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Capítulo XXXII

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Anonadado, Baoyu hace una confesión

con palabras arrancadas del corazón.

Un violento sentimiento de vergüenza

arrastra a Jinchuan a la muerte.

A Baoyu le llenó de júbilo ver el unicornio.

—¡Gracias! —exclamó riendo mientras alargaba la mano para cogerlo—. ¿Dónde lo encontraste?

—Menos mal que sólo se trataba de una nadería —dijo Xiangyun—. ¿Qué pasará el día de mañana si pierdes tu sello oficial?

—Perder un sello oficial no tiene importancia, pero perder este unicornio merece la muerte.

Mientras tanto, Xiren había servido té y se lo estaba ofreciendo a Xiangyun.

—Señorita Shi, el otro día me dijeron que ya está comprometida —comentó con una sonrisa.

Xiangyun se sonrojó y no dijo nada, limitándose a sorber su té.

—¡Qué tímida es usted! —exclamó la doncella—. ¿Recuerda lo que me dijo una noche hace diez años, cuando estábamos en el cuarto del ala oeste? Entonces no era tímida conmigo, ¿por qué tantos remilgos ahora?

—¡Qué cosas dices! —Xiangyun habló por fin—. ¡Entonces éramos tan amigas! Pero cuando mi madre murió y yo regresé a mi casa, a ti te destinaron al servicio del primo Baoyu, y ahora, cuando vengo, ya no te comportas igual conmigo.

—En aquellos días, cuando usted quería que le lavase la cara o la peinase, me llamaba «hermana» o «querida hermana». Ahora ha crecido y tiene el aire de una joven dama. Si se parapeta en su dignidad, ¿cómo voy a tomarme libertades?

—¡Buda Amida! Eso no es justo —exclamó Xiangyun—. Que caiga muerta aquí mismo si me estoy dando aires. Mira el calor que hace hoy, y sin embargo lo primero que hago al llegar es venir a verte. Pregúntale a Cuilü si no me crees. En casa siempre hablo de lo mucho que te echo de menos.

Xiren y Baoyu, quejándose al mismo tiempo, le contestaron que había perdido el sentido del humor y ya no sabía aceptar los bromas, y que, además, se enfurecía con demasiada facilidad.

—Vosotros, que no reconocéis lo provocadores que podéis llegar a ser, me reconvenís a mí por enfadarme —replicó ella.

Dicho lo cual, Xiangyun desanudó el pañuelo y tomó un anillo que entregó a Xiren, quien lo agradeció efusivamente.

—La verdad es que me dieron uno de los que había enviado a sus primas —comentó—. Ahora usted misma me trae uno, clara señal de que no me ha olvidado. Más que los anillos, valen los pensamientos.

—¿Y quién te dio uno? —preguntó Xiangyun.

—La señorita Baochai.

—Pensé que habría sido la señorita Lin. De manera que fue Baochai… Cada día, en mi casa, me acuerdo de mis primas y pienso que, de todas, Baochai es la mejor. ¡Lástima que no seamos hermanas! Si lo fuéramos, mi orfandad sería menos triste.

Y las lágrimas se asomaron a los ojos de Xiangyun.

—Bueno, bueno —exclamó Baoyu—. Dejad ya de hablar de ese tema.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó Xiangyun—. Yo sé por qué quieres que lo dejemos. Temes que se entere tu prima Lin y se enfade conmigo por elogiar a Baochai, ¿no es eso?

—¡Señorita Yun! —exclamó Xiren echándose a reír—. No sólo ha crecido, sino que se ha vuelto más elocuente.

—He aquí la prueba de lo inútil que es hablar con vosotras —dijo Baoyu sonriente.

—No me hagas daño hablando así, querido primo. Frente a nosotras siempre tienes palabras, ¿pero qué sucede cuando cruzas la lengua con tu prima Lin?

—Ya está bien —interrumpió Xiren—. Tengo un favor que pedirle.

—¿De qué se trata? —preguntó Xiangyun.

—He empezado un par de pantuflas, pero no he podido terminarlas porque me he sentido un poco mal estos últimos días. ¿Podría usted terminarlas por mí?

