Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 13

CAMBIAR EL MUNDO, SALVAR EL MUNDO Las paredes de la mansión de los Tyles eran tan blancas como la nieve, mientras que ventanas y puertas destacaban por un tono de azul similar al que adopta el mar en sus zonas más profundas. La construcción estaba rodeada por extensos jardines, donde un inmenso árbol de grueso tronco y hojas amarillas era el protagonista. El reparto de la gran escena de la naturaleza se complementaba con flores de distintos colores que de forma constante recibían la visita de pequeños pájaros y mariposas.

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El lustroso carruaje se estacionó frente de la entrada de la mansión. En ese instante, la puerta principal se abrió y salió una mujer pelirroja de treinta y cuatro años con una gran sonrisa dibujada en su bello rostro. Usaba un vestido color mostaza con mangas hasta los codos y cuello de encaje marrón. Lucía muy elegante, igual a una dama de sociedad.

El menor de los Tyles fue el primero en bajar del carruaje y correr hacia Diora, su madre. Lo abrazó con efusividad antes de desocupar uno de sus brazos para recibir a Marcus, cuyo gesto de tribulación la hizo reaccionar al instante.

—¿Qué te ocurre, mi amor?

—Madre, necesito hablar contigo de inmediato.

Sin esperar una respuesta, la guio hacia la sala principal. Diora no salía de su confusión, y Sebastián se vio obligado a correr para alcanzarlos.

—¡Madre! ¡Escucha lo que tengo que decir antes de que Marcus hable!

—Lo que tengo que conversar con ella no es sobre ti.

—¿Entonces sobre qué?

—Es cosa de adultos.

—Tienes dieciséis, aún no eres un adulto, así que técnicamente tu argumento no es válido.

—¡Déjanos solos!

—Pues no tengo que obedecerte, no eres mi padre.

—¡A padre tampoco lo obedeces!

—Entonces no deberías tener muchas esperanzas de que te haga caso.

—¡Un momento! —Diora se interpuso entre ambos—. Quiero prestarles toda la atención, pero antes necesito que me expliquen qué sucede.

Marcus respiró profundo. Conocía muy bien a su hermano, así que optó por una alternativa que lo alejara sin generar reproches.

—Sebastián, me gusta una chica y quiero pedirle un consejo a madre sobre mujeres. ¿Podrías dejarnos solos?

El niño se encogió de hombros.

—Hubieses empezado por allí. Estaré en mi habitación.

Subió a pequeños saltos las amplias escaleras de madera fina.

Diora se acercó a la repisa de la chimenea y enderezó un retrato de Milton cuando tenía once años. Un momento después, repitió el gesto con los tres cristales de roca incoloros, trasparentes y opacos que reposaban sobre tres pequeñas bases de madera.

—A ver, cariño. Sé perfectamente que no me hablarás de una chica, así que dime qué te inquieta tanto.

—Te equivocas, madre, sí te hablaré de una chica… una chica que puede hacerse invisible y congelar a otras personas.

Diora se volvió hacia él con rapidez, aunque mantuvo la calma.

—Una chica que es bruja. ¡No sé cómo explicar lo perturbador que fue!

El corazón de Marcus estaba acelerado, parecía a punto de explotar si no arrojaba esas palabras de su cabeza. Un instante después, se percató de que su madre no se desmayó ni empezó a gritar despavorida, como imaginó que sucedería.

—¿Y qué quería?

Dio dos pasos hacia atrás, mirando a su madre con suspicacia.

—Esto no te parece una locura…

Diora cerró los ojos un breve momento, antes de respirar profundo.

—Claro que parece una locura, pero eso no significa que sea mentira… Hay una conversación que debemos tener, acompáñame al jardín.

La reacción de Diora avivó el temor de Marcus ante la aparición de la joven bruja. A pesar de todas las condenas del Abba sobre las actividades relacionadas con la hechicería, nunca había prestado mayor atención a aquello.

Atravesaron el zaguán en silencio y salieron de la mansión, luego cruzaron el jardín hasta llegar bajo el frondoso árbol amarillo. Abrigados por su sombra, se sentaron en un banco.

—Existe un mundo sobrenatural donde no solo hay brujas, sino también una raza mitad humana y mitad celestial que, según escuché una vez, suele desarrollar cierta conexión con magos y brujas…

—¿Qué estás queriendo decir?

—Quiero decir que… eres parte de esa raza mitad humana y mitad celestial. Por esa razón tuviste esa experiencia.

Marcus frunció el entrecejo y se levantó de un salto.

—¡Madre! ¿De qué estás hablando?

Diora trató de ocultar sus nervios.

—Sé que es difícil de asimilar, pero se trata de la verdad. Mi madre, tu abuela Leonor, me educó de la manera que hice contigo y tu hermano, me dio una vida normal y eso somos, seres normales, a excepción de esa sensibilidad hacia el mundo mágico...

—En definitiva, este no es mi día. —Suspiró con incredulidad antes de echar hacia atrás su cabellera rubia con ambas manos.

Diora lo consoló con una caricia en la espalda, Marcus se había sentado de nuevo.

—Lo siento, mi amor.

—Madre, ¿por qué esperaste hasta ahora para mencionar algo así?

