Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 18
EL DIARIO DE KURT Mientras la lluvia desaparecía y el sol se resistía a regresar, Marcus cabalgó a gran velocidad de vuelta a la mansión. El olor de la tierra mojada era tan intenso como el vapor que emanaba del suelo.
ОглавлениеLuego de varios minutos de transitar el camino solitario del bosque, una sombra amorfa y gris apareció delante de él y lo obligó a detenerse con brusquedad. Su caballo, asustado, no paraba de moverse.
—Quieto, quieto…
En medio del silencio, se sumaron tres sombras a la primera y comenzaron a levitar alrededor de Marcus hasta formar un círculo, dentro del cual emanaron una energía oscura y malévola que secó los árboles circundantes y fulminó en el acto a los animales silvestres que vagaban en los alrededores.
El temor de Marcus fue tal que su cuerpo se paralizó, solo escuchaba los latidos de su corazón. Un instante después, el oxígeno comenzó a faltarle, necesitó de un gran esfuerzo para seguir respirando.
Voces femeninas emergieron de las sombras:
—Es uno de ellos, lo puedo sentir. —El tono era apacible.
—¡Yo también puedo sentirlo! —La voz de esta sombra estaba llena de júbilo, como si hablara con una sonrisa.
Marcus experimentó dolor y desesperación. Con el cuerpo inmovilizado en medio del bosque, sus inhalaciones eran cada vez más cortas.
Una de las sombras expresó con voz nasal:
—No solo posee sangre celestial, es también uno de los hermanos de la profecía.
—¡Oh, cállate! —bramó la segunda voz—. Es muy fuerte. O mejor dicho, lo será. Podría ser nuestro próximo líder. ¿Recuerdas a ese que apareció en tus visiones?
Solo tres de las sombras poseían voces humanas, pues la cuarta emitía el ladrido de un perro de raza pequeña.
—Tienes razón.
La primera sombra extendió su cuerpo informe hacia Marcus, cuya piel se tornaba morada por la falta de oxígeno.
—Trataré de ver su futuro. —A punto de tocarlo, emitió un enojado grito—: ¡Debemos irnos!
—Pero falta poco para que muera…
—¡Debemos irnos! O seremos nosotras quienes corramos esa suerte.
Entre quejas y maldiciones, las cuatro sombras desaparecieron con un parpadeo. Aquella zona del bosque conservó las fatídicas huellas de su visita.
Marcus cayó de la montura e inhaló con desesperación. Su caballo salió corriendo despavorido, mientras el joven intenta reincorporarse y comprender qué había ocurrido.
A poca distancia, el galopar de varios caballos se hizo presente hasta que un carruaje se detuvo cerca de allí. Un hombre de porte elegante lo miró, soltó las riendas y descendió del vehículo para ayudarlo a levantarse.
—¿Estás bien?
—¡Sí! —Se zafó de su brazo con irritación y comenzó a sacudir su ropa.
El hombre lo miró con atención.
—¿Y ahora qué quiere? ¿Por qué no sube a su carruaje?
—Te he visto en otro lado, pero no recuerdo dónde. ¿Cuál es tu nombre?
A pesar de la amabilidad de sus palabras, Marcus detalló de arriba abajo el aspecto taciturno del hombre.
—Tengo que irme.
—¿Hacia dónde te diriges?
—¿Y a usted qué le importa?
De pronto, Marcus se detuvo y respiró hondo, en un intento por calmarse y ofrecer una respuesta más amable.
—Disculpe, he tenido… un mal día y no es correcto que lo pague con usted. Me dirijo a Monte Alto, mi nombre es Marcus Tyles.
—El destino actúa a su antojo.
—¿A qué se refiere?
—También me dirijo a Monte Alto, estoy buscando a Diora Tyles.
—¿Por qué busca a mi madre?
—Mi nombre es Darío Cavini, hijo de Rubén Cavini. Mi padre fue el doctor y amigo cercano de tu abuela Leonor cuando ambos vivían en Antario. Debo ver a tu madre por un asunto muy importante.
Marcus esbozó un gesto de desconfianza.
—¿Qué es eso tan importante?
—Debo hablar primero con tu madre. —El hombre subió al pescante del carruaje y aferró las riendas—. Claro, ya sé dónde te he visto. Eres Marcus Tyles, el chico que ha ganado todos los torneos deportivos en los que ha participado. Tus victorias se publican en la prensa, nunca has perdido… y ya entiendo por qué.
—¿Qué quiere decir con que entiende por qué?
—Disculpa, no debí decir eso antes de hablar con tu madre.
De mala gana, Marcus guardó silencio.
—Sube. —Darío miró a su alrededor—. No veo que tengas otra opción, tu caballo se ha ido.
Marcus aceptó con recelo.