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Capítulo XVIII

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Durante la fiesta de los Faroles,

Yuanchun visita a sus padres.

Daiyu ayuda a su verdadero amor

pasándole un poema.

En cuánto pudo salir del gabinete de estudio, Baoyu echó a correr atravesando el patio, pero los pajes de su padre se abalanzaron sobre él reteniéndolo por la cintura.

—Suerte ha tenido de que el señor estuviese hoy de buen humor —le dijeron—. La Anciana Dama envió varias veces a preguntar cómo iban las cosas. Debería agradecernos que le hayamos dicho que su padre estaba muy orgulloso de usted; si no lo hubiéramos hecho, ella habría requerido su presencia inmediatamente y usted no habría tenido oportunidad de desplegar su talento. Todos han dicho que sus poemas fueron los mejores. Hoy es su día de suerte, así que nos merecemos una recompensa.

—Habrá una sarta de monedas para cada uno —prometió.

—¿A quién le impresiona una sarta de monedas? —exclamó uno—. Regálenos su bolsa.

Y sin decir «con el permiso de usted» lo despojaron de su bolsa perfumada, su estuche de abanico y otros adornos que llevaba colgando del cinturón.

—¡Ahora lo acompañaremos de regreso! —gritaron.

Uno de los pajes se lo echó a las espaldas y los demás, en tropel, sirvieron de escolta. Así llegaron a los patios exteriores del recinto de la Anciana Dama.

Como, en efecto, la anciana había enviado varias veces a preguntar cómo le iba a su nieto en el paseo por el jardín, su entrada le complació mucho; el muchacho volvía fortalecido por la experiencia.

Al ofrecerle el té, Xiren notó que no le quedaba ni uno de los colgantes de su cinturón.

—Así que esos truhanes lo han vuelto a desplumar… —comentó con una sonrisa.

Daiyu se acercó a comprobar la observación de Xiren. Y por cierto, a Baoyu no le quedaba nada.

—¡Y también les has dado la bolsa que te regalé! —exclamó—. ¡Puedes estar seguro de que no volverás a recibir otra cosa de mis manos!

Dicho lo cual regresó airada a su cuarto, cogió unas tijeras y, furiosa, se puso a cortar en tiras una bolsita de polvo perfumado que Baoyu le había pedido que confeccionase para él.

Al verla tan furiosa, Baoyu comprendió que algo andaba mal y corrió tras ella. Demasiado tarde. A pesar de que la bolsita no estaba aún terminada, el finísimo bordado que lucía era un fiel testimonio del trabajo de la muchacha; por eso a Baoyu le molestó verlo destruido sin motivo alguno. Abriéndose el cuello del vestido extrajo una bolsita que llevaba colgando de su túnica roja.

—¿Y esto qué es? —preguntó, mostrándosela a Daiyu—. ¿Cuándo le he dado yo algo tuyo a otra persona?

Cuando Daiyu comprendió que él apreciaba tanto su regalo que lo mantenía a buen recaudo, se arrepintió de su precipitación y agachó la cabeza sin decir nada.

—¡No tenías por qué haberlo hecho trizas! —le reprochó Baoyu—. Puesto que ahora sé que no te gusta darme nada, ahí tienes también esto.

Y le lanzó la bolsa sobre el regazo.

Ahogándose de rabia, Daiyu se echó a llorar. Tomó la bolsita y blandió las tijeras con la intención de reducirla también a tiras, pero Baoyu, que ya se había dado la vuelta para irse, se abalanzó sobre ella diciéndole:

—¡No, prima, primita, no hagas lo mismo con ésta!

Ella dejó las tijeras para enjugarse las lágrimas y le dijo:

—¿Por qué te comportas así conmigo, amable un momento y cruel al siguiente? Déjame en paz. No puedes tratarme de esta manera.

Y se echó llorando sobre su cama, con el rostro vuelto hada la pared, tratando de secar sus ojos anegados. Pero no podía resistir las disculpas de Baoyu, que la llamaba una y otra vez «prima, primita, primita mía».

Mientras tanto, la Anciana Dama había estado preguntando por el paradero de Baoyu, y al enterarse de que estaba con Daiyu dijo:

—Bien. Que se diviertan juntos un rato. Después de haber pasado tanto tiempo bajo la mirada vigilante de su padre necesita un poco de tranquilidad. Pero cuidad que no riñan. No debéis excitarlo.

Como no podía librarse de Baoyu, Daiyu se incorporó.

—Ya que te niegas a dejarme tranquila, me voy —declaró.

Cuando se disponía a salir, él le dijo sonriente:

—A donde vayas, iré contigo. —Y mientras hablaba se colgó la bolsita de nuevo.

Daiyu intentó quitárselo de encima refunfuñando.

—Primero dices que no la quieres, y ahora te la vuelves a guardar. Me avergüenzas —dijo con una risita.

—Primita, hazme otra bolsa mañana.

—Ya veremos.

Desde allí fueron juntos a los aposentos de la dama Wang, donde se encontraron con Baochai. Hacía un momento que habían llegado las doce jóvenes actrices que Jia Qiang había traído de Suzhou, los instructores que había contratado y el vestuario de las óperas que iban a ser representadas. Todo producía la impresión de una excitación generalizada.

La tía Xue se había mudado a unos aposentos tranquilos y retirados en la parte nordeste de la finca, y el patio de los Perales Fragantes había sido acondicionado para los ensayos. El cuidado de las pequeñas actrices se había encargado a algunas sirvientas de la familia que en otro tiempo habían sido adiestradas para cantar ópera, y que ahora eran venerables matronas; Jia Qiang fue encargado de sus gastos diarios y de proveerlas de cualquier cosa que pudiesen necesitar.

En ese preciso momento llegó la esposa de Lin Zhixiao.