—Vaya, vaya —exclamó Xiangyun—. Esta casa está repleta de muchachas hábiles, por no hablar de sastres y costureras. ¿Por qué yo? ¿Cómo puedo negarme a hacer lo que me pides?

—¿Realmente no lo entiende? —replicó Xiren con una sonrisa—. ¿Acaso ignora que las costureras no hacen ninguna de las labores de aguja de estos aposentos?

Al comprender que las pantuflas eran para Baoyu, Xiangyun se echó a reír.

—De acuerdo, terminaré esas pantuflas pero te pondré una condición: las haré para ti y paira nadie más.

—Ya vuelve a las andadas —protestó Xiren—. ¿Quién soy yo para pedirle que me haga unas pantuflas? Lo cierto es que no son mías, pero no me pregunte para quién son. En cualquier caso, yo se lo agradecería inmensamente.

—Cosía mucho para ti en otro tiempo, pero comprenderás por qué no puedo hacerlo esta vez.

—La verdad es que no lo entiendo.

—He oído que la funda de abanico que hice para ti en otra ocasión llegó a ser comparada con la de otra persona, y que alguien, en una pataleta, la hizo añicos. Conozco toda la historia, así que no trates de engañarme. ¿Acaso soy vuestra esclava para que me encomendéis semejantes tareas?

Baoyu interrumpió la conversación con una sonrisa candorosa:

—No sabía que eras tú quién había hecho esa funda.

—Es verdad que no lo sabía —le aseguró Xiren a Xiangyun—. Yo le dije que había una muchacha fuera de esta casa que hacía unos bordados maravillosos, y sugerí que fuera puesta a prueba con una funda de abanico. Él me tomó la palabra y luego estuvo mostrándola por todas partes. Eso irritó a la señorita Lin, que rajó la funda. Cuando vino a pedirme otra igual y yo le dije que era usted quien la había hecho, se apenó profundamente.

—¡Cada vez me resulta más extraño! ¿Por qué habría de irritarse la señorita Lin? Si ella sabe cortar, pedidle que haga otra.

—Ni pensarlo —replicó Xiren—. Sucede que la Anciana Dama teme que la señorita Lin se fatigue demasiado, ya que el médico le ha ordenado reposo. ¿Quién se atrevería a molestarla encargándole labores? El año pasado terminó una bolsa aromática que le ocupó mucho tiempo, y este año todavía no la he visto con hilo o aguja en la mano.

Mientras hablaban llegó un sirviente, que anunció:

—Ha llegado el señor Jia, de la calle de la Prosperidad. Quiere que el joven caballero Baoyu vaya a verlo.

Baoyu se resistió a acudir, sabiendo que se trataba de Jia Yucun, pero Xiren no perdió tiempo en alcanzarle su ropa de visita. Mientras se calzaba las botas gruñó:

—Ya me parece suficiente que mi padre lo atienda. ¿Por qué tiene que preguntar por mí cada vez que viene?

Abanicándose, Xiangyun respondió con una sonrisa:

—Debe ser porque el tío piensa que eres un buen anfitrión. De otro modo no te haría llamar.

—No es idea de mi padre. Es ese tipo, que siempre quiere verme.

—«Cuando el anfitrión es culto, recibe frecuentes visitas» —citó Xiangyun—. Seguro que le gusta verte porque piensa que puede aprender algo de ti.

—No me llames culto —suplicó Baoyu—. Soy lo más vulgar de lo vulgar, y carezco de todo deseo de relacionarme con ese tipo de gente.

—No has cambiado —suspiró Xiangyun—. Pero ahora ya estás creciendo. Aunque no quieras estudiar y presentarte a los exámenes oficiales, al menos deberías alternar con los funcionarios y aprender algo acerca del mundo y la administración. Eso te ayudará el día de mañana a manejar tus propios asuntos y ganar algunos amigos. ¿Qué otro joven señor pasa el tiempo como tú, jugueteando con muchachas?

