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III. MODALIDADES

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Aunque el debate sobre la «superinteligencia» es extremadamente interesante y a veces acalorado, no es la que se aplica en las aplicaciones más generalizadas (al menos por el momento). Cuando se discute el uso de la IA en el mundo actual, es importante tener en cuenta la popular distinción entre IA débil y fuerte. La IA utilizada hoy es «débil» (o estrecha), que consiste únicamente en algoritmos capaces de solventar ciertos problemas. El ejemplo paradigmático sería el de Deep Blue de IBM. Es decir, sólo es adecuada para la concreta tarea para la que el sistema ha sido diseñado. No tiene autoconciencia.

De ella se diferencia la llamada IA «fuerte», también conocida como inteligencia artificial general (IAG) o IA profunda. Una IA fuerte igualaría o excedería la inteligencia humana, que podemos definir como la capacidad de “razonar, representar el conocimiento, planificar, aprender, comunicarse en lenguaje natural e integrar todas estas habilidades hacia un objetivo común”. Para lograr un estatus de IA fuerte, un sistema tiene que ser capaz de llevar a cabo estas habilidades. Si surgirá o no una IA fuerte es algo muy discutido en la comunidad científica y que excede del espacio que tengo asignado para esta ponencia.

En todo caso, la IA en su versión débil lleva cierto tiempo presente en las aplicaciones Legal Tech2 para reproducir comportamientos inteligentes, como es el caso de las nuevas bases de datos de jurisprudencia y legislación, las herramientas de e­discovery o de análisis documental.

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