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Capítulo XXVIII

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Jiang Yuhan regala a una nueva amistad

una faja perfumada de color escarlata.

Xue Baochai muestra ruborosamente

su brazalete rojo perfumado de almizcle.

Daiyu había culpado a Baoyu de la ofensa que le había infligido la doncella Qingwen al no permitirle la entrada en el patio Rojo y Alegre, y como ese día se celebraba la fiesta del dios de las Flores su enojo coincidió con su dolor por el final de la primavera; por eso, al enterrar los pétalos caídos, no pudo sino llorar su propio destino componiendo una lamentación que Baoyu escuchó. Al principio, éste hizo movimientos afirmativos con la cabeza siguiendo el ritmo del poema, pero cuando la muchacha llegó a los versos que decían: «Se ríen de mi locura porque os entierro, / ¿lo hará alguien conmigo igual?»; y también: «Cuando la primavera termine y la belleza se mustie / quedarán unos pétalos en el suelo y la muchacha muerta. / Nunca más volverán a encontrarse». Baoyu se arrojó al suelo transido de dolor, volcando su carga de flores marchitas, con el corazón desgarrado por la idea de que el encanto y la belleza de Daiyu habrían de desvanecerse algún día. Más aún, si eso había de ocurrir con Daiyu, también ocurriría con Baochai, Xiangling, Xiren y las demás muchachas. ¿Qué sería de él cuando todas hubiesen partido? ¿Y qué sería de aquel lugar, de las flores y los sauces del jardín? ¿A qué familia pertenecería todo aquello? Una idea se fue encadenando con otra hasta que acabó deseando ser un objeto estúpido e insensible para poder huir de las redes del mundo de los hombres y sentirse libre de dolores tan grandes, a pesar de que

Las sombras de las flores cubren su cuerpo.

Los cantos de las aves llenan su oído.

Daiyu, cuyo lamento había disminuido de intensidad, pudo oír claramente como alguien lloraba en la ladera, «Todos se ríen de mi locura, ¿es posible que haya alguien tan loco como yo?», se preguntó. Y al levantar la vista vio a Baoyu.

—¡Es él! —gruñó—. ¡Ese diablo sin entrañas!

O al menos eso quiso decir, pues justo cuando iba a pronunciar «sin entrañas» se llevó la mano a la boca enmudeciéndose. Después dio un largo suspiro, giró sobre sus talones y se marchó rápidamente de aquel lugar.

Cuando Baoyu, más calmado, pudo levantar a su vez la vista, ella ya no estaba, y pensó que se había ido porque no quería encontrarse con él. Se incorporó, se sacudió el polvo de la ropa y bajó la colina para emprender el regreso al patio Rojo y Alegre. Viendo que Daiyu andaba delante, echó a correr dándole alcance.

—¡Detente, por favor! —le suplicó—. Sé que no quieres verme, pero déjame decirte sólo una palabra. Cuando haya terminado podremos separarnos para siempre.

Daiyu se volvió. De buena gana no le hubiera prestado atención, pero ya que sólo se trataba de una palabra…

—Sólo escucharé una palabra.

—¿Y me escucharías si en vez de una fuesen dos? —preguntó el muchacho.

Por toda respuesta, Daiyu reemprendió su camino. Baoyu suspiró a sus espaldas.

—¿Por qué han cambiado tanto las cosas entre nosotros? Ahora no es como antes.

Las palabras de Baoyu consiguieron que Daiyu se detuviera de nuevo.

—¿«Ahora»? ¿«Antes»? ¿Qué quieres decir?

Baoyu suspiró de nuevo.

—¿Acaso no fui tu compañero de juegos cuando llegaste aquí? —preguntó—. Cualquier cosa que fuera de mi agrado era también tuya con sólo pedirla. Si me enteraba de que te gustaba uno de mis platos favoritos, lo guardaba en un sitio limpio hasta tu llegada. Comíamos en la misma mesa y dormíamos en la misma cama. Yo me ocupaba de que las doncellas no hiciesen nada que pudiese molestarte, pues pensaba que los primos que crecen juntos tan estrechamente deben mostrarse más cariño que los demás. Nunca pude suponer que con el tiempo llegarías a ser tan arrogante que yo no valdría nada para ti, mientras prodigas tu cariño a extraños como Baochai y Xifeng. Hace ya tres o cuatro días que no me haces caso o me dejas de lado. No tengo hermanos o hermanas realmente míos; sólo dos, que son hijos de otra madre, como bien sabes. Soy un hijo único, como tú, y pensé que eso sería motivo de afinidad entre nosotros, pero al parecer mis deseos han sido inútiles. Y no puedo decirle a nadie lo desgraciado que me siento.

Dicho lo cual, rompió a llorar.

Las palabras del muchacho y el dolor que lo consumía derritieron el corazón de Daiyu, pero se mantuvo inflexible a pesar de sus lágrimas de pena, con la cabeza agachada y en silencio.

Eso animó a Baoyu a continuar entre sollozos:

—Conozco mis defectos, pero a pesar de mi maldad nunca me atrevería a hacer cualquier cosa que te pudiese herir. Si hago algo equivocado puedes advertirme de ello, reñirme o incluso golpearme, en la seguridad de que no me importará. Pero cuando te limitas a no prestarme atención, como si no existiera, sin que yo conozca el motivo, entonces creo que me voy a volver loco y no sé qué hacer. Si ahora muriera, sólo sería el fantasma de alguien muerto injustamente, y no podrían salvar mi alma los bonzos budistas ni los monjes taoístas más esclarecidos, a no ser que me expliques realmente las razones de tu actitud.