—Me pareció mejor alejarnos de ese mundo. Hasta ahora, nadie había hecho contacto contigo o tu hermano… Tu abuela también me dijo que existen algunos seres mágicos que podrían dañarnos, pues no están de acuerdo con nuestra existencia. Carecemos de poderes para defendernos, así que es mejor que vivamos en el anonimato para evitar los peligros.

—¿Por qué querrían hacernos daño? —Con los brazos cruzados, le dirigió una mirada inquisidora.

—Te cuento lo que sé, tu abuela jamás me dio más información al respecto. Como buena hija, confiaba de forma plena en mi madre, ya que entendí que lo hacía por mi bien.

Marcus tenía la certeza de que su madre sabía más de lo que quería admitir, a pesar del dramatismo con que se expresaba.

—Considero insuficiente lo que he escuchado, así que le pediré a la bruja que conocí que me hable al respecto, ella sí debe saber más.

—Tengo una corazonada, hijo, algo que me dice que acercarte a ella te traerá muchos problemas. —Con excesivo pesar, Diora se recostó de golpe sobre el banco.

Marcus ladeó la cabeza antes de soltar una corta carcajada.

—¿Es el mismo tipo de corazonada que tienes cada vez que decido hacer algo con lo que no estás de acuerdo? Ya no soy un niño, deja de querer controlar lo que hago.

—¡Me duelen tus palabras! —La mujer fingió un sollozo.

—Madre, ahora que lo pienso, debo reconocer que la bruja era un poco extraña, pero no parecía con intenciones de dañarme. Hasta me dijo su nombre, Pía, y creo que tiene mi edad.

—¡Claro! —El rostro de Diora se iluminó, como si resolviera un acertijo—. Esa joven bruja es Pía Velavar, está de visita en la ciudad junto a su padre, escuché que asistirán al baile de independencia que ofrecerá el presidente dentro de dos días.

—Tiene mucho sentido que sea ella, siempre se ha rumorado que los Velavar adoran a dioses paganos y practican rituales prohibidos donde asesinan animales, incluso seres humanos.

—Hijo, los Velavar son excéntricos y sí, poseen magia, pero esos rumores sobre ellos no son ciertos.

—¿Cómo estás tan segura?

—Los conocí y conviví con ellos durante mucho tiempo…

—¿Otra historia secreta?

—No me mires así. Los conocí cuando era una niña, mi madre se desempeñaba como sastra para la señora Velavar. El hermano mayor de Pía y yo fuimos grandes amigos, se convirtió en lo único que tuve cuando perdí a tu abuela… —Su voz estaba cargada de nostalgia—. Él poseía el don de la magia, lo descubrí una vez que lo sorprendí moviendo un libro sin tocarlo. Pensó que lo rechazaría, pero no fue así, era mi mejor amigo y eso no cambiaría entre nosotros. Al contrario, compartir ese secreto nos unió más, o al menos eso creí, hasta que un día me dijo que empezaría un retiro que lo llevaría a ser un gran mago y regente de Antario. Por ese motivo no podía seguir viéndome, yo era una simple chica de pueblo que no estaba a la altura de la nueva etapa que viviría. Eso rompió mi corazón y decidí abandonar Antario en busca de un nuevo rumbo, así que viajé durante varias semanas hasta llegar a Zuneve, el país más alejado de Antario.

—¡Ese imbécil es William Velavar! Su caso es muy famoso, su historia ha salido centenares de veces en la prensa, ya que desapareció hace más de diecisiete años. Muchos lo creen muerto, ojalá lo esté.

—William desapareció el mismo día que su madre murió dando a luz a Pía. Al menos eso leí...

—Bueno, su hermana nos sacará de dudas.

—Hijo, no creo que sea buena idea… Existe un diario. —Estas últimas palabras parecieron escaparse de los labios de Diora.

—¿Un diario? ¿De quién?

La señora Tyles tartamudeó un poco al responder:

—Sí, un diario que contiene toda la verdad sobre la raza celestial de la que descendemos.

—¿Y dónde está?

—Pronto un amigo lo traerá. Por más que desee evitarlo, es hora de que conozcamos la verdad.

—¿Un amigo? ¿Cuál amigo?

—Hijo, también es difícil para mí, son muchas preguntas y yo no…

—No son muchas preguntas, solo dos.

Matilde, el ama de llaves, se acercó a ellos. La mujer había trabajado para los Tyles por más de cuarenta años.

—Con permiso, mi señora… En la entrada se encuentra el señor Román Busti esperando por usted, luce angustiado.

Diora asintió con la cabeza antes de ponerse de pie.

—Está bien, iré de inmediato.

Marcus esperó a que la criada se alejara antes de hablar.

—¿El padre de Henry? Por cierto, no recuerdo haber visto a Henry hoy en el colegio.

—Es extraño que esté aquí, hijo. Iré a recibirlo.

—Esta conversación no ha terminado, madre.

—¿Crees que no lo sé? Y no me hables así, recuerda que soy tu madre.

—Saldré a cabalgar y estaré de regreso para la cena.

—No hables sobre esto con nadie.

Marcus dibujó un amago de sonrisa.

—No lo haré, nadie me creería.

Amarillo

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