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Capítulo XXI

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La prudente Xiren reprende

cariñosamente a Baoyu.

La bella Pinger auxilia con

dulces palabras a Jia Lian.

Xiangyun echó a correr huyendo de Daiyu, que la perseguía, y Baoyu se precipitó al umbral del cuarto gritándole:

—¡No vayas a tropezar! No te preocupes, ella no puede atraparte.

Agarrándose con las dos manos al marco de la puerta impidió la salida de Daiyu.

—Déjala ir por esta vez —le rogó.

—¡Antes muerta! —exclamó ella asiéndole el brazo.

Al ver que Baoyu bloqueaba la puerta impidiendo pasar a Daiyu, Xiangyun se detuvo y le dijo riendo:

—¡Por favor, prima querida, perdóname por esta vez!

Baochai, que llegaba en ese momento, intervino conciliadora:

—Haced las paces, por el bien de Baoyu.

—¡Jamás! —gritó Daiyu—. ¿Es que os habéis puesto todos de acuerdo para burlaros de mí?

—¿Quién se atrevería a burlarse de ti? —replicó Baoyu—. Xiangyun no lo haría si antes no te hubieses burlado tú de ella.

Todavía estaban los cuatro discutiendo cuando se convocó a la cena. Echaron a andar hacia los aposentos de la Anciana Dama, donde ya se encontraban la dama Wang, Li Wan, Xifeng y las tres muchachas Primavera. Acabada la cena conversaron un poco y luego se fueron a dormir. Xiangyun volvió a los aposentos de Daiyu, y Baoyu las acompañó. Ya había pasado la segunda vigilia y Xiren tuvo que insistirle varias veces para que volviera a su cuarto a dormir.

Con las primeras luces del alba, Baoyu sé echó algo de ropa encima y se dirigió a los aposentos de Daiyu. Zijuan y Cuilü no estaban a la vista, y sus dos primas aún dormían. Daiyu yacía apaciblemente acurrucada bajo un cobertor enguatado de seda roja albaricoque. Tenía los ojos cerrados. A Xiangyun los negros cabellos se le habían esparcido por la almohada, y el cobertor apenas le cubría los hombros. Un blanco brazo adornado con brazaletes de oro lucía sobre las mantas.

«Es inquieta hasta en sueños —suspiró Baoyu—. A la primera corriente de aire volverá a quejarse de dolor en el cuello.»

Y, con toda delicadeza, le subió el cobertor.

Daiyu se había despertado al sentir la presencia de alguien. Había adivinado de quién se trataba, y mirando en torno suyo para asegurarse preguntó:

—¿Qué haces aquí tan temprano?

—¿Temprano? Levántate y mira la hora que es.

—Si quieres que nos levantemos, será mejor que salgas.

Baoyu se retiró a una salita contigua mientras Daiyu despertaba a Xiangyun. Apenas acabaron de vestirse, el muchacho entró de nuevo y se sentó junto al tocador mirando cómo Zijuan y Xueyan ayudaban en su aseo matinal a las muchachas. Cuando Xiangyun acabó de asearse, Cuilü levantó la palangana para vaciarla.

—¡Espera! —exclamó Baoyu—. Bien puedo asearme aquí para ahorrarme la molestia de volver a mi cuarto.

Se acercó y se inclinó para lavarse la cara, pero rechazó el ofrecimiento de jabón que le hizo Zijuan:

—Ya hay suficiente en el agua, no necesito más.

Chapoteó durante unos momentos y pidió una toalla.

—¡Usted y sus viejos trucos! —dijo Cuilü—. ¿Nunca crecerá?

Baoyu ignoró el comentario y pidió sal para cepillarse los dientes. Cuando ya se había enjuagado la boca, observó que Xiangyun también había terminado de arreglarse el pelo y se le acercó suplicante:

—Primita, ¿me arreglarás el pelo a mí?

—No puedo —contestó ella.

—Pero ya lo has hecho otras veces —insistió con una sonrisa.

—Ya no recuerdo cómo se hace.

—De todos modos hoy no saldré y no utilizaré bonete ni gorra. Trénzamelo sólo.

