Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 9
*** Luego de entrar con premura a la oficina principal de la alcazaba central del país, el sargento Pablo Naltes se precipitó para dar la noticia.
Оглавление—Comandante, acaba de llegar un telegrama de la costa. Vandalizaron una plaza céntrica de Dracaena, en las paredes dejaron varios mensajes… —Posó los ojos sobre el papel que estrujaba en la mano—: “¡No somos invasores, somos exiliados!”, “El gobierno miente, ¡la justicia llegará!”. —Levantó la vista—. Hay cuatro detenidos, el capitán Ricks solicita permiso para interrogarlos y localizar a más de ellos.
En una esquina de la oficina descansaba la bandera de Zuneve, donde se dibujaba al centro un caballo blanco en posición de galope contra el azul marino del fondo. La pared estaba cubierta de condecoraciones con el nombre del comandante, mientras que encima del amplio escritorio de madera reposaba una pequeña tablilla de identificación:
Milton Tyles
Comandante del Ejército de Zuneve
El comandante Tyles poseía facciones duras, piel blanca, cabello castaño y ojos grises, además de una barba cortada en forma de candado. Arrebató de las manos del sargento el papel que contenía la noticia.
—Dile a Ricks que se olvide de los interrogatorios, ya sabemos lo que tenemos que saber. Debe dar muerte a los vándalos hoy mismo, eso ratificará el mensaje: nuestra posición es inalterable.
—Sí, comandante… Hay algo más… ¿Qué ha pensado sobre el Plan de Emergencia del que platicamos?
—Aún lo estoy pensando, sargento.
—Con respecto a los invasores, el presidente Buenas Casas ha mantenido una posición bastante dual, lo mismo pasa con el Parlamento. Sé que el presidente ha tratado de convencerlos de suavizar la política contra ellos.
Milton, pensativo, se sirvió una copa de vino.
—El presidente apoyó mi petición de convocar nuevos reclutas para combatir a los invasores. No puedo tomar una medida tan drástica solo basado en suposiciones, sargento.
—No se ciegue, comandante. Los invasores jamás entrarán por la fuerza, su estrategia siempre ha sido introducir ideas en sitios de poder para ganar terreno, eso ya lo han logrado en esta ocasión.
—El Parlamento necesita que el comandante del Ejército y el presidente firmen un acuerdo para aprobar cualquier decisión relacionada con los invasores. Es la única ley en la que necesitan mi aprobación para proceder, y sabes que jamás apoyaría a esa escoria invasora.
—Comandante, usted sabe a la perfección que podrían atentar contra su vida si lo creen necesario. Por favor, le ruego que me permita actuar. Si los hechos no se desarrollan como sospechamos, detendremos todo; en cambio, si se concretan y no ponemos en marcha el Plan de Emergencia, el país lo pagará muy caro.
Milton se sirvió otra copa de vino.
—Conozco a tus padres de toda la vida, los Naltes son un gran ejemplo de superación. Pasaron de ser muy pobres a convertirse en una de las familias más acaudaladas de Zuneve, el café que producen es el mejor de Nirvenia, y no solo eso, también han ayudado a muchas personas al brindarles empleos con una justa remuneración; gracias a esto, les aseguran una vida y vejez dignas. Sin embargo, lo que más admiro es el trabajo que han hecho contigo y tus hermanas. Te he observado desde que eras un recluta y puedo decir con certeza que eres un joven inteligente, valiente y, sobre todo, inconforme. —Milton realizó una pausa para degustar el vino.
—No comprendo, señor.
—Lo que quiero decir es que no me engañas. Sé que no aceptarías a los invasores, pero tampoco estás del todo de acuerdo con nuestro proceder. ¿Cuál es tu crítica hacia las políticas de Nirvenia?
Pablo respiró profundo.
—Acaba de decir que mis padres han hecho una gran labor. Eso no solo se debe a que son incansables trabajadores, sino también a que son personas justas, y la justicia no es posible sin la verdad. Nos hablaron a mí y a mis hermanas del mundo antes de Nirvenia, lo ocurrido durante su fundación y la razón de que funcione como lo hace. Lo que ocurre ahora es el resultado de ocultar la verdad al pueblo, si desconocen de qué los salvan, será sencillo que crean en las palabras los invasores.
—Las ideas de los invasores suenan bonitas al oído, tienen un efecto cautivante en quien escucha, así que no podemos arriesgarnos a que las oigan y…
—Una sociedad bien educada tendría mejores autodefensas. —De inmediato Pablo, el joven sargento de piel oliva y ojos negros, se percató de que incurría en una falta al frenar las palabras de Milton—. Le ruego me disculpe, comandante.
—¿Pide disculpas por interrumpir a su superior, por lo que dijo, o por ambas?
—Por interrumpirlo, comandante.
Milton se llevó la copa a los labios una vez más. A pesar de su apariencia abatida, el tono de su voz seguía mostrando la autoridad de siempre.
—Tiene, razón sargento. Es lamentable, pero tiene razón. Aprobaré el Plan de Emergencia y le daré los accesos que necesita.
—¡Gracias, comandante! No se equivoca con esta decisión.
—Espero que no, aunque antes debemos discutir ciertas condiciones que tengo al respecto.