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Capítulo XX

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Xifeng reprende con duras palabras

a una mujer celosa.

Daiyu se burla con gracia de una

muchacha parlanchina.

Dejamos a Baoyu en el cuarto de Daiyu relatándole a ésta una fábula sobre espíritus de ratas. Baochai, que había entrado en ese momento, le tomó el pelo por haber olvidado la alusión al plátano y la cera verde la noche de la fiesta de los Faroles. Las risas y bromas descargaron a Baoyu del temor a que Daiyu sufriera un corte de digestión o insomnio durante la noche si seguía durmiendo la siesta, resultando así dañada su salud. Afortunadamente, la llegada de Baochai y la animada conversación que siguió habían reanimado a Daiyu.

Entonces se armó una batahola en los aposentos de Baoyu, y los tres se pusieron a escuchar atentamente.

—Es tu nodriza amonestando a Xiren —dijo Daiyu—. Xiren la trata bien, pero el ama Li siempre la está regañando. La vejez la ofusca.

Baoyu quiso acudir de inmediato, pero Baochai lo sujetó por un brazo.

—No vayas ahora a discutir con el ama —le advirtió—. Es una vieja tonta, pero debes tratarla con respeto.

—Ya lo sé —contestó él, y salió corriendo.

En sus aposentos encontró al ama Li, apoyada sobre un bastón en medio del cuarto, insultando abiertamente a Xiren.

—¡Putilla desagradecida! —le gritaba—. Me debes tu actual situación, pero ahí estás, dándote aires de grandeza tumbada sobre el kang, incapaz siquiera de dirigirme una mirada cuando entro. Lo único que te preocupa es halagar a Baoyu para que no me escuche y haga sólo lo que a ti te plazca. No eres más que una esclava comprada con unos cuantos taeles apestosos, que lo ha puesto todo patas arriba. Si no te portas bien serás sacada a rastras de esta casa y entregada en matrimonio. Ya veremos entonces si puedes seguir embrujando a Baoyu.

Xiren suponía que el ama Li estaba furiosa con ella por haberla encontrado acostada.

—Estoy enferma, abuelita —explicó—. Había empezado a sudar con la cabeza cubierta. Por eso no la vi entrar.

Pero cuando la anciana la acusó de estar seduciendo a Baoyu y la amenazó con un matrimonio forzado, se sintió tan avergonzada e injustamente ofendida que no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.

Baoyu llegó a tiempo de oír los insultos, pero sólo pudo explicar que Xiren estaba enferma y que acababa de tomar una medicina.

—Si no me cree, pregúntele a las doncellas —añadió.

Pero la intervención de Baoyu no hizo sino añadir leña al fuego, y la nodriza se le encaró enfurecida:

—Eso es. Sal ahora en defensa de tus zorras. Claro. Después de todo, ¿qué soy yo? ¿A cuál de ellas debo preguntar, si todas están de tu parte y a todas las tiene Xiren bajo su talón? No se me escapa nada de lo que pasa aquí. Voy a ventilar esto en presencia de la Anciana Dama y de la dama Wang. Yo te amamanté. Yo te crié. Pero ahora que no necesitas mi leche me dejas de lado y permites que tus doncellas me insulten.

La anciana lloraba de rabia mientras Daiyu y Baochai intentaban tranquilizarla.

—Amita, trata de ser comprensiva —le dijeron—. No des tanta importancia a las cosas.

Pero la mujer volcó sus quejas en ellas: el asunto de la taza de té de Qianxue, la leche cuajada del día anterior… Era difícil encontrar algún sentido a sus gruñidos.

Xifeng, que estaba en los aposentos de la Anciana Dama sumando los puntos después de una partida, había oído las enfurecidas voces. Supo enseguida que el ama Li había vuelto a las andadas y estaba desahogando su ira con las doncellas de Baoyu por las pérdidas que había tenido aquel día en el juego. Acudió corriendo y llevó aparte a la nodriza.

—No se enfurezca, ama querida —le dijo con una sonrisa—. Acaba de terminar la fiesta y la Anciana Dama ha pasado un día feliz. A su edad debería estar impidiendo las peleas de los demás en vez de provocarlas usted. Respete nuestras costumbres y no arme aquí un escándalo que termine por inquietar a la Anciana Dama. Dígame quién la ha molestado y haré que la castiguen. Y ahora venga, que tengo un faisán a la parrilla en mi cuarto y está recién hecho. Sígame, y vamos juntas a comer y beber un poco.

