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Capítulo XVI

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Yuanchun es elegida consorte imperial

en el Palacio del Fénix.

Qin Zhong emprende demasiado pronto

el camino de las Puentes Amarillas.

Poco tiempo después quedaron concluidos los arreglos en el gabinete de estudio de Baoyu, que ya había acordado con Qin Zhong el inicio de las clases nocturnas; pero éste, débil de constitución, había contraído una bronquitis a causa de los encuentros secretos con la novicia Zhineng, allá en el campo. De regreso a la ciudad se puso a toser, perdió el apetito, dio señales de gran abatimiento y se vio obligado a permanecer en su casa reponiéndose. Con sus planes por los suelos, a Baoyu no le quedó más que esperar resignadamente la recuperación de su amigo.

Entretanto, Xifeng había recibido la respuesta de Yun Guang, el gobernador militar de Chang’an, y la abadesa pudo por fin informar a los Zhang de que su problema estaba resuelto. El inspector hubo de tragarse su despecho y aceptó sin rechistar la devolución de los regalos de compromiso. Sin embargo, Zhang y su esposa, que formaban una pareja servil y rastrera, habían traído al mundo una hija fiel y afectuosa: cuando Jinge supo que su primer compromiso había sido roto, buscó una soga y, sin alharacas, se quitó la vida. El enamorado hijo del inspector, por su parte, cuando se enteró del suicidio de su antigua prometida, corrió a arrojarse a un profundo río en cuyas aguas pereció, haciéndose así digno de su amada; o sea, que la mala fortuna arrebató a los Zhang y los Li no sólo el dinero sino también a la muchacha. La única que salió ganando fue Xifeng, que pudo disponer de los tres mil taeles sin que la dama Wang ni el resto de la casa supieran nada. Le salió tan bien el negocio que, a partir de entonces, insistió en numerosas transacciones similares a la realizada por mediación de la abadesa. Pero no necesitamos extendernos sobre ellas.

Llegó el aniversario de Jia Zheng. Las dos casas se habían reunido para festejarlo, y en ello estaban cuando un lacayo de los que se encontraban de guardia en el pabellón de entrada a la mansión anunció:

—Su Excelencia Xia, eunuco principal de Seis Palacios, viene con un decreto del emperador.

Aturdidos, sin entender el sentido de una visita tan extraña, Jia She, Jia Zheng y los demás hicieron detener las representaciones y despejar la sala del festín, en donde mandaron colocar una mesa de palitos de incienso encendidos. Entonces se abrió de par en par la puerta central y se arrodillaron para recibir el Decreto Imperial.

No tardó en hacer su aparición Xia Shouzhong, eunuco principal, que llegó cabalgando seguido de un nutrido séquito de eunucos. Pero no llevaba colgado del hombro ningún edicto, ni levantaba nada por encima de su cabeza. Echó pie a tierra frente al salón principal, subió las escalinatas con una sonrisa radiante y, mirando hacia el sur, anunció:

—Por orden especial del emperador, Jia Zheng debe presentarse inmediatamente ante él en el salón del Respetuoso Acercamiento.

Dicho lo cual volvió a montar en su caballo y se marchó, seguido de su compañía, sin haber probado un solo sorbo de té ni haber dicho una palabra más.

Nadie supo qué presagiaba la aparición del eunuco con su mensaje. Jia Zheng se atavió de corte y partió hacia el Palacio Imperial, dejando a toda la familia en vilo. Uno tras otro, la Anciana Dama envió mensajeros a caballo en busca de noticias, pero pasaron cuatro horas antes de que Lai Da y otros cuantos mayordomos llegaran jadeando por la puerta interior mientras gritaban:

—Su Señoría pide que la Anciana Dama acuda de inmediato al Palacio Imperial con las otras damas para agradecer al emperador un enorme favor.

Temiendo lo peor, la Anciana Dama había estado esperando con el corazón en un puño la llegada del mayordomo en el corredor exterior del gran salón, rodeada de las damas Xing y Wang, la señora You, Li Wan, Xifeng, las tres hermanas Primavera y la tía Xue. Al escuchar la noticia exigió a Lai Da mayores detalles.

—Tuvimos que esperar en el patio exterior —le dijo Lai Da—, de manera que no pudimos ver ni oír qué pasaba dentro. Entonces salió Xia, el eunuco principal, que nos felicitó y nos informó de que la mayor de nuestras señoritas había sido nombrada Primera Secretaria del palacio del Fénix con el título de Digna y Virtuosa Consorte. Luego apareció Su Señoría y nos confirmó las noticias del eunuco. Mientras él acude al palacio del Este a presentar sus respetos [1] , suplica que Su Señoría y las damas acudan sin pérdida de tiempo a dar las gracias al emperador.