—Ya han llegado las veinticuatro monjitas, doce budistas y doce taoístas, que he traído, y sus veinticuatro hábitos nuevos ya están listos. Viene también esa chica que ha tomado los hábitos sin afeitarse la cabeza; procede de una familia de letrados y funcionarios de Suzhou. De niña tuvo una salud muy delicada y de nada sirvió comprarle novicias que la sustituyeran [1] : su salud no mejoró hasta que ella misma ingresó en la orden budista y se convirtió en hermana laica. Este año cumple los dieciocho y ha tomado los votos con el nombre de Miaoyu. Sus padres han muerto y sólo tiene dos viejas amas y una sirvienta que cuidan de ella. Es muy leída y versada en sutras, y además muy bonita. El año pasado vino a la capital, enterada de que aquí había reliquias de Guanyin [2] y cánones escritos en hojas de pattra. Ha estado viviendo en el convento de Sakyamuni, al otro lado de la puerta del oeste. Su tutora fue una excelente adivina que murió el invierno pasado. Miaoyu quiso acompañar el ataúd hasta su provincia natal, pero en su lecho de muerte su tutora pidió a la chica que no volviese a casa y que permaneciera donde estaba, aguardando algo que le había deparado la fortuna. Y así lo hizo la muchacha.

—¿Y por qué no le pedimos que venga aquí? —preguntó la dama Wang.

—No aceptaría —objetó la esposa de Lin Zhixiao—. Temería ser mirada por encima del hombro por una noble familia como ésta.

—Una joven que procede de familia de funcionarios es, naturalmente, orgullosa —asintió la dama Wang—. ¿Y si le enviamos una invitación por escrito?

La esposa de Lin Zhixiao manifestó su acuerdo y partió. A uno de los secretarios se le ordenó que redactara una invitación, y al día siguiente partieron un carruaje y una silla de manos con criados para traer a Miaoyu. Pero dejemos para más tarde lo que ocurrió con este asunto.

Llegó un criado a pedirle a Xifeng que abriese el almacén y autorizase la salida de la seda que necesitaban los artesanos que estaban confeccionando los biombos. Otro le pidió que guardase los utensilios de oro y plata. Mientras tanto, la dama Wang y sus doncellas atendían también sus ocupaciones.

En medio de aquel trajín, Baochai sugirió:

—No nos quedemos aquí, donde lo único que hacemos es molestar. Vayamos en busca de Tanchun.

Y condujo a Baoyu y Daiyu a los aposentos de Yingchun y las demás muchachas para dejar pasar el tiempo.

La dama Wang y sus ayudantes habían pasado días de agitadísimos preparativos, hasta que, hacia el final del décimo mes, todo estuvo preparado. Los mayordomos ya habían entregado sus cuentas, y también habían sido dispuestos los objetos preciosos y las antigüedades; los parques estaban poblados de grullas, pavos reales, venados, conejos, pollos y gansos que serían criados en los sitios convenientes. Jia Qiang ya tenía listas veinte óperas, y las pequeñas monjas budistas y taoístas habían memorizado diversos conjuros y pequeños sutras.

Jia Zheng, que ya estaba más tranquilo, invitó a la Anciana Dama a una inspección final del jardín para cuidar de que todo estuviese en orden y nada cayera en el olvido. Se eligió una fecha propicia y redactó un memorial al cual el Hijo del Cielo [3] tuvo acceso el mismo día de su presentación. La concubina imperial sería autorizada a visitar a sus padres durante la fiesta de los Faroles, el día quince del primer mes del año siguiente [4] . La noticia causó tal conmoción en toda la casa que las tareas diurnas y nocturnas casi les impidieron celebrar el Año Nuevo.

La fiesta de los Faroles ya estaba a la vuelta de la esquina. El día ocho del primer mes del año llegaron de palacio unos eunucos para realizar una inspección general del jardín y de los aposentos donde se mudaría de ropa la concubina imperial, se sentaría con su familia, recibiría su homenaje, atendería a sus parientes y se retiraría a reposar. Los eunucos encargados de la seguridad apostaron a otros más jóvenes como guardias frente a las entradas de biombos y cortinas que conducían a los cuartos privados. Los miembros de la servidumbre de la casa recibieron instrucciones detalladas acerca de dónde retirarse, dónde hincarse de rodillas, servir la comida o traer recados: todos los requisitos del protocolo debían ser observados con exactitud. Los funcionarios de la Junta de Obras y el jefe de la guardia metropolitana hicieron barrer las calles y las despejaron de vagabundos. Jia She supervisó el trabajo de los artesanos que hacían lámparas ornamentales y preparaban los fuegos artificiales. El día catorce todo estuvo listo, pero aquella noche nadie, humilde o encumbrado, pudo conciliar el sueño.

Al día siguiente, antes del alba, todos los que tenían rango oficial, de la Anciana Dama para abajo, se enfundaron el traje ceremonial completo. Por todo el jardín se veían colgaduras y biombos brillantemente bordados con dragones danzantes y fénix voladores; el oro y la plata relumbraban, trémulas vibraban las perlas y piedras preciosas; un incienso de lirio ardía en los trípodes de bronce, y los jarrones rebosaban de flores frescas. Ni una tos interrumpía el solemne silencio.

Jia She y el resto de hombres esperaron fuera, en la entrada de la calle oeste, y la Anciana Dama y las mujeres hicieron lo propio frente al portón principal delantero. Los extremos de la calle y los pasajes que conducían al portón principal habían sido cegados con biombos.

Ya empezaba a fatigarles la espera cuando llegó un eunuco cabalgando sobre un enorme caballo. La Anciana Dama le hizo pasar y le pidió noticias.

—Todavía tardará un buen rato —informó el eunuco—. Su Alteza almorzará a la una; a las dos y media rezará ante el buda del palacio del Espíritu Precioso; a las cinco acudirá al banquete del palacio del Gran Esplendor y presenciará la exhibición de faroles antes de solicitar el permiso del emperador para venir. Le será difícil salir antes de las siete.

Ante la perspectiva, Xifeng sugirió a la Anciana Dama y a la dama Wang que entraran a descansar y volvieran más tarde.

