Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 19

*** Dan esperó que Sebastián culminara su práctica de equitación para hablar del plan que había ideado para entrar al Palacio del Reloj sin ser vistos. En el establo donde dejaban al caballo para que descansara, el niño de piel morena se dispuso a darle los detalles:

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—La noche del baile de independencia es una gran oportunidad. Piénsalo bien, es el único día del año en que la vigilancia se reduce en casi todos los lugares importantes de la ciudad, ya que la mayoría de las fuerzas de seguridad prestan servicio en la Casa Amarilla. Tus padres acudirán sin duda, así que también te será más fácil salir de aquí.

—Es cierto, podemos tomar un caballo… Bueno, lo ideal sería que fuéramos en caballos diferentes, pero sabes lo mucho que me cuesta montar. —Sebastián se quitó el casco—. Es inútil, sin importar cuánto lo intento, parece que no fui hecho para esto, acabas de ver lo torpe que torpe. Si mi entrenador no recibiera la fortuna que mi padre le paga para enseñarme a montar, habría renunciado.

—No seas tan duro contigo mismo, algunas actividades se le dificultan más a ciertas personas, solo debes seguir practicando.

—Igual no estaré listo para esa noche.

Atravesaron a pie el terreno ecuestre que pertenecía a la familia Tyles, donde el abuelo, el padre y el hermano de Sebastián aprendieron a cabalgar.

—No te preocupes, llevaremos un solo caballo y yo tomaré las riendas. Iremos por el viejo camino a la ciudad, así reduciremos el riesgo de que alguien te reconozca. —Dan no podía ocultar su entusiasmo—. Usaremos mi ropa… es decir, la que uso cuando no vengo a tu casa. Lucirás como un chico de pueblo. —Sonrió.

—Lamento que padre insista en que vistas ropa fina para entrar a la casa. A mí no me importa qué llevas puesto, solo quiero que estés aquí.

—Lo sé. —Bajó la mirada—. A veces tu padre es un hombre duro, pero a pesar de eso, tengo que agradecerle muchas cosas.

—No, Dan, somos nosotros quienes debemos estar agradecidos. Salvaste nuestras vidas, no estaríamos aquí de no ser por ti.

Se miraron en silencio. A la mente de ambos llegaron recuerdos de lo ocurrido cuatro años antes, cierto día en que la familia Tyles salía del teatro principal de la ciudad, donde la Orquesta Sinfónica Nacional había ofrecido el primer concierto del año. Eran custodiados por guardaespaldas, ya que Milton no acudía a eventos públicos sin seguridad luego del nacimiento de Marcus, pues sabía que estaba en constante peligro tras declararse ferviente enemigo de los invasores.

En la entrada, mientras el comandante de Zuneve saludaba a diferentes personalidades de la ciudad, un niño se acercó con gesto angustiado.

—¡Señor Tyles! ¡Señor Tyles!

Alertados por sus gritos, varios guardaespaldas lo detuvieron. Milton miró al chico con desprecio.

—Denle una andala.

—¡No, señor Tyles! No quiero su dinero, necesito decirle…

—¡Cállate, mocoso! —Casede, uno de los guardaespaldas de Milton, sujetaba al niño por el brazo.

—Padre, por favor escúchalo —dijo Sebastián.

—Milton, deja que se acerque. —Diora miraba con intriga la reacción del pequeño.

Milton decidió ignorar las peticiones de su esposa e hijo, alegando que estaba cansado para lidiar con un niño hambriento.

—¡Ya oíste, mugriento! ¡Lárgate de aquí! —Casede lo empujó a un lado.

El menor de los Tyles corrió hacia el niño para ayudarlo.

—¡Sebastián!

A pesar de los gritos de su padre, no se detuvo. En ese momento Marcus se acercó a la familia, se había retrasado en el interior del teatro saludando a varias personas.

—¿Qué está pasando aquí?

—Este niño quiere decir algo, pero padre se niega a escucharlo. Casede, que actúa como un perro rabioso, lo lanzó al piso.