Dicho lo cual se llevó consigo a la nodriza mientras llamaba a su doncella:

—Fenger, trae el bastón del ama Li y un pañuelo para secarle las lágrimas.

Incapaz de mantenerse en pie, la vieja fue sacada a rastras mientras se lamentaba por el camino.

—Ya tengo edad suficiente para morir y acabar de una vez con todo esto, pero prefiero perder los estribos y quedar mal antes que tolerar la insolencia de esa sucia perra.

Baochai y Daiyu admiraron la manera que había tenido Xifeng de controlar la situación, y ahora reían y aplaudían.

—¡Menos mal que ese huracán ha conseguido llevarse a la vieja! —exclamó Daiyu.

Baoyu asintió con un gesto de cabeza y suspiró:

—Sólo el cielo sabe cómo empezó todo esto. Insiste en buscar pleitos con gente que no se puede defender. Supongo que alguna de las chicas la molestó ayer, y éste ha sido su modo de ajustar cuentas…

No había terminado de decir esto cuando Qingwen soltó una carcajada.

—No estamos locas —dijo—. ¿Por qué habríamos de molestarla? Y aun en el caso de qué así fuera, habríamos asumido la culpa sin descargarla en nadie más.

Xiren tomó la mano de Baoyu y sollozó:

—Primero ofende a su vieja nodriza por mi culpa, y ahora está ofendiendo a las demás muchachas. ¿No tengo ya bastantes problemas como para que las implique también a ellas?

Como estaba enferma, Baoyu tuvo que armarse de paciencia. Le pidió que volviera a acostarse. La fiebre la consumía, y él se tendió a su lado para intentar tranquilizarla.

—Ahora debes pensar sólo en tu salud. No te preocupes por tonterías.

Xiren sonrió amargamente.

—Si me preocupase por tonterías no podría vivir ni un minuto en este cuarto —dijo—, pero cuando todo es igual un día tras otro, ¿qué espera que hagamos? Siempre le estoy pidiendo que deje de ofender a la gente por nuestra culpa. Usted está dispuesto a tomar partido por nosotras en cualquier momento, pero ellas no lo olvidan y, en cuanto tienen oportunidad, aprovechan, como mínimo, para insultarnos. Piense en lo difícil que nos hace la vida su actitud.

Mientras hablaba no podía reprimir las lágrimas, pero el temor a inquietar a Baoyu le ayudó a evitarlas.

En ese momento una criada trajo la segunda dosis de la medicina de Xiren. Baoyu no quiso que ella se incorporase, ya que parecía estar a punto de ponerse a sudar, y le llevó la medicina a la cama, levantándole la almohada para que la bebiera. Luego, ordenó a algunas de las doncellas más jóvenes que preparasen su kang.

—Decida o no quedarse allí a cenar, debería ir a sentarse un rato con la Anciana Dama y la dama Wang —sugirió Xiren—. Y antes de volver vaya también a hacer compañía a las señoritas. Yo me sentiré mejor después de haber dormido tranquila.

Al oír eso, Baoyu le quitó las peinetas y los brazaletes y la ayudó a acomodarse para pasar la noche. Luego fue a cenar en los aposentos de su abuela.

Después de la cena, a la Anciana Dama le apeteció jugar a las cartas con algunas de las gobernantas. Baoyu, todavía preocupado por Xiren, regresó a ver cómo estaba y la encontró durmiendo. Todavía no era la hora de acostarse y Qingwen, Qixian, Qiuwen y Bihen habían salido a divertirse con Yuanyang y Hupo, dejando de guardia a Sheyue, que jugaba sola bajo la lámpara del cuarto exterior.

Baoyu le preguntó sonriendo:

—¿Por qué no te has ido con las demás?

—No tengo dinero.

—Hay un montón bajo la cama. ¿No te alcanza para perderlo?