A estas alturas el enojo de Daiyu se había disipado completamente.

—Si es cierto lo que dices, ¿por qué diste instrucciones a tus doncellas para que no me abrieran anoche? —preguntó.

—¿Qué dices? —exclamó Baoyu estupefacto—. ¡Que me muera aquí mismo si ordené tal cosa!

—¡Calla! No hables más de morir bajo la pura luz del día. ¿Lo hiciste o no? Sólo tienes que contestar sí o no.

—Te digo sinceramente que nada sabía de tu llegada. Baochai vino a charlar un rato, pero no se quedó mucho tiempo.

—Sí —dijo Daiyu, de mejor humor, después de un momento de reflexión—, supongo que tus doncellas se sintieron demasiado perezosas y, como no se quisieron mover, contestaron a mi llamada con descortesía.

—Seguro que eso fue lo que ocurrió. En cuanto vuelva le echaré una buena reprimenda a la responsable.

—Sí, sin duda todas tus doncellas lo merecen, aunque no es a mí a quien toca decidir esos asuntos. No importa si me ofenden a mí, ¡pero imagina los problemas que acarrearía su conducta si la próxima vez ofenden a la muchacha preciosa Bao o Bei, o como se llame [1] !

Y diciendo esto, apretó los labios para sonreír. Baoyu no supo si rechinar los dientes o reír.

En ese momento fueron llamados a comer y emprendieron juntos el camino hacia los aposentos de la dama Wang, que al ver a Daiyu le preguntó:

—¿Te sientes mejor, después de haber tomado la medicina del doctor Bao?

—Quizás no lo sabe, señora —intervino Baoyu—. La prima Lin sufre una debilidad congénita y es de constitución tan delicada que no soporta el más pequeño enfriamiento. Pero eso lo arregla con un par de dosis. Lo mejor que puede hacer es tomar unas píldoras.

—El médico nos dio el otro día el nombre de una de esas píldoras —dijo la dama Wang—, pero ahora no lo recuerdo.

—Creo que yo sí lo sé —exclamó Baoyu—. Me parece que son simples píldoras de ginseng. —No, no eran píldoras de ginseng.

—Entonces serían píldoras de Leonuro de los Ocho Tesoros, o Reconstituyente Izquierdo, o quizás Reconstituyente Derecho. ¿O serían píldoras de los Ocho Sabores?

—No, no, no era ninguna de ésas. Sólo recuerdo que contenían las palabras Sutra Diamante.

Baoyu aplaudió y se echó a reír.

—¡Nunca he oído hablar de píldoras Sutra del Diamante, pero si existen, entonces también deben existir polvos Bodhisattva!

Las palabras de Baoyu provocaron en el cuarto una carcajada general.

Intentando reprimir una sonrisa, Baochai sugirió:

—¿No serían píldoras Fortalece el Corazón del Rey de los Cielos?

—¡Así se llamaban! —exclamó la dama Wang—. Decididamente, me estoy volviendo boba.

—No diga eso, señora —protestó su hijo—. Lo que ocurre es que tanto sutra y tanto bodhisattva le están revolviendo la cabeza.

—¿No te da vergüenza? —le riñó ella—. Si tu padre estuviera aquí te daría una paliza.

—Mi padre no me pegaría por una cosa así.

—Bueno —atajó la dama Wang—, puesto que sabemos el nombre de las píldoras, mañana mismo enviaremos a que compren.

—Todos esos remedios no sirven para nada —protestó Baoyu—. Si me da trescientos sesenta taeles de plata yo mismo fabricaré unas píldoras para mi prima, y garantizo que estará curada antes de tomarlas.

—¡Pero qué barbaridad! —exclamó la dama Wang—. ¿Qué píldoras pueden costar tanto?

Baoyu se rió.

—Por supuesto, es una receta única. No detallaré los extraños ingredientes que la componen, pero uno de ellos es placenta de un primogénito y otro raíces de ginseng de forma humana con hojas [2] . Sólo estos dos cuestan más de trescientos sesenta taeles. También hay una poligonácea del tamaño de una tortuga, la raíz de un pino de mil años y otros componentes parecidos. Y todas éstas no dejan de ser cosas comunes si las comparamos con el ingrediente principal. El primo Xue me estuvo persiguiendo más de un año para que le diera esta receta, y a él le costó más de dos años y unos mil taeles de plata conseguir que se la preparasen. Si no me cree, madre, pregúntele a Baochai.

Baochai sonrió y levantó una mano en señal de protesta.

—No sé nada y nunca he oído hablar de un asunto parecido, de manera que no mandes a tu madre a que hable conmigo.

—Baochai es una buena chica —dijo la dama Wang—. Nunca diría una mentira.

Baoyu se puso a girar sobre sí mismo batiendo palmas.

—Lo que he dicho es cierto, y sin embargo me llaman mentiroso.

Al girar de nuevo vio a Daiyu sentada detrás de Baochai con un dedo cruzado sobre la mejilla, como un alegre reproche.

Xifeng, que había estado supervisando los preparativos de las mesas en el cuarto interior, llegó a sumarse a la discusión.

