Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 8

*** Sebastián y Dan permanecían encerrados en un cuarto angosto y húmedo con luz tenue y poca ventilación.

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—No debiste venir, Dan.

—¡Claro que sí! Eres mi mejor amigo, no podía dejar que pasaras por esto solo. Además, no actuaste de forma incorrecta, solo dijiste lo que pensabas.

El cabello de Sebastián era castaño claro, pero lucía más oscuro debido a la cantidad de sudor que empapaba su cabeza en aquel reducido espacio.

—Tal vez ese sea el problema, pensar. No entiendo por qué soy el único que se hace preguntas o por qué todos me miran como si fuera incomprensible lo que trato de explicar.

—No eres el único que se hace preguntas, pero sí de los pocos que se atreven a exigir respuestas. El Abba asegura que el Santo castiga a quienes pretenden crear caos; si lo piensas bien, los chicos que hacían preguntas como tú han tenido finales trágicos. Mario Lazo murió ahogado cuando se bañaba en el mar; dicen que su padre intentó ayudarlo, pero una bestia emergió de las aguas y se lo llevó hasta lo más profundo. Amalia Gail fue devorada en el bosque por una docena de hienas cuando regresaba a casa. Lorenzo Stone quedó atrapado entre las llamas el día que su casa se incendió, fue el único de los Stone que no pudo salir. Y eso son los tres casos que se conocen de la ciudad, deben existir muchos más en todo el país, en toda Nirvenia.

Sebastián puso los ojos en blanco.

—El Abba es un hombre que responsabiliza al Santo de todas sus acciones. Mañana podría decir que debemos quemar Nirvenia porque el Santo se lo dijo y saldríamos todos a rociar pólvora sobre nuestras casas, así de estúpidos somos.

—El Abba lee El libro de la vida, la palabra del Santo.

—¡Es el único que ha leído El libro de la vida! ¡Nadie más puede hacerlo! Lo que sabemos de esas escrituras proviene del Abba, puede mentir sobre lo que dice. Eso es lo que creo que hace, ¡mentir!

—¡Shhhh! Algunas personas han sido decapitadas por menos de lo que acabas de decir. —Lucía temeroso.

—Cálmate, Dan. —Recobró su propia serenidad—. Lo que intento decir es que justificar lo que ocurre aludiendo a que fue obra del Santo es una locura. Mario, Amalia y Lorenzo no solo hacían preguntas que incomodaban a sus profesores como yo, también tenían ideas innovadoras en las que trabajaban. Además, sus familiares coinciden en que muchos hechos no tienen sentido.

—¿Como cuáles?

—Mario no sabía nadar; entonces ¿por qué se metería al mar? Y su padre jamás vio a una bestia. Amalia desde muy pequeña le temía al bosque, ¿por qué elegiría ese camino? La noche del incendio, Lorenzo durmió en casa de un amigo, su familia estaba al tanto, esa es la razón de que no intentaran buscarlo en medio de las llamas; de forma curiosa, un cuerpo calcinado apareció sobre su cama.

—¡Un momento! ¿Cómo sabes todo eso?

—Investigué. No fue fácil, tuve que inventar una identidad falsa y ser muy insistente, pero lo logré. Hablé con todas las familias antes de que se marcharan al reino, solo la hermana de Lorenzo Stone dijo que se quedaría en Río Dulce, aunque no sé por qué.

—Vaya, te lo has tomado muy en serio. —Dan suspiró.

Sebastián se apoyó de la pared y una parte de esta cedió. Se volvió de inmediato para remover la piedra hundida y extrajo un pedazo de pergamino doblado. Dan se acercó con rapidez.

—¿Qué es eso? ¡Ábrelo!

Sebastián empezó a desdoblar su hallazgo, pero escucharon la cerradura de la puerta. Dan devolvió la piedra a su lugar, mientras su amigo guardaba el papel en el bolsillo de la chaqueta.

Era Filipo y estaba molesto.

—Vengan conmigo. Se acabó el castigo.

Durante un momento, Sebastián pensó que los llevarían de regreso al salón de clases, pero la vía que tomaron llevaba a la dirección. Unos metros antes de llegar, escuchó voces familiares en plena discusión. No era la primera vez que ocurría, así que tenía una idea bastante acertada de lo que sucedía en la oficina del director. Su hermano mayor exigía explicaciones y el cese de su castigo ante la máxima autoridad de la institución, el director Enrique Castaño.

Al entrar la discusión estaba en un punto álgido. El director, un hombre calvo de cincuenta años y con sobrepeso, espetó:

—¡Sebastián es un insolente! Espero que esta sea la última vez que su hermano muestra tan poco respeto por las autoridades. —Su voz era ronca, su ropa olía a cenizas y una pipa encendida descansaba en su mano.

Marcus le dio una contundente advertencia con su mirada asesina:

—Y yo espero que esta sea la última vez que usted irrespeta a mi familia; de lo contrario, este colegio tendrá que olvidar los millones de andalas que mi padre dona al año, y no solo eso, también me encargaré de que usted no ocupe la silla de director. —Se volvió hacia Sebastián, la ira de su mirada fue remplazada de forma breve por angustia—. ¿Estás bien?

Sebastián asintió con la cabeza.

Castaño continuó hablando con un tono de voz que se debatía entre el miedo y la rabia:

—El colegio Bernardo Andala siempre ha sentido profundo respeto por su familia, jamás fue nuestra intención ofenderlos. Sin embargo, le ruego que pida a sus padres hablar con Sebastián, dígales que insiste en cuestionar la historia de Nirvenia. —Hizo una breve pausa para aclararse la garganta—. Sebastián apenas cursa el primer año de secundaria, no hay que tener ningún poder mágico para predecir que, si no es corregido a tiempo, dentro de unos años romperá todos los parámetros de nuestra sociedad y nada podrá detenerlo.

Marcus ignoró a Castaño y dirigió su mirada hacia Dan.

—¿Por qué está él aquí?

—El protegido de su respetada familia, Dan García, tiene una excelente conducta y rendimiento, pero hoy, para nuestra sorpresa, decidió apoyar las declaraciones de Sebastián. Sugerimos que traten de corregirlo también, no sea que se descarrile, es imposible pasar por alto su conducta.

—Así como tu voz, Filipo, que lamentablemente no se puede pasar por alto.

Filipo cruzó los brazos en señal de protesta, pero guardó silencio frente a las palabras de Marcus, mientras Sebastián y Dan reían entre dientes.

—Creo que no hay más que decir, así que mi hermano, Dan y yo nos retiraremos.

Sin perder un segundo, abandonaron la oficina del director y se alejaron por del pasillo.

Una vez cerrada la puerta, Filipo liberó la irritación que sentía.

—¡Jefe, no podemos dejar que los Tyles hagan lo que quieran en la institución! Cuando los alumnos se enteren de lo que acaba de pasar, perderán el respeto por usted.

—Odio a los Tyles tanto como tú, pero no podemos hacer nada.

Amarillo

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