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Capítulo VIII

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Hablando del Jade y el Oro,

Yinger presiente el destino de su señora.

Visitando a Baochai, Daiyu se siente un poco celosa *.

En cuanto hubo llegado y presentado sus respetos, Baoyu expuso a la Anciana Dama su deseo de asistir a la escuela del clan junto a Qin Zhong. Le habló sobre el incentivo que para él supondría tener un amigo y un compañero de estudios; alabó con toda sinceridad el admirable carácter y las adorables virtudes del otro muchacho. Xifeng, que se encontraba a su lado, lo apoyó diciendo:

—Dentro de un par de días vendrá Qin Zhong a presentarle sus respetos.

Y aprovechando el buen humor que a la anciana le habían causado las noticias de su nieto, la invitó a una ópera.

A pesar de su edad, a la Anciana Dama le entusiasmaba cualquier cosa que rompiera la monotonía. Cuando llegó el día y la señora You vino a invitarla, llevó consigo a la dama Wang, a Daiyu, a Baoyu y a los demás para que disfrutaran con ella del espectáculo.

Al mediodía la anciana se retiró para descansar. También se recogió la dama Wang, amante de la paz y la tranquilidad. Entonces Xifeng, sola, se acomodó en el lugar de honor y disfrutó plenamente hasta que cayó la noche.

Después de acompañar a su abuela, Baoyu habría regresado a ver de nuevo el espectáculo, pero temió que su presencia molestara a Keqing y las demás, y como entonces recordó que todavía no había ido personalmente a interesarse por la salud de Baochai, decidió hacerle una visita. Puesto que recelaba que algo se lo impidiera si pasaba por el salón principal, y además le desazonaba la posibilidad de encontrarse con su padre, decidió tomar el camino más largo para no tropezarse con nadie.

Sus amas y doncellas lo esperaban para ayudarle a quitarse los trajes ceremoniales, pero él salió de nuevo sin cambiarse de ropa. Lo siguieron hasta que cruzó el segundo portón, convencidas de que regresaba a la otra mansión; pero, en lugar de ello, Baoyu dio la vuelta hacia el nordeste por detrás del salón. Sin embargo, allí fue a darse de bruces con Zhan Guang y Shan Pingren, dos protegidos de su padre, que se le acercaron sonrientes. Uno le echó un brazo por encima de los hombros y el otro le cogió una mano.

—¡Pequeño bodhisattva! —exclamaron—. Qué deliciosa sorpresa. Hacía mucho tiempo que no lo veíamos.

Ya se iban tras presentarle sus respetos, interesarse por su salud y charlar un rato, cuando un ama les preguntó si venían de donde estaba el señor.

Asintieron con un gesto, y dirigiéndose a Baoyu con un guiño:

—No se preocupe, Su Señoría está durmiendo en el estudio del Sueño en Declive. —Y siguieron su camino.

Estas palabras hicieron reír a Baoyu, que continuó hacia el norte. Y ya apretaba el paso en dirección al patio de los Perales Fragantes cuando del edificio de la administración salieron Wu Xindeng, el administrador principal; Dai Liang, el administrador de los graneros, y otros cinco sirvientes. Al ver a Baoyu se dirigieron hacia él y adoptaron una actitud de respetuosa atención. Uno de ellos, Qian Hua, que no veía a Baoyu desde hacía tiempo, se adelantó para hincar una rodilla en tierra [1] . Con una leve sonrisa, Baoyu le ayudó rápidamente a incorporarse mientras los demás decían alegremente:

—El otro día vimos unos doufang [2] suyos, joven señor. Su caligrafía ha mejorado mucho. ¿Cuándo nos regalará algunos para adornar nuestras paredes?

—¿Dónde los vieron? —preguntó Baoyu.

—Están en muchos sitios —le respondieron—. Todo el mundo los alaba, y mucha gente viene a que consigamos algunos.

—No merecen ser conservados —protestó Baoyu entre risas—, pero si quieren alguno sólo tienen que pedírselos a mis pajes.

Cuando él echó a andar, los otros siguieron su camino. Pero acabemos de una vez con esta digresión.

Al llegar al patio de los Perales Fragantes, Baoyu acudió en primer lugar a saludar a su tía Xue, a la que encontró distribuyendo las tareas domésticas entre sus doncellas. Presentó sus respetos a la tía, que lo abrazó fuertemente.