—Baoyu no miente. Es cierto lo que dice. El otro día Xue Pan vino a pedirme unas perlas. «¿Para qué quieres unas perlas?», le pregunté. «Para una receta —me dijo con un gruñido—, y si hubiera sabido las molestias que me ocasionaría no me habría metido en el asunto.» Yo le pregunté: «¿Pues de qué receta se trata?». «De una de las del primo Bao», me contestó. No tuve tiempo de escuchar todos los ingredientes que me enumeró, pero en un momento dado dijo: «Pude haber comprado unas perlas, pero las que se precisan para esta receta tienen que haber sido lucidas sobre la cabeza. Por eso he venido a pedírtelas. Si no tienes algunas sueltas, déjame cogerlas de alguno de tus adornos y más adelante encontraré unas buenas para reemplazarlas». De manera que tuve que darle un par de perlas de mis adornos. También quiso tres lienzos de gasa roja de la corte y me explicó que quería moler las perlas y convertirlas en un polvo fino que luego mezclaría con otros ingredientes.

Baoyu había interrumpido varias veces el discurso de Xifeng con exclamaciones como «¡Alabado, sea Buda! ¡Por fin se ha hecho la luz en este cuarto!», y en cuanto ella concluyó él intervino:

—Y eso que sólo se trata de un sucedáneo, señora. La verdadera receta exige perlas y diversas gemas usadas por damas nobles y ricas de la antigüedad, y tienen que proceder de viejos sepulcros. Pero no podemos andar por ahí saqueando sepulcros, ¿no?, de modo que tenemos que conformarnos con perlas usadas por gente que esté viva.

—¡Buda Amida! —exclamó la dama Wang—. ¡Qué idea! Aunque hubiera perlas en las viejas tumbas, ¿cómo podrían sacarse de allí sin remover los huesos de personas que llevan muertas cientos de años? Ningún remedio que tenga que recurrir a eso puede ser bueno.

Baoyu acudió a Daiyu.

—Tú has oído lo que se está diciendo aquí. Pues bien, si yo estuviera mintiendo, ¿me apoyaría mi prima Xifeng?

Y a pesar de que estaba enfrente de Daiyu, lanzó a Baochai una mirada de reojo.

Daiyu tomó el brazo de la dama Wang.

—Escúchalo, tía. Cuando Baochai se niega a refrendar su pequeña mentira, entonces acude a mí.

—Sí, Baoyu sabe ofenderte —dijo la dama Wang.

—No conoce el motivo, señora —intervino Baoyu con una sonrisa—. Incluso cuando vivía con su familia, la prima Baochai ignoraba las andanzas de su hermano, y ahora que está en el jardín su ignorancia es aún mayor. En cuanto a la prima Daiyu, hace un momento se cruzó un dedo en la mejilla censurándome el estar mintiendo.

Entró una doncella a llamar a Baoyu y Daiyu. La Anciana Dama los esperaba para cenar. Sin dirigirse a Baoyu, Daiyu sé incorporó y se dirigió hacia la doncella.

—¿No espera al señor Bao? —preguntó la doncella.

—No quiere comer nada —respondió Daiyu—. Vamos. En marcha.

Y salió del cuarto.

—Yo comeré aquí con usted —dijo Baoyu a su madre.

—No, no —objetó la dama Wang—. Hoy me toca ayunar carne, así que anda y come con tu abuela, como debe ser.

—Compartiré su comida sin carne —insistió Baoyu, que despidió a la doncella y se sentó a la mesa.

La dama Wang ordenó a Baochai y las demás muchachas que siguieran comiendo sin hacer caso al muchacho.

—Mejor harías yéndote de aquí —le dijo Baochai—. Aunque no quieras comer nada deberías acompañar a Daiyu, que está disgustada.

—No te preocupes por ella —contestó el muchacho—. Se le pasará enseguida.

Pero apenas hubo terminado de comer pidió té para enjuagarse la boca, temeroso de que su abuela estuviera inquieta por su ausencia, y preocupado él mismo por Daiyu. Al verlo, Tanchun y Xichun sonrieron.

—¿Por qué tienes siempre tanta prisa, hermano? —preguntaron con tono burlón—. Incluso por la comida y el té pasas corriendo.

—Dejadlo que termine de una vez y corra a buscar a la prima Lin —dijo Baochai—. ¿Qué razón hay para que se quede merodeando por aquí?

De un trago, Baoyu bebió su té y partió directamente hacia el patio occidental. En el camino encontró a Xifeng en el umbral de sus aposentos, hurgándose los dientes con un palillo para las orejas mientras miraba como una docena de pajes cambiaban de lugar unos tiestos.

—Apareces en el momento justo —le dijo a Baoyu con una sonrisa—. Entra. Entra y escríbeme unos cuantos caracteres.

Baoyu no tuvo más remedio que seguirla.

Una vez dentro, Xifeng mandó que trajeran pincel, tinta y papel, y empezó a dictarle:

—Cuarenta rollos de satén floreado de color rojo; cuarenta rollos de satén con dibujos de serpientes; cien rollos de seda imperial de diversos colores; cuatro collares de oro…

—¿Qué es esto? —preguntó Baoyu—. No parece una cuenta ni tampoco una lista de regalos. ¿Cómo quieres que lo escriba?

—Simplemente anótalo. Es suficiente con que yo entienda luego lo que dice.

Baoyu hizo lo que se le decía y, cuando hubo concluido, Xifeng guardó la lista.

—También quiero otra cosa, si no te molesta —le dijo con una sonrisa—. Quisiera que viniera a trabajar para mí esa doncella de tus aposentos que se llama Hongyu. Después te buscaré varias doncellas que la reemplacen. ¿De acuerdo?

—El patio Rojo y Alegre está repleto de gente. Llévate las doncellas que quieras. No tienes que pedirme permiso.

