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Capítulo III
ОглавлениеAmparándose en un personaje influyente,
Jia Yucun recupera su cargo perdido.
Abandonando a su querido padre, Lin Daiyu
emprende viaje a la capital.
Volviéndose, Yucun vio que se trataba de Zhang Ruguei, oriundo de esa localidad y antiguo colega que, tras haber sido depuesto de su cargo por los mismos motivos que él, había regresado a Yangzhou. Ahora bien, Ruguei estaba moviendo los hilos necesarios para encontrar un destino, ya que corría el rumor de que en la capital había sido decretada la restitución en sus cargos de los antiguos funcionarios apartados del servicio. Por eso había felicitado tan efusivamente a Yucun en cuanto lo vio, y, una vez intercambiados los saludos de rigor, no tardó ni un momento en darle la buena nueva. Naturalmente Yucun se alegró, y, después de unos cuantos comentarios nerviosos y apresurados, cada uno se marchó por su lado.
Leng Zixing, que lo había oído todo, propuso inmediatamente a Yucun pedir a Lin Ruhai que gestionase el apoyo de Jia Zheng en la capital. Aceptando el consejo, Yucun volvió para confirmar la noticia en la Gaceta de la Corte, y al día siguiente expuso su caso ante Lin Ruhai.
—¡Qué feliz coincidencia! —exclamó él—. Resulta que, desde la muerte de mi esposa, mi suegra ha estado muy preocupada porque mi hija no tuviera quien la criase, y ha enviado dos juncos con criados para llevarse a la niña a su lado, a la capital, pero yo he retrasado la partida mientras ha estado enferma. Me preguntaba cómo podría devolverle a usted el favor que me ha hecho instruyéndola durante todo este tiempo, y esto me da la oportunidad de mostrarle mi aprecio. Descuide. Escribiré una carta a mi cuñado pidiéndole que haga lo que pueda por usted, como modesta compensación por todo lo que le debo. No se preocupe por cualquier gasto que se ocasione, también eso lo aclararé con él.
Yucun hizo una profunda reverencia y dijo:
—¿Me permite preguntarle qué cargo ostenta su respetable cuñado? Temo ser demasiado vulgar para importunarlo.
Ruhai sonrió:
—Mis humildes parientes pertenecen al mismo clan que usted. Son los nietos del duque de Rongguo. Mi cuñado mayor, Jia She, cuyo nombre de cortesía es Enhou, heredó la graduación de general del primer rango. El segundo, Jia Zheng, cuyo nombre de cortesía es Cunzhou, es subsecretario de la Junta de Obras. Es hombre modesto y generoso como su abuelo. Por eso le escribiré exponiéndole su caso. Si se tratase de algún funcionario arrogante y frívolo yo estaría deshonrando sus altos principios, hermano, y a mí me resultaría despreciable hacer una cosa así.
Sus palabras confirmaron lo que Zixing había dicho el día anterior en la taberna, y Yucun dio de nuevo las gracias a Lin Ruhai.
—Para el viaje de mi hija a la capital he elegido el segundo día del mes que viene —prosiguió Ruhai—. ¿No piensa que a ambos les convendría emprender juntos la jornada?
Yucun asintió prontamente y con profunda satisfacción; luego tomó los presentes y los gastos para el viaje, y comió las viandas que Ruhai le había preparado.
Su alumna Daiyu, que acababa de reponerse de sus males, casi no pudo resistir la idea de separarse de su padre, pero a la postre tuvo que acatar los deseos de su abuela.
—Tengo casi cincuenta años y no pienso volver a casarme —le dijo su padre—. Tú eres joven y tu salud es delicada. No tienes madre que te cuide, ni hermanos o hermanas que se hagan cargo de ti. Yo me quedaré mucho más tranquilo sabiendo que estás con tu abuela y con tus primas. ¿Cómo puedes negarte?
Y la niña partió en un mar de lágrimas acompañada por su ama y algunas sirvientas mayores de la mansión Rong, seguida en otro junco por Yucun y dos pajes.
En su momento llegaron a la capital e hicieron su entrada. Yucun se acicaló, y acompañado de sus pajes se dirigió a la puerta principal de la mansión Rong, donde entregó una tarjeta de visita presentándose como «sobrino» de Jia Zheng.
Jia Zheng, que ya había recibido la carta de su cuñado, le hizo pasar enseguida. Yucun tenía una apariencia impresionante y su conversación distaba mucho de ser vulgar. Dado que Jia Zheng simpatizaba con los eruditos y que, al igual que su difunto abuelo, disfrutaba honrando a los letrados dignos y ayudando a los que estuvieran en apuros, y dado además que éste venía recomendado por su cuñado, Yucun recibió un trato extraordinariamente bueno y toda la ayuda que se le pudo prestar. El mismo día que lo solicitó al trono, Yucun fue rehabilitado y se le indicó que esperase un destino. En menos de dos meses fue enviado a Jinling para ocupar el cargo vacante de gobernador de Yingtian [1] . Despidiéndose de Jia Zheng, eligió un día para trasladarse a tomar posesión de su nuevo cargo. Pero basta ya de hablar de Yucun.
Volvamos a Daiyu. En el embarcadero la esperaban un palanquín de la mansión Rong y unas carretas para su equipaje. Su madre le había hablado mucho del esplendor de la casa de su abuela, y durante los días anteriores se había sentido impresionada por los alimentos, la ropa y la conducta de las sirvientas de rango inferior que la acompañaban. Decidió que debería comportarse con sumo cuidado en su nuevo hogar y mantenerse en guardia todo el tiempo, sopesando cada palabra para no ser el hazmerreír en un momento de descuido. Mientras era trasladada a la ciudad avistó a través de la cortinilla de gasa del palanquín la agitación en las calles, y una multitud como nunca antes había visto.