La anciana y las demás se retiraron mientras Xifeng, que había quedado encargada de todo, ordenaba a los mayordomos que condujeran a los eunucos donde pudieran tomar un refrigerio. Luego hizo traer velas para los faroles. Cuando estuvieron encendidos se escuchó en la calle un estrépito de cascos, y al momento vieron aparecer jadeando a diez o más eunucos que iban batiendo palmas mientras corrían. Al observar aquella señal, los otros eunucos exclamaron:

—¡Llega Su Alteza!

Todos ocuparon inmediatamente sus puestos: Jia She y los jóvenes de la familia, en la entrada de la calle oeste; la Anciana Dama con las mujeres frente al portón principal, todos en silencio durante un largo rato.

Entonces, parsimoniosamente, se acercaron hasta la entrada de la calle oeste dos eunucos uniformados de escarlata. Desmontaron de los caballos, los situaron detrás de los biombos y, dirigiendo sus rostros hacia el este, aguardaron impávidos. Un momento después aparecieron otros dos, luego otros y otros, hasta que hubo diez pares de eunucos alineados. En la lejanía empezó a oírse una música suave.

Se aproximaba un largo cortejo. Varios pares de eunucos portaban banderolas con dragones; otros, abanicos de fénix, plumas de faisán o insignias ceremoniales, así como turíbulos de oro en donde ardía el incienso imperial. Después hizo su aparición una sombrilla amarilla [5] de mango curvo sobre la que iban bordados siete fénix; a su sombra avanzaban un tocado, una manta, una faja y unas chinelas. Luego venían más eunucos portando un rosario, pañuelos bordados, una palangana, espantamoscas y otros utensilios similares.

Por fin, lentamente porteado por ocho eunucos, avanzó un palanquín con palio de oro y figuras de fénix bordadas.

Todos los reunidos, incluida la Anciana Dama, cayeron de rodillas junto al camino. Los eunucos se apresuraron a levantar a la anciana y a las damas Xing y Wang.

El palanquín cruzó el portón principal y llegó hasta la entrada del patio oriental, donde un eunuco provisto de un espantamoscas se arrodilló e invitó a la concubina imperial a apearse y cambiarse de ropa. Luego el palanquín fue llevado adentro y los eunucos se retiraron. Yuanchun se apeó, ayudada por sus damas de compañía.

Observó que los patios estaban iluminadísimos con faroles ornamentales de todo tipo, exquisitamente confeccionados con las más finas gasas. El más alto, un farol rectangular, lucía la inscripción: «Grávida de Favor, Cálida de Amabilidad».

Yuanchun entró en uno de los cuartos y se cambió de ropa; luego volvió a subir al palanquín y la llevaron hasta el jardín. El perfumado humo del incienso adensaba el aire, las flores estaban espléndidas, fulguraba una miríada de faroles y se escuchaban suaves acordes musicales. Faltan palabras para describir aquella escena de serena magnificencia y noble refinamiento.

Llegados a este punto, amables lectores, recuerdo la desolación del pie del Pico de la Cresta Azul, en la Montaña de la Inmensa Soledad, y no puedo sino agradecer al bonzo tiñoso y al taoísta cojo que me hayan traído a este lugar. ¿Pues de qué otro modo habría tenido acceso a semejante visión? Incluso estuve tentado de rendirle homenaje a la familia escribiendo un poema o un panegírico para un farol, pero me contuve, temeroso de caer en la vulgaridad de otros libros. Por otra parte, una oda o un panegírico habrían hecho escasa justicia al encanto de la escena. Además, no escribiéndolos dejo a mis dignos lectores libertad para que imaginen por sí mismos tanto esplendor. Más me vale, en definitiva, ahorrar tiempo y papel, dejar ya esta digresión y retornar a nuestra historia.

Al contemplar desde su palanquín el deslumbrante espectáculo de dentro y fuera del jardín, la concubina imperial suspiró y dijo:

—¡Esto es excesivamente suntuoso!

Un eunuco que llevaba un espantamoscas se le acercó y le rogó que subiera a una barca. Al apearse del palanquín vio un límpido riachuelo cuyos meandros le daban un aire de dragón nadando. Faroles de cristal o vidrio con mil formas proyectaban una luz plateada, clara como la nieve, desde las balaustradas de mármol de las orillas. En lo alto, las ramas invernales de los sauces y los albaricoqueros estaban festoneadas con flores y hojas artificiales hechas de seda y papel de arroz, y de cada árbol colgaban nuevos faroles. Igualmente adorables eran las flores de loto, las lentejas de agua y las aves acuáticas confeccionadas con plumas y conchas que flotaban sobre el lago. A la orilla del lago y en sus profundidades, los faroles parecían competir en la entrega de su luz. ¡Era en verdad un mundo de cristal y piedras preciosas! También las barcas eran espléndidas, con sus faroles, sus exóticos jardines en miniatura, sus antepuertas de perlas, sus cortinas bordadas, sus timones de cañafístula y sus remos de madera aromática. No necesitamos describirlos con mayor detalle.

Entretanto, habían llegado a un embarcadero de mármol. La inscripción del farol que lo coronaba decía así: «Playa de Hierbas y Puerto Florido».

En relación a este nombre, dignos lectores, y a otros como «Donde se Posa el Fénix», recordarán que ya los vimos en el capítulo anterior cuando Jia Zheng puso a prueba el talento literario de Baoyu. Quizá se extrañen de encontrarlos ahora figurando ya como inscripciones. Después de todo, los Jia eran una familia instruida cuyos amigos y protegidos eran gente dotada; más aún, no les hubiera sido difícil encontrar autores de renombre que compusieran las inscripciones. Entonces, ¿por qué acudir a frases pergeñadas por un muchacho? ¿Eran acaso como esos nuevos ricos que dilapidan el dinero como si fuese polvo, y que después de pintar su mansión de carmesí levantan inmensas inscripciones del tipo «Sauces Verdes y Cerraduras Doradas Frente al Portón», «Colinas Azules como Biombos Bordados detrás de la Casa», y encima las consideran el colmo de la elegancia? ¿Es ése el estilo de la familia Jia que aparece en estas Memorias de una roca? ¿Nos encontramos ante un contrasentido? Permitan, permitan que yo mismo, aun en mi estupidez, les explique la situación.