Le suplicó y la halagó con tantas expresiones cariñosas que Xiangyun acabó cediendo. Como en casa no usaba bonete, sólo le hizo unas trenzas con los cabellos cortos que le rodeaban la cabeza, y luego las unió en una gran trenza que sujetó con una cinta carmesí y adornó con cuatro perlas y un colgante de oro en el extremo.

—Sólo hay tres perlas iguales —advirtió ella—. La cuarta no pertenece al juego, y recuerdo que antes casaban todas. ¿Por qué falta una?

—La habré perdido.

—Seguro que se te ha caído en alguna de tus salidas. Qué suerte para quien la haya encontrado.

Daiyu, que estaba lavándose las manos al lado, sonrió irónicamente.

—¿Y cómo sabéis si se cayó o fue entregada a alguien para que la montara sobre una baratija?

En lugar de responderle, Baoyu empezó a juguetear con los objetos que había sobre el tocador frente al espejo. Cogió un poco de colorete, y ya se estaba preguntando si podría probarlo a hurtadillas cuando apareció Xiangyun por detrás, le agarró la trenza con una mano y con la otra puso el colorete fuera de su alcance.

—¿No cambiarás nunca tus bobas costumbres? —le preguntó.

En ese momento entró Xiren, que se retiró inmediatamente al ver que Baoyu había concluido su aseo.

Estaba ocupándose de su propio aseo cuando entró Baochai a preguntarle por el muchacho.

—En los últimos tiempos casi no viene por aquí —respondió Xiren, con un tono de amargura en la voz.

Baochai comprendió.

Con un suspiro, la doncella prosiguió:

—Sentir afecto por las primas está muy bien, pero todo tiene un límite. No deberían estar siempre juntos, día y noche. Pero de nada sirve que nosotras hablemos; no hacemos sino desperdiciar nuestro aliento.

Baochai valoró, juzgando sus palabras, el excelente sentido común de la doncella. Se sentó sobre el kang para preguntarle a Xiren qué edad tenía y de dónde procedía, sondeándola cuidadosamente acerca de varios temas y resultando de todo ello una impresión más que favorable. Pero pronto apareció Baoyu, y optó por retirarse.

—Parecíais muy enfrascadas en vuestra charla —le dijo Baoyu a Xiren—. ¿Por qué se fue la prima Baochai cuando yo llegué?

Tuvo que repetir la pregunta, y sólo entonces replicó la doncella:

—¿Por qué me pregunta a mí? ¿Acaso sé yo lo que sucede entre ustedes dos?

Baoyu percibió que le ocurría algo.

—¿Por qué estás tan irritada? —preguntó amablemente.

—¿Quién soy yo para irritarme? —contestó Xiren sonriendo con sarcasmo—. Lo mejor será que se mantenga apartado de este lugar. Hay otras que pueden cuidarlo, así que no me moleste. Yo volveré a atender a la Anciana Dama.

Dicho lo cual, se echó sobre el kang y cerró los ojos.

Desconsolado por la respuesta, Baoyu se acercó a tranquilizarla, pero ella mantuvo los ojos cerrados y lo ignoró. El muchacho estaba cavilando sobre la situación cuando entró Sheyue.

—¿Qué le pasa a Xiren? —le preguntó él.

—¿Cómo habría de saberlo? Mejor pregúntele a ella.

Esto dejó a Baoyu tan confundido que no supo qué responder. Se incorporó y dijo suspirando:

—Bien. Si nadie me hace casó, yo también me voy a dormir.

Y se fue a la cama. Cuando hubo pasado un buen rato sin hacer ruido y Xiren, midiendo su respiración regular, estuvo segura de que se había dormido, se levantó y lo arropó con una capa. Inmediatamente oyó un golpe sordo. Baoyu, que fingía dormir, había dejado caer la capa. Todavía tenía los ojos cerrados. Xiren sonrió, e hizo un gesto de comprensión con la cabeza.

—No es necesario que pierda los estribos —dijo—. De ahora en adelante seré muda y no diré una sola palabra contra usted. ¿Qué le parece?

Estas palabras hicieron incorporarse a Baoyu, que se sentó en el borde de la cama.