Marcus se acercó a Milton para hablar en voz baja.

—Padre, creo que deberías escucharlo. No sé si notaste que tienes público… Allí está el presidente del banco de Río Dulce, el señor Martín Vega, y la hija del alcalde, Rose Lender, ambos con sus respectivas familias.

Al percatarse de que tenía razón, Milton se acercó el niño con el desprecio dibujado en sus gestos.

—¿Qué es lo que quieres?

—Señor… comandante… unos hombres con el rostro cubierto colocaron explosivos en su carruaje… dijeron que volarían en mil pedazos a usted y a su familia.

Milton, disimulando su asombro, pidió a los guardaespaldas que no permitieran a nadie acercarse al estacionamiento, luego ordenó a Casede que revisara el carruaje y verificara si era cierta la amenaza. Entretanto, él y su familia aguardaron en la calle junto al niño.

—¿Qué haces a esta hora aquí?

—Venía de limpiar el puesto de verduras de mis abuelos, señor, está a dos calles de aquí. Están un poco enfermos, así que hoy me tocó el aseo solo, por eso tardé tanto.

—¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Dónde vives?

—Mi nombre es Dan García, señor, tengo ocho años y vivo en la primera aldea saliendo de la ciudad. La calle del teatro me queda de camino, así que cuando vi a esos hombres, decidí esperar para advertirle. —Dan lucía atemorizado.

—¿Por qué harías algo como eso? ¿No temes represalias de esos hombres?

Diora, Marcus y Sebastián permanecían junto a Milton y miraron a Dan esperando la respuesta. El niño estaba a punto de abrir la boca, pero se escuchó una atronadora explosión proveniente del estacionamiento. Casede murió a raíz del evento y la vida de Dan sufrió un cambio. La historia se publicó en la prensa, donde Milton responsabilizó a los invasores del atentado y dio a conocer que ayudaría económicamente al niño que los salvó como gesto de agradecimiento. Este hecho impulsó la popularidad del comandante de Zuneve en el escenario político de la nación.

Los niños apartaron las miradas, a partir de ese incidente se habían convertido en mejores amigos.

—Bueno, en conclusión… todos debemos estar agradecidos por algo… Lo importante ahora es finiquitar los detalles de nuestro plan, tenemos poco tiempo.

Sebastián comenzó a quitarse los guantes.

—¿Te das cuenta de que estamos a punto de descubrir algo sobrenatural que cambiará lo que conocemos? ¿Has pensado siquiera un segundo que algo muy malo puede ocultarse en el palacio? Quizá algo tan malo que pudiera matarnos.

—¡Claro que lo he pensado! La verdad, nunca lo sabremos si no vamos.

—He imaginado que abrimos esa puerta y encontramos a un monstruo de tres metros que nos estrangula.

Sebastián pronunció estas palabras con la única intención de que Dan desistiera del plan, pero su amigo rio.

—No creo que encontremos un monstruo, aunque sí algo mágico, algo que estamos destinados a encontrar.

Sebastián se cruzó de brazos con gesto renuente.

—¿De dónde sacas tanta determinación?

—Solo estoy seguro de que la magia existe y quiero saber más.

—Acepté esa posibilidad desde que encontramos el pergamino, aunque una parte de mí insiste en creer que esto es un mal sueño.

—Eso sucede porque no prestas atención. El Abba, aceptado por toda la sociedad, habla sobre un ser sobrenatural todo el tiempo, y otros seres que lo acompañan.

—¿Te refieres a los ángeles?

—Sí. Lo hemos escuchado en muchos sermones, el Abba dice que están entre nosotros, nos ayudan y protegen. Muchas personas lo creen, otras dicen que han sentido la presencia del Santo. Eso es sobrenatural, es magia.

—Pensé que estaba convencido, pero tengo mucho miedo de lo que haremos. Si nos descubren, no quiero imaginar la reacción de mi padre. —Sebastián apresuró el paso—. El pergamino dijo que me guiaría, no que me protegería.