Antes de ingresar en palacio, la concubina imperial había sido criada por la Anciana Dama desde su más tierna infancia. Tras el nacimiento de Baoyu, Yuanchun se convirtió en su hermana mayor y él en su hermano menor; el hecho de que su madre tuviera ya una cierta edad cuando lo trajo al mundo, había hecho que lo amara más que a sus otros hermanos y que le prodigara todo tipo de cuidados. Los dos hermanos permanecieron junto a su abuela y fueron inseparables. Incluso antes de que Baoyu empezara a asistir a la escuela, cuando apenas tenía cuatro años, Yuanchun le enseñó a recitar varios textos y a reconocer varios miles de caracteres. Más parecía una madre que una hermana mayor. Ya en palacio, escribía repetidas cartas a sus padres pidiéndoles que lo educaran bien, pues sin una estricta disciplina nunca llegaría a ser nada en la vida; ahora bien —insistía— si lo trataban duramente también podría llegar a ser fuente de inquietudes. Nunca había dejado de preocuparse amorosamente por él.

Por otra parte, antes de la experiencia del jardín Jia Zheng nunca había prestado oídos al preceptor de Baoyu cuando le decía que su hijo tenía dotes literarias, pero cuando el jardín estuvo listo para la inspección final exigió al muchacho, con el fin de ponerlo a prueba, inscripciones adecuadas. A pesar de que los esfuerzos infantiles de Baoyu distaban mucho de ser inspirados, eran al menos aceptables. La familia no habría tenido dificultades para conseguir la ayuda de famosos hombres de letras, pero les pareció que los nombres elegidos por un miembro de la familia tendrían un interés especial; además, cuando la concubina imperial supiera que eran obra de su adorado hermano menor, sentiría sin duda que sus expectativas no habían sido defraudadas. Por todo ello, fueron adoptadas las inscripciones de Baoyu. No todas habían sido determinadas el día del paseo; algunas las presentó más tarde. Pero dejemos ya este asunto.

Cuando la concubina imperial vio la inscripción «Playa de Hierbas y Puerto Florido» comentó con una sonrisa:

—«Puerto Florido» es suficiente. ¿Por qué también «Playa de Hierbas»?

Apenas el eunuco hubo oído la observación de Yuanchun desembarcó con presteza y corrió a informar a Jia Zheng del comentario de la concubina. Jia Zheng ordenó que se modificara inmediatamente la inscripción.

El bote de la concubina imperial ya había alcanzado la otra orilla, y ella volvió a subir a su palanquín. Ahora, ante ella se extendía el bello salón de un recinto imponente. El arco de acceso lucía la inscripción «Espejo Precioso de los Inmortales del Cielo». Inmediatamente hizo que le cambiaran el nombre por el de «Villa de la Reunión Familiar».

Al entrar en el palacio vio en el patio unas antorchas llameando al cielo, incienso en polvo esparcido por tierra, árboles flamígeros, flores de jaspe, ventanas doradas y barandas de jade; y en el interior cortinas finísimas como antenas de camarón, alfombras de piel de nutria, almizcle ardiendo en los trípodes y abanicos de plumas de faisán. En verdad se trataba de

Puertas de jade, ventanas doradas, morada de los dioses e inmortales.

Palacio de osmanto, alcázar de orquídeas, mansión de la consorte imperial.

Yuanchun miró a su alrededor y preguntó:

—¿Y por qué no tiene nombre este lugar?

El eunuco que la acompañaba cayó de rodillas.

—Porque éste es el palacio principal —dijo—. Nadie ajeno a la corte se atrevió a sugerir un nombre.

Ella asintió con la cabeza y no dijo nada.

Otro eunuco, el maestro de ceremonias, cayó también de rodillas y le suplicó que tomara asiento en un sillón ceremonial para recibir el homenaje de su familia. Al son de una música que se ejecutaba a ambos lados de la escalinata, Jia She y los hombres de la familia fueron conducidos por dos eunucos para que se alinearan al pie de la plataforma, pero cuando una dama de compañía transmitió la orden de la concubina imperial para que se obviara esa ceremonia, todos se retiraron. Entonces la Anciana Dama de la mansión Rong y los demás parientes fueron conducidos por los escalones del este hasta el dosel para que presentaran su homenaje, pero también se les dispensó de esta ceremonia y volvieron fuera.

Acabado el tercer servicio de té, Yuanchun descendió del trono, cesó la música y marchó a cambiarse de ropa en un cuarto lateral. Entretanto, había sido dispuesto un carruaje que la conduciría fuera del jardín a visitar a sus padres.

Primero se dirigió a la sala de recepción de la Anciana Dama a presentar sus respetos a la dueña de la casa, pero, antes de que pudiera hacerlo, su abuela y las demás se hincaron de rodillas para impedírselo. Los ojos de la concubina imperial se llenaron de lágrimas mientras su familia se acercaba a ella para darle la bienvenida.

Apretó las manos de su abuela y de su madre, y los corazones de las tres se colmaron impidiéndoles articular palabra. Sólo se escuchaban sollozos. También la dama Xing, Li Wan, Xifeng, y las primas de la concubina, Yingchun, Tanchun y Xichun, sollozaban quedamente a su lado. Finalmente la concubina imperial controló su dolor y forzó una sonrisa para tratar de consolarlas.

—Desde que fui enviada a ese lugar donde no puedo ver a nadie, no ha sido fácil conseguir una oportunidad para volver a casa y veros de nuevo —dijo—. Y ahora, en vez de charlar y reír, nos echamos a llorar; pronto me iré y quién sabe cuándo podré volver.