—¿Y quién cuidará este sitio si nos vamos todas a jugar? Además, ella está enferma. Hay lámparas por todas partes y estufas encendidas debajo de cada kang. Las ancianas merecen un descanso después de haber estado cuidando todo el día a la gente de la casa, y las muchachas tienen derecho a divertirse después de un día de trabajo. Por eso dejé que se fueran mientras yo me ocupo de las cosas de aquí.

«¡Vaya! —pensó Baoyu— ¡pero si es otra Xiren!» Y sonrió.

—Yo me quedaré —le dijo—. No te preocupes. Puedes irte.

—Si se queda usted aquí, más motivos tengo para quedarme yo también. ¿Por qué no nos sentamos a charlar?

—¿Los dos solos? Suena algo aburrido. ¿Qué podemos hacer? ¡Ya sé! Esta mañana decías que te picaba un poco la cabeza. Déjame peinarte.

—Bueno, si lo prefiere…

Sheyue trajo su neceser y su espejo; luego se quitó las horquillas del pelo y se lo soltó. En cuanto Baoyu empezó a recorrerlo con un peine fino apareció Qingwen, que volvía corriendo en busca de dinero. Al verlos soltó una risita burlona.

—¡Extraña cosa! —dijo—. Todavía no ha bebido la copa nupcial y ya está arreglándole el cabello [1] .

Baoyu sonrió.

—Ven —contestó—, también te arreglaré el tuyo si quieres.

—No estoy llamada a tan gran fortuna.

Dicho lo cual partió con el dinero. Al salir echó la antepuerta sobre la entrada.

Baoyu permanecía de pie detrás de Sheyue, que se encontraba sentada ante el espejo. A través de él intercambiaron miradas y Baoyu sonrió:

—De todas vosotras, es la que tiene peor lengua.

Sheyue blandió un dedo admonitorio, pero demasiado tarde, pues con otro golpe de antepuerta Qingwen volvió a entrar.

—¿Qué significa ese comentario? —dijo—. Tenemos que arreglar este asunto.

—¡Anda, vete! —le dijo Sheyue riendo—. No le hagas caso.

—Ya estás encubriéndolo otra vez. Conozco todos sus taimados trucos. Aclararemos esto en cuanto haya recuperado mi dinero.

Y salió de nuevo.

Cuando terminó de peinar a Sheyue, Baoyu le pidió ayuda para meterse silenciosamente en la cama y no molestar a Xiren.

El resto de la noche transcurrió sin incidentes.

El sudor de la noche hizo que Xiren amaneciese mejor; comió unas pocas gachas y se volvió a acostar. Después del desayuno, Baoyu se sintió más tranquilo y fue a visitar a la tía Xue.

Como era el primer mes, los muchachos tenían vacaciones escolares y a las mujeres les estaban prohibidas las labores de aguja [2] . Todo el mundo estaba ocioso. Cuando llegó Jia Huan a jugar encontró a Baochai, Xiangling y Yinger enzarzadas en una partida de dados en la que pidió participar.

Baochai, que siempre trataba a Jia Huan exactamente igual que a Baoyu, le hizo sentarse con el grupo. Apostaban diez monedas en cada tirada y, después de la satisfacción de ganar la primera, Jia Huan sintió la irritación de perder las sucesivas. En el siguiente turno necesitaba sumar más de seis puntos para ganar, mientras que Yinger no precisaba más de tres. Jia Huan sacudió los dados con todas sus fuerzas. Los lanzó. Uno de ellos quedó en cinco, el otro siguió rodando. Yinger aplaudió y gritó: «¡Uno!». Huan, con los ojos clavados en el dado que rodaba exclamó tontamente: «¡Seis, siete, ocho!». El dado se detuvo mostrando un uno. Exasperado, retiró rápidamente ambos dados de la mesa y se puso a recoger las apuestas insistiendo en que había lanzado un seis.

—¡Ha sido un clarísimo uno! —protestó Yinger.

Baochai advirtió que Jia Huan estaba fuera de sí, y lanzó una mirada de reproche a Yinger.

—Te estás extralimitando —le advirtió—. ¿Acaso te parece posible que uno de los jóvenes señores te haga trampa? Date prisa y apuesta de nuevo.