—Anda —replicó él—, ve a visitar a las otras primas, joven dama. Este ambiente puede contaminar a la gente de sabiduría mundana como la tuya.

—No le diga esas cosas —intervino Xiren, y dirigiéndose a Xiangyun—: La última vez que la señorita Baochai le dio el mismo consejo él se limitó a gruñir y alejarse de ella sin la menor consideración hacia sus sentimientos. Se fue dejándola con la palabra en la boca, por lo cual ella, con el rostro enrojecido, no supo si continuar o no. Menos mal que se trataba de la señorita Baochai y no de la señorita Lin, porque ella sí que hubiera armado un terrible escándalo con lágrimas y sollozos. Pero, ¿ve?, ¡otra vez!, la señorita Baochai es admirable. Se limitó a sonrojarse y abandonar el lugar. Yo misma me sentí muy mal y estoy segura de que ella se ofendió, pero luego se comportó como si nada hubiese sucedido. Realmente tiene un buen carácter y es muy tolerante. Aunque no lo crea, es él quien se ha mantenido distante desde entonces.

Y le preguntó a Baoyu:

—Si tratara así a la señorita Lin, ¿cuántas veces tendría que disculparse después?

Baoyu contestó:

—¿Acaso alguna vez ha dicho la señorita Lin tonterías tan desagradables? Si lo hubiera hecho, hace tiempo que habría dejado de relacionarme con ella.

Xiren y Xiangyun se echaron a reír.

—¿Llamas a eso tonterías?

Ahora bien, Daiyu había descubierto el paradero de Xiangyun y sabía que Baoyu había regresado a toda prisa, seguramente para hablar de los unicornios de oro. Eso le hizo recordar que, en la mayoría de las novelas de amor que Baoyu había comprado recientemente, un joven letrado y una hermosa muchacha se encontraban y enamoraban en virtud de la mediación de patos, fénix, anillos de jade, colgantes de oro, pañuelos de seda, fajas bordadas y cosas por el estilo, de manera que la posesión por parte de Baoyu de un unicornio idéntico al de Xiangyun podía desembocar en un romance. Daiyu llegó a donde estaban ellos y, sin ser vista, pasó al interior para saber qué estaba ocurriendo y poder así evaluar los sentimientos de los dos. Llegó justo cuando Xiangyun hablaba de asuntos mundanos, y tuvo tiempo de oír la respuesta de Baoyu: «La señorita Lin nunca ha dicho tonterías tan desagradables. Si las hubiera dicho, hace tiempo que habría dejado de relacionarme con ella». Al oír aquello se sintió tan feliz como sorprendida y apenada: «Feliz porque no me había equivocado al juzgarte, pues ahora tú demuestras ser tan comprensivo como yo te he considerado siempre; sorprendida, porque has cometido la indiscreción de expresar públicamente tu preferencia por mí. Apenada, pues si tú confías en mí, yo también confío en ti, y la intimidad entre tú y yo debería hacer ocioso cualquier comentario sobre el casamiento del oro y el jade, y, si realmente es cierto, es a nosotros a quienes debería corresponder. ¿Por qué aparece entonces Baochai? Estoy afligida, pues mis padres han muerto demasiado pronto, y aunque tengo juramentos grabados en el corazón y los huesos, ¿quién podrá ayudarme a cumplirlos? Además, acabo de sufrir mareos y el médico me ha encontrado el aliento débil y la sangre pobre, y me ha diagnosticado una debilidad extrema. Aunque seamos el uno para el otro no podré esperar mucho tiempo, ¿y qué podrás hacer tú contra el destino, si me reserva una muerte temprana?». Tales pensamientos empujaron las lágrimas a correr por sus mejillas y, en vez de entrar, giró sobre sus talones y se marchó secándose los ojos.

Baoyu, que después de cambiarse de ropa había salido apresuradamente, vio a Daiyu caminando con paso lento mientras se frotaba los ojos.

—¿Dónde vas, prima? —le preguntó con una sonrisa—. ¡Cómo! ¿Otra vez llorando? ¿Quién te ha ofendido esta vez?

Daiyu volvió el rostro y vio quién era.