—¿Qué he hecho ahora? ¿Por qué sigues metiéndote conmigo? No me importa que me riñas, pero lo que acabas de hacer no es reñirme. Al entrar me has ignorado, y te acostaste furiosa por algún motivo que se me escapa. Ahora me acusas de mal genio, pero todavía no he oído una sola razón contra mí que justifique tu comportamiento.

—Lo sabe bien, sin necesidad de que yo se lo diga.

La discusión fue interrumpida por una llamada de la Anciana Dama. Baoyu acudió para acompañarla en la mesa y consiguió comer medio tazón de arroz antes de volver a su aposento. Encontró a Xiren dormida sobre el kang del cuarto de fuera, y a Sheyue jugando a su lado. Conocedor de la amistad que unía a las dos muchachas ignoró también a la despierta, y levantando una cortina entró en su dormitorio. Sheyue lo siguió, pero él la empujó fuera.

—Por nada del mundo se me ocurriría molestarlo —dijo ella, y, saliendo con una sonrisa, envió adentro a dos doncellas más jóvenes. Baoyu se acomodó para leer un libro hasta que tuvo ganas de beber té; entonces levantó la cabeza y vio a las dos muchachas de pie ante él. La mayor tenía cierto delicado encanto.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Huixiang [1] .

—¿Quién te dio ese nombre?

—Yo me solía llamar Yunxiang [2] , pero la hermana Hua [3] me lo cambió.

—Deberías llamarte Huiqi [4] , no Huixiang. ¿Cuántas muchachas hay en tu familia?

—Cuatro.

—Y tú, ¿qué lugar ocupas entre las cuatro?

—Soy la menor.

—Entonces te llamaremos Sier [5] y dejaremos eso de la fragancia y las orquídeas. ¿Cuál de vosotras se puede comparar con una de esas flores? Llamaros con esos nombres es insultar a las pobres flores.

Y pidió té.

Xiren y Sheyue, que habían estado escuchando desde la puerta, apretaron los labios para aguantar la risa.

Baoyu se pasó todo ese día deprimido, sin salir, sin jugar con las muchachas de la familia ni las doncellas, leyendo o escribiendo para matar el tiempo. En vez de llamar a otras, dio todas sus órdenes a Sier que, como era una muchacha despierta, aprovechó la oportunidad e hizo todo lo posible por complacerlo.

El muchacho tenía la costumbre, una vez acabada la cena y animado por unas cuantas copas de vino, de jugar un rato con Xiren y las demás; pero aquella noche permaneció solo y desconsolado a la luz de una lámpara. Por un momento sintió la tentación de reunirse con las jóvenes, pero luego pensó que eso provocaría sus bromas y acabaría acarreando nuevas reprimendas en el futuro. Por otra parte, hubiera sido un gesto poco amable hacer valer su autoridad.

«Haré como si no existieran —decidió—. Me las arreglaré solo. Eso me dejará en libertad para divertirme a mi antojo.»

Entonces se puso a leer un capítulo de Zhuangzi titulado «Ladrón que escala los muros de una casa», y llegó al siguiente pasaje:

Acabad con los santos y los sabios y desaparecerán los grandes bandidos. Arrojad lejos de vosotros los jades, triturad las perlas y no habrá rateros. Quemad las tarjas, romped los sellos y el pueblo retornará a su simplicidad natural. Haced añicos las medidas de capacidad, quebrad las balanzas y el pueblo dejará de reñir. Desarraigad, destruid las doctrinas de los santos y el pueblo discutirá las cosas libremente. Desbaratad las escalas musicales, estrellad contra el suelo zampoñas y cítaras, obturad los oídos a la música del ciego Kuang [6] y las gentes, bajo los cielos, aprenderán a escuchar por ellas mismas. Renunciad a los ornamentos y a los motivos de colores, pegad con cola los ojos de Li Zhu [7] , y todas las gentes, bajo los cielos, aprenderán a mirar por ellas mismas. Destruid cartabones y medidas de cuerda, compases y escuadras, cortad los dedos a Chui [8] y todas las gentes, bajo los cielos, recobrarán sus habilidades…