Lo injusto de la orden hizo rabiar a Yinger, pero no se atrevió a rechistar. Colocando unas cuantas monedas sobre la mesa masculló para sus adentros: «¡Un caballero haciendo trampas! ¡Qué cosas! Ni yo misma montaría tal escándalo por unas cuantas monedas. La última vez que jugamos con el señor Baoyu perdió una bolsa entera, pero él ni se inmutó. Y cuando las muchachas se repartieron todo lo que le quedaba, se echó a reír».

Hubiera seguido por ese camino, pero Baochai le dijo con acritud que se guardara sus comentarios.

—¿Cómo voy a compararme con Baoyu? —chilló Jia Huan, que la había oído—. A él le consentís todo porque le tenéis miedo, pero a mí me maltratáis porque soy hijo de una concubina. —Y empezó a lloriquear.

—Querido primo, no digas esas cosas o la gente se reirá de ti —le aconsejó Baochai.

Estaba riñendo de nuevo a Yinger cuando entró Baoyu preguntando qué pasaba. Jia Huan no tuvo el valor de decírselo.

Baochai conocía la regla de la familia Jia: un hermano menor debe mostrar respeto por el mayor. Lo que no comprendía era cómo Baoyu no quería que nadie le tuviera miedo. El razonamiento de Baoyu era el siguiente: «Todos tenemos a nuestros padres para que nos corrijan, ¿por qué he de intervenir dañando mis relaciones con los más jóvenes? Como yo soy el hijo de la esposa y él lo es de la concubina, la gente chismorreará incluso en el caso de que no suceda nada entre nosotros, así que lo hará mucho más si intento controlarlo».

Incluso tenía una idea más fantástica. ¿Sabe cuál era, mi querido lector? Verá, como se había criado entre muchachas —sus hermanas Yuanchun y Tanchun, sus primas Yingchun y Xichun de la casa Jia, y sus primas Shi Xiangyun, Lin Daiyu y Xue Baochai— había llegado a la conclusión de que, si bien los seres humanos en general son la expresión más alta de la creación, es en las muchachas en quienes se concentran las más finas esencias de la naturaleza, siendo los hombres sólo desperdicios y escoria. Por eso para él todos los hombres eran sucios bobos a los que más les hubiera valido no existir. Sólo como deferencia a Confucio, el más grande sabio de todos los tiempos, que enseñó el respeto debido a padres, tíos y hermanos, Baoyu mantenía relaciones más o menos buenas con sus hermanos y primos. Nunca se le había ocurrido que él mismo, como hombre, pudiera constituir un buen ejemplo para los más jóvenes. Por eso Jia Huan y los demás no le tenían respeto, y sólo se avenían a sus deseos por temor a la Anciana Dama.

Para impedir que Baoyu reprendiera a Jia Huan, lo que no hubiera hecho más que empeorar las cosas, Baochai encubrió el comentario del hermano menor lo mejor que pudo.

—El primer mes del año no es buena época para lloriquear —dijo Baoyu—. Si no te gusta este sitio, búscate otro para jugar. Parece que el estudio diario te ha confundido la cabeza todavía más de lo que la tenías. Cuando encuentres que una cosa es mejor que otra, busca la primera y deja la segunda. ¿Puedes mejorar algo que no te gusta si te quedas parado gimoteando? Viniste aquí a divertirte. Si no te sientes feliz, vete a donde puedas pasar un buen rato. ¿Por qué te martirizas de esa manera? Más vale que te vayas. Rápido.

Jia Huan volvió con su madre, la concubina Zhao, quien, al verlo tan disgustado, le preguntó:

—¿A quién le ha tocado esta vez tratarte como una alfombra?

Como no recibiera respuesta, repitió la pregunta.

—Estuve jugando con la prima Baochai —contestó finalmente—. Yinger me trató mal y me hizo trampas en el juego. Luego llegó el hermano Baoyu y me echó.

Su madre le escupió de disgusto.

—¡Pillo desvergonzado! ¿Quién te manda ir metiéndote por ahí? ¿No tienes otro sitio donde jugar? ¿Por qué buscas problemas?