—Estoy bien —dijo con una sonrisa forzada—. No estaba llorando.

—No me mientas. Todavía tienes los ojos húmedos —respondió él mientras levantaba instintivamente una mano para secar sus lágrimas.

Pero ella retrocedió unos pasos.

—¿Estás loco? ¿No puedes guardar tus manos para ti?

—Lo hice sin pensar. —Baoyu se rió—. Estaba muerto para todo lo que me rodea.

—A nadie le importará cuando estés muerto de verdad, ¿pero qué será del amuleto y del unicornio de oro que dejarás detrás?

Ese comentario sacó a Baoyu de sus casillas.

—¡Otra vez con el amuleto y el unicornio! ¿Pretendes maldecirme o fastidiarme?

Recordando lo sucedido el día anterior, Daiyu intentó enmendar su error.

—No te pongas así —le suplicó—. ¿Por qué te indigna tanto una simple negligencia de la lengua? Tienes las venas de la frente hinchadas de ira, ¡y estás sudando a mares!

Y diciendo esto se adelantó sin pensarlo y alargó la mano para secar su rostro cubierto por el sudor. Baoyu la miró intensamente y, después de un momento, le dijo con tono suave:

—Libera tu corazón de esa inquietud.

Daiyu le devolvió la mirada en silencio.

—¿De qué inquietud hablas? No entiendo. ¿Qué quieres decir?

—¿De verdad no lo entiendes? —suspiró él—. ¿Es posible que todo lo que he sentido por ti desde que te conozco haya sido un error? Si no soy capaz de adivinar tus sentimientos, entonces tienes razón enfadándote conmigo todo el tiempo.

—Realmente no sé de qué inquietud tengo que liberar mi corazón.

—No te burles de mí, prima querida. Si realmente no sabes de qué hablo, entonces toda mi devoción por ti ha sido un desperdicio, y tus sentimientos hacia mí un esfuerzo inútil. La causa de tu mala salud es precisamente esa inquietud de la que no liberas tu corazón. Si no te tomaras las cosas tan a pecho, tu salud no iría empeorando día a día.

Esas palabras fulminaron a Daiyu como un rayo. Al reflexionar sobre ellas las sintió cada vez más próximas a sus más íntimos pensamientos, como si le hubieran sido extraídas del corazón. Había mil cosas que anhelaba decir, pero no pudo abrir la boca. Se limitó a mirar en silencio los ojos de Baoyu. Como él estaba en el mismo trance, también contemplaba silencioso a la muchacha. Y pasaron unos momentos de pasmo… Entonces Daiyu tosió sofocadamente y más lágrimas le surcaron las mejillas. Ya se volvía para marcharse cuando Baoyu la retuvo cogiéndole la mano.

—Espera. Déjame decirte una sola palabra.

Ella se secó las lágrimas y lo apartó de su lado.

—¿Qué queda por decir? Ya he comprendido.

Y se alejó sin volver la mirada. Baoyu quedó allí clavado, como en trance. Ahora bien, en su prisa por salir había olvidado su abanico y Xiren, al correr tras él para llevárselo, había asistido involuntariamente al encuentro de los dos muchachos. Apenas Daiyu se hubo marchado, la doncella se acercó a Baoyu, que seguía allí como si hubiera echado raíces.

—Olvidó su abanico —le dijo—. Afortunadamente me di cuenta. Aquí está.

Todavía demasiado perplejo para saber quién hablaba, él le tomó las manos.

—Nunca me he atrevido a desnudar ante ti mi corazón, querida prima —dijo—. Ahora que he reunido el valor necesario para hablar, moriré tranquilo. Estaba poniéndome enfermo por causa tuya, pero no me atrevía a decírselo a nadie y oculté mis sentimientos. No me repondré hasta que tú también mejores. No puedo olvidarte ni en sueños.

—¡Sálveme Buda! —exclamó Xiren consternada.

Y se puso a sacudirlo mientras le preguntaba:

—¿Pero qué clase de cháchara es ésta? ¿Es que ha caído en poder de algún espíritu maligno? ¡Váyase rápido!