—En ese caso enviaré a alguien que la recoja.

—Hazlo.

Y ya se marchaba, cuando Xifeng volvió a llamarlo porque tenía algo más que decirle.

—La Anciana Dama me espera —se resistió él—. Ya me lo dirás cuando regrese.

Y siguió su camino. Cuando llegó a los aposentos de su abuela ya habían terminado todos de comer.

—¿Y bien? —dijo la Anciana Dama—. ¿Qué cosas buenas te ha dado tu madre de comer?

—Nada especial —contestó Baoyu—, pero comí un tazón de arroz más que de costumbre. ¿Dónde está la prima Lin?

—En el cuarto de dentro.

Baoyu entró y vio a una doncella atizando las brasas de una plancha; otras dos trazaban con tiza patrones para un vestido sobre el kang donde Daiyu, inclinada, cortaba la tela. Avanzó hacia Daiyu con una sonrisa.

—¿Qué haces? —preguntó—. ¿No sabes que inclinándote de esa manera después de comer sólo conseguirás que te vuelva a doler la cabeza?

Pero Daiyu, sin hacer caso, siguió con su tarea.

—Esa esquina de la seda sigue un poco arrugada —comentó una de las doncellas—. Mejor sería plancharla de nuevo.

—No te preocupes —dijo Daiyu dejando las tijeras—. Se le pasará enseguida.

Al oír aquello, Baoyu no comprendió a qué se refería. En ese momento llegaron Baochai, Tanchun y las demás para charlar con la Anciana Dama. Al poco rato entró Baochai en el cuarto de dentro y preguntó a Daiyu qué hacía; luego se puso a mirarla mientras trabajaba.

—Cada día eres más hábil —comentó—. Ya puedes incluso cortar vestidos.

—No es más que una ilusión —replicó Daiyu—, una manera de engañar a la gente.

Baochai sonrió.

—Te contaré algo divertido —dijo—, el primo Bao está molesto conmigo porque negué tener conocimiento alguno sobre aquel asunto de la medicina.

—No te preocupes, se le pasará enseguida.

Al recibir el nuevo golpe, Baoyu se volvió a Baochai y le dijo:

—La Anciana Dama quiere jugar al dominó y no hay bastante gente. ¿Jugarás?

—Para eso he venido.

Y se dispuso a salir. Antes de alcanzar la puerta Daiyu le dijo:

—Más vale que te marches. Aquí hay un tigre que podría devorarte.

Y siguió cortando la tela sin atender a Baoyu, que sugirió conciliador:

—¿Por qué no descansas un momento y sales a dar un paseo?

Daiyu no respondió.

—¿Quién le dijo que hiciera este trabajo? —preguntó Baoyu a las doncellas.

—Fuera quien fuera no es asunto del señor Baoyu —replicó Daiyu.

Antes de que él pudiese contestar, entró un criado a anunciar que alguien quería verlo en el exterior. Mientras salía a toda prisa, Daiyu exclamó:

—¡Alabado sea Buda! ¡Espero estar muerta antes de que vuelvas!

Baoyu encontró fuera a Beiming, quien le comunicó que Feng Ziying lo había invitado a su casa. Recordando lo hablado el día anterior con Xue Pan mandó que trajeran su ropa de visita y se dispuso a esperarla en el gabinete de estudio. Beiming, por su parte, fue a la segunda puerta y allí esperó hasta que apareció una anciana.

—El señor Bao está en el gabinete esperando su ropa de visita —dijo—. ¿Podría decírselo a sus doncellas, venerable anciana?

—¡Cretino! —chilló la vieja—. Ahora el señor Bao vive en el jardín, y con él todos sus criados y doncellas, ¿por qué traes el mensaje aquí?

—¡Justa invectiva! —convino el criado riendo—. ¡Soy un idiota!

E inmediatamente se dirigió a la puerta del este y buscó a uno de los mozalbetes que estaban jugando a la pelota en el pasaje para que corriera a entregar el mensaje. Al poco rato volvió el mozalbete con un hato que Beiming llevó al gabinete.

Tras mudarse de ropa, Baoyu pidió su caballo y partió acompañado de cuatro pajes: Beiming, Chuyao, Shuangrui y Shuangshou. Cuando llegaron a la puerta de Feng Ziying y fueron anunciados, salió Feng a darles la bienvenida. Xue Pan ya llevaba allí algún tiempo rodeado de varios cantantes, de un actor especializado en papeles femeninos llamado Jiang Yuhan, y de Yuner, una cortesana de la casa Brocado Fragante. Después de las presentaciones fue servido el té.

Baoyu levantó su taza sonriendo al anfitrión.

—Desde el otro día no he dejado de pensar en tu comentario acerca de la buena y la mala fortuna —dijo—, así que en cuanto he recibido tu invitación he venido corriendo.

—Sois unos crédulos, tú y tu pariente Xue —dijo Ziying con una carcajada—. Eso sólo era una excusa para haceros venir, pues de otro modo temía que no aceptarais mi invitación. ¿Cómo iba a pensar que os lo tomaríais en serio?

Entre risa y risa llegó el licor y todos se sentaron según un orden previamente dispuesto. Feng hizo que uno de los cantantes escanciara la bebida, y pidió a Yuner que se acercara a la mesa para brindar por los invitados. Después de haber bebido tres copas, Xue Pan se puso grosero y, cogiendo de la mano a la cortesana, le suplicó:

—Cántame una canción que sea nueva y bonita —le suplicó—, y me beberé una jarra entera de licor. ¿Qué te parece?