—Ay mi niño —dijo alegremente—. Qué suerte que hayas venido, sobre todo en un día frío como éste. Ven aquí y súbete al kang, que está calentito.

Ordenó que sirvieran un té caliente.

—¿Está en casa el primo Pan? —preguntó Baoyu.

—El primo Pan es como un caballo sin jinete —suspiró ella—. Siempre está fuera de aquí, de un lado a otro. No para en casa ni un solo día.

—¿Está mejor mi prima Baochai?

—Sí, gracias. Fue muy amable por tu parte haber mandado el otro día a interesarte por su salud. Ahora está en su cuarto, ¿por qué no entras a verla? Además, allí hace menos frío. Ve con ella. Yo me reuniré con vosotros apenas haya terminado aquí.

Baoyu bajó del kang y se encaminó a la habitación de su prima, en cuya puerta colgaba una cortina de seda roja algo gastada. La levantó y entró.

Baochai estaba cosiendo sobre el kang. Llevaba su lustroso cabello recogido en un moño sobre la cabeza, una chaqueta acolchada del color de la miel, un chaleco rosado con forro de piel de comadreja marrón y blanco, y una falda de seda amarilla. Su indumentaria no era ostentosa, y ya estaba un poco usada. Sus labios no necesitaban carmín ni sus cejas azuladas requerían pincel alguno; su rostro era como un disco de plata, y sus ojos almendras que parecían flotar en el agua. Algunos consideraban que su actitud reservada era un manto para ocultar la estupidez, pero dentro de su gravedad rezumaba sencillez.

Baoyu, sin dejar de contemplarla, le preguntó:

—¿Estás mejor, prima?

Baochai levantó la vista y se incorporó rápidamente.

—Ya estoy mucho mejor —dijo—, gracias por preocuparte.

Le hizo sentarse junto a ella en el borde del kang y mandó a Yinger que sirviera té. Mientras preguntaba por la Anciana Dama, las tías y las primas, admiró la indumentaria de Baoyu, que llevaba una diadema de filigrana de oro con una gema incrustada, una guirnalda de oro en forma de dos dragones luchando por una perla, una casaca de arquero de un color verde amarillento con bordados de serpientes y forro de piel de zorro blanco, y una banda con mariposas multicolores bordadas. Pendía de su cuello un medallón de la longevidad, un talismán con su nombre grabado y el precioso jade que apareció en su boca cuando vino al mundo.

—Había oído hablar mucho de ese jade, pero nunca lo había visto —dijo Baochai acercándose a él—. Déjame que lo vea bien, hoy que tengo la ocasión.

Baoyu se inclinó y, quitándose la piedra del cuello, la puso sobre la palma de Baochai. Era del tamaño de un huevo de gorrión, iridiscente como las nubes del alba, suave como un dulce de leche cuajada, cubierto de vetas de mil colores. Ésa era la forma que había adquirido la estúpida roca del pie del Pico de la Cresta Azul, en la Montaña de la Inmensidad. Tiempo después, un poeta escribiría estos versos:

Es un absurdo creer que Nüwa reparó el cielo,

y más escribir las memorias de una roca

que, dejando el Gran Vacío de silenciosos espíritus,

otra forma asumió, pestilente y rastrera.

Perdida la fortuna, pierde el oro su brillo;

corren malos tiempos y no brilla el jade hermoso.

Altas colinas de huesos anónimos

fueron antaño señores y damas.

Más abajo reproduciremos los caracteres que el bonzo tiñoso había grabado en la estúpida piedra, y que registraban su transformación.

Como el jade era tan pequeño que cabía en la boca de un recién nacido, sería un sufrimiento para la vista de nuestros lectores reproducir los caracteres a tamaño natural; por eso los hemos ampliado a una escala que permita su estudio a la luz de una lámpara o incluso con una copa de más. Insistimos en este punto para que nadie comente burlón: «¡Cómo sería la boca del niño en el útero para que pudiese contener tan tremendo objeto!».

Pues bien, el anverso rezaba:

Jade Precioso de las Comunicaciones Espirituales

Nunca perder, nunca olvidar

Vida eterna, duradera prosperidad


Y el reverso decía:

Expulsa malos espíritus

Cura males misteriosos

Predice fortuna y desgracia


Baochai le dio varias vueltas al jade para leer en voz alta la inscripción no una, sino dos veces, y después riñó a Yinger:

—¿Qué haces ahí con la boca abierta en lugar de traernos el té?