Cuando Baoyu recobró el sentido y vio allí a Xiren se sonrojó, le arrancó el abanico de las manos y salió corriendo sin decir palabra.

Mientras lo veía alejarse, la doncella reparó en que la confesión había sido hecha para Daiyu, lo cual, de llegar a conocerse, no dejaría de producir problemas y escándalos. Eso sería realmente atroz y se preguntó cómo prevenir semejante calamidad.

Seguía sumida en sus cavilaciones cuando llegó Baochai.

—¿Qué haces ahí soñando de pie? —preguntó Baochai—. Hace un sol que despelleja.

—He visto dos gorriones peleando —improvisó rápidamente—. Era tan divertido que me entretuve mirándolos.

—¿Dónde iba el primo Bao tan bien vestido? Lo vi pasar y se me ocurrió detenerlo, pero como estos últimos días tiene la lengua tan suelta decidí dejarlo.

—El señor lo mandó llamar.

—¡Vaya! ¿Con este calor? ¿Para qué? ¿Será que algo le ha molestado y lo ha mandado llamar para reprenderle?

—Nada de eso —respondió Xiren entre risas—. Parece que hay un invitado que quiere verlo.

—Una visita desatinada, sin duda. —Baochai parecía divertida—. ¿Qué necesidad hay de estar por ahí dando vueltas con este calor en lugar de permanecer a la sombra?

—Eso digo yo, ¿qué necesidad hay?

—¿Y qué hacía Xiangyun en tu cuarto?

—Vino a charlar un rato. ¿Recuerda el par de pantuflas que empecé el otro día? Le he pedido que las termine ella.

Baochai miró en torno suyo para asegurarse de que no había nadie por allí.

—¿Cómo puede alguien con tanto tino como tú caer de golpe en la desconsideración? —le preguntó—. Uniendo las cosas que he visto y oído últimamente he llegado a la conclusión dé que Yun no es nadie en su casa. Para ahorrar, ya no emplea costureras y se cose ella misma todo lo que necesita. Por eso en sus últimas visitas me ha confesado que se fatiga bastante en su casa. Y cuando le pregunté por la vida que hacía se le llenaron los ojos de lágrimas y eludió la respuesta. Deduzco que lo está pasando mal con la temprana pérdida de sus padres, y no puedo evitar sentir lástima por ella.

—Claro, eso es —dijo Xiren dando una palmada—. Con razón tardó tanto en enviar los diez lazos de mariposa que le pedí que hiciera el mes pasado. «Sólo he podido hilvanarlos —me dijo; y luego añadió—: Espero que te gusten. De todos modos, si quieres unos mejores espera a que venga a pasar aquí unos días.» Después de lo que me ha dicho, señorita, comprendo que no podía negarse, pero que seguramente representaba para ella trabajar hasta altas horas de la madrugada. ¡Qué estúpida he sido! De haberlo sabido no se lo hubiera pedido. La última vez me dijo que había trabajado hasta la medianoche en su casa, y a las señoras no les gusta que haga ningún trabajo para otra gente, pero nuestro joven señor es tan terco y díscolo que se niega a que las costureras se encarguen de sus cosas, grandes o pequeñas, y a mí ya no me queda tiempo.

—No le hagas caso —dijo Baochai—. Que las otras chicas hagan el trabajo, y luego dile que lo hiciste tú misma.

—No hay manera de engañarlo. Se daría cuenta enseguida. No, simplemente tendré que sudar mucho para contentarlo.

—Espera —dijo Baochai sonriendo—. ¿Y si te ayudo yo?

—¿Lo haría? ¡Qué suerte! —Xiren estaba radiante—. Le llevaré las pantuflas esta noche.

Mientras hablaba se les acercó jadeando una anciana sirvienta.

—¡Imagínense! —exclamó sin aliento—. Sin motivo alguno, esa chica, Jinchuan, se ha tirado a un pozo.

Xiren se sobresaltó.

—¿Qué Jinchuan?