A Yuner no le quedó sino obedecer, de manera que cogió su pipa [3] y cantó de esta manera:

Dos amantes tengo, dos,

y a ninguno dejar puedo.

Cuando me acuerdo de uno

del otro también me acuerdo.

Son guapos y divertidos,

cómo describir su encanto.

Tuve una cita secreta ayer,

bajo el emparrado.

Vino uno a robar mi amor,

vino el otro a sorprendernos.

Y allí los tres, frente a frente,

¡no pude decirles nada!

Cuando hubo terminado la canción, Yuner dijo a Xue Pan:

—Ahora bébete la jarra.

Pero Xue Pan protestó:

—Eso no vale una jarra entera. Cántanos algo mejor.

—¡Escuchadme! —intervino Baoyu—. Si bebemos tan aprisa, pronto estaremos borrachos y no podremos seguir divirtiéndonos. Os propongo un juego. Primero beberé yo una copa, y después si alguien no me obedece deberá apurar diez copas seguidas y levantarse de la mesa para servir a los demás.

Todos estuvieron de acuerdo con la propuesta de Baoyu, que apuró su copa.

—Y ahora —dijo—, cada uno de vosotros deberá componer cuatro versos sobre el dolor, la tristeza, el júbilo y el placer de una muchacha, explicando los motivos de cada uno de esos sentimientos. Luego hay que beber una copa de licor, entonar una nueva canción popular y recitar un verso de un viejo poema, pareado o dicho de los Cuatro Libros o de los Ensayos Clásicos que ha de tener relación con algún objeto de esta mesa.

Baoyu todavía no había concluido cuando ya Xue Pan se había puesto de pie para protestar.

—No pienso jugar a eso. No contéis conmigo. Aquí lo que se está buscando es la manera de burlarse de mí.

Yuner se levantó a su vez y, de un empujón, lo devolvió a su asiento.

—¿De qué tienes miedo? —le dijo—. ¿Acaso no bebes todos los días? ¡Ahora va a resultar que no estás a mi altura! Yo lo voy a intentar. Si sale bien, ¡magnífico!; si sale mal, al menos me habré bebido unas cuantas copas. ¿O prefieres beberte diez copas y servir a los demás?

Todos aplaudieron apoyando sus palabras, de manera que Xue Pan hubo de ceder.

Baoyu empezó:

—El dolor de una muchacha: se va la juventud y ella sigue soltera. Su tristeza: «Se arrepiente de haber hecho salir a su marido para que llegara a marqués» [4] . Su júbilo: su belleza cuando se mira al espejo cada mañana. El placer de la muchacha: mecerse dentro de un liviano traje primaveral…

—¡Bien! —exclamaron todos, salvo Xue Pan, que sacudió la cabeza.

—No sirve —gruñó—. No sirve. Debería ser castigado.

—¿Por qué? —preguntaron los demás.

—Porque no he entendido ni una palabra.

Yuner le dio un pellizco.

—Cállate y piensa tus versos —le dijo—. Si no lo haces serás tú quien reciba el castigo.

Dicho lo cual cogió su pipa y se dispuso a acompañar a Baoyu, que cantó:

Amor llora sin fin gotas de sangre, granos de amor [5] .

En los pabellones decorados se abren sin descanso

las flores de primavera; se multiplican los sauces.

Al atardecer, el viento y la lluvia flagelan

la gasa de las ventanas y no puede dormir,

ni olvidar sus antiguas tristezas, sus nuevos dolores.

No puede comer los granos de jade, los platos de oro [6] ,

y su imagen, cada día más delgada, se refleja

apenas en los espejos.

Nada es capaz de desplegar su ceño fruncido.

Nunca acabará la noche y eterno es su dolor,

como la sombra de las cimas azules que divisa en la lejanía,

como el verde arroyo fluyendo

hacia lo infinito.

El único que no aplaudió la canción de Baoyu fue Xue Pan.

—No tiene ritmo —objetó.

Baoyu apuró su copa y tomó de la mesa un trozo de pera citando:

—«La puerta está cerrada; la lluvia golpea las flores del peral [7]

Entonces le tocó el turno a Feng Ziying, que empezó de esta manera:

—El dolor de la muchacha: su esposo cae mortalmente enfermo. La tristeza de la muchacha: el viento derriba su tocador. El júbilo: da a luz hijos gemelos en su primer parto. El placer: cazar grillos en el jardín.

Luego, alzando su copa, cantó:

Eres encantador y sensible,

demonio astuto y perverso,

pero aunque fueras un dios

¿de qué serviría?

Nunca crees lo que te digo.

Pregunta cuando yo falte,

pregunta y te dirán

cuánto te quiero.

A continuación bebió su copa de un trago y, cogiendo de la mesa un trozo de pollo, citó:

—«Un gallo canta a la luna junto al rústico albergue [8]

Luego llegó el turno de Yuner, que habló de esta manera:

—El dolor de la muchacha: ¿dónde encontrará un esposo que la mantenga…?

—¡Pero muchacha! —interrumpió Xue Pan con un suspiro—. ¿Qué problema tienes mientras esté aquí tu señor Xue?

—¡No la entretengas! —gritaron los demás—. ¡No la distraigas!

Yuner continuó:

—La tristeza de la muchacha: ¿acaso le pegará siempre la alcahueta…?

—El otro día vi a esa alcahueta tuya y le advertí que no te volviera a poner las manos encima —interrumpió otra vez Xue Pan.

—¿Dejarás de interrumpir? —protestaron los otros—. Como lo vuelvas a hacer tendrás que beber diez copas.