Yinger respondió pasmada:

—Señorita, esas dos líneas coinciden con las palabras de su medallón.

—¿Tu medallón también tiene una inscripción? Déjame verlo —exclamó Baoyu no menos sorprendido.

—No le hagas caso. No tiene un solo signo grabado.

—Pero yo te dejé ver el mío —protestó Baoyu.

Sintiéndose acorralada, dijo Baochai:

—Bueno, es verdad que tiene una inscripción de la buena suerte. Por eso lo llevo siempre conmigo a pesar de lo incómodo que es.

Se desabotonó la roja chaqueta y sacó un collar de oro adornado con relucientes perlas y joyas. Baoyu cogió rápidamente el medallón y vio dos inscripciones, una a cada lado, en forma de ocho diminutos caracteres:

Nunca partir, nunca abandonar

Fresca juventud, eterna duración

Baoyu leyó el texto dos veces, y dos veces repitió el de su jade.

—Pero, prima, la inscripción de tu medallón coincide perfectamente con la de mi jade —declaró entre risas.

—Se la dio un bonzo tiñoso —informó Yinger—, y dijo que había que grabarla sobre un soporte de oro.

Pero antes de que pudiera decir más, Baochai la interrumpió riñéndole por no haber traído el té. Luego desvió la conversación preguntando a Baoyu de dónde venía. Él, que ya se había acercado lo suficiente, percibió una fragancia dulce y fresca que no pudo identificar.

—¿Con qué incienso perfumas tu ropa? —preguntó a Baochai—. Nunca he olido semejante aroma.

—No me gustan los inciensos perfumados que no hacen sino apestar la ropa buena como si hubiera estado junto al humo.

—Pero ¿cuál es ese perfume?

Baochai pensó un momento la respuesta.

—Ah, debe ser la píldora que tomé esta mañana.

—¿Qué píldoras son esas que huelen tan bien? ¿No me das una para que la pruebe?

—No seas bobo —rió Baochai—. Las medicinas no se toman por gusto.

En ese momento un sirviente anunció la llegada de Daiyu, que entró acto seguido.

—¡Ah! —exclamó al ver a Baoyu—. He elegido un mal momento para venir.

Baoyu se levantó sonriendo para ofrecerle asiento, y Baochai preguntó alegremente:

—¿Por qué?

—De haber sabido que él estaba aquí no hubiera venido.

—Tu respuesta me intriga todavía más —dijo Baochai.

—O todos aparecen juntos, o nadie llega —comentó malignamente Daiyu—. Si él viniese un día y yo al siguiente, espaciando nuestras visitas, entonces tendrías compañía diaria y no te sentirías ni muy sola ni demasiado distraída. ¿Qué tiene de misterioso lo que digo, prima?

Baoyu observó que vestía una capa encarnada de piel de camello que se abotonaba por delante.

—¿Está nevando? —preguntó.

—Desde hace un buen rato —respondieron las doncellas.

—¿Habéis traído mi capa?

—¿Ves como tenía razón? —exclamó Daiyu—. En cuanto yo llego, él se va.

—¿Quién ha hablado de irse? —contestó Baoyu—. Sólo quiero estar preparado.

—Nieva y se hace tarde. Quédese aquí con sus primas —propuso el ama Li—. Su tía ha preparado algo de comer en el cuarto de al lado. Yo enviaré a una doncella a que recoja su capa y diré a los pajes que no lo esperen.

Baoyu aceptó la sugerencia, y el ama salió a despedir a los pajes.

Mientras tanto, la tía Xue ya tenía dispuesta la merienda. Cuando Baoyu elogió las patas de ganso y las lenguas de pato servidas unos días antes por la señora You, aparecieron otras tantas de la casa adobadas con granos de orujo que la tía dio a Baoyu para que las probara.

—Sabrían aún mejor con vino —insinuó sonriendo.

Inmediatamente su tía hizo traer el mejor vino de la casa.

—Por favor, señora Xue, nada de vino —protestó el ama Li.

—Sólo una copa, amita —suplicó Baoyu.