Un gesto aliviado iluminó de delicia el rostro de las damas, y cada una corrió a ponerse los trajes ceremoniales acordes con su rango. Poco después, cuatro grandes palanquines encabezados por el de la Anciana Dama, al que seguían el de la dama Xing, el de la dama Wang y el de la señora You, se encaminaron al Palacio Imperial. Las escoltaban Jia She y Jia Zhen, también en traje de corte, así como Jia Rong y Jia Qiang.

Y entonces los señores y los sirvientes de ambas mansiones estallaron de júbilo. Los rostros resplandecieron de orgullo, confundidos en un tumulto de risas y comentarios. Sólo Baoyu permaneció indiferente a la alegría general. Y es que unos días antes la novicia Zhineng se había fugado del convento de la Luna en el Agua y había venido en busca de Qin Zhong. Descubierta por el padre del muchacho, se había visto forzada a regresar al convento mientras Zhong recibía una tunda soberana. La ira le valió al viejo una recaída en su crónica enfermedad, hasta el punto dé que murió a los pocos días. Qin Zhong, lleno de remordimientos por la muerte de su padre, cayó también gravemente enfermo. Nunca había sido muy fuerte, y no se encontraba plenamente recuperado dé su bronquitis en el momento de recibir la paliza. Todo ello pesaba tanto en el ánimo de Baoyu que el honor conferido a Yuanchun no fue suficiente para levantarle el ánimo. Por eso el viaje emprendido por su abuela y las otras damas para agradecer el favor imperial, las visitas de felicitación de parientes y amigos, la excitación que recorría ambas mansiones, lo dejaron impasible. Para él nada significaba el contento general, como si todos aquellos acontecimientos nunca hubieran sucedido; su apatía llevó a todos a sentenciar que su extravagancia se había agudizado.

Por suerte, llegó un mensajero de Jia Lian anunciando que Lin Ruhai ya había sido enterrado en el cementerio ancestral y que, una vez concluidas las exequias, Daiyu y él emprendían el camino de vuelta a la capital, adonde llegarían al día siguiente. Algo más animado, Baoyu interrogó al correo y así supo que también venía a la capital, para presentar sus respetos, Jia Yucun, quien gracias a las recomendaciones de Wang Ziteng había sido convocado para aguardar un nombramiento metropolitano. En su condición de pariente lejano de Jia Lian y de antiguo preceptor de Daiyu, Yucun hacía el viaje con ellos. En condiciones normales, la jornada, que transcurrió sin problemas, les hubiera ocupado hasta comienzos del mes siguiente, pero las buenas noticias sobre Yuanchun habían empujado a Jia Lian a apresurar su regreso; viajó día y noche a marchas forzadas, de manera que los tres compañeros cubrieron rápida y felizmente el trayecto de vuelta.

Ante todo, Baoyu quería saber si Daiyu se encontraba bien; las demás noticias no le interesaban. La impaciencia le atormentó hasta el mediodía siguiente, cuando, por fin, fue anunciada la llegada de los viajeros. El jubiloso reencuentro de los dos muchachos se vio enturbiado por el inevitable dolor; cuando hubo pasado la tormenta de lágrimas que se desencadenó, intercambiaron pésames y enhorabuenas.

Baoyu observó discretamente que Daiyu estaba más guapa que nunca, y que su apariencia era aún más extraordinaria. Había traído consigo una enorme cantidad de libros, y no perdió un momento en barrer y limpiar su cuarto, disponer ordenadamente sus cosas y entregar a Baochai, Yingchun, Baoyu y los demás, los papeles y pinceles que les había traído como obsequio. Cuando Baoyu quiso regalarle la pulsera de cuentas que le había dado el príncipe de Pekín, ella protestó.

—No la quiero. Quién sabe qué tipo apestoso la habrá manoseado —dijo arrojando la pulsera a Baoyu, que no tuvo más remedio que aceptar al vuelo la devolución.

Pero volvamos a Jia Lian, quien, después de saludar a toda la familia, se había encaminado a sus aposentos. A pesar de lo atareada que estaba, sin encontrar un momento para sí misma, Xifeng dejó todo de lado para recibir a su marido.

Cuando estuvieron solos, le dijo en broma:

—¡Enhorabuena, Excelencia, venerable cuñado del emperador! Su Excelencia ha hecho sin duda una fatigosa jornada. Su humilde sirvienta, enterada ayer mismo de que hoy se esperaba la llegada de su excelso carruaje, preparó una vulgar copa de vino para ayudarle a sacudirse el polvo de las botas. ¿Se dignará aceptarla, oh cuñado del emperador?