Pan se abofeteó a sí mismo mientras decía:

—¿Estás sordo? ¡Ni una palabra más!

Yuner prosiguió:

—El júbilo de la muchacha: su amante no soporta la idea de dejarla para volver a su casa. El placer de la muchacha: tañer las cuerdas después de haber silenciado las flautas.

Luego entonó la siguiente canción:

El día tres de la luna tercera

el cardamomo florece.

Un gusano ha venido

ansioso por entrar.

Empuja con gran fuerza

mas no lo consigue.

En la flor se encarama;

allí se balancea.

Carne, corazón mío,

si no te abro yo,

¿cómo entrarás?

Cuando hubo terminado apuró la copa y cogió un melocotón de la mesa citando:

—«Ya están los duraznos en flor».

Por fin llegó el turno de Xue Pan.

—De acuerdo —dijo—. Ahí va: el dolor de la muchacha… —Y ahí se inició una larga pausa.

—¿Cuál es el dolor de la muchacha? —presionó Ziying—. Vamos. Sigue.

Los ojos de Xue Pan, con el esfuerzo, parecían a punto de salirse de sus órbitas.

—El dolor de la muchacha…

Carraspeó dos veces y continuó:

—El dolor de la muchacha… ¡casarse con un tortuga [9] !

Estalló una sonora carcajada.

—¿De qué os reís? —preguntó amoscado—. ¿Cuál es el problema? ¿Acaso no sería doloroso para una muchacha que el hombre con el que se casase resultase ser un cornudo?

Las risas arreciaron. Entre contorsiones lograron decirle:

—Muy bien. Sigue. Muy bien.

Los ojos de Xue Pan se abultaron de nuevo y prosiguió:

—La tristeza de la muchacha… —Y de nuevo se apagó la voz.

—¿Cuál es? ¿Cuál es? —le urgieron.

—La tristeza de la muchacha… ¡un enorme gorila salta de su cama!

Entre rugidos y carcajadas todos exclamaron:

—¡Que pague! La otra todavía podía pasar, pero ésta… ¡ésta es imposible!

—¡No, no, es suficiente con que rimen! —intervino Baoyu antes de que pudieran llenar la copa de Xue Pan.

—Si el encargado de juzgarlo lo da por bueno —exclamó Xue Pan—, ¿por qué armáis vosotros tanto lío?

Los demás cedieron.

—Las dos líneas que te quedan son más difíciles —dijo Yuner—. ¿Quieres que las haga por ti?

—¡Pamplinas! —replicó Pan—. ¿Piensas que ya no me quedan recursos? Escucha. El júbilo de la muchacha: levantarse perezosa después de su noche de bodas.

—¡Qué lírico se está poniendo! —exclamaron.

—El placer de la muchacha… ¡que la joda una buena verga!

—¡Para matarte! ¡Es para matarte! —gritaron todos entre risas apartando la vista—. Date prisa y empieza con la canción.

Y entonces Xue Pan cantó:

—«Un mosquito zumba, zum, zum…»

—¡¿Pero qué canción es ésa?! —le increparon.

Él continuó impertérrito:

—«Dos moscas bordonean, bzz-bzz…»

—¡Basta! ¡Cállate! —le gritaron.

—Bueno, si no queréis que siga… —dijo él—. Es una nueva canción llamada «Bzz-bzz», pero si no queréis escucharla habréis de perdonarme la bebida.

—¡Te la perdonamos! ¡Te la perdonamos! ¡Pero cállate ya! ¡Estás impidiendo que los demás jueguen!

Jiang Yuhan, el actor, tomó el relevo:

—El dolor de la muchacha: su esposo parte para nunca volver. La tristeza de la muchacha: no tiene dinero para comprar afeites. El júbilo de la muchacha: la mecha se bifurca como una flor doble [10] . El placer de la muchacha: armonía entre los esposos.

Y a continuación cantó:

Naciste con tantos encantos

que una diosa pareces llegada del cielo.

La juventud florida, la fresca edad

es justo el tiempo de los amantes.

Redobla el tambor de la atalaya [11]

y brilla en las alturas el Río Celestial [12] .

Date prisa, baja la luz de la lámpara de plata

y oculta nuestro amor con las cortinas.

Cuando terminó de cantar, el actor alzó su copa y dijo:

—Conozco muy pocos poemas, pero afortunadamente recuerdo un verso de un pareado que leí ayer mismo y que casualmente coincide con un objeto que hay sobre la mesa.

Y después de apurar su copa cogió de la mesa una flor de osmanto y recitó:

Cuando la fragancia de las flores atrapa a los hombres

sabemos que el día está templado [13] .

Todos dieron el verso por bueno y el juego concluyó, pero Xue Pan se levantó de un salto.

—¡Has ido demasiado lejos! —gritó dirigiéndose a Jiang Yuhan—. Tienes que pagar. Has mencionado un tesoro que no está aquí.

Yuhan, perplejo, preguntó:

—¿A qué tesoro te refieres?

—No intentes negarlo. Repite otra vez esa cita.

El actor obedeció.

—¿Acaso no es Xiren un tesoro? —preguntó Xue Pan—. Si no me crees, pregúntale a él.

Y señaló a Baoyu que, incómodo, se incorporó.

—¿Cuántas copas beberás en pago por esto, primo Xue? —preguntó a Xue Pan.

—¡De acuerdo, de acuerdo, lo merezco! —Y llevando la copa a sus labios la despachó de un trago.