—¡De ninguna manera! Si su abuela o su madre estuviesen aquí no me importaría que bebiera una jarra entera, pero todavía no he olvidado la reprimenda que me echaron durante dos días seguidos sólo porque algún zopenco irresponsable quiso caerle en gracia dándole un trago de vino a mis espaldas. No tiene usted idea de lo granuja que es, señora Xue; y la bebida le saca a relucir todo lo malo. Cuando tiene un día de buen humor la Anciana Dama le deja beber a su antojo, pero otros días no le permite probar ni una gota. Y siempre soy yo la que se mete en líos.

—No te preocupes, mi pobre vieja —dijo riendo la tía Xue—. Anda y bebe tú también una copa. Cuidaré de que Baoyu no se exceda, y, si la Anciana Dama dice algo, yo asumiré la responsabilidad.

Y ordenó a sus doncellas:

—Llevad al ama Li a beber unas cuantas copas que la protejan del frío.

De esta manera, el ama no tuvo más remedio que ir a beber con los demás sirvientes.

Apenas hubo salido, dijo Baoyu:

—Que no calienten el vino, lo prefiero frío.

—Nada de eso —repuso su tía—. El vino frío te hace temblar la mano al escribir.

—Primo Bao —intervino burlona Baochai—, cada día tienes oportunidad de aprender algo nuevo. ¿Cómo no has entendido que el vino se bebe caliente? Si está caliente, sus vapores se disipan pronto; frío, se queda en tu cuerpo y absorbe calor de tus órganos vitales. Y eso no es bueno, así que deja de hacerlo.

El consejo parecía sensato, de manera que Baoyu dejó el vino y pidió que lo calentaran. Daiyu, durante la discusión, había estado sonriendo de manera enigmática mientras mordisqueaba pepitas de melón. Su doncella Xueyan le acababa de traer una pequeña estufa de mano.

—¿Quién te ha pedido que me trajeras una estufa? —preguntó Daiyu—. Muchas gracias. ¿Acaso pensaste que aquí me estaría congelando?

—Zijuan temió que estuviera pasando frío, señorita, y me pidió que se la trajera.

Con la estufa en los brazos, Daiyu respondió:

—Así que tú haces lo que ella dice, pero en cambio lo que yo te digo te entra por un oído y te sale por el otro. Cumples las órdenes de Zijuan más rápidamente que si se tratara de edictos imperiales.

Baoyu sabía que en realidad todos esos comentarios de Daiyu iban dirigidos a él, pero su única respuesta fue una serie de risitas, y Baochai, consciente de que ésa era su manera de actuar tampoco le prestó excesiva atención. Sin embargo, la tía Xue protestó:

—Siempre has sido delicada y soportado mal el frío. ¿Por qué te habría de disgustar la consideración de los demás?

—No lo entiende, tía —repuso Daiyu con una sonrisa—. Aquí no tiene importancia, pero en cualquier otro lugar la gente podría ofenderse. ¡Enviar una estufa desde mis aposentos como si mis anfitriones no dispusieran de una! En vez de considerar a mis doncellas demasiado quisquillosas, la gente pensaría que siempre me comporto de esta manera inaceptable.

—Tomas demasiado en serio estas cosas —dijo la tía Xue—. Nunca me hubiera pasado por la cabeza semejante explicación.

Mientras tanto, Baoyu ya se había bebido tres copas. El ama Li regresó para llamarle la atención, pero lo encontró muy entretenido hablando y riendo con sus primas, y sin intención alguna de dejar de beber.

—Sólo un par de copas más, amita —suplicó.

—Más vale que tenga cuidado —le advirtió ella—. Hoy está en casa el señor Zheng, y a lo mejor quiere ver cómo lleva sus lecciones.

Descorazonado, Baoyu dejó su copa lentamente y agachó la cabeza.

—¡No sea aguafiestas, ama Li! —protestó Daiyu.

Y dirigiéndose al muchacho:

—Si el tío te llama podemos decir que la tía Xue no te deja salir. Tu ama ha bebido demasiado y ahora quiere hacernos cargar a nosotros con los efectos del vino.

Y dándole un codazo cómplice para animarlo continuó:

—No le hagas caso, ¿por qué razón no podemos divertirnos?

—Señorita Lin, no le anime usted a seguir bebiendo —exclamó el ama Li—. Sus consejos son los únicos que él escucha.