Tan delicioso le resultó el pasaje que, tocado como estaba por el vino, tomó el pincel y se puso a escribir en el mismo tono:

Quemad la flor [9] , desechad el almizcle [10] , y aquellas que habitan los aposentos interiores se guardarán sus consejos. Ajad la belleza de la preciosa horquilla [11] , embotad la inteligencia del jade negro [12] , descartad el afecto, y bondadosas y malvadas serán iguales en los aposentos interiores. Escuchar los consejos elimina el peligro de la discordia, la belleza ajada impide el afecto, la inteligencia embotada extirpa la admiración por el talento. Pues joya, jade, flor y almizcle son semejantes a redes que se tienden, trampas que se colocan para fascinar y hechizar a todos los hombres bajo los cielos…

Cuando acabó de escribir dejó el pincel y se fue a la cama, y en cuanto su cabeza rozó la almohada cayó dormido. No soñó.

Cuando despertó a la mañana siguiente vio a Xiren, totalmente vestida, que yacía a su lado sobre el cobertor. Olvidadas las rencillas del día anterior, le sacudió levemente el hombro.

—Te vas a enfriar —le dijo—. Acuéstate bien y abrígate.

Ahora bien, la manera desmedida que tenía Baoyu de jugar con sus primas a cualquier hora del día o de la noche había persuadido a Xiren de que no escucharía consejo alguno. Por ello había decidido darle una lección confesándole sus propios sentimientos; con ello la muchacha esperaba que abandonara pronto su actitud. Pero al pasar un día entero sin que remitiera el enfado del muchacho, fue ella la que se inquietó y pasó toda la noche desvelada. Cuando aquella mañana lo vio de mejor humor decidió ignorarlo, y cuando él intentó quitarle la chaqueta y le soltó un botón, la muchacha lo apartó y volvió a abotonarse.

Baoyu le tomó una mano preguntándole suavemente:

—¿Qué te pasa?

Tuvo que repetir varias veces la pregunta antes de que Xiren abriera los ojos.

—Nada —contestó ella—. Si ya se ha despertado, vaya a asearse antes de que se haga tarde.

—¿Dónde voy a ir?

—¡Y yo qué sé! —gruñó Xiren—. Vaya donde quiera. Más vale separar nuestros caminos a partir de ahora; así la gente dejará de reírse de nuestras peleas. Además, si se cansa de las de allá, siempre puede disponer de una Sier y de una Wuer [13] que cuiden de usted. Las demás no somos sino una ofensa para nuestros lindos nombres.

Baoyu se echó a reír.

—Así que todavía no lo has olvidado —dijo.

—Lo recordaré aunque viva cien años. No soy como usted, que deja salir por un oído lo que le entra por el otro, y a la mañana siguiente ha olvidado lo que se le dijo la noche anterior.

Conmovido por las sombras que nublaban el bello rostro de Xiren, Baoyu se hizo con una peineta de jade que había junto a la almohada y la arrojó contra el suelo, partiéndola en dos.

—Que a mí me suceda lo mismo si no te hago caso a partir de ahora —dijo.

—¡Qué manera de hablar tan temprano! —repuso Xiren recogiendo inmediatamente los dos fragmentos—. No tiene importancia que me obedezca o no; lo importante es que deje de comportarse de esta manera.

—No sabes lo mal que me siento.

—¿De modo que también es capaz de sentirse mal? ¿Y cómo supone que me siento yo? Démonos prisa y vistámonos.

Dicho lo cual se levantaron los dos y emprendieron su aseo.

Baoyu ya había salido a presentar sus respetos a la Anciana Dama cuando Daiyu entró en su cuarto. Al no encontrarlo, se puso a registrar los libros de su escritorio y descubrió el pasaje de Zhuangzi que había estado leyendo la noche anterior. Las líneas que el muchacho había añadido al pasaje le divirtieron y a la vez se sintió provocada. Tomó un pincel y añadió estos versos:

¿Quién juega con el pincel sin motivo

tergiversando al maestro Zhuang a su antojo?

No percibe su poca perspicacia,

y en cambio se queja de las demás.