—¿Cómo negarme? ¿Cómo podría hacer una cosa así? —contestó riendo Jia Lian—. El honor es excesivo. Me siento anonadado.

Pinger y las demás doncellas presentaron sus respetos al señor y le sirvieron té; después Jia Lian preguntó a su esposa qué había ocurrido durante su ausencia y le agradeció lo bien que había cuidado sus asuntos.

—Soy incapaz de administrar bien los asuntos —suspiró ella—. Soy demasiado ignorante, tosca y torpe; siempre acabo tomando el rábano por las hojas y, como soy bondadosa en extremo, cualquiera puede conseguir de mí lo que desee. Además, me pone nerviosa mi falta de experiencia; el menor descontento de Su Señoría me impide cerrar los ojos durante toda la noche. Una y otra vez he pedido ser relevada de tanta responsabilidad, pero, en vez de acceder, ella me acusa de perezosa y de no tener interés en aprender. No entiende lo mal que lo paso, el miedo que me produce decir una palabra fuera de lugar o dar un paso en falso. Y ya sabes lo difíciles que son las esposas de nuestros mayordomos: se burlan del más mínimo error y «acusan al olmo señalando a la morera» en cuanto intuyen cualquier indicio de parcialidad por mi parte, y «se sientan en la colina a ver cómo combaten los tigres», «asesinan con espada prestada», «piden soplo ajeno para avivar el fuego», «ven desde una orilla seca a la gente ahogándose» y «no se molestan en levantar un aceitero caído». Todas son maestras en ese tipo de perfidias. Soy demasiado joven para cargar con semejante peso, así que no me obedecen en absoluto. Y por si fuera poco, murió la mujer de Rong y el primo Zhen suplicó de rodillas a Su Señoría que me permitiese ayudarle unos cuantos días. Yo me negué una y otra vez, pero ella insistió tanto que no tuve más remedio que intentarlo. Como siempre, terminé formando un desastre incluso peor que los que suelo en esta casa. Seguro que el primo Zhen todavía está lamentando su insistencia; mañana cuando lo veas discúlpate por mi intervención en sus asuntos y dile que nunca debió confiar en tu joven e inexperta esposa.


Yuanchun, la consorte imperial.

Gai Qi (edición de 1879).

En ese momento se oyeron voces fuera y Xifeng quiso saber de quién se trataba. Pinger entró y dijo:

—La señora Xue envió a Xiangling a preguntar algo. Le dije lo que quería saber y se marchó.

—Por cierto —dijo Jia Lian—. Cuando fui a presentar mis respetos a la tía Xue encontré allí a una bellísima joven; me dije que no podía ser de la casa, y en la conversación me enteré de que se trata de aquella doncella que compraron justo antes de venirse a la capital, acuérdate, la del proceso. Se llama Xiangling, y desde que ese imbécil de Xue Pan la hizo su concubina se le ha afilado el rostro y ha aumentado su belleza. Es demasiado buena para ese idiota.

—¡Vaya! —exclamó Xifeng—. Pensaba que en tu viaje a Suzhou y Hangzhou [2] habrías conocido suficiente mundo, pero está visto que tienes el ojo más grande que el vientre. Si la muchacha te gusta, la cosa es sencilla: la cambiaré por Pinger. ¿Qué te parece? Xue Pan es otro glotón que «tiene un ojo puesto en el tazón y el otro en la sartén». Mira cómo importunó a su madre durante un año entero hasta que consiguió a Xiangling. La tía Xue organizó una fiesta para celebrar solemnemente la entrada de la muchacha en la alcoba de su hijo, porque vio que no sólo era bonita sino también educada, discreta y amable; incluso más que muchas damitas. Pero a los quince días ese tipo ya la trata como a un perro. Es una verdadera lástima…

Un paje de la puerta interior apareció en ese momento con un recado de Jia Zheng para Jia Lian: que lo esperaba en la biblioteca grande. El joven se arregló rápidamente la ropa y partió a su encuentro. Entonces Xifeng preguntó a Pinger:

—¿Para qué diablos mandó la tía Xue a Xiangling hace un momento?

—No era Xiangling —contestó Pinger entre risitas—. Era la esposa de Lai Wang, que está perdiendo el poco seso que tenía.