—¿Por qué no tratas de comunicarte otra vez para decirle lo que piensas? Dile que necesitas tener la seguridad de que nos protegerá.

—La última vez que se comunicó conmigo dio un mensaje muy preciso, no respondió mis preguntas.

—¿Qué te dijo?

—No fue gran cosa, solo escribió que tengo mucho poder y debo salvar al mundo.

—¡Eso es increíble! —Dan lo miró con fascinación—. Sea lo que sea que nos aguarde allí, podrás enfrentarlo. Además, no te dejaré solo, juntos afrontaremos lo que encontremos.

—Sé que no me dejarás solo. —Esbozó una leve sonrisa antes de elevar el tono de voz—. Creo que deberíamos dejar una nota por si algo nos impide regresar, así podrán buscarnos. Mi madre estará muy preocupada, sería injusto para ella no saber qué ocurrió.

—Hazlo si te hace sentir tranquilo, coloca la nota debajo de tu almohada. Solo recuerda removerla cuando regresemos, nadie debe saber lo que hicimos, al menos por ahora.

Escucharon a lo lejos la melodía de un violín.

—Amo cada vez que madre toca el violín, es muy talentosa.

—Lo hace casi todas las tardes, pero esa pieza en específico la toca solo a final de cada mes, estoy casi seguro de que en la misma fecha.

Sebastián hizo silencio para reflexionar sobre las palabras de su amigo.

—Es una melodía muy hermosa y a la vez profundamente nostálgica. —Dan se concentró en cada nota—. Es como si recordara algo o a alguien que le causara una gran pena.

—¿Quieres ir adentro? Podríamos disfrutar de la melodía sentados cerca de la chimenea, comiendo galletas y leche.

Esta posibilidad generó un leve entusiasmo en Dan, pero un pensamiento repentino hizo que el sentimiento se esfumara.

—No puedo, la tarde está por caer y debo ayudar a mis abuelos a recoger el puesto de verduras.

Los amigos se despidieron en silencio.

Sebastián se encaminó a la mansión y avanzó hacia la sala principal, donde Diora tocaba el violín sentada en un sillón cerca de la ventana. El muchacho llevaba un pequeño plato con varias galletas y un vaso de leche, así que tomó asiento en el sofá junto a la chimenea para escuchar el resto de la hermosa y nostálgica pieza, como la había descrito Dan. Disfrutaba tanto las interpretaciones de su madre, que siempre le pedía que tocara alguna en su cumpleaños o durante las reuniones familiares. Sin embargo, no fue hasta esa tarde, por medio de su amigo, que se percató de la pieza que su madre tocaba en una fecha específica del mes, una melodía que había oído en innumerables ocasiones, aunque apenas en ese momento le prestaba verdadera atención, como si la escuchara por primera vez. Como una revelación, percibió el dolor en cada nota, durante un instante quedaba al descubierto la herida que su madre guardaba en su interior.

Al finalizar la composición, la abrazó sin previo aviso.

—No te sentí llegar. —Con una sonrisa, Diora dejó el violín y el arco a un lado para responder al inesperado abrazo—. ¿Pasa algo?

—Esa pieza te pone triste, no me gusta verte triste… Quisiera hacer algo para que nada te cause dolor.

—Pero ¡si es eso lo que has hecho desde la primera vez que te vi! Evitas que el dolor crezca, lo haces tan pequeñito que permites que una gran felicidad entre en mi vida.

Sebastián la miró risueño.

—Madre, ¿podrías repetir lo que acabas de decir cuando Marcus esté presente?

Diora rio antes de besarlo en la frente, pero el dulce momento entre madre e hijo fue interrumpido cuando la puerta principal se abrió de golpe. Marcus ingresó al salón con la mitad de su traje embarrado de lodo, seguido por Darío, quien solicitó permiso para entrar y retiró su sombrero.

—Hijo, ¿qué te ha ocurrido?

—El caballo me arrojó al suelo y se fue. El doctor Darío Cavini me encontró en el camino y se ofreció a traerme, resulta que es…

—¿Cavini?

El doctor no podía sostener su mirada sobre ella, así que desvió los ojos.

—Sí, soy Darío Cavini, hijo de Rubén Cavini.

Diora corrió hacia él para darle un afectuoso abrazo. El hombre respiró profundo antes de corresponder al gesto con los ojos cerrados.

Sebastián miró a su hermano, intrigado.

—¿Quién es él? ¿De dónde conoce a madre?

—Ella conocía al padre del doctor Darío. Hasta donde tengo entendido, esta es la primera vez que se ven —musitó. Al igual que Sebastián, se sentía confundido frente a la efusividad del encuentro.

—¡Eres idéntico a tu padre! Es realmente impresionante lo mucho que se parecen… aunque él usaba la barba muy larga. Incluso así, ¡verte es como verlo! —Diora recorrió con la mirada el cabello rubio y los ojos azules del visitante.

—Sí, dicen que tenemos un gran parecido. —La miró con timidez.

—La última vez que me escribió fue hace poco más de diez años, desde Minsdan. Decía que te iba muy bien en la escuela de medicina. Me dolió mucho enterarme de su partida, de verdad lo quería, fue lo más parecido que tuve a un padre… Recuerdo cuando abandonó Antario, estaba desolada.

—Para él también fue muy difícil, me lo dijo muchas veces. Sin embargo, tuvo que hacerlo, pues mi madre falleció y yo estaba solo.

Los ojos de Diora se mantuvieron iluminados.

—No lo dudo, Darío. ¿Qué te trajo por aquí?

—Debo hablarle de un tema muy importante, de preferencia a solas.

—Muy bien, los chicos nos dejarán porque se cambiarán para la cena.

—Madre, yo…

—Marcus, obedece. De lo contrario, tu hermano tampoco lo hará, ya sabes cómo funciona.

Marcus abandonó el salón y subió las escaleras enojado, mientras Sebastián lo seguía sin dejar de mirar con suspicacia al doctor Cavini, hasta que lo perdió de vista.

Diora y Darío pasaron a un pequeño salón cercano, donde tomaron asiento luego de cerrar las puertas. Ella lo miró con emoción.

—Estoy muy feliz de que estés aquí, te he esperado durante mucho tiempo.

—Me he mantenido cerca, tú y los chicos son todo para mí.

Ella esbozó una sonrisa.

—¿Qué le dijiste a Marcus?

—Nada aún, me apegué a lo que acordamos, nos encontramos por casualidad.

—¿Y lo del caballo? ¿Cómo sucedió? Es un excelente jinete.

—No lo sé. En el bosque de Río Dulce habitan muchos espíritus y sombras que cobran fuerza en la noche y acostumbran a cegar la vista de los transeúntes.

Diora suspiró.

—Bueno, lo decidí. Le hablarás de su ascendencia como acordamos, lo importante es que concluya que puede llevar una vida normal como hasta ahora. Yo lo he hecho, él también podrá.

—Marcus seguirá experimentando situaciones como la de hoy.

—Por eso quiero hablarle de su origen. Sin embargo, no existe razón para que sea miembro activo del mundo sobrenatural.

—La amenaza puede revivir en cualquier momento, recuerda las profecías…

—Si hubiese tomado decisiones en mi vida basándome en las profecías, tal vez estaría muerta. Lo que somos en este mundo solo acarrea tribulaciones, ya la vida trae suficientes por sí sola. No lo pondré en riesgo ni dejaré que muera en un acto heroico. Quiero que sea feliz. Además… —Diora calló de repente.

—Sé muy bien cuál es la razón principal de tu decisión.

Ella entornó los ojos.

—Son mis hijos y quiero una vida normal para ellos, nos conduciremos de acuerdo con el plan. Hablaremos con Marcus después de la cena.

Amarillo

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