—¿Pues cuántas Jinchuan hay? La muchacha que trabajaba para la señora. El otro día, no sabemos por qué, fue devuelta a su casa. Allí estuvo llorando, pero nadie le prestó atención. Después descubrieron que había desaparecido. Hace un momento uno de los aguadores descubrió un cadáver mientras sacaba agua del pozo del sudeste. Fue a traer gente para sacarlo, y vieron que se trataba de Jinchuan. Su familia está fuera de sí intentando reanimarla, pero ya es tarde, por supuesto.

—¡Qué asunto tan raro! —exclamó Baochai.

Xiren asintió con la cabeza y suspiró mientras el recuerdo de su amiga Jinchuan le traía lágrimas a los ojos. Regresó al patio Rojo y Alegre, y Baochai acudió a consolar a la dama Wang.

En los aposentos de la dama Wang todo estaba insólitamente tranquilo; ella misma estaba en el cuarto interior derramando lágrimas en soledad. Baochai no quiso mencionar el suicidio de la doncella y se sentó silenciosamente al lado de su tía, hasta que ésta le preguntó de dónde venía.

—Del jardín —fue la respuesta.

—¿Viste a tu primo Bao?

—Sí, lo vi salir vestido con ropa de visita, pero no sé dónde fue.

—¿Has oído esa extraordinaria historia de Jinchuan? ¡Se ha tirado a un pozo!

—Qué extraño. ¿Por qué haría una cosa así?

—El otro día rompió una cosa mía, y en un acceso de rabia la golpeé y la devolví a su casa. Mi intención fue castigarla un par de días y luego hacerla volver. Ignoraba que lo tomaría en serio hasta el extremo de tirarse al pozo. Todo esto es culpa mía.

—Eso lo dice su buen corazón, tía. Pero no creo que se haya ahogado voluntariamente. Lo más probable es que estuviera jugando cerca del pozo y se cayera dentro. Es razonable pensar que después de pasar tanto tiempo confinada en sus aposentos quiso jugar por ahí antes de irse. ¿Cómo iba a desatarse en ella semejante pasión? Y si acaso fue así, cometió una gran tontería y no merece compasión alguna.

La dama Wang asintió con la cabeza.

—Puede que tengas razón —suspiró la dama Wang—. Pero aunque así sea me siento muy mal.

—No lo tome tan a pecho, tía. Si este asunto la hace sentirse mal, dele a la familia unos cuantos taeles de plata más para el entierro y estará cumpliendo el máximo deber de una señora bondadosa.

—Acabo de darle cincuenta taeles a su madre. Quise darle dos juegos de esos vestidos nuevos de tus primas para que la amortajaran, pero Xifeng me dijo que los únicos que están listos son dos nuevos para el cumpleaños de tu prima Lin. Es una muchacha tan sensible y delicada que le parecería de mal augurio que sus vestidos de cumpleaños los vistiera una muchacha muerta, así que he pedido a los sastres que hagan rápidamente dos juegos más. Si se tratara de otra doncella, unos cuantos taeles de plata me hubieran parecido suficientes, pero Jinchuan pasó mucho tiempo conmigo y fue como una hija para mí.

Y mientras hablaba, las lágrimas volvieron a anegar sus ojos.

—No es necesario urgir a los sastres —dijo Baochai—. El otro día mandé hacer dos juegos y puedo hacer que los traigan. Eso ahorraría muchos problemas. En vida solía vestir mis prendas usadas y le quedaban perfectamente.

—¿Pero no temes que eso te traiga mala suerte?

Baochai sonrió.

—No se preocupe, tía. No soy supersticiosa.

Dicho lo cual, Baochai se incorporó para marcharse. La dama Wang hizo que dos doncellas la acompañaran.

Cuando regresó con los vestidos, Baochai encontró a Baoyu llorando sin consuelo junto a su madre. La dama Wang le había estado riñendo, pero la reprimenda cesó con su llegada. La muchacha, sin embargo, era suficientemente hábil como para comprender lo que había sucedido. Entregó los vestidos a la dama Wang, quien hizo llamar a la madre de Jinchuan y se los entregó.

Para saber lo que sucede, lean el siguiente capítulo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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