Y bajando la voz:

—No podía venir antes ni después, no: tenía que esperar a que el señor estuviera en la casa para traerle a usted los intereses del dinero que le prestó. Menos mal que me la tropecé en el salón y no la dejé llegar. Si el señor hubiera preguntado de qué dinero se trataba, usted se habría visto obligada a decirle la verdad. Y con el carácter que tiene, capaz como es de sacar una moneda de una cacerola de aceite hirviendo, al saber que usted dispone de ahorros propios se habría lanzado a dilapidar con mano más suelta todavía. Por eso cogí corriendo el dinero de la buena mujer y le eché una reprimenda sin pensar que usted me escucharía; luego dije delante del señor que se trataba de Xiangling.

—Ya me extrañaba a mí que la tía Xue cometiera la imprudencia de mandar a una concubina justo cuando está el señor en casa. De manera que no fue más que uno de tus trucos…

En ese momento apareció Jia Lian. Xifeng ordenó que trajeran vino y comida, y ambos esposos se sentaron frente a frente. A pesar de tener buena cabeza para el licor, aquel día Xifeng no se atrevió a beber demasiado; iba acompañando a su marido a pequeños sorbos cuando llegó el ama Zhao, la antigua nodriza de Jia Lian, a la que invitaron a sentarse en el kang junto a ellos. El ama Zhao rechazó la deferencia, pero Pinger y las demás ya habían colocado una mesita y un pequeño banco junto al kang, de manera que la anciana no tuvo más remedio que sentarse ante los dos platos de su propia mesa que Jia Lian le ofreció.

—El ama no puede masticar eso —dijo Xifeng.

Y volviéndose hacia Pinger:

—Ese tazón de cerdo fresco guisado al vapor con jamón que vi esta mañana sería perfecto para ella. Llévalo y que lo calienten cuanto antes.

Y a la nodriza:

—Amita, prueba este vino de la fuente de Hui [3] que tu niño ha traído de su viaje.

—Beberé si lo hacen ustedes conmigo —repuso el ama—. Beban sin miedo, que todo consiste en no pasarse. Pero no he venido para eso, sino por un asunto serio que espero, señora, se tome a pecho y me ayude a resolver. Nuestro señor Lian es bueno haciendo promesas, pero llegado el momento olvida lo que prometió. Sí, yo le di mi pecho y gracias a mí es hoy tan grande, pero ahora que soy vieja sólo tengo a mis dos hijos. Nadie se extrañaría si me hiciera un favor; sin embargo, he venido a mendigar a sus pies una y otra vez, y siempre me ha hecho promesas que hasta el día de hoy no ha cumplido. Ahora que ha sucedido este formidable golpe de suerte, seguro que necesitan más brazos; por eso he venido a pedirle ayuda a usted, señora, pues si sólo me apoyara en el señor Lian ya me habría muerto de hambre.

Xifeng se echó a reír:

—Tus dos hijos son para nosotros hermanos de leche, amita. Deja que yo me ocupe de todo. Tú que lo has criado sabes bien cómo es el señor Lian. Se muestra solícito ayudando a extraños, gente llegada de lejos que no tiene los méritos de sus dos hermanos de leche. ¿Quién podría objetar algo si él les echara una mano? Sin embargo, ayuda más a los que vienen de fuera; aunque quizás la gente que nosotros llamamos «de fuera» sea para él «de adentro» [4] .

Las últimas palabras de Xifeng desencadenaron una carcajada general. El ama Zhao no podía dejar de reír.

—¡Buda Amida! —exclamó entre interminables hipidos de hilaridad—. Esto es lo que se llama un juez imparcial. Nuestro señor no cometería la crueldad de tratarnos como a extraños, pero es tan bondadoso que no sabe negarse a las exigencias de otras personas.

—Oh, sí —repuso Xifeng—, pero ocurre que sólo es bondadoso con los que tienen personas «de adentro»; sólo con nosotras, las mujeres, se vuelve inflexible y duro.

—Ay, señora, qué buena es usted. Estoy tan contenta que me parece que voy a beber otra copa de ese excelente vino. Ahora que he conseguido que sea usted quien se ocupe de nosotros, ya no tengo preocupaciones.

Jia Lian, bastante molesto, sonreía con un gesto forzado.

—Basta de tonterías —dijo—. Empecemos ya con el arroz; todavía tengo muchos asuntos que tratar con el primo Zhen.

—Sí, no debes entretenerte. ¿Qué quería tu primo hace un momento? —preguntó su esposa.

—Es acerca de esa visita imperial.

—¿Entonces ya se ha conseguido el permiso? —preguntó Xifeng ansiosamente.

—Aún no, pero te apuesto diez contra ocho a que se consigue.

—¡Qué inmenso acto de bondad imperial! —exclamó ella radiante—. Nunca he tenido noticia de un acto semejante en ningún libro ni ópera sobre los antiguos tiempos.

—Seguro —intervino el ama Zhao—. Pero coniforme me voy haciendo vieja me vuelvo más tonta. Hace días que no oigo hablar de otra cosa, pero no entiendo nada. ¿En qué consiste exactamente esa visita imperial?

—Nuestro actual emperador se preocupa por todos sus súbditos —explicó Jia Lian—. No hay virtud más elevada que la piedad filial y él sabe que, más allá de cualquier consideración de rango, a todos nos une un mismo vínculo de familia. Se pasa día y noche atendiendo a sus augustos padres, pero todo le parece poco para expresar su devoción filial y comprende que las consortes secundarias y las damas de compañía de palacio que han pasado muchos años separadas de sus padres tienen deseos de volver a verlos, puesto que es natural que los hijos echen de menos a los padres, y si los padres enferman, o mueren deseando ver a sus hijos, la armonía del cielo se ve necesariamente afectada. Por eso ha solicitado a sus augustos padres que la parentela femenina de las damas de la corte pueda visitarlas en palacio los días que terminan en dos y en seis de cada mes. Las dos venerables personas se mostraron encantadas por la piedad, la humanidad y la capacidad que mostró el emperador para expresar los deseos del cielo sobre la tierra. En su infinita sabiduría, ambos venerables sabios decretaron que, como la etiqueta de la corte podía impedir a las madres de las damas de palacio complacer plenamente su deseo de estar junto a sus hijas durante las visitas, se les concedería un favor aún más grande. Entonces se promulgó un edicto especial por el que, además del favor de la visita en ciertos días del mes, todas aquellas damas de la corte cuyas casas tuvieran instalaciones adecuadas para recibir un séquito imperial podrían solicitar un carruaje de palacio para poder visitar a sus familiares. Así podrían mostrar su afecto y disfrutar de la reunión con los suyos. El decreto se agradeció con brincos de júbilo. El padre de la dama de honor imperial Zhou ya ha comenzado la construcción de un patio separado para cuando ella lo visite; y Wu Tianyou, el padre de la concubina imperial Wu, está buscando un lugar en las afueras de la ciudad. ¿No son señales de que la cosa es bastante segura?

—¡Buda Amida! ¡Conque se trata de eso! —exclamó el ama Zhao—. Me imagino que nuestra familia también se estará preparando para una visita de la mayor de nuestras damitas.

—Por supuesto —dijo Jia Lian—, ¿a qué si no podría obedecer tanto ajetreo?

—Pues si eso es así —exclamó Xifeng jubilosa—, tendré oportunidad de ver algunas cosas notables. A menudo he deseado haber nacido veinte o treinta años antes para no sufrir el menosprecio de los ancianos por haber visto tan poco mundo. Sus descripciones de cómo nuestro primer emperador recorría el país igual que el antiguo sabio rey Shun [5] son mejores que cualquier relato de historia; pero, ay, yo nací demasiado tarde y me perdí el espectáculo.

—Tales cosas sólo ocurren una vez cada mil años —declaró el ama Zhao—. Yo apenas tenía edad suficiente para recordarlo, pero en esos días nuestra familia se encargaba de supervisar la fabricación de barcos y la reparación de los diques de Suzhou y Yangzhou. Para preparar esa visita imperial nos gastamos muchísimo dinero, un mar de dinero…

—Igual que nosotros, los Wang —intervino Xifeng—. En aquel tiempo mi abuelo era el encargado de los tributos del extranjero, y era nuestra familia la que atendía a los enviados de fuera que llegaban a rendir homenaje. Todos los bienes que llegaban en barcos extranjeros a Guangdong, Fujian, Yunnan y Zhejiang pasaban por nuestras manos.

—Eso se sabe —dijo el ama Zhao—. Todavía se oyen por ahí versitos:

Si el rey Dragón del Mar Este

desea un lecho de jade

debe pedirlo a los Wang,

y todo el mundo lo sabe.

»Sí, señora, ésa es su familia. ¿Y qué me dice de los Zhen del sur del Yangzi? ¡Lo ricos y grandes que eran! Sólo esa familia atendió al emperador cuatro veces. Nadie que no lo haya visto con sus propios ojos podría creerlo: trataban la plata como chatarra, los objetos preciosos se apilaban en montones y nadie se preocupaba de examinar lo que contenían los desperdicios.

—Eso me contaban mis abuelos y mis tíos abuelos; y yo los creía, por supuesto. Lo sorprendente es que una sola familia pudiese tener tanta riqueza acumulada.

—La verdad, señora, es que en atender al emperador sólo gastaban el dinero del emperador. ¿Cómo iba a ser de otra manera? ¿Quién podría gastar tanto dinero en un vano espectáculo?

En ese momento llegaron de parte de la dama Wang a preguntar si Xifeng ya había terminado de cenar; ante el requerimiento, ella devoró rápidamente medio tazón de arroz y se enjuagó la boca. Se disponía a salir cuando un grupo de pajes de los de la puerta interior anunció la llegada de Jia Rong y de Jia Qiang; entonces Jia Lian, a su vez, se enjuagó la boca y se remojó las manos en una palangana que le alcanzó Pinger. Al entrar los jóvenes les preguntó qué deseaban, y Xifeng se quedó a oír la respuesta de Jia Rong.

—Tío, mi padre me envía a decirle que los ancianos señores se han puesto de acuerdo y tomado una decisión. Hemos medido la distancia entre la pared este de una mansión y la noroeste de la otra a través del jardín, y hay tres li y medio, suficiente para construir un patio separado en el que levantar una residencia independiente para la visita imperial. Se ha encargado un plano que estará listo mañana. Pero como debe estar cansado de su viaje, no se moleste en venir. Cualquier propuesta que tenga la podrá hacer mañana a primera hora.

—Agradécele a tu padre su consideración —respondió Jia Lian—. Haré lo que me pide y no iré ahora a su encuentro. Dile que el suyo me parece el mejor proyecto de los posibles y el más fácil de realizar. Cualquier otra solución significaría mayor trabajo con peores resultados. Dile también que si los ancianos señores tienen alguna duda sobre el particular, espero que los convenza para que desistan de cambiar el plan ya trazado. Mañana cuando vaya a presentar mis respetos podremos discutirlo todo detalladamente.

Jia Rong accedió a transmitir el mensaje a su padre, y le tocó el turno a Jia Qiang.

—Mi tío me ha ordenado ir a Suzhou con los dos hijos de Lai Da y los secretarios Shan Pinren y Bu Guxiu, con el encargo de contratar maestros de música y teatro y comprar jóvenes actrices, trajes e instrumentos musicales. Me pidió que le informara.

Jia Lian miró al joven con cierta extrañeza y le preguntó:

—¿Estás seguro de que podrás cumplir el encargo? Tal vez no sea una tarea muy complicada, pero requerirá el manejo de numerosas habilidades.

—Tendré que aprenderlas —respondió alegremente Jia Qiang.

Desde la penumbra en la que se encontraba, Jia Rong le dio un discreto tirón al vestido de Xifeng; ésta captó la sugerencia y dijo a su esposo:

—No te preocupes. Tu primo sabe bien a quién debe enviar. ¿Por qué temes que Qiang no esté a la altura del encargo? ¿Acaso todos nacen capaces? El muchacho ha crecido, y aunque no haya probado su carne ya ha tenido ocasión de ver algún cerdo corriendo, como dice el proverbio. El primo Zhen lo envía como supervisor, no para que regatee y lleve la contabilidad. Me parece una excelente elección.

—No es eso lo que quería decir —protestó Jia Lian—. Sólo quería ofrecer un consejo.

Preguntó a Jia Qiang:

—¿De dónde sale el dinero para todo esto?

—Precisamente veníamos discutiéndolo. El viejo Lai no ve la necesidad de llevar dinero, puesto que los Zhen del sur del río Yangzi nos tienen preparados cincuenta mil taeles. Mañana puede hacerse un recibo que llevaríamos con nosotros, de manera que retiraríamos treinta mil taeles y dejaríamos veinte mil para comprar faroles ornamentales, velas, banderolas, cortinas de bambú y colgaduras de todo tipo.

Jia Lian estuvo de acuerdo.

—Pues bien —intervino Xifeng—, si ya está arreglado, tengo dos hombres que les pueden servir de ayuda.

—¡Qué casualidad! —dijo Qiang forzando una sonrisa—. Precisamente íbamos a pedirle que nos recomendase a dos personas que nos acompañaran, tía. ¿Quiénes son?

Xifeng le preguntó sus nombres al ama Zhao, que había estado escuchando como en un sueño y no se había dado por aludida. Cuando Pinger le dio un ligero codazo despertó y contestó atropelladamente:

—Zhao Tianliang y Zhao Tiandong.

—Toma nota —advirtió Xifeng a Jia Qiang—. Ahora debo volver a mis tareas.

Dicho lo cual se marchó.

Jia Rong la siguió y le dijo al oído:

—Si necesita que le traigamos cualquier cosa, tía, hágame una lista y le diré a Qiang que se ocupe de ello.

—¡No digas sandeces! —le contestó Xifeng—. ¿Pretendes pagarme con mercancías un gesto de atención? Tengo ya tantas cosas que no sé dónde ponerlas. Debes saber que me desagrada tu manera taimada de manejar los asuntos.

Mientras tanto, Jia Qiang le estaba diciendo a Jia Lian:

—Si necesita cualquier cosa, tío, sólo tiene que decírmelo.

—No seas presuntuoso —le contestó Jia Lian con tono burlón—. Ese truco es el primero que se aprende al empezar la práctica de los negocios. Si necesito cualquier cosa te escribiré una carta; ahora no tengo tiempo.

Dicho lo cual acompañó a los dos jóvenes hasta la salida. Luego entraron varios criados a presentar informes. Jia Lian se fatigó tanto que ordenó a los pajes de la puerta interior que no dejasen pasar a nadie más; todos los asuntos deberían esperar hasta el día siguiente. Xifeng no fue a acostarse hasta la tercera vigilia. Pero no es necesario relatar las cosas que pasaron aquella noche.

A la mañana siguiente, después de presentar sus respetos a Jia She y Jia Zheng, Jia Lian se dirigió a la mansión Ning. Acompañado de algunos viejos mayordomos, secretarios y amigos, inspeccionó los terrenos de ambas mansiones, trazó planos para recintos destinados a la visita imperial y estimó el número de trabajadores que se necesitarían.

Pronto estuvieron reunidos los maestros y trabajadores, y empezaron a llegar al lugar innumerables cargamentos de materiales: oro, plata, cobre y estañó, tierra, madera, ladrillos y tejas. Primero se desmontaron los pabellones y los muros del jardín de la Fragancia Concentrada de la mansión Ning, quedando así conectado con el gran patio oriental de la mansión Rong. Asimismo, fueron demolidos todos los cuartos de la servidumbre que allí había.

Como el estrecho pasaje que antes separaba las dos casas era propiedad común de ambas, los terrenos de uno y otro lado podían unirse ahora; y como ya existía un arroyo que procedía de la esquina septentrional del jardín de la Fragancia Concentrada, no hubo necesidad de hacer llegar otro. Para suplir la escasez de árboles y rocas fueron traídos los bambúes, árboles y montículos artificiales de rocas, así como los pabellones y balaustradas del jardín de la mansión Rong, donde vivía Jia She. La proximidad de ambas mansiones facilitó su fusión, ahorrando dinero y trabajo. En términos generales, no fue necesario añadir demasiado.

El conjunto fue concebido por un viejo jardinero llamado Shan Ziye.

Como Jia Zheng no estaba familiarizado con los asuntos prácticos lo dejó todo en manos de Jia She, Jia Zhen, Jia Lian, Lai Da, Lai Sheng, Lin Zhixiao, Wu Xindeng, Zhan Guang y Cheng Rixing. Siguiendo el plano del jardinero surgieron montañas y lagos artificiales, fueron construidos pabellones, se plantaron flores y bambúes. A su regreso de la corte, Jia Zheng no tuvo más que hacer una ronda de inspección y discutir los problemas más importantes con Jia She y los demás.

En cuanto a Jia She, pasó las obras meditando tranquilamente en su casa. Cuando se presentaba el más mínimo problema, Jia Zhen y los demás acudían a consultárselo o enviaban un informe escrito, mientras que él hacía llegar sus instrucciones a través de Jia Lian y Lai Da.

Jia Rong se ocupó de supervisar la fabricación de los utensilios de oro y plata. Por su parte, Jia Qiang ya estaba de camino a Suzhou. Jia Zhen, Lai Da y los demás se encargaron de los trabajadores, de llevar un registro y de mantenerse al tanto de las obras. ¡Imposible describir con palabras el bullicio y la conmoción que pronto dominó el lugar!

Todo ese ajetreo había hecho que Jia Zheng dejara de preguntar por los estudios de su hijo Baoyu, que aprovechaba para holgazanear todo lo que podía. Lo único que empañaba su bienestar era la enfermedad de Qin Zhong, cuya salud empeoraba cada día.

Cierta mañana, cuando acababa de asearse y pensaba pedirle permiso a su abuela para hacer una visita a su amigo, asomó la cabeza de Mingyan detrás del tabique protector de la puerta interior. Al verlo, Baoyu se acercó a él corriendo:

—¿Qué pasa?

—El señor Qin Zhong. ¡Se está muriendo!

Baoyu quedó anonadado.

—¡Pero si estaba consciente cuando lo vi ayer! —exclamó—. ¿Cómo puede estar muriéndose?