Luego fue a presentar sus respetos a la señora de la casa y a la dama Wang.

Resultó que Dajie [14] , la hija de Xifeng, había caído enferma y la casa entera andaba revuelta. El médico consultado examinó a la niña y comunicó que su fiebre obedecía a un sencillo caso de «alegría» [15] .

La dama Wang y Xifeng enviaron inmediatamente a preguntar si la pequeña estaba en peligro. Ésta fue la respuesta del médico: «A pesar de que se trata de una enfermedad grave, evoluciona de una manera normal. No hay motivos para preocuparse, pero deben preparar gusanos de seda y cola de cerdo [16] ».

Xifeng dispuso que despejaran uno de los cuartos para que allí se erigiera un altar consagrado a la diosa de la Viruela, y prohibió freír alimentos. Después encargó a Pinger que preparase vestidos, ropa de cama y todo aquello que Jia Lian pudiera necesitar, y que dispusiera para él un cuarto aparte. También distribuyó tela roja [17] para la ropa Je las sirvientas, y se dispusieron cuartos para los dos médicos que se turnarían en el examen de las pulsaciones de a niña y en la elaboración de recetas magistrales durante doce días ininterrumpidos.

Jia Lian hubo de mudarse al estudio del pabellón exterior mientras Xifeng y Pinger, junto a la dama Wang, presentaban diariamente ofrendas a la diosa de la Viruela.

Lian no era el tipo de hombre que pudiese estar lejos de su mujer sin meterse en líos, y dos noches durmiendo solo era más de lo que podía soportar, de manera que desahogó sus ardores con los pajes más apuestos. Había en la mansión Rong un inepto cocinero podrido por la bebida, un individuo tan cobarde e inútil que todos lo conocían como Duo Gusano Fangoso. En su juventud sus padres le habían encontrado una esposa que a la sazón tendría unos veinte años, y que no andaba escasa de atractivos. Era una frívola criatura muy dada a seducir a las flores y provocar a las hierbas [18] , pero Gusano Fangoso no ponía reparos a sus andanzas siempre que él no estuviera falto de licor, carne y dinero. Pocos eran los hombres de las mansiones Ning y Rong que no hubieran puesto las manos sobre la esposa del cocinero, a la que, por ser tan voluble y hermosa, llamaban «señorita Duo» [19] .

Jia Lian, que se sentía inflamado por el destierro de su dormitorio, ya había puesto en alguna ocasión sus ávidos ojos sobre la señorita Duo, pero hasta ese momento no le había echado las manos encima por temor a su esposa en casa, y a sus mozalbetes fuera de ella. La señorita Duo, por su parte, también había coqueteado con Jia Lian mientras aguardaba ansiosamente su oportunidad. Apenas supo que se había mudado de cuarto empezó a revolotear por el lugar, entrando y saliendo para exhibir sus encantos, y Jia Lian mordió el cebo como una rata famélica. Acordó con sus pajes de confianza que éstos le arreglasen una cita con la mujer. Y, en verdad, el asunto fue solucionado de inmediato, pues los pajes no sólo actuaron espoleados por la promesa de una recompensa, sino que además todos y cada uno de ellos mantenía relaciones íntimas con la mujer del cocinero.

Aquella noche, durante la segunda vigilia, cuando todos descansaban y Gusano Fangoso yacía dormido, presa del licor, sobre el kang, Jia Lian se coló en el cuarto de la mujer. En cuanto la vio perdió el control y, sin mayores prolegómenos, se desnudaron y comenzaron la faena.

Ahora bien, esta mujer era de constitución tan extraña que el simple contacto con un hombre parecía derretirle los huesos, por lo cual Jia Lian se sintió como tumbado sobre algodones; además, las actitudes lujuriosas y los gritos obscenos de la mujer dejaban cortos los de cualquier cortesana. No había hombre que, en sus brazos, no llegara al frenesí más absoluto. ¡Jia Lian no quería sino fundir su cuerpo con el de la señorita Duo!

Para excitarlo aún más, la mujer que yacía bajo su cuerpo le decía:

—Su hija tiene viruelas y en su casa están haciendo ofrendas a la diosa. Debería usted llevar una vida limpia y no ensuciarse por mi culpa. Váyase rápido.

