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OJO POR OJO... A NO SER QUE ME PAGUES

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Una forma relativamente sencilla de frenar la venganza privada consiste en establecer una equivalencia entre la ofensa y la respuesta del ofendido. Por esta vía aparece el principio jurídico que otorga legitimidad a la respuesta a la agresión, siempre y cuando sea, como mucho, igual a esta, para evitar causar un daño más grave. Es el famoso «ojo por ojo y diente por diente», que técnicamente se conoce como «ley del talión», expresión que viene etimológicamente de la palabra latina talis o tale que significa «idéntico» o «semejante»11. La «ley del talión» es una de las primeras reglas jurídicas de la historia ya que aparece hace 40 siglos en uno de los textos jurídicos más antiguos que conocemos, el llamado Código de Hammurabi (s. XVIII a. C). Así, por ejemplo, su ley 196 dispone que «si un hombre libre vació el ojo de un hijo de hombre libre, se vaciará su ojo», la 197 que si el mismo hombre libre «quebró un hueso de un hombre, se quebrará su hueso», y la 200 que «si un hombre libre arrancó un diente a otro hombre libre, su igual, se le arrancará su diente».


Imagen 6. Estela del Código de Hammurabi. Siglo XVIII a. C. Museo del Louvre.

El Código de Hammurabi a su vez, influyó en los primeros libros de la Biblia, un texto que empieza a ponerse por escrito ocho siglos después, durante el reinado de Salomón (970-931). En la parte más antigua de la Biblia, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento (Pentateuco), se establece, por ejemplo, que: «Si se pone en peligro la vida de la mujer, esta será la indemnización: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, golpe por golpe, herida por herida» (Éxodo 21, 23-25). En el Levítico, también, se reitera varias veces el mismo principio: «El que hiera de muerte a cualquier persona morirá» (vers. 13); «el que cause alguna lesión a su prójimo, como él hizo, así se le hará» (vers. 15); «fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se hará la misma lesión que él ha causado al otro» (vers. 16).

La ley del talión reaparece de nuevo, dieciocho siglos después, en el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, manifiestamente inspirado en la primera ley judaica. En él se dispone, por ejemplo: «No matéis a nadie que Dios haya prohibido, sino con justo motivo. Si se mata a alguien sin razón, damos autoridad a su pariente próximo, pero que éste no se exceda en la venganza» (cap. 17, vers. 33).

El principio del talión como primer intento de frenar las represalias, era aún demasiado tosco, y las penas impuestas, muchas veces, excesivas. De ahí que pronto aparezcan nuevas formas menos cruentas de sancionar las conductas antisociales, como, por ejemplo, la tarificación, es decir, la imposición de una multa al infractor. En el propio Código de Hammurabi ya se acoge el principio de la compensación dineraria que, eso sí, se modula en función de la condición social del ofendido. En la ley 198 se dispone, por ejemplo, que dejar tuerto o romper un hueso de un individuo común obliga a pagar una mina de plata, mientras que si se trata de un esclavo se pagará la mitad de su valor (ley 199).

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