Xifeng, que pasaba por allí, oyó la conversación entre madre e hijo y llamó a través de una ventana:

—¿Qué son todos estos líos en pleno primer mes del año [3] ? Huan es sólo un niño. Si comete algún pequeño error, debes corregirlo. ¿Por qué la tomas contra él de ese modo? Vaya donde vaya, allí estarán el señor y Su Señoría para mantenerlo en vereda. ¡Qué ocurrencia escupirle al niño! Él es uno de los jóvenes señores, y si se porta mal siempre habrá gente para corregir su comportamiento. ¿Por qué te metes en el asunto? Ven, hermano Huan, ven a jugar conmigo.

Jia Huan temía a Xifeng todavía más que a la Anciana Dama. Por eso obedeció rápidamente y su madre no se atrevió a objetar nada.

—Eres demasiado pusilánime —le riñó Xifeng—. Una y otra vez te he dicho que eres libre de comer o beber lo que quieras y de jugar con cualquiera de los chicos o chicas, pero en lugar de hacerme caso permites que otras personas te inculquen conductas torcidas. No tienes amor propio, y terminarás por rebajarte. ¡Tú mismo te portas malévolamente y luego te quejas de la injusticia ajena! ¿Cuánto has perdido jugando para comportarte de esta manera?

—Unas doscientas monedas —contestó Huan tímidamente.

—¡Tanto lío por doscientas monedas! ¡¿Y tú eres uno de los jóvenes señores?! —exclamó Xifeng.

Y volviéndose hacia Fenger:

—Anda por una sarta de monedas y luego lleva al chico a donde están jugando las muchachas. Y tú, si vuelves a hacer una cosa tan baja —le advirtió a Huan—, primero te daré una buena paliza y luego haré que se lo cuenten a tu maestro para que te desuelle vivo. Tu absoluta falta de orgullo le hace rechinar los dientes a tu primo Lian. Ya te habría arrancado las tripas si yo no lo hubiera contenido. ¡Ahora corre!

—Sí —dijo Jia Huan, y partió con Fenger llevándose la sarta de monedas. Luego volvió a integrarse en el juego, donde podemos dejarlo.

Volvamos a Baoyu, que se encontraba bromeando con Baochai cuando alguien anunció la llegada de la señorita Shi. Inmediatamente se levantó para ir a verla.

—Espera —dijo Baochai—. Vamos juntos.

Y se bajó del kang para acompañar a Baoyu a los aposentos de la Anciana Dama. Allí encontraron a Shi Xiangyun riendo y parloteando como una loca. Cuando acabaron de intercambiar los saludos de rigor, Daiyu, que también se encontraba allí, preguntó a Baoyu dónde había estado.

—Con la prima Baochai —contestó él.

—Ya lo suponía —respondió la muchacha con tono incisivo—. Había alguien que te mantenía allí; de otro modo hace ya un rato que habrías venido.

—¿Acaso eres la única con la que me está permitido jugar? —contestó él con una sonrisa—. Para una vez que voy a verla, tú haces de ello un motivo de pelea.

—Tonterías. ¿Qué me importa si vas a verla o no? Tampoco te he pedido nunca que me entretengas. Me puedes dejar en paz de ahora en adelante.

Dicho lo cual, se retiró furiosa a su cuarto. Baoyu la siguió.

—¿Por qué te enfadas por una tontería así? —protestó—. Aunque haya dicho algo incorrecto, puedes quedarte y seguir conversando con el resto de la gente en vez de poner mala cara aquí sola.

—Lo que yo haga no es asunto tuyo.

—Claro que no, pero no soporto ver cómo arruinas tu salud.

—Si arruino mi salud y me muero, es asunto mío. Nada tiene que ver contigo.

—¿Por qué hablas de «vivir» o «morir» precisamente después del Año Nuevo?

—Pues lo hago, ¡y qué! Estoy dispuesta a morir en cualquier momento. Y tú, si tanto temes a la muerte, puedes vivir hasta los cien, si te parece.

—Como sigas portándote así, dejaré de temerla e incluso la preferiré —repuso Baoyu sonriendo.

—¡Eso! —le contestó ella inmediatamente—. Si sigues tratándome así, más vale que me muera.

—Lo que yo dije es que más valía que yo me muriera, no que te murieras tú. ¡Qué manera de retorcer mis palabras!

Cuando más se enconaba la disputa entró Baochai.

—Te espera la prima Shi.

Y empujó a Baoyu hasta la salida.