—Pero si no le estoy animando a nada —dijo Daiyu enfadada—, y tampoco me tomo la molestia de darle consejos. Es usted demasiado escrupulosa. La Anciana Dama siempre le da vino, ¿por qué no iba a poder beber un poco en casa de su tía? ¿Está sugiriendo que es una extraña y que él no debe actuar aquí con confianza?

Divertida, pero a la vez irritada, el ama Li contestó:

—¡Vaya, vaya! Cada una de sus palabras corta más que un cuchillo, señorita. ¿Cómo se le puede ocurrir semejante cosa?

Ante la discusión, ni Baochai con toda su seriedad pudo reprimir una sonrisa. Pellizcó una mejilla de Daiyu y exclamó:

—¡Pero qué lengua tiene la muchacha! No sabe una si enfadarse o reír.

—No te preocupes, hijo mío —sentenció la tía Xue—. No tengo nada bueno que ofrecerte, pero me sentiría muy mal si de un disgusto que tuvieras aquí te resultase una indigestión; así que bebe cuanto quieras, que yo responderé. Y no tienes que irte antes de la cena; y lo mismo si te excedes bebiendo: puedes quedarte a dormir.

Ordenó que calentaran más vino y continuó:

—Beberé un poco con vosotros y luego cenaremos.

Al oírla, Baoyu recuperó el buen humor.

Su ama dijo a las doncellas:

—Quedaos con él y no le quitéis el ojo de encima. Voy a casa a cambiarme de ropa y regreso enseguida.

Y le pidió a la tía Xue susurrando:

—Por favor, señora, no le conceda caprichos y no le deje beber demasiado.

Apenas salió el ama Li, las dos o tres sirvientas que quedaron, mujeres maduras y desaprensivas, salieron también a divertirse por su cuenta dejando sólo a dos doncellas, jóvenes y ansiosas por complacer a Baoyu. Con mucha habilidad, la tía Xue impidió que el muchacho bebiera demasiado, y a la hora de la cena Baoyu apuró dos tazones de sopa de piel de pollo y brotes de bambú adobados, y medio tazón de migas de arroz verde. Para entonces ya habían terminado Baochai y Daiyu, y todos bebieron un té fuerte, lo que tranquilizó a la señora Xue.

Poco después, terminada su propia cena, Xueyan y otras tres doncellas acudieron para atenderlos, y Daiyu preguntó a Baoyu:

—¿Estás listo para partir?

La miró de soslayo, con los párpados medio cerrados:

—Me iré cuando tú te vayas.

Daiyu se levantó inmediatamente.

—Hemos pasado aquí casi todo el día; ya es hora de que nos vayamos. Pueden estar preocupados.

Mientras se despedían llegaron sus ropas de abrigo, y Baoyu agachó la cabeza para que una doncella le ayudara a ponerse la capucha. Ésta la sacudió y empezó a pasársela por encima de la cabeza.

—¡Para, para! No seas tan tosca, boba —protestó Baoyu deteniéndola—. ¿No sabes cómo se pone una capucha? Deja que lo haga yo mismo.

—¡Pero qué escándalo! —dijo Daiyu poniéndose de pie sobre el kang—. Ven aquí. Déjame ayudarte.

Baoyu se acercó a ella, que le puso suavemente una mano sobre la coronilla y colocó el filo de la capucha sobre su guirnalda.

—Así está mejor —le dijo al tiempo que echaba hacia adelante el pompón de terciopelo rojo del tamaño de una castaña—. Ahora ya puedes ponerte la capa.

Mientras Baoyu lo hacía, la señora Xue comentó:

—Ni una de las amas que os trajo está aquí, ¿por qué no esperáis un poco?

—¿Por qué tendríamos que esperar nosotros a las sirvientas? —preguntó él—. Ya están las doncellas para acompañarnos. No nos pasará nada.

Sin embargo, para mayor seguridad, la tía Xue hizo que les acompañaran dos amas mayores. Después de dar las gracias a su anfitriona los dos jóvenes se dirigieron a los aposentos de la Anciana Dama, que aún no había cenado. Se mostró muy complacida al saber de dónde venían, y cuando se percató de que Baoyu había estado bebiendo lo mandó directamente a su cuarto, prohibiéndole que volviera a salir de noche. Después preguntó quién estaba a cargo del muchacho.

—¿Dónde está el ama Li? —preguntó al saberlo.