Dicho lo cual se echó a llorar otra vez.

La dama Xing y las demás se esforzaron en consolarla, y la Anciana Dama le pidió que se sentara. Así lo hizo Yuanchun, y comenzó otra ronda de amabilidades y lágrimas. Los mayordomos y criados de las dos mansiones presentaron sus respetos desde la puerta, al igual que sus esposas y las doncellas.

Al concluir la ceremonia, Yuanchun preguntó por qué no estaban allí la tía Xue, Baochai y Daiyu.

La dama Wang le explicó que no querían parecer presuntuosas, puesto que no eran miembros de la familia Jia ni tenían rango oficial.

La concubina imperial pidió que fueran inmediatamente llamadas a su presencia, y ya se disponían a rendir homenaje de acuerdo con la etiqueta del Palacio Imperial cuando fueron dispensadas de la ceremonia por orden de Yuanchun. Luego, Baoqin y las demás doncellas que Yuanchun había llevado consigo a palacio hicieron un koutou ante la Anciana Dama, que a su vez, apresuradamente, se lo impidió, enviándolas a tomar el té y los confites que habían sido dispuestos en el cuarto de al lado. También los eunucos mayores y las damas de compañía fueron atendidos por el personal de ambas mansiones, con lo cual sólo quedaron de servicio tres o cuatro eunucos jóvenes.

Cuando las damas de la familia hubieron hablado emocionadamente acerca de la separación y todo lo ocurrido desde entonces, Jia Zheng, desde el otro lado de la cortina que cubría la puerta, indagó por la salud de su hija, que a su vez aprovechó para presentar sus respetos.

Entre lágrimas, le dijo:

—Los sencillos campesinos que viven de legumbres en salmuera y visten bastas telas caseras disfrutan al menos de las alegrías de la vida en familia. ¿Qué placer pueden depararnos los lujos y un alto rango cuando vivimos separados de esta manera?

También llorando, él respondió:

—Su pobre y oscuro vasallo nunca pudo soñar que entre nuestra bandada de vulgares palomas y cuervos pudiera nacer la bendición de un fénix. Gracias al favor imperial y a la virtud de nuestros ancestros, Su Noble Alteza encarna las mejores esencias de la naturaleza y el mérito acumulado de quienes nos precedieron. Y tal fortuna nos ha cabido a mi esposa y a mí. Su Majestad, que encama la gran virtud de la creación, nos ha deparado una muestra tan extraordinaria de su favor, que aun abriéndonos la cabeza estaríamos lejos de pagar una milésima parte de nuestra deuda de gratitud. Sólo me queda agotarme día y noche, cumplir lealmente con mis deberes oficiales y orar para que nuestro soberano viva diez mil años, como lo desean todos los que habitan bajo el cielo. Su Noble Alteza no debe agobiar su valioso corazón preocupándose por sus viejos padres. Le suplicamos que cuide mejor su propia salud. Sea usted cauta, circunspecta, diligente y respetuosa. Honre al emperador y sírvalo bien, para no resultar desagradecida ante la copiosa bondad y la gran amabilidad del Hijo del Cielo.

Luego le tocó a Yuanchun recomendar a su padre que mostrara devoción por los asuntos de Estado, que cuidara de su salud y que pusiera de lado toda ansiedad relativa a la persona de su hija.

Después, Jia Zheng dijo:

—Todas las inscripciones de los pabellones y los refugios del jardín fueron compuestas por Baoyu. Si Su Alteza encuentra que uno o dos de los lugares no lucen el nombre adecuado, le suplico que nos honre poniéndoles otro; eso nos causaría una intensa felicidad.

La noticia de que Baoyu ya podía componer inscripciones le hizo exclamar deleitada:

—¡Así que está haciendo progresos!

Cuando Jia Zheng se hubo retirado, la concubina imperial observó que tanto Baochai como Daiyu descollaban entre sus primas, y que, de hecho, eran incluso más encantadoras que las flores o el jade más fino. Luego preguntó por qué Baoyu no había venido a saludarla. La Anciana Dama explicó que, en su condición de joven sin rango oficial, le parecía presuntuoso acudir sin ser invitado.

Inmediatamente, la concubina imperial hizo que lo llamaran, y un joven eunuco lo introdujo para que rindiese homenaje de acuerdo con el protocolo palaciego. Su hermana lo llamó y tomó su mano; lo acercó a su pecho, le acarició el cuello y comentó con una sonrisa:

—¡Cómo has crecido!

No había terminado de pronunciar esas palabras cuando ya las lágrimas le surcaban otra vez el rostro.

En ese momento, la señora You y Xifeng se adelantaron para anunciar:

—El banquete está dispuesto. Suplicamos a Su Alteza que nos honre con su presencia.

Ella se levantó y pidió a Baoyu que le abriera camino.

Acompañada de las demás entró en el jardín, donde los faroles iluminaban vistas maravillosas. Pasearon frente a Donde se Posa el Fénix, Fragancia Roja y Jade Verde, Taberna del Albaricoque a la Vista y Puro Aroma de las Alpinias; subieron a pabellones, cruzaron arroyos, escalaron colinas en miniatura y disfrutaron los paisajes desde distintos puntos. Cada recinto tenía un amueblado característico, y cada rincón tenía rasgos tan insólitos y frescos que Yuanchun prodigó elogios y aprobaciones. Pero luego dijo:

—En el futuro no se debe gastar tanto, ¡es excesivo!

Cuando llegaron al recinto principal ella les pidió que obviaran la ceremonia y tomaran asiento. El banquete fue espléndido. La Anciana Dama y las demás mujeres de la casa ocuparon unas mesas laterales, salvo la señora You, Li Wan y Xifeng, que iban pasando platos y escanciando licor. Yuanchun pidió pincel y tinta para escribir con su propia mano los nombres de sus lugares favoritos. Para el palacio principal trazó la inscripción «Evocando la Gracia Imperial, Atenta al Deber», y el siguiente pareado:

La compasión de la naturaleza es grande como el mundo; niños y ancianos la agradecen.