Feng Ziying y Jiang Yuhan, que no entendían nada, pidieron explicaciones, y cuando Yuner les dijo quién era Xiren, el actor se incorporó y pidió disculpas.

—No es culpa tuya —le dijeron los demás—. Tú no lo sabías.

Baoyu sintió deseos de orinar y dejó el cuarto, y entonces Yuhan lo siguió para reiterarle sus disculpas en el corredor. A Baoyu le conmovió el apuesto porte del actor, y apretándole fuertemente la mano le dijo:

—Ven a verme cuando tengas tiempo. Ah, y tengo algo que pedirte. En tu compañía hay un actor, conocido en todo el país, que se llama Qiguan. Yo nunca he tenido la oportunidad de verlo actuar.

Jiang Yuhan sonrió.

—Ése es mi nombre profesional —dijo.

—¡Qué suerte! —exclamó Baoyu—. Verdaderamente haces justicia a tu reputación. ¿Cómo podría marcar nuestro primer encuentro?

Lo pensó un instante, se sacó de la manga el abanico, cogió el colgante de jade y se lo entregó al actor.

—Por favor, acepta esta humilde baratija como muestra de mi amistad.

—¿Qué he hecho yo para merecer esto? —dijo Qiguan sonriendo—. Está bien. Llevo puesto algo que estrené esta mañana. Es bastante nuevo. Que sirva como minúscula muestra de mi devoción.

Y se levantó la túnica para desatar la faja escarlata que llevaba ceñida a la cintura y entregársela a Baoyu.

—Esta faja forma parte del tributo de la reina de Qianxiang —explicó—. Si uno la lleva puesta en verano, perfuma su piel y le impide sudar. Ayer mismo me la regaló el príncipe de Pekín y esta mañana me la puse por primera vez. No se la hubiera dado a ninguna otra persona. ¿Sería mucha molestia pedirle que me dé a cambio la suya, señor?

Con el mayor de los placeres, Baoyu tomó la faja escarlata y después se quitó su propia faja de color verde pálido entregándosela al actor. Ambos estaban ajustándose sus fajas intercambiadas cuando oyeron un grito:

—¡Con las manos en la masa! ¡Os he cogido con las manos en la masa!

Era Xue Pan, que de un salto agarró una mano de cada uno.

—¿Qué os traéis entre manos? —exclamó—. ¡Dejáis el licor en la mesa y os escabullís del banquete! A ver qué tenéis ahí.

Cuando le contestaron: «Nada», él se negó a creerlos y no les dejó partir hasta que llegó Feng Ziying. Entonces volvieron a sus, respectivos lugares alrededor de la mesa y siguieron bebiendo hasta la caída del sol, cuando la reunión se deshizo.

De vuelta en el jardín, Baoyu se quitó la ropa de visita para beber té, y Xiren, observando que no llevaba el colgante del abanico, indagó por su destino.

—Se me habrá perdido cabalgando.

Pero cuando el muchacho se metió en la cama, la doncella vio la faja de color sangre que llevaba en la cintura y columbró, más o menos, lo sucedido.

—Ahora que tiene una faja nueva, ¿me devolverá la mía? —le preguntó.

Sólo entonces recordó Baoyu que la faja de color verde pálido pertenecía a Xiren y que nunca debía haberse desprendido de ella. Lo lamentó mucho, pero no pudo explicarle lo sucedido.

—Te conseguiré otra —le prometió.

—Ya me imagino sus últimas andanzas —dijo ella con un suspiro mientras meneaba la cabeza—. No tiene derecho a regalar mis cosas a esas criaturas de baja estofa. Ya debería saberlo.

Como Baoyu estaba achispado, no quiso seguir más allá, temerosa de su reacción, y se fue también a dormir.

Al despertar a la mañana siguiente lo primero que vio fue a Baoyu que le sonreía.

—No te enterarías ni de la llegada de un ladrón durante la noche —le dijo—. Mira tu cintura.

Xiren bajó la mirada y vio que la faja que él había llevado el día anterior ahora la llevaba ella. Al darse cuenta de que Baoyu había efectuado el cambio durante la noche se la quitó inmediatamente.

—No me interesa semejante basura. Llévesela.

Pero él le suplicó hasta que ella accedió a usarla. Sin embargo, en cuanto el muchacho abandonó el cuarto ella volvió a quitarse la faja, la arrojó a un cajón vacío y se colocó otra. Cuando Baoyu regresó no se percató de nada.

—¿Sucedió algo ayer? —preguntó él.

—La señora Lian vino a recoger a Xiaohong. La chica quiso esperar a que usted regresara, pero no me pareció necesario, de manera que asumí la responsabilidad y la despaché.

—Muy bien. Ya lo sabía. No era necesario que esperase mi vuelta.

—Vino también el eunuco Xia, enviado por la consorte imperial, con ciento veinte taeles para que sean gastados en ceremonias, representaciones y sacrificios en la abadía Etérea durante los tres primeros días del mes que viene. Quiere qué el señor Zhen lleve a todos los caballeros a quemar incienso y rezar a los budas. También mandó regalos para la fiesta de la Barca-Dragón [14] .

Xiren ordenó a una doncella más joven que trajera los regalos: dos finos abanicos de la corte, dos sartas de cuentas rojas perfumadas con almizcle, dos cortes de seda de cola de fénix y unos petates de bambú con dibujos de lotos.

A Baoyu le gustaron mucho todos los regalos, y preguntó si los demás también habían recibido presentes parecidos.