Las doncellas, que no se atrevían a revelar que había vuelto a su casa, le respondieron:

—Estaba aquí hace un momento; seguramente ha salido con algún encargo.

Tambaleándose un poco, Baoyu se volvió para decir por encima del hombro:

—Vive mejor que nuestra abuela, ¿por qué pregunta por ella? Sin sus sermones yo viviría unos días más.

Después salió, y al llegar a su cuarto sus ojos tropezaron con el pincel y la tinta sobre su escritorio.

Qingwen lo saludó con una sonrisa y exclamó:

—¡Vaya tipo! Me hace moler tinta durante toda la mañana porque no se siente bien; luego se sienta, escribe tres caracteres, tira el pincel y se va. ¿Sabe que nos ha tenido esperando todo el día? Póngase ahora mismo a trabajar y acabe con toda esa tinta.

Recordando lo ocurrido por la mañana, Baoyu preguntó:

—¿Dónde están los tres caracteres que escribí?

—¡Pero está borracho! —dijo Qingwen riendo—. Justo antes de partir a la otra casa me pidió que los colgara sobre la puerta, y ahora me pregunta dónde están. Los colgué yo misma; busqué una escalera para hacerlo porque no me fiaba de que nadie lo hiciera bien. Todavía tengo las manos entumecidas por el frío.

—Lo había olvidado. Deja que te caliente las manos.

Y tomó las manos de Qingwen entre las suyas mientras ambos contemplaban la inscripción sobre el dintel. En ese momento entró Daiyu, y él le preguntó:

—Dime sinceramente, prima, ¿cuál de estos tres caracteres está mejor escrito?

Daiyu levantó la cabeza y leyó: «Estudio de las Nubes Rojas».

—Los tres son buenos. No sabía que fueras tan buen calígrafo. Alguna vez tienes que hacer una inscripción para mí.

—Ya te estás burlando —rió Baoyu.

Y volviéndose a Qingwen:

—¿Dónde está Xiren?

Qingwen señaló con la cabeza el kang de la habitación interior, donde Xiren yacía vestida.

—Muy bien —dijo—, pero todavía es temprano para dormir. En la otra casa había para desayunar un plato de panecillos rellenos de nata de soja, y como sé que te gustan le pedí a la cuñada You que me los guardara para la cena, de manera que los envió aquí. ¿Los has recibido?

—¡No me diga! —contestó Qingwen—. Al verlos comprendí que eran para mí, pero como ya había desayunado los dejé. Entonces entró el ama Li y los vio: «Baoyu no los querrá, se los llevaré a mi nieto». Y se los llevó.

Qianxue entró con el té, y Baoyu dijo:

—Bebe un poco de té, prima Lin.

Las doncellas se echaron a reír:

—Hace un rato que se ha ido, y le ofrece té.

Tras beber media taza recordó algo y preguntó a Qianxue:

—¿Por qué me trajiste este té? Esta mañana hicimos un té de rocío de arce y te dije que tomaba todo el sabor sólo después de tres o cuatro infusiones.

—Sí, guardé el otro té —le respondió ella—, pero el ama Li insistió en probarlo y se lo bebió todo.

Fue demasiado para Baoyu. Cogió la taza y la estrelló contra el suelo, salpicando la falda de la doncella. Luego, poniéndose en pie, exclamó furioso:

—¡¿Acaso es vuestra abuela, para que la tratéis con tanto respeto?! Sólo porque me amamantó unos cuantos días se comporta como si fuera más importante que mis antepasados. Ya no necesito una nodriza, ¿por qué tengo que aguantar un vejestorio como ése? ¡Mandadla de una vez al infierno y todos viviremos más tranquilos!

Quiso ir directamente a ver a su abuela para que despidiera al ama Li, pero Xiren, que sólo fingía dormir esperando que Baoyu acudiera a jugar con ella, se levantó rápidamente y corrió a calmar los ánimos. No se había inmutado cuando él preguntó por los panecillos, pero cuando sufrió uno de sus arrebatos de furia e hizo añicos la taza pensó que había llegado el momento de intervenir.

Llegaba en ese instante una doncella enviada por la Anciana Dama para averiguar a qué se debía tanto ruido.

—Acabo de servir un poco de té —dijo Xiren—, la nieve de mi zapato me hizo resbalar y he roto una taza.

Luego tranquilizó a Baoyu.

—De manera que se ha decidido a despedirla. Bien. A todas nosotras nos gustaría irnos, ¿por qué no aprovecha para despedirnos a todas? A nosotras no nos importaría y usted podría conseguir gente que le sirviera mejor.

Enmudecido por esas palabras, Baoyu permitió que le ayudaran a subir al kang y le quitaran la ropa. Seguía mascullando, pero a duras penas podía mantener los ojos abiertos. Xiren le quitó del cuello el precioso jade, lo envolvió en su propio pañuelo y lo puso bajo el colchón del muchacho para que al día siguiente, a la hora de ponérselo, no estuviera frío.

Baoyu cayó dormido como un lirón sobre la almohada. En ese momento llegó el ama Li. Enterada de que estaba borracho no se atrevió a suscitar nuevos problemas, y se fue más tranquila después de asegurarse de que dormía.

A la mañana siguiente, Baoyu supo que Jia Rong había venido desde la otra mansión trayendo a Qin Zhong para que presentara sus respetos. Corrió a dar la bienvenida a su nuevo amigo y presentarlo a la Anciana Dama, que quedó encantada con su hermoso porte y sus modales agradables, Convencida de que sería un excelente compañero de estudios para Baoyu, le invitó a quedarse a tomar el té y a cenar, y luego ordenó a los sirvientes que lo llevaran a conocer a la dama Wang y el resto de la familia.

Qin Keqing era muy querida en aquella casa, y su hermano, por las cualidades que lo adornaban, empezó a ganarse de tal modo el cariño y la simpatía de todos, que hasta le hicieron regalos al despedirse. La Anciana Dama le obsequió con una bolsita que contenía una pequeña efigie de oro representando al dios de las Oposiciones Oficiales, que simboliza la armonía entre el azar y el talento.

—Vives tan lejos —le dijo— que el viaje puede resultarte excesivo por el frío o el calor. Serás bien recibido si te quedas aquí y consideras ésta como tu casa. Quédate con tu tío Baoyu y no participes en las gamberradas de esos granujas ociosos.

Qin Zhong aceptó de buen grado el ofrecimiento y regresó a su casa a informar de lo que había dicho la Anciana Dama. Su padre, Qin Ye, un viudo a punto ya de cumplir los setenta años, era secretario de la Junta de Obras. Al no tener hijos propios había adoptado a un niño y una niña de un orfanato, pero el niño murió pronto. Keqing quedó como hija única, y al crecer se convirtió en una muchacha de considerable gracia e inteligencia; y como Qin estaba remotamente vinculado a la familia Jia, se arregló la boda de Keqing con Jia Rong.

En cuanto a Qin Zhong, había nacido cuando ya su padre había pasado la cincuentena. Su preceptor había muerto el año anterior, y Qin Ye aún no le había encontrado un sustituto; por eso el muchacho se dedicaba a repasar lecciones en casa. Para que no perdiera su tiempo, el viejo Qin había pensado en algún momento acercarse a los Jia para estudiar la posibilidad de que se pudiera enviar a su hijo a la escuela que ellos tenían, pero quiso la fortuna que Baoyu y Qin Zhong se conocieran.

El anciano se alegró mucho cuando se enteró de que la escuela de los Jia estaba dirigida por Jia Dairu, un venerable erudito confuciano bajo cuya tutoría era de esperar que Qin Zhong hiciera grandes progresos y hasta consiguiera un nombre.

Qin Ye era un funcionario pobre, pero todos los Jia, los encumbrados y los humildes, valoraban tanto las riquezas y los rangos que el viejo secretario arañó las paredes hasta conseguir veinticuatro taeles de plata que sirvieron de generoso regalo de ingreso. Luego llevó a Qin Zhong a que presentara sus respetos a Jia Dairu, tras lo cual esperaron a que Baoyu fijara una fecha para que ambos empezaran las clases.

Por cierto:

De saber que mañana acarreará problemas,

¿quién enviaría a su hijo a estudiar hoy?

* En la versión más antigua del manuscrito aparecen los siguientes versos encabezando este capítulo:

Aromático es el té Médula de Fénix recién hecho que se guarda en el antiguo trípode,

y el licor más transparente se conserva en la copa esmeralda.

No digan que no es hermosa la belleza de seda,

pero vean a la muchacha de oro junto al muchacho de jade.

Sueño En El Pabellón Rojo

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