La gracia sin precedentes que otorga el emperador honra a estados y continentes.

A todo aquel vasto lugar lo llamó «Jardín de la Vista Sublime»; Donde se posa el Fénix recibió el nombre de «Refugio de Bambú»; Fragancia Roja y Jade Verde fue reemplazado por «Rojo Alegre y Delicioso Verde» y recibió también el nombre de «Patio Rojo y Alegre»; Puro Aroma de las Alpinias pasó a llamarse «Parque de las Alpinias»; a la Taberna del Albaricoque a la Vista la llamó «Aldea donde se Enría el Cáñamo»; al pabellón principal, «Pabellón de la Vista Sublime»; al ala oriental del mismo pabellón, «Torre del Vario Esplendor», y al ala occidental «Torre Fragante». Puso otros nombres como «Cabaña de la Brisa de las Centinodias», «Pabellón de la Fragancia del Loto», «Isla de las Trapas Moradas», «Isla de los Berros»… La concubina compuso una docena de inscripciones más, como «Peral Florido bajo la Lluvia Primaveral», «Hojas de Plátano al Viento del Otoño» y «Cañas en la Nieve Nocturna». Para el resto de las inscripciones no hay lugar aquí. Ordenó también que las que no habían sido modificadas permanecieran.

Luego compuso el siguiente poema:

Abrazando riachuelos y colinas,

hábilmente dispuesto está el jardín.

¡Cuánto trabajo costó este vergel!

No hay en el mundo un lugar igual.

Merece llamarse Vista Sublime.

Con una sonrisa lo mostró a las muchachas y dijo:

—Nunca he tenido talento para versificar, como ya sabéis, pero esta noche estaba obligada a componer unos versos en honor a este lugar. Algún día, cuando esté menos ocupada, escribiré una «Descripción del jardín de la Vista Sublime» y un panegírico titulado «Oda a la reunión familiar» que conmemore esta ocasión. Ahora quiero que cada una de vosotras escriba una inscripción y un poema que la acompañe. Esmeraos, y no os dejéis arredrar por mis pobres intentos. Para mí fue una sorpresa muy agradable que Baoyu pudiera componer inscripciones y poemas. Mis lugares favoritos son el refugio de Bambú y el parque de las Alpinias; luego el patio Rojo y Alegre y la aldea donde se Enría el Cáñamo. A estos lugares debemos dedicarles cuatro poemas especiales. A pesar de que los pareados que hizo Baoyu son encantadores, quiero que ahora, ante mí, escriba cuatro lushi [6] en versos de cinco caracteres para cada uno de estos lugares. Eso me retribuirá los esfuerzos que hice por enseñarle cuando era niño.

Baoyu no tuvo más remedio que acceder, y marchó a devanarse los sesos.

Entre Yingchun, Tanchun y Xichun, la más inteligente era la segunda, pero comprendía que no era rival para Baochai y Daiyu. Aun así, tenía que escribir algo, como las demás. También Li Wan se dio a componer una especie de poema.

La concubina imperial revisó los esfuerzos de las muchachas. He aquí el resultado:

ENSANCHANDO EL CORAZÓN, ALEGRANDO EL ÁNIMO

(Inscripción frontal)

Los paisajes del jardín, únicos y extraordinarios.

Obedeciendo la orden, cojo tímida el pincel.

¿Quién imagina en el mundo tanta belleza reunida?

¡Cómo ensancha el corazón este paseo! ¡Cómo nos alegra el ánimo!

Yingchun

DIEZ MIL MARAVILLAS COMPITEN EN ESPLENDOR

(Inscripción frontal)

La construcción del jardín es imponente y sublime.

Poco es mi talento, pero cantaré sin sonrojarme.

No hay palabras que describan las bellezas que aquí vemos.

Ciertamente, diez mil maravillas compiten en esplendor.

Tanchun

MILAGROS DE LA NATURALEZA

(Inscripción frontal)

Montañas y ríos se extienden hasta el infinito.

Los altos pabellones se alzan entre las nubes.

El jardín se baña en el fulgor del sol y la luna.

La Naturaleza misma se eclipsa ante el jardín.

Xichun

ESPLENDOR Y NOBLEZA

(Inscripción frontal)

Brillantes colinas se entrelazan con el agua de cristal.

No hay una isla de los inmortales tan espléndida y tan noble.

Se confunden con las hierbas aromáticas los abanicos verdes de las cantantes,

y caen las flores del ciruelo tocadas por el vuelo de las rojas faldas de las bailarinas.

Ésta era de prosperidad debería quedar fijada en versos preciosos de jade y perla.

El regreso de la Noble Consorte es como el descenso de una ninfa desde la Torre de Jaspe.

Una vez que ella ha pisado este lugar encantador,

que no se permita la entrada a los pies de los mortales.

Li Wan

UNIÓN DEL ESPLENDOR Y LA DICHA

(Inscripción frontal)

Al oeste del Palacio Imperial hay un parque fragante

donde abundan la luz del sol, los paisajes espléndidos, las nubes favorables.

Los altos sauces convocan al coro a las oropéndolas del valle,

y los esbeltos bambúes llaman al fénix a detener su vuelo.

La piedad filial se consagra con su visita.

Viendo la sabiduría encerrada en su poema,

me avergüenzo de escribir estos versos.

Xue Baochai

UNA TIERRA ENCANTADA, FUERA DE ESTE MUNDO

(Inscripción frontal)

¿Quién sabe dónde se construyó este famoso jardín?

Este paraíso está lejos del mundo polvoriento.

Colinas y riachuelos le prestan su delicia.

Paisajes nunca vistos lo enriquecen.

El perfume de las hierbas se confunde

con el aroma del vino del valle de Oro [7] ,

y las flores alegran la primavera de los salones de Jade [8] .