—No sé. Me lo dijo un viejo de su casa.

Baoyu fue inmediatamente a avisar a la Anciana Dama, que ordenó a algunos hombres de confianza que lo acompañasen.

—Puedes visitarlo para mostrar tu amistad con tu compañero de clase —le dijo—, pero no te quedes allí mucho tiempo.

Baoyu se cambió de ropa a toda prisa y se puso a recorrer el patio a grandes zancadas mientras esperaba su carruaje. Cuando por fin llegó, se metió en él y partió apresuradamente, escoltado por Li Gui, Mingyan y otros.

Encontraron desierta la puerta delantera de la casa de Qin Zhong y entraron rápidos como abejas hasta los aposentos interiores, asustando a las dos tías y los primos de Zhong, que quisieron esconderse.

Qin Zhong ya había perdido varias veces el conocimiento y había sido trasladado desde el kang hasta un lecho mortuorio. Al percibir la mudanza, Baoyu se echó a llorar.

—No llore, señor —le dijo Li Gui—. Ya sabe usted lo delicado que es el señor Qin. Por el momento lo han trasladado a un sitio más cómodo que el duro kang. Si sigue usted llorando sólo conseguirá empeorar las cosas.

Las palabras de Li Gui consiguieron que Baoyu controlase el llanto y se acercara a su amigo. Qin Zhong, pálido como la cera, tenía la cabeza apoyada sobre una almohada y respiraba boqueando.

—¡Hermano querido! —exclamó—. Soy yo, Baoyu.

Lo llamó varias veces, pero Zhong no respondió. Baoyu insistió varias veces:

—¡Zhong, hermanito! ¡Baoyu está aquí!

Pero Qin Zhong estaba exhalando el último suspiro. Su espíritu, que ya se había separado de su cuerpo, veía llegar en ese momento a un juez infernal escoltado por otros fantasmas. Llevaba un documento en la mano y unas cadenas para llevárselo. Zhong se resistía a ir con ellos, pues no quedaba nadie para administrar los asuntos de su casa y su padre había dejado tres o cuatro mil taeles ahorrados; además, deseaba locamente noticias de Zhineng. Pero los fantasmas se mostraban insensibles a sus súplicas.

—Eres un joven cultivado —se mofaban—. ¿Cómo no conoces el viejo proverbio, «si el Rey de los Infiernos te cita para la tercera vigilia nadie osará retenerte hasta la quinta»? Nosotros, sombras, somos estrictamente imparciales; no como vosotros, mortales, presas del sentimentalismo y los favores.

Y en medio de todo ese trajín oyó Zhong la llamada de Baoyu.

—Piedad, mensajeros divinos —suplicaba—. Permitid que vuelva a decirle a mi buen amigo una sola palabra y después partiré con vosotros.

—¿Pues qué buen amigo es ése? —le preguntaron.

—Jia Baoyu, el nieto del duque de Rongguo.

El juez infernal que parecía ser el encargado de llevárselo reprochó a los demás.

—Ya os dije que le permitierais volver un momento, y no me habéis hecho caso. ¿Qué haremos ahora que nos presenta a ese favorito de la fortuna?

Los fantasmas, confundidos por la actitud de su jefe, protestaban:

—Hace un momento estaba usted furioso, pero ese nombre parece haberle aterrorizado. ¿Por qué sombras como nosotros, que venimos del mundo de las tinieblas, tendríamos que temer a alguien como él, que viene del mundo de la luz? ¿Qué daño nos puede hacer?

—Ya conocéis el proverbio: «Los funcionarios del imperio lo controlan todo en el imperio», ¿no? Igual es en las Fuentes Amarillas: rige la misma ley para espíritus y mortales. No pasará nada si mostramos alguna consideración.

Finalmente, los fantasmas permitieron que el espíritu de Qin Zhong regresara a su cuerpo. El moribundo dio un grito, entreabrió los párpados y vio a Baoyu a su lado.

—¿Por qué no has venido antes? —le preguntó con voz tenue—. Si hubieses tardado un poco más, ya no te habría visto.

Baoyu apretó la mano de su amigo y le preguntó entre lágrimas:

—¿Qué últimas palabras me dejas?

—Sólo éstas: cuando tú y yo nos conocimos nos consideramos por encima del común de los mortales, ¿te acuerdas? Ahora comprendo lo equivocados que estábamos. Deberías dedicarte en el futuro a hacerte un nombre por medio de los exámenes oficiales, a ganar distinciones…

Suspiró largamente y se abandonó en silencio al viaje definitivo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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