—Tú eres mi única diosa —le respondía Lian entre jadeos—. No me preocupa ninguna otra cosa.

Y cuanto más lasciva se ponía ella tanto más ignominioso se revelaba él, de manera que al acabar el encuentro se juraron fidelidad y a duras penas consintieron en separarse. Desde aquel día se convirtieron en amantes asiduos.

Entretanto, la enfermedad de la niña seguía su curso normal y poco a poco fueron sanando sus pústulas. Al cabo de doce días se celebró la despedida de la diosa y toda la familia hizo ofrendas al Cielo y a los ancestros, quemó incienso, intercambió enhorabuenas y repartió limosnas. Al concluir las ceremonias, Jia Lian retornó a sus aposentos y, al ver a Xifeng, como dice el viejo proverbio, «el reencuentro tras la: separación fue mejor que una noche de bodas». No necesitamos detenernos en los embelesos de su noche de amor.

A la mañana siguiente, cuando Xifeng salió a presentar sus respetos a las damas mayores, Pinger trajo la ropa de cama y las prendas de vestir que Jia Lian había utilizado fuera. Para su sorpresa, de una funda de almohada cayó un mechón de largo cabello. La avispada doncella se lo guardó inmediatamente en la manga y, dirigiéndose al cuarto de Jia Lian, se lo enseñó con una sonrisa.

—¿Qué es esto?

Jia Lian intentó recuperarlo, pero Pinger retiró la mano al tiempo que él alargaba la suya. Él la tumbó sobre el kang tratando de arrebatarle el cabello.

—¡Pequeña zorra! —le decía—. Dámelo o te rompo el brazo.

—¡Desagradecido! —le respondía ella entre risas—. He tenido la amabilidad de mantenerlo en secreto, y lo único que consigo a cambio es que me maltrate. Espere a que vuelva ella y se lo diga. ¡No sabe lo que le espera!

Jia Lian cambió de actitud y le suplicó con una sonrisa:

—Anda, sé buena chica, dámelo y no volveré a maltratarte.

En ese momento oyeron fuera la voz de Xifeng. Pinger se incorporó inmediatamente. Al entrar, Xifeng le dijo:

—Saca las muestras de esa caja para la señora, corre.

Mientras la doncella obedecía la orden de su señora, Xifeng vio a Jia Lian y se acordó de algo:

—¿Has traído todas las cosas que le llevaste al señor al otro cuarto?

—Sí, señora —contestó Pinger.

—¿No falta nada?

—Nada. Temí que faltase algo, pero lo he revisado con mucho cuidado y está todo aquí.

—¿Y hay algo que no debiera estar?

Pinger se echó a reír.

—¿No es suficiente con que no falte nada? ¿Qué podría haber de más?

—Quién sabe qué cochinadas habrá estado haciendo durante estos doce días —dijo Xifeng con una sonrisa gélida—. Quizás alguna de sus amiguitas haya olvidado algo: un anillo, una faja, una bolsita de perfume… Aunque sólo fuera un cabello o un trocito de uña. Cualquier cosa puede servir de fetiche.

Jia Lian empalideció. A espaldas de su esposa se pasó un dedo por el cuello amenazando a Pinger para que no lo delatase, pero ella simuló no haberlo visto y se echó a reír.

—Lo mismo pensé yo, y por eso registré con todo esmero. Pero nada. Si no me cree busque usted misma. Todavía no he guardado las cosas.

—¡Qué tonta eres, muchacha! —contestó Xifeng—. ¿Acaso crees que si tuviera escondida alguna reliquia de sus andanzas nos iba a permitir encontrarla?

Y se marchó con las muestras.

Señalando con el dedo su propia nariz, Pinger sacudió la cabeza y dijo riendo:

—¿Y cómo piensa el señor agradecerme esto?

Lleno de júbilo, fuera de sí, Jia Lian se abalanzó sobre ella, la abrazó y le hizo mil carantoñas.