¡Qué honor nos hace el emperador con sus favores

dejando a sus carros entrar y salir por la puerta de esta casa!

Lin Daiyu

Tras haberlos leído, Yuanchun elogió todos los poemas y luego comentó con una sonrisa:

—Los de la prima Baochai y la prima Daiyu son especialmente buenos. Ninguna de nosotras puede competir con ellas.

Aquella noche, Daiyu hubiera deseado eclipsarlas a todas con un gran despliegue de brillantez, pero cuando la concubina imperial se limitó a pedirles una inscripción y un poema comprendió que sería presunción escribir más, de manera que se limitó a improvisar un poema para la ocasión.

Mientras tanto, Baoyu se encontraba lejos de concluir su tarea. Después de haber escrito sobre el refugio de Bambú y el parque de las Alpinias, se enfrentaba ahora al patio Rojo y Alegre. Su borrador decía:

La primavera tiene recogidas las hojas de jade verde.

Baochai lo miró y, discreta, le dio un leve golpe con el codo.

—No le gustó «Fragancia Roja y Jade Verde» —susurró—, y lo ha cambiado por «Rojo Alegre y Delicioso Verde». Si insistes en utilizar «jade verde» dará la impresión de que estás cuestionando su criterio. Además, siempre tienes a mano demasiadas alusiones a hojas de plátano. Mejor búscate otras.

Baoyu se enjugó la sudorosa frente.

—No se me ocurre ninguna —dijo.

Baochai sonrió:

—Simplemente cambia «jade verde» por «cera verde».

—¿Existe tal alusión?

Ella sonrió burlona dando un chasquido con los labios.

—Si ahora tienes esa memoria, supongo que para tu examen de palacio habrás olvidado hasta los caracteres Zhao, Qin, Sun, Lui [9] . ¿Has olvidado también el verso inicial de ese poema sobre el plátano que escribió el poeta Qian Xu de la dinastía Tang: «Las velas frías no humean, la cera verde está seca»?

A Baoyu se le cayó un velo de los ojos.

—¡Tonto de mí! —sonrió—. ¿Cómo he podido olvidar ese verso? Realmente eres maestra de una sola palabra [10] . De ahora en adelante tendré que llamarte «maestra» en vez de «hermana».

Reprimiendo una sonrisa, Baochai contestó:

—Date prisa y termina, en lugar de andar diciendo sandeces. ¿A quién llamas «hermana»? Tu hermana es esa que está ahí vestida de oro. ¿Por qué me tendrías que llamar hermana a mí?

Pero como no quería entretenerlo con su charla, se fue.

Baoyu perseveró hasta concluir tres poemas, y Daiyu, deprimida por no haber tenido oportunidad de descollar, se acercó al escritorio donde él se esforzaba solo, deseosa de ayudarle escribiendo para él un par de poemas.

Al preguntarle si ya había terminado, Baoyu respondió:

—Sólo tengo tres, y me queda por escribir el de Taberna del Albaricoque a la Vista.

—Déjame hacerlo a mí mientras tú copias los otros.

Caviló un momento con la cabeza agachada, escribió el poema sobre un trozo de papel, lo hizo una bola y lo lanzó contra Baoyu que, al desarrugarlo, vio que era diez veces mejor que sus propios intentos. Radiante de felicidad, copió rápidamente el poema y presentó los cuatro a la consideración de Yuanchun.

Esto es lo que ella leyó:

DONDE SE POSA EL FÉNIX

Los jades elegantes se han fortalecido [11] ,

dignos de recibir al fénix volador.

Los tallos son tan tiernos que parecen destilar

gotas verdes de sus entrañas,

y verde es la frescura que dan sus verdes hojas.

Impiden que el agua de la fuente salpique la escalera.

Conservan el aroma del humo de los trípodes

que llega atravesando los densos cortinajes.

Que nadie altere este damero de sombras,

para que duerma ella su dulcísimo sueño.

PURO AROMA DE LAS ALPINIAS

Las alpinias colman el patio,

y a su aroma se suma el de las trepadoras.

Suaves son como las hierbas de primavera,

y una tierna fragancia exhalan sus bejucos.

Una bruma liviana cubre los senderos sinuosos,

las gotas del fresco rocío mojan los corredores.

¿Quién dice que sólo los hermanos Xie [12]

consiguen en sus versos que canten los estanques?

ROJO ALEGRE Y DELICIOSO VERDE

Todo el día reina el silencio sobre el patio tranquilo.

Una pareja de muchachas son el plátano y el manzano.

En la primavera las hojas del plátano parecen cansadas,

pero no descansan, floreciendo toda la noche, los rojos manzanos

que apoyan sus mangas rojas en las balaustradas,

mientras cubre el plátano las rocas con su niebla verde.

Dos bellezas compiten frente a la brisa primaveral;

su dueña debe cuidarlas y sentir añoranza por ellas.

RÓTULO

Taberna del Albaricoque a la Vista

Un rótulo en lo más alto atrae a los bebedores,

y a lo lejos se divisa una aldea muy tranquila.

Los gansos surcan un lago de algas y nenúfares.

Desde los olmos hasta las vigas, van las golondrinas.

Ya están maduros en su bancal los puerros de primavera;

todo lo impregna la fragancia de las flores del arroz.

En estos buenos tiempos pacíficos y prósperos

nadie sabe qué es el hambre.

Tejedores y labriegos descansan de sus tareas.

Deleitada, Yuanchun exclamó:

—¡Sí que has hecho progresos!

Señaló que el mejor poema era el último, y cambió «Aldea donde se Enría el Cáñamo» por «Aldea de la Fragancia del Arroz». Luego pidió a Tanchun que copiara los once poemas sobre papel ornamental; un eunuco los entregó a Jia Zheng y los demás caballeros, que esperaban afuera. Los elogios fueron encendidos y unánimes. Jia Zheng, por su parte, presentó una composición suya, un panegírico titulado «Oda a la visita».

