Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 12

*** En los vestidores, Marcus terminaba de guardar sus pertenencias en la mochila.

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Mark Vélez, llamado Marky por la mayoría de sus compañeros, un muchacho fornido de ojos grises y piel canela, salía de la ducha con una toalla en la cintura, mientras usaba otra para secar su cabello oscuro.

—Marcus, te perdiste el final de la práctica. Cruz dijo que debías atender algo. ¿Está todo bien?

—Sí, todo bien. Trabajo de hermano mayor.

El joven sonrió y se dirigió a su casillero, donde se quedó paralizado como una estatua apenas lo abrió. Marcus se percató de inmediato de que algo ocurría y se acercó a él.

—¿Marky? ¡Marky!

Al no obtener respuesta, lo tomó por el hombro, pero retiró la mano al instante, pues la piel estaba helada como el hielo y sus ojos no pestañeaban. La angustia lo invadió.

—¿¡Qué rayos ocurre!? ¿Quién hizo esto?

—Yo.

Marcus se giró hacia la voz femenina, solo para encontrarse con una jovencita de apariencia sombría. Usaba un vestido gris con cuello tortuga y manga larga, tenía el cabello negro y largo hasta la cintura, sujetado de lado con un broche de plata en forma de tarántula. Su piel parecía de alabastro, mientras que sus labios gruesos, igual de pálidos, recordaban a la forma de un corazón. Los únicos colores vivos en ella provenían del intenso verde de sus ojos leonados y del guante púrpura que portaba en su mano derecha.

—¿¡Quién eres!?

—Soy yo, Pía.

Marcus la miró con desconcierto, apenas le salía la voz. Analizó la situación lo más rápido que pudo, recordando algunos sermones del Abba, los rumores que giraban en torno a ciertas familias, la posibilidad de que algunas personas experimentaran con fuerzas cuya existencia, hasta ese momento, había considerado imposibles.

—Eres… una bruja.

—Me conoces, solo que no me recuerdas.

—No, yo no… —Mientras farfullaba, se dio cuenta de que lo más importante en ese momento no era tratar de comprender a la joven bruja, sino ayudar a Marky—. ¿Por qué le hiciste esto a mi amigo? ¡Regrésalo a la normalidad!

—No debes preocuparte por él, estará bien. —La joven permanecía inmóvil.

—¡Eso no responde mi pregunta!

—Te he seguido durante horas, pero nunca estás solo, así que decidí congelar a tu amigo para hacerme visible y hablarte. Se supone que no debo dejar que los naturales me vean ejerciendo mi magia.

—¿Los… naturales?

—Sí, los humanos sin magia.

Desconcertado, Marcus intentaba encontrar sentido a lo que acababa de escuchar. Quería decir algo, pero las palabras se atascaban en su boca.

—¿Puedo escuchar tu corazón?

—¿Qué? —Sintió una punzada en el estómago—. ¿Por qué querrías hacer algo así?

Pía caminó hacia él y posó el oído sobre su pecho, el joven fue incapaz de apartarse.

—Está muy acelerado, debes calmarte para que pueda escucharlo mejor.

Pensó que alucinaba o se había quedado dormido, quizá solo se trataba de un sueño muy raro. No obstante, al percibir el olor que emanaba de Pía, una mezcla de cítrico y dulce muy agradable, se dio cuenta de que, por más desconcertante que fuera lo que vivía, era real. Mantuvo sus manos a los lados con cautela, mientras ella, sin despegar el cuerpo del suyo, subía los ojos hasta encontrar su mirada. A pocos centímetros uno del otro, los ojos de Pía penetraron en lo más profundo del alma del joven, quien se sintió seguro durante un instante, aunque sin tener idea del porqué.

—Debo irme. —La frialdad en la voz de Pía hizo añicos el momento.

—¡Oye, espera! ¿Qué pasará con mi amigo?

Pía desapareció sin responder. Un instante después, Marky volvió a moverse con normalidad.

—¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? —Marcus fue incapaz de disimular su tono de angustia.

Lo miró con el entrecejo fruncido.

—Sí, ¿cómo debería estar?

—¿No recuerdas nada?

—¿Por qué de repente actúas tan extraño?

Marcus respiro profundo.

—No me hagas caso… Nos vemos mañana.

Tomó la mochila y salió del vestidor, todavía tratando, de forma inútil, de encontrar sentido a lo que había ocurrido minutos atrás.

En la entrada principal del colegio lo esperaba Kike, el chófer de la familia, de pie a un lado del carruaje. Era un hombre alto, musculoso y con una cicatriz en el costado del rostro, resultado de sus últimos días en las fuerzas militares. De inmediato, abrió la puerta del carruaje para Marcus.

—Buenas tardes, señor.

Respondió el saludo distraído. En el interior lo aguardaba Sebastián, quien notó enseguida que algo no estaba bien.

—¿Te sucede algo? Has tardado.

—Tengo que hablar con madre. —Desorientado, miró por la ventanilla.

—Marcus, eso no es necesario. Prometo que de ahora en adelante me comportaré como todos los alumnos del glorioso colegio Bernardo Andala. —El sarcasmo era palpable en su voz—. Ignoraré cualquier rastro de sentido común que me invada y solo asentiré con mi cabeza ante las incuestionables enseñanzas impartidas por mis excelentísimos profesores.

El carruaje comenzó a moverse. Marcus no prestó atención a Sebastián, su mirada siguió perdida en el horizonte durante el camino de regreso a casa.

Amarillo

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