlendur pensó que tal vez hubiera visto un ratón.
—No, gracias, ya tengo suficiente —respondió Erlendur levantándose—. Ya te he molestado bastante.
—Tranquilo.
—También corría el rumor de que había conocido a un soldado británico y había huido con él al extranjero.
—Ese cuento también lo conozco, pero es otra majadería. Matthildur no estaba en «la situación». De ninguna manera.
Erlendur se disponía a salir de la cocina cuando se fijó en un pequeño objeto que le llamó la atención entre un montón de cachivaches que reposaban encima del frigorífico. Lo miró fijamente antes de acercarse y observarlo con detalle. Era un cochecito de juguete descolorido y viejo que cabría en la mano de un niño. Desfondado y sin ruedas, había quedado prácticamente reducido a una simple carrocería hueca.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Erlendur refiriéndose al juguete.
—Me lo encontré —le aclaró Ezra.
—¿Dónde?
—Pues creo que en la madriguera de algún zorro. Seguramente en los alrededores del monte Harðskafi.
—¿Harðskafi?
—Sí, eso creo. Hace muchísimos años. Se me había olvidado por completo que lo tenía. Lleva ahí desde que lo traje. Nunca lo tiré, no me preguntes por qué. Me pareció curioso ver una cosa así en una madriguera.
—¿Recuerdas cuándo lo encontraste?
—Pues espera a ver. Tuvo que ser hace mucho —respondió Ezra—. Supongo que en torno a 1980. No me acuerdo exactamente. Andaría cazando zorros. En aquella época se pagaban bien las colas. Ahora el zorro se mueve por ahí a sus anchas.
Erlendur no desviaba la mirada del juguete.
—¿Puedo tocarlo?
—¿Tocarlo? —repitió Ezra—. Faltaría más. Ni que fuera un museo.
Erlendur cogió el cochecito y lo examinó detenidamente.
—Te lo puedes quedar —le sugirió Ezra al darse cuenta de la conmoción que aquel pequeño objeto había causado en su invitado—. Yo no lo uso para nada. Total, estoy ya a las puertas de la muerte.
—¿No te importa?
—Claro que no, llévatelo, hombre.
—¿Encontraste algo más en la madriguera? —preguntó Erlendur guardándose el juguete en el bolsillo.
—No, que yo recuerde.
—¿Tienes idea de cómo pudo llegar hasta allí?
—Me figuro que el zorro se lo encontraría en cualquier parte, o bien se le cayó a un pájaro del pico y fue a parar a la madriguera. O se le perdió a alguien que pasaba por allí. No hay forma de saberlo.
—¿Y dices que era por la zona de Harðskafi?
—Sí, eso seguro.
—Muchas gracias —dijo Erlendur saliendo de la casa aturdido, como hipnotizado. Se subió al coche y se marchó. Por el retrovisor vio que Ezra salía y lo seguía con la mirada mientras se alejaba. En su cabeza resonaban las palabras de Bóas: «En las madrigueras de los zorros puedes encontrar lo más extraño».