Yuanchun hizo entregar manjares de leche, jamón y otras viandas a Baoyu y a Jia Lan, que era demasiado joven para hacer otra cosa que presentar sus respetos imitando a su madre y a sus tíos. Por eso no ha sido mencionado antes.

Jia Huan todavía no se había repuesto de una enfermedad contraída en Año Nuevo y seguía convaleciente en sus aposentos. Por eso tampoco ha sido mencionado.

Durante todo este tiempo, Jia Qiang esperó impaciente en la parte baja con sus doce jóvenes actrices. En ese momento un eunuco bajó corriendo a exclamar:

—Ya se han acabado los poemas. ¡Rápido, el programa!

Jia Qiang no perdió un momento en entregarle un programa forrado en brocado, y una lista de los nombres escénicos de las doce actrices. Fueron elegidas cuatro piezas: «El banquete suntuoso», «El festival del Doble Siete», «Encuentro con los inmortales» y «La partida del alma» [13] .

Jia Qiang mandó representar la primera obra de inmediato. Todas sus actrices cantaron maravillosamente y danzaron como diosas, y a pesar de que no pasaba de ser una representación, comunicaban genuino dolor y verdadera alegría.

Apenas hubieron concluido, apareció entre bambalinas un eunuco con una bandeja de oro cubierta de pasteles y dulces, preguntando cuál de las actrices era Lingguan. Al comprender que se trataba de un presente para ella, Jia Qiang lo aceptó gustoso y le hizo agradecer el favor con un koutou.

El eunuco informó:

—Dice la consorte imperial que Lingguan es fantástica, y quiere que represente dos piezas más de su elección.

Jia Qiang accedió inmediatamente y sugirió «Una visita al jardín» y «El sueño sorprendido» [14] , pero, como ninguna estaba en su repertorio, Lingguan insistió en «El Juramento» y «La Disputa» [15] . Jia Qiang acabó cediendo.

La concubina imperial quedó tan encantada que dejó instrucciones especiales para que la muchacha fuera tratada con consideración y cuidadosamente adiestrada, y le dio un premio adicional de dos piezas de satén de la corte, dos bolsitas bordadas, unas chucherías de oro y plata, y diversos manjares.

Luego dejaron el salón de banquetes para visitar algunos lugares que Yuanchun no había visto todavía, entre ellos un convento budista situado entre dos colinas, donde ella se lavó las manos antes de entrar para quemar incienso y venerar a Buda. Como inscripción para el convento eligió «Nave de la Piedad sobre el Mar del Sufrimiento», y entregó presentes a las monjas budistas y a las sacerdotisas taoístas.

Pronto apareció un eunuco a informar de rodillas que la lista de regalos estaba preparada esperando su aprobación; ella la leyó, la encontró satisfactoria y ordenó que los regalos fueran distribuidos. El encargo fue cumplido por los propios eunucos.

La Anciana Dama recibió dos cetros ruyi [16] , uno de oro y otro de jade, un báculo de palo áloe, una gargantilla de cuentas de sándalo, cuatro cortes de satén imperial con dibujos representando riqueza, nobleza y longevidad, cuatro cortes de seda con dibujos representando buena fortuna y larga vida, diez lingotes de oro con dibujos representando «Cúmplanse sus deseos», y diez lingotes de plata con peces [17] y otros dibujos representando la felicidad y la abundancia.

Las damas Xing y Wang recibieron los mismos presentes, salvo los cetros, el báculo y la gargantilla.

Jia Jing, Jia She y Jia Zheng recibieron cada uno dos nuevos libros compuestos por el propio emperador, dos cajas de barras de tintas exóticas, cuatro cubiletes, dos de oro y dos de plata, y unos cortes de satén idénticos a los descritos más arriba.

Baochai, Daiyu y las demás muchachas recibieron cada una un libro nuevo, un espejo fino y dos pares de dijes de oro y plata con dibujos de nueva factura.

Lo mismo recibió Baoyu.

Jia Lan recibió un pequeño collar de oro y uno de plata, un par de medallones de oro y otro par de plata. La señora You, Li Wan y Xifeng recibieron cada una dos medallones de oro y dos de plata, más cuatro cortes de seda.

A esto debemos añadir veinticuatro cortes de satén y cien sartas de monedas recién acuñadas que fueron repartidas entre las criadas y doncellas de la Anciana Dama, la dama Wang y las muchachas.

Jia Zhen, Jia Lian, Jia Huan y Jia Rong recibieron un corte de satén y un par de medallones de oro cada uno.

Los miembros de ambas mansiones que habían sido responsables de la construcción y mantenimiento del jardín, de la elección de muebles y de los diversos recintos que contenía, de la administración del teatro y de la preparación de los faroles, recibieron cien rollos de satenes variados, mil taeles de oro y plata y diversos manjares y vinos de palacio. Además, las cocineras, actrices y juglares recibieron quinientas sartas de monedas recién acuñadas.

Cuando todos acabaron de agradecer los regalos ya eran casi las tres de la madrugada, y el eunuco encargado anunció que era hora de partir. A Yuanchun se le volvieron a anegar los ojos, pero forzó una sonrisa. A pesar de todo, cuando apretó las manos de su abuela y de su madre sintió que no las podía soltar.

—No se preocupen por mí —les suplicó—. Cuídense ustedes. Gracias a la bondad del emperador, ahora pueden venir a visitarme al palacio cada mes, así que tendremos otras muchas oportunidades para vernos. No hay razón para entristecerse.

Pero aunque a Yuanchun se le hacía difícil irse, no podía desobedecer los reglamentos imperiales y no le quedaba más alternativa que subir al palanquín que la conduciría de vuelta a palacio. La casa entera se esforzó en consolar a la Anciana Dama y a la dama Wang, mientras las ayudaban a salir del jardín.

Así ocurrió en realidad…

Sueño En El Pabellón Rojo

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