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Capítulo X

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Por su propio bien, la viuda Jin se traga su amor propio.

El doctor Zhang diagnostica una enfermedad

con profundos análisis.

En el capítulo anterior, las fuertes presiones y las órdenes de Jia Rui para que se disculpara habían obligado a Jin Rong a hacer un koutou ante Qin Zhong. Al terminar las clases, de camino a su casa, el recuerdo de la humillación sufrida enfurecía cada vez más a Jin Rong: «Qin Zhong sólo es el cuñado de Jia Rong; ni siquiera es hijo o nieto de la familia Jia —cavilaba colérico por el camino—. Está en la escuela gracias a un favor especial, exactamente igual que yo, pero su amistad con Baoyu le permite mirar por encima del hombro a los demás. Si al menos se comportase correctamente… Pero esos dos deben pensar que los demás estamos ciegos. Hoy los sorprendí coqueteando, ¿qué tengo yo que temer si todo esto sale a la luz?».

—¿En qué lío te has metido ahora? —preguntó su madre, nacida Hu, al oírlo llegar refunfuñando.

Cuando el muchacho le contó lo sucedido, ella le reconvino:

—Tuve que perseguir a tu tía importunándola continuamente para que la señora Xifeng de la mansión del Este te consiguiera una plaza en la escuela de la familia. ¿Qué sería de nosotros sin su ayuda? No nos podemos permitir un preceptor. Además, allí te dan de comer gratis, ¿no es cierto? Eso nos ha permitido ahorrar bastante en estos dos últimos años, y gracias a eso puedes llevar esa ropa elegante que tanto te gusta. Y gracias también a la escuela has conocido al señor Xue, que nos ha ayudado en este tiempo con no menos de setenta u ochenta taeles de plata. Si te expulsan por esa pelea no esperes que te encuentre otra escuela como ésta; te aseguro que eso sería más difícil que trepar hasta el cielo, así que más vale que te entretengas con algo tranquilo antes de ir a dormir. Sí, será lo mejor.

Jin Rong tuvo que reprimir su cólera y sujetar la lengua, y pronto quedó dormido. A la mañana siguiente volvió a la escuela como si nada hubiera acaecido.

Hablemos ahora de su tía paterna. Se había casado con Jia Huang, que pertenecía a aquella generación de la familia que empleaba en sus nombres el radical de «jade» [1] . Ya sabemos que no todos los miembros del clan eran tan ricos como los de las mansiones Ning y Rong; pues bien, Jia Huang y su esposa vivían de una menguada renta y con frecuencia acudían con halagos a suplicar la ayuda de Xifeng y la señora You.

Como ese día hacía buen tiempo y no tenía nada que hacer, la esposa de Jia Huang, nacida Jin, fue a visitar a su cuñada y a su sobrino acompañada de una sirvienta. Durante la conversación, la madre de Jin Rong describió detalladamente los sucesos ocurridos en la escuela el día anterior. El relato encolerizó inmediatamente a la tía Huang.

—Jin Rong es tan pariente de los Jia como ese joven idiota de Qin Zhong —exclamó—. ¿Cómo puede haber gente que se arrastre de esa manera a los pies de los ricos? Sobre todo cuando su comportamiento es tan lamentable. Y en cuanto a Baoyu, no hay motivo para que se le trate con tantos remilgos. Voy ahora mismo a la mansión del Este a hablar con la señora You y luego informaré a la hermana de Qin Zhong. ¡A ver quién tiene aquí la razón!

—Ay hermana, no he debido contártelo —dijo la madre de Jin Rong presa de ansiedad—. No les digas nada, por favor. Ya no importa quién tenga razón, y si esto se embrolla aún más acabarán expulsando a mi muchacho de la escuela; aparte de que no podemos costearnos un preceptor, gastaremos mucho más en ropa y alimentos.

—¡Como si eso fuera a ocurrir! —replicó ufana la tía Huang—. Tú déjame a mí que hable con ellas, y ya verás como solucionan el caso a nuestro favor.