Sintiéndose más infeliz que nunca, Daiyu se sentó junto a la ventana a derramar lágrimas de ira.

En menos de lo que se tarda en beber dos tazas de té, Baoyu estuvo de regreso, y la muchacha, al verlo de nuevo, rompió a llorar convulsivamente. Él comprendió que sería difícil tranquilizarla, y se aprestó a hacerlo con toda suerte de zalamerías y palabras amables. Pero antes de que pudiera intentarlo, ella preguntó entre sollozos:

—¿Para qué has vuelto? Ahora tienes una nueva compañera de juegos, alguien que lee, escribe y versifica mejor que yo, y que se ríe y habla mejor contigo; alguien que te arrastró temerosa de que perdieras la paciencia. ¿Para qué vuelves? ¿Por qué no me dejas morir tranquila?

Baoyu se le acercó y le dijo en voz baja:

—Alguien tan inteligente como tú debería saber que los parientes lejanos no pueden interponerse entre los cercar nos, y que los nuevos amigos no pueden ocupar el lugar de los viejos. Eso lo sé incluso yo, a pesar de mi estupidez. Tú eres la hija de la hermana de mi padre, mientras que Baochai es mi prima por parte de madre; o sea que tú estás más cerca de mí que ella. Además, tú llegaste aquí primero, hemos comido en la misma mesa, dormido en la misma cama y crecido juntos, mientras que ella acaba de llegar. ¿Cómo se te ocurre pensar que Baochai podría distanciarnos?

—¿Acaso crees que lo que pretendo es que te alejes de ella? ¿Por quién me tomas? Ocurre que has herido mis sentimientos…

—Y son tus sentimientos los que me preocupan. ¿Es que sólo conoces tu corazón y no el mío?

Daiyu agachó la cabeza y se quedó callada. Después de una pausa dijo:

—Tú culpas a los demás porque te encuentran defectos, y no te das cuenta de lo provocador que puedes llegar a ser. Hoy, por ejemplo, ¿por qué te quitas la capa de piel de zorro cuando ha empezado a hacer tanto frío?

Baoyu se echó a reír.

—La llevaba puesta, pero cuando te enfadaste conmigo me dio tanto calor que me la quité.

—Pues bien —suspiró ella—, si te resfrías se armará un tremendo escándalo.

Fueron interrumpidos por la llegada de Xiangyun.

—¡Primo Ai [4] , prima Lin! —exclamó alegremente—. Vosotros podéis estar juntos todos los días, pero mis posibilidades de venir a visitaros son escasas, y, sin embargo, qué poca atención le prestáis a mi humilde persona.

—¡Mira cómo farfulla! —dijo Daiyu con una carcajada—. ¡Vaya idea decir ai en lugar de er! Supongo que cuando juguemos a los dados gritarás uno, amor, tres, cuatro, cinco…

—La imitas tan bien que acabarás hablando como ella —dijo Baoyu para fastidiarla.

—Siempre la toma conmigo —exclamó Xiangyun—. Esta chica no deja pasar una. Aunque seas mejor que los demás, no es necesario ir por ahí burlándose de todo el mundo. ¡Ahora, que yo conozco a alguien de quien no te burlarás nunca ni le encontrarás defecto alguno! Si lo haces te respetaré realmente.

—¿Quién es? —preguntó Daiyu de inmediato.

—¿Te atreves a encontrarle defectos a la prima Baochai? Si lo haces, te felicitaré. Es posible que yo no pueda contigo, pero en ella has encontrado la horma de tu zapato.

—Ah, se trata de ella —dijo Daiyu con una risa helada—. Me preguntaba a quién te podías referir. ¿Cómo me atrevería a buscarle defectos a la prima Baochai?

Baoyu intentó detenerlas, pero Xiangyun siguió:

—Nunca podré compararme contigo, prima Daiyu, pero te deseo que encuentres un esposo que hable como yo. Así podrás pasar la vida oyendo «amor» a todas horas. ¡Buda Amida! ¡Ojalá viva para ver ese día! —Y al tiempo que se escuchaba una risotada general, echó a correr hacia la salida perseguida por Daiyu.

De lo que ocurre, les hablaré en el siguiente capítulo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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