—Esto me dará poder sobre usted durante el resto de mis días —dijo ella blandiendo el mechón de cabello—. Como no se porte bien conmigo, dejaré salir el gato del saco.

—De acuerdo —repuso Jia Lian—. Consérvalo tú. Pero, por favor, no dejes que ella lo encuentre.

Y mientras hablaba, con un rápido gesto, le arrebató el mechón.

—No te lo puedo confiar —ronroneó guardándoselo en la bota—. Más cuenta me trae quemarlo y acabar con este asunto.

—¡Bestia! —exclamó ella con los dientes apretados—. Apenas cruza el río derriba el puente. No vuelva a pedirme nunca que mienta por usted.

Excitado por esa encantadora muestra de genio, Jia Lian la rodeó con sus brazos y quiso saciar allí mismo su deseo, pero Pinger se zafó y salió corriendo del cuarto, dejándolo rabioso y frustrado.

—¡Maldita puta! —gritó furioso—. Primero me excitas y luego sales corriendo.

Pinger, ya detrás de la ventana, se echó a reír.

—Si soy o no una puta, es asunto mío —dijo—. ¿Quién le manda calentarse tanto? Si le dejo hacer su gusto y ella se entera seré yo quien pague las consecuencias.

—No debes tenerle miedo. El día menos pensado, cuando pierda la paciencia, le voy a dar una buena paliza a esa perra avinagrada. A ver si se entera de quién manda aquí. Me espía como si yo fuera un ladrón. Ella sí puede hablar con otros hombres, pero a mí no me permite intercambiar una sola palabra con otras mujeres, y, si lo hago, enseguida sospecha lo peor. En cambio, ella hace lo que le viene en gana, parloteando y riendo con cualquier cuñado o sobrino, joven o viejo, sin preocuparse de mis sentimientos. De ahora en adelante le voy a prohibir ver a nadie.

—Ella hace bien desconfiando de usted, pero usted no tiene razones para desconfiar de ella —replicó Pinger—. Ella no ha cometido ningún acto reprobable, pero usted siempre anda por ahí metido en líos. Yo actuaría como ella.

—Ah, ya veo que os habéis puesto de acuerdo. Lo que vosotras hacéis está bien hecho, pero todo lo que yo hago está mal. Tarde o temprano os ajustaré las cuentas.

Mientras Jia Lian gritaba furioso, regresó Xifeng por el patio y, al ver a Pinger en la ventana, preguntó:

—¿Qué pasa aquí? Si tenéis algo que deciros, ¿por qué no lo hacéis dentro en vez de hablar a gritos por la ventana?

—¡Eso es! —gritó Jia Lian desde el cuarto—. Por el modo como actúa, cualquiera pensaría que aquí dentro hay un tigre a punto de devorarla.

—¿Y por qué debo quedarme a solas con él? —preguntó Pinger.

—Si no hay nadie dentro, mejor así, qué duda cabe. —Xifeng sonrió.

—¿Eso lo dice por mí? —preguntó la doncella.

—¿Y por quién si no?

—No me obligue a decir cosas que luego lamentará haber oído.

Y en lugar de levantar la cortina para franquear la entrada a su señora, Pinger entró delante de ella y luego dejó caer la cortina bruscamente a sus espaldas, dirigiéndose al salón de enfrente.

Xifeng alzó ella misma la cortina y comentó:

—Esa muchacha debe estar loca para desafiarme de esta manera. ¡Ten cuidado con lo que haces, perrita!

De la risa, Jia Lian se había caído sobre el kang.

—Nunca supuse que Pinger tendría el coraje de desafiarte —aplaudió—. Ha subido en mi estima.

—Eres tú quien la ha consentido —replicó Xifeng—. Tú eres el responsable de su comportamiento.

—¿Por qué me culpas a mí de vuestras rencillas? Más vale que desaparezca.

—¿Adónde vas?

—Ahora vuelvo.

—Espera. Todavía tengo algo que decirte.

Para saber de qué se trataba, lean el próximo capítulo.

Por cierto:

En las doncellas virtuosas siempre anida el resentimiento,

y ya desde la antigüedad conocen los celos las encantadoras esposas.

Sueño En El Pabellón Rojo

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