Tras lo que le pareció un lapso muy largo, llegaron a una calle en cuyo lado norte dos grandes leones de piedra flanqueaban un inmenso portón triple cuyos tiradores eran cabezas de animales, y delante del cual se hallaban sentados diez o doce hombres elegantemente ataviados. El gran portón central estaba cerrado, por lo que la gente entraba y salía por las dos puertas laterales. La puerta principal tenía encima una tabla con grandes caracteres: «Mansión de Ningguo construida por Mandato Imperial». Daiyu comprendió que allí vivía la rama mayor de la familia de su abuela.
Siguiendo un poco hacia el oeste alcanzaron otro imponente portón triple. Era la mansión Rong. En lugar de pasar por la gran puerta central, lo hicieron por una más pequeña del lado oeste. Los portadores llevaron el palanquín un tiro de arco más allá, lo posaron en un recodo y desaparecieron. Las sirvientas que acompañaban a Daiyu ya se habían apeado y se acercaban andando hasta ella. En ese momento tres o cuatro jóvenes de diecisiete o dieciocho años, muy bien vestidos, alzaron el palanquín y avanzaron, seguidos por las criadas, hasta una puerta decorada con diseños florales colgantes tallados en madera. Allí los jóvenes se retiraron y las sirvientas levantaron las cortinillas del palanquín, ayudaron a Daiyu a apearse y la sostuvieron mientras cruzaba el umbral.
En el interior galerías bordeadas por barandas conducían hasta un corredor con tres aposentos en cuyo centro descansaba un biombo de mármol enmarcado en sándalo rojo. Por allí pasaron al patio mayor del edificio principal, y cruzándolo llegaron a cinco aposentos de vigas talladas y columnas decoradas. A cada lado de estos aposentos había otros cuartos con pasadizos techados. De los aleros colgaban jaulas con loros de colores, tordos y otras aves.
Varias sirvientas vestidas de rojo y verde se levantaron sonrientes de la terraza para dar la bienvenida a Daiyu.
—Precisamente hablaba de usted la Anciana Dama —dijeron a gritos—. Aquí está.
Tres o cuatro sirvientas se precipitaron a levantar el cortinaje de la puerta, y pudo oírse una voz que anunciaba: «Ha llegado la señorita Lin».
Lin Daiyu.
Gai Qi (edición de 1879).
Al entrar Daiyu, se le acercó una anciana de cabellos plateados flanqueada por dos criadas. Supo que se trataba de su abuela, pero antes de que pudiera saludarla con un koutou [2] , la anciana la rodeó con sus brazos.
—¡Corazón! ¡Carne de mi carne! —exclamó, y prorrumpió en sollozos.
Todos los presentes se cubrieron el rostro y lloraron, y la propia Daiyu no pudo reprimir las lágrimas. Cuando finalmente las demás lograron calmarla, Daiyu hizo un koutou ante su abuela. Ésa era la Anciana Dama Viuda de la familia Shi mencionada por Leng Zixing, la madre de Jia She y de Jia Zheng, que ahora empezaba a presentarle a los miembros de la familia.
—Ésta es la esposa de tu tío mayor, Ésta es la esposa de tu segundo tío. Ésta es la esposa de tu difunto primo Zhu…
Daiyu las fue saludando una por una.
—Traed a las niñas —dijo la abuela—. Hoy podemos dispensarlas de sus clases en honor de esta visitante llegada de lejanas tierras.
Salieron dos doncellas a cumplir la orden, y casi inmediatamente después aparecieron tres jóvenes acompañadas por tres amas y cinco o seis sirvientas.
La primera muchacha era algo gordita y de estatura mediana; sus mejillas tenían la textura de los lichis recién madurados y su nariz era suave como la grasa de ganso. Recatada y amable, parecía de trato fácil. La segunda tenía los hombros caídos y la cintura fina; era alta y delgada, de rostro ovalado, cejas bien marcadas y hermosos ojos danzarines. Se veía elegante y de mente ágil, con un gran aire de distinción. Mirarla era olvidar todo lo vulgar. La tercera aún no había terminado de crecer y conservaba un rostro de niña. Las tres vestían similares túnicas y faldas, idénticos brazaletes y tocados.
Daiyu se incorporó para saludar a sus primas, y después de las presentaciones tomaron asiento mientras las doncellas servían el té. Ahora la charla se centró en la madre de Daiyu. ¿Cómo había caído enferma? ¿Qué remedios recetaron los médicos? ¿Cómo fueron organizadas las ceremonias del entierro y del luto? Inevitablemente, la Anciana Dama fue la más afectada por el relato.
—De todos mis hijos, tu madre era mi preferida —le dijo a Daiyu—. Ahora ella me ha precedido en la partida sin concederme siquiera ver su rostro por última vez. ¡Contemplarte me rompe el corazón!
Y volvió a tomar a Daiyu entre sus brazos y a llorar, mientras las demás se esforzaban en consolarla.
Impresionó a los reunidos la buena educación de Daiyu, pues a pesar de sus pocos años y de su evidente mala salud tenía un aire de natural distinción. Al observar lo frágil de su apariencia le preguntaron qué remedio o tratamiento había estado empleando.
—Siempre he sido así —dijo Daiyu con una sonrisa—. Tomo medicinas desde que me destetaron. Muchos médicos célebres me han examinado, pero ninguna de sus recetas ha surtido efecto. Recuerdo que me contaron como en mi tercer año de vida sé acercó a la casa un monje de cabeza tiñosa que quiso llevarme con él para que me hiciera monja. Mis padres no quisieron saber nada del asunto, y el bonzo dijo: «Si no soportan separarse de ella, lo más probable es que nunca mejