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EN NOMBRE DE DIOS

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Tras la aparición de la agricultura, los humanos pasan de nómadas a sedentarios y tienden a agruparse en sociedades más numerosas y mejor estructuradas. Sin embargo, al menos inicialmente, el orden social en estas primeras sociedades agrícolas sigue sin ser algo creado por los seres humanos pues aún emana de la divinidad. En el conjunto de leyes más antiguo que se conserva completo14, el mencionado Código de Hammurabi, el rey babilonio que lo promulga no inventa las normas que contiene sino que las recibe de manos del dios Shamash. Al menos esta es la versión oficial recogida en una de las estelas que el monarca repartió por su reino, concretamente la esculpida en basalto negro, que mide 2,25 metros de altura y se exhibe en el Museo del Louvre15. En lo alto de la misma, coronando el conjunto de los 282 mandatos, aparece representado el propio rey Hammurabi de pie recibiendo de manos del dios, sentado en su trono, el pergamino que contiene los preceptos de su código.


Imagen 1. Detalle de la Estela del Código de Hammurabi. Museo del Louvre.

¿Por qué Hammurabi no se atreve a dar directamente sus leyes a su pueblo y tiene que hacer el paripé de mandado de la autoridad sobrenatural? Por una razón muy sencilla: si es la divinidad la que establece los límites a los que ha de ajustarse la convivencia del pueblo babilonio, el orden social que protege el código y su obligatoriedad resultan indiscutibles.

Hammurabi no es el único que recurre a un ser superior para justificar la validez de su derecho. En otros pueblos y culturas de la Antigüedad la misma idea se repite una y otra vez. Así, por ejemplo, en el Egipto faraónico, el derecho es un elemento esencial del orden teocrático-social imperante. De hecho, los egipcios rendían culto a la diosa Maat que no solo era la representación de la verdad y la justicia, sino también del orden y la ley. De hecho, fue en Egipto donde aparece por vez primera la idea del monoteísmo. Fue con Akhenatón (1352-1335), el marido de la hermosa y legendaria Nefertiti, una de sus esposas, que llegó a ser una especie de corregente.

Décimo faraón de la XVIII dinastía, subió al trono con el nombre de Amenofis IV, aunque pasaría a la historia por abolir el culto oficial de Amón, proclamándose el único representante en la tierra del nuevo dios, Atón representado por el disco solar. Por eso pasó a llamarse Akhenatón –el horizonte de Atón–, nombre que dio también a la nueva capital del reino (la actual Tell-el Amarna), que fundó a medio camino entre Menfis y Tebas.


Imagen 2. Akhenatón, Nefertiti y sus hijo, bajo la protección del disco solar Atón.

Sus reformas, al implicar sustanciales cambios políticos, sociales y culturales, fueron mal comprendidas por la mayoría del pueblo egipcio, y abiertamente rechazadas por la poderosa casta de los sacerdotes del culto anterior. De ahí su carácter efímero, ya que su hijo y sucesor Tutankamón (1336-1327) restableció el politeísmo tradicional, aboliendo el culto a Atón. Sin embargo, el monoteísmo de Akhenatón no cayó en saco roto ya que, según Freud, Moisés se habría inspirado en ella para desarrollar la religión judaica. Justo es decir que aquí el padre del Psicoanálisis se pasó de inventiva, aunque su libro es entretenidísimo. De mayor entidad son las novelas que se inspiran en la figura del revolucionario faraón, tales como El rey hereje, del escritor egipcio y Premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz, o el canónico Sinuhé el Egipcio del escritor finlandés Mika Waltari. Dos obras indispensables para comprender el interesante y complejo mundo de este adelantado a su tiempo.

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