—La Anciana Dama ha recibido además un cetro ruyi de sándalo y un cojín de ágata; y el señor Zheng, la dama Wang y la dama Xue un cetro de sándalo cada uno. Usted ha recibido lo mismo que la señorita Xue. La señorita Lin y las otras tres damas jóvenes recibieron abanicos y cuentas. La señora Li Wan y la señora Xifeng recibieron cada una dos cortes de gasa, dos rollos de seda, dos bolsas perfumadas y dos píldoras de palacio.

—¿Cómo puede ser? —preguntó Baoyu—. ¿Por qué la señorita Xue recibió lo mismo que yo, y no la señorita Lin? Debe tratarse de un error.

—Imposible. Cada regalo llegó ayer con el nombre puesto. El suyo fue a los aposentos de la Anciana Dama, y, cuando fui a recogerlo, ella misma me dijo que debía ir usted mañana a palacio durante la quinta vigilia a presentar sus agradecimientos.

—Sí, por supuesto.

Mandó llamar a Zixiao.

—Lleva estas cosas a la señorita Lin. Dile que lo recibí ayer, y que puede quedarse con lo que quiera.

La doncella hizo lo que se le había ordenado, y a su vuelta informó:

—Dice la señorita Lin que ella también ha recibido regalos, y quiere que conserve usted los suyos.

Entonces hizo guardar las cosas y se lavó la cara antes dé salir a presentar sus respetos a la Anciana Dama. Por el camino encontró a Daiyu y se le acercó Con una sonrisa.

—¿Por qué no quisiste quedarte con nada de lo que te envié?

A causa de su tristeza por este nuevo incidente, Daiyu había olvidado sus rencores previos.

—No he nacido para tener tan buena fortuna —dijo—. No me comparo con la prima Baochai, su oro y su jade. Soy tan vulgar como una planta o un árbol.

Baoyu captó inmediatamente la insinuación.

—Que otros hablen sobre el oro y el jade —protestó—, ¡pero que la tierra me trague y el cielo se desplome sobre mi cabeza si alguna vez he tenido semejante idea! ¡Que nunca vuelva a nacer con forma humana!

Daiyu comprendió cuánto le había dolido su comentario.

—¡Tonterías! —dijo burlándose—. ¿Por qué juras tanto sin motivo alguno? ¿A quién le preocupa realmente tu oro o tu jade?

—Es difícil decirte todo lo que contiene mi corazón, pero ya lo comprenderás algún día. Después de mi abuela y de mis padres eres para mí la persona más cercana del mundo. Juro que no existe otra persona.

—No hay necesidad de jurar. Sé que tengo un lugar en tu corazón. Pero sé también que cuando la ves a ella te olvidas de mí.

—Yo no soy así. Son imaginaciones tuyas.

—Ayer mismo, ¿por qué recurriste a mí cuando Baochai se negó a respaldar una de tus mentiras? No quiero ni pensar en lo que habría sucedido si me hubiese negado yo.

Al ver que Baochai se acercaba siguieron andando, y ella, por su parte, simuló no haberlos visto y siguió con la cabeza agachada hasta donde estaba la dama Wang, con la que conversó unos momentos antes de pasar a los aposentos de la Anciana Dama. Cuando llegó ya estaba allí Baoyu.

Ahora bien, desde que la dama Xue había contado a la dama Wang la historia del amuleto de oro que un monje había entregado a Baochai vaticinándole que sólo se casaría con un hombre de jade, la muchacha se había mostrado distante con Baoyu. Y el hecho de que Yuanchun les hubiera hecho idénticos regalos el día anterior consiguió hacerla aún más sensible sobre el particular. Afortunadamente Baoyu estaba tan embebido con Daiyu, tan dedicado a ella, que no prestó mayor atención a aquella coincidencia.

Y en ese momento, sin previo aviso, Baoyu pidió a la muchacha que le dejara ver el brazalete de cuentas rojas perfumadas con almizcle que llevaba en la muñeca derecha. No tuvo más remedio que quitárselo, pero como estaba tan gordita no le resultó tarea fácil. Mientras contemplaba admirado su brazo blanco y suave pensó Baoyu: «Si fuera Daiyu tendría una posibilidad de acariciarle el brazo, ¡lástima que se trate de Baochai!».

De pronto recordó la conversación sobre el oro y el jade y miró a la muchacha con detenimiento. Su rostro parecía un disco de plata, sus ojos eran brillantes y almendrados; sus labios, rojos sin necesidad de carmín; sus cejas, oscuras sin necesidad de lápiz… Su encanto era distinto al de Daiyu. Tan fascinado estaba que cuando finalmente ella logró quitarse el brazalete y ofrecérselo, él ni siquiera lo tomó.

Incómoda por la insistente mirada de Baoyu, Baochai dejó el brazalete y giró sobre sus talones disponiéndose a partir. En el umbral vio a Daiyu, que mordía su pañuelo con una sonrisa burlona.

—¿Qué haces ahí parada en plena corriente de aire? —le preguntó Baochai—. Sabes lo fácil que resulta coger un resfriado.

—Estaba en mi cuarto y oí un extraño graznido de pájaro, pero cuando salí vi que sólo se trataba de un ganso idiota.

—¿Dónde está ese ganso idiota? Me gustaría verlo.

—Salió dando aletadas en cuanto llegué.

Y con estas palabras dio con el pañuelo un golpe en los ojos a Baoyu, que lanzó una sobresaltada exclamación.

¿Cómo acabó esto? Escuchen, si quieren saberlo, el capítulo siguiente.

Sueño En El Pabellón Rojo

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