Ignorando las súplicas y protestas de la viuda, mandó a su sirvienta alquilar un coche y se encaminó a la mansión Ning, donde se apeó frente a la pequeña puerta del este para entrar andando. En presencia de la señora You, toda su indignación desapareció como por ensalmo. Charló con falsa amabilidad y extrema afectación durante unos momentos, y luego preguntó:

—¿Cómo no veo por aquí a la joven señora Keqing?

—No sé qué le pasa —contestó la señora You—. Hace dos meses que no le viene la regla, y sin embargo los médicos dicen que no está encinta. Sufre vahídos, y por las tardes está demasiado cansada para moverse o hablar. Yo le he dicho: «No es necesario que te fatigues viniendo todas las mañanas y todas las tardes a presentar tus respetos; limítate a descansar, y si vienen parientes yo los recibiré. Me disculparé en tu nombre si los mayores preguntan por ti». También le dije a mi hijo Rong que no permitiera que nadie la cansara o molestase, para que pueda reposar tranquilamente hasta que se reponga: «Si quiere algo especial de comer, que me lo pidan; si no lo tenemos se lo pediremos a Xifeng». Si algo malo le llega a suceder, ni con una linterna encontrarías en todo el mundo una muchacha que valiera lo que ella, tan hermosa y tan amable. Se ha ganado la voluntad de los mayores y de todos nuestros conocidos. En fin, que llevo unos días terriblemente preocupada. Esta mañana fue a verla su hermano Zhong. La verdad es que es demasiado inexperto para entenderlo, pero no le debía haber contado esas historias sabiendo que estaba enferma. Incluso admitiendo que hubiese sido víctima de una injusticia, no se lo tenía que haber dicho. Parece que ayer hubo una pelea en la escuela; otro muchacho lo amenazó y hubo insultos. Pues bien, él se lo contó todo a su hermana con pelos y señales, y ya sabes cómo es ella: agradable y capaz, pero también demasiado sensible y todo se lo toma a pecho; no hay detalle, por pequeño que sea, que no rumie durante varios días. Ese carácter que le hace preocuparse por todo es lo que le ha acarreado la enfermedad. Por eso, al enterarse de que alguien había abusado de su hermano montó en cólera, furiosa contra los perros inmundos que se dedican a sembrar el desorden y a hacer correr calumnias, y trastornada también porque Qin Zhong no estudia con empeño dedicándose de lleno a los libros, y en el fondo es ése el origen del problema. Total, que el resultado ha sido que no quiere ni ver el desayuno. En cuanto me enteré fui a tranquilizarla. A su hermanito le despaché una buena reprimenda y lo mandé a casa de Baoyu, en la otra mansión. No he vuelto aquí hasta que no la he visto tomar medio tazón de sopa de nido de salangana. Ay hermana, no te puedes imaginar lo preocupada que estoy. Hoy por hoy no tenemos buenos médicos en la casa, y esta enfermedad me tiene en ascuas. ¿Tú sabes de algún médico?

La furiosa determinación que la señora Huang había mostrado ante su cuñada, todas las cuentas que iba a arreglar con Keqing, se disiparon ante el espanto que le produjeron las palabras de la señora You; de tal manera que, tragándose su amor propio, se hizo la tonta y se retiró discretamente más allá del país de Java.

—No, no conozco a ninguno —contestó—, pero, por lo que me dice, bien podría estar embarazada. De todos modos, cuide de que no la traten a ciegas, pues un diagnóstico equivocado podría ser peligroso.

—Yo pienso igual —asintió la señora You.

En ese momento entró Jia Zhen, que al ver allí a la esposa de Jia Huang preguntó:

—¿No es ésta la señora Huang?

Ella se adelantó para saludarlo.

—No la dejes marchar sin que haya comido en casa —dijo Jia Zhen a su esposa, y a continuación salió del cuarto.

La tía Huang había ido hasta allí a quejarse de cómo había tratado Qin Zhong a su sobrino, pero después de las palabras de la señora You no tuvo valor para mencionar el hecho, y mucho menos para quejarse. Aún más: el amable recibimiento de Jia Zhen y la señora You había trocado su indignación en placer. Después de un rato de amable charla, se despidió.

—¿Qué buscaba? —preguntó Jia Zhen a su esposa una vez que la señora Huang se hubo marchado.

—Nada en especial —respondió la señora You—. Cuando llegó parecía algo excitada, pero se fue calmando cuando se enteró de la enfermedad de nuestra nuera y vio nuestro estado de ánimo. Eso fue lo que le impidió quedarse a comer, como tú sugeriste. Pero volviendo a nuestra nuera; pienso que debes encontrar cuanto antes un buen médico. Los que la han estado viendo son unos ineptos que no han hecho sino oír los síntomas que les hemos descrito y luego adornarlos con palabras altisonantes. Es verdad que se toman muchas molestias, incluso hay tres o cuatro que vienen varias veces al día, le toman el pulso, hacen junta de médicos y escriben sus recetas; pero sus brebajes no han servido para nada. Es malo para un enfermo tener que cambiarse de ropa tres o cuatro veces al día y estar incorporándose continuamente para que lo pueda ver el médico.

—¿Y por qué se cambia tanto esa chica boba? —preguntó Jia Zhen—. Si coge un enfriamiento no hará sino empeorar. Así no se puede. Las prendas más delicadas no son nada comparadas con su salud; puede usar una muda nueva cada día, si a eso vamos.

Luego prosiguió:

—Lo que vine a decirte es que hace un momento he visto a Feng Ziying. Me preguntó por qué estaba tan preocupado y le conté que tenía a la nuera enferma y no encontraba un buen médico que me dijera si estaba enferma o embarazada, y si corría peligro o no. Pues bien, Feng conoce a un médico de nombre Zhang Youshi que fue su preceptor en la infancia; al parecer se trata de un hombre muy instruido, con un amplio conocimiento de la medicina y que diagnostica muy bien. Ha llegado a la capital este año para comprarle a su hijo un rango oficial, y está parando en casa de los Feng. Quizás el destino quiera que sea él quien cure a nuestra nuera, quién sabe. El caso es que he mandado a un sirviente con mi tarjeta invitándolo a venir. Tal vez hoy se haya hecho ya demasiado tarde, pero estoy seguro de que vendrá mañana; sobre todo porque Feng Ziying me prometió pedírselo en cuanto llegase a casa. Esperemos a que la haya visto este médico Zhang.

La noticia animó mucho a la señora You, que cambió de conversación:

—¿Cómo celebraremos pasado mañana el aniversario de tu padre?

—Precisamente vengo de presentarle mis respetos —contestó Jia Zhen—. Lo he invitado a que viniera aquí para recibir el homenaje de la familia, pero me dijo: «Estoy acostumbrado a una vida tranquila y no quiero que me moleste todo el barullo de tu casa. Ya sé que a lo que me invitas es a recibir los koutou de todos, habida cuenta de que es mi cumpleaños, pero yo preferiría cien veces que cogieras mi ejemplar comentado de Recompensas y castigos y lo hicieras copiar con nitidez y luego imprimir. ¿Por qué no recibes tú en tu casa a las dos familias en vez de traerlos aquí? Tampoco me envíes regalos. En realidad, tampoco tienes por qué venir tú pasado mañana; puedes hacer tu koutou ahora mismo, si con eso te sientes mejor. Si el día de mi aniversario traes a saludarme a un montón de gente me disgustaré seriamente contigo».

Jia Zhen continuó:

—Como fue tan vehemente en este punto, no me atrevo a volver. Más vale que ordenes a Laisheng que prepare los dos días de banquetes. Tienen que estar muy bien servidos. Puedes ir personalmente a la mansión del Este a llevar las invitaciones a la Anciana Dama, las damas Xing y Wang y también a Xifeng.

Mientras Jia Zhen hablaba, Jia Rong había entrado a presentar sus respetos y la señora You le contó lo que había dicho su esposo.

—Hoy tu padre se ha informado acerca de un buen médico —añadió—. Lo hemos mandado llamar y vendrá seguramente mañana; debes explicarle todos los síntomas de tu esposa.

Apenas Jia Rong hubo asentido y dado el primer paso para retirarse, se topó con el paje enviado a invitar al médico Zhang.

—Fui a la casa del señor Feng con la tarjeta de Su Señoría —le informó el paje—. El médico me dijo que el señor Feng ya le había hablado del asunto, pero que se encontraba tan cansado de su ronda de visitas que aunque acudiera le sería imposible tomar el pulso. Procurará descansar bien esta noche y vendrá mañana. Ah, y añadió: «En realidad sé muy poco de medicina y no debería asumir una responsabilidad tan grande, pero ya que el señor Feng me ha hecho el honor de recomendarme a tu señor, no debo corresponder con una negativa. Anda y díselo a tu amo. En cuanto a la tarjeta de Su Señoría, no soy digno de conservarla». Por eso la he vuelto a traer. ¿Me hará el favor de transmitir a su padre el mensaje, señor?

Jia Rong trasladó a sus padres el recado, y después hizo llamar a Laisheng y le ordenó que preparase un festín de dos días. El mayordomo marchó a empezar los preparativos.

Al mediodía siguiente llegó el médico. Jia Zhen lo llevó al salón de recepción y le pidió que tomase asiento. No se atrevió a abordar directamente la cuestión hasta que hubieron tomado el té.

—Estimado señor —dijo al médico—, lo que ayer me contó el señor Feng acerca de su carácter, sabiduría y profunda ciencia médica colmó mi admiración.

—No paso de ser un empírico ignorante —respondió el doctor Zhang—, pero ayer, cuando me enteré por boca del señor Feng de que la familia de Su Señoría respeta a los simples letrados, y condescendió a llamar a mi humilde persona, supe que no podría negarme a venir. Lo que siento es carecer de conocimientos que cubran sus expectativas.

—Ah, señor, es usted demasiado modesto. ¿Podría reconocer a mi nuera? Confío en que sus grandes conocimientos aliviarán nuestra ansiedad.

Jia Rong acompañó al médico hasta la cama de Keqing.

—¿Es ésta su digna esposa? —preguntó el galeno.

—Sí, señor —contestó Jia Rong—. Siéntese, por favor. ¿Quiere que le describa los síntomas antes de que le tome el pulso?

—¿Le importaría hacerlo después? Ésta es la primera vez que visito su honorable mansión y de no ser por la insistencia del señor Feng nunca me hubiera atrevido a venir, escasos como son mis méritos. Antes de informarme de los síntomas, permítame tomarle el pulso a su esposa y luego calibre usted lo acertado de mi diagnóstico. Entonces podremos prescribir algo eficaz y presentarlo a la consideración de su señor padre.

—Veo que es usted una autoridad —respondió Jia Rong—. Lamento que no lo hayamos encontrado antes. Examínela y díganos si tiene cura. Eso tranquilizará a mi padre.

Unas sirvientas apoyaron sobre una almohadilla el brazo de Keqing y le levantaron la manga para dejar su muñeca al descubierto. El médico tomó primero el pulso de la muñeca derecha, palpándolo un buen rato antes de pasar a la izquierda.

—Vayamos fuera a sentarnos —dijo cuando hubo terminado.

Jia Rong lo llevó a otro cuarto, donde tomaron asiento sobre el kang. Una criada trajo té, y cuando terminaron de beberlo preguntó:

—¿Qué dice su pulso, doctor? ¿Tiene cura?

—Tiene un pulso distal izquierdo profundo y agitado que denota una situación febril producto del débil latir del corazón; el pulso medio profundo y leve indica una anemia producto de un hígado pesado. Su pulso distal derecho es leve y débil, lo que indica debilidad pulmonar; un pulso medio tenue y desganado nos señala que hay en su hígado un elemento Madera demasiado fuerte para el elemento Tierra del bazo. La debilidad del corazón propicia un Fuego que se manifiesta en menstruaciones irregulares e insomnio. La deficiencia sanguínea y el hígado pesado provocan dolor en las costillas, menstruaciones retrasadas y melancolía. La debilidad de los pulmones produce vahídos, sudores en la madrugada y una continua sensación de mareo. El predominio del elemento Madera en el hígado sobre el elemento Tierra en el bazo causa pérdida de apetito, laxitud generalizada y dolores en las extremidades. Éstos son los síntomas que deduzco de mi lectura del pulso de la dama. Discrepo absolutamente con la opinión de que este pulso indique un embarazo [2] .

Una anciana que había estado atendiendo a Keqing exclamó:

—¡Es exactamente así! Este médico debe ser un vidente. No hay que decirle nada. Varios médicos de la casa la han reconocido ya, pero ninguno se acercó a la verdad. Uno dice que se trata de un embarazo, otro que es enfermedad; éste declara que no se trata de nada importante, el otro que sufrirá una crisis en el solsticio de invierno… No consiguen ponerse de acuerdo. Por favor, señor médico, díganos qué debemos hacer.

—Esos colegas han retrasado la curación de tu señora —contestó el doctor—. Si hubiera tomado la medicina adecuada cuando perdió su primera regla, a estas horas ya estaría bien. La falta de un tratamiento adecuado sólo podía desembocar en éstos problemas. Opino que sus posibilidades de recuperación son de tres sobre diez. Si esta noche, después de tomar mi receta, duerme bien, entonces las posibilidades se podrían duplicar. A juzgar por su pulso tu señora tiene un carácter muy fuerte y una insólita inteligencia, lo cual la hace irascible y predispuesta a la preocupación, lo que a la postre le afecta el bazo. El elemento Madera de su hígado ha generado humores calientes que a su vez le han desarreglado la menstruación. Creo que no me equivoco si pienso que las reglas de tu señora han tendido a la irregularidad y a retrasarse varios días.

—No se equivoca usted —contestó la mujer—. Nunca las ha tenido antes de tiempo; siempre dos o tres días después de lo normal. En alguna ocasión se le han retrasado hasta diez días.

—Ya veo —observó el doctor—. Ése es el origen de su mal. Si hubiera tomado un tónico para regular sus reglas todo esto se habría podido evitar. Evidentemente nos encontramos ante un caso de abatimiento generalizado producido por escasez de agua y exceso de madera. Ya veremos cómo responde a la medicación.

Y a continuación escribió y entregó a Jia Rong la siguiente receta:

BREBAJE PARA MEJORAR LA RESPIRACIÓN,

FORTALECER LA SANGRE Y SERENAR EL HÍGADO

Ginseng 0,2 onzas; Atractylodes macrocephala (desecada en recipiente de arcilla) 0,2 onzas; Pachima cocos de Yunnan 0,3 onzas; raíz de la Rhemmania lutea (cocida al vapor) 0,4 onzas; Aralia edulis (cocida en vino) 0,2 onzas; peonía blanca (cocida) 0,2 onzas; Lingusticum wallichii 0,15 onzas; Astragalus mongholicus 0,3 onzas; Cyperus rotundus (elaborado) 0,2 onzas; Bupleurum falcatum (remojado en vinagre) 0,08 onzas; Dioscorea opposita (cocida) 0,2 onzas; genuina goma Dong-e (preparada con conchas de ostra molidas) 0,2 onzas; Cerydalis ambigua (cocida en vino) 0,15 onzas; regaliz seco 0,08 onzas.

Utilícese como coadyuvante siete semillas de loto de Fujian sin pepitas y dos dátiles rojos grandes.

—Excelente —comentó Jia Rong al leer la receta—. Doctor, ¿puede decirme si su vida corre peligro?

—Un hombre de su inteligencia comprenderá que a estas alturas de la enfermedad es imposible vaticinar cuánto durará. Veamos cómo responde al tratamiento. Mi humilde opinión es que este invierno no hay peligro, y que si supera el equinoccio de primavera podremos pensar en su curación.

Sensatamente, Jia Rong no volvió a insistir sobre este punto. Tras acompañar al doctor hasta la puerta, enseñó a sus padres la fórmula magistral y les contó todo lo que había dicho el médico.

—Ningún otro ha sido tan concreto —comentó la señora You a su marido—; su receta debe ser buena.

—No vive de la medicina —comentó a su vez Jia Zhen—. Sólo ha venido como un favor especial a nuestro amigo Feng Ziying. Con su ayuda quizás exista la posibilidad de que nuestra nuera se cure. Veo que su receta exige ginseng; pueden usar para elaborarla ese jin de primera calidad que compramos el otro día.

Jia Rong se retiró para ordenar la compra de los ingredientes, que luego fueron preparados y administrados a su esposa. Para conocer el resultado de la medicación, lean el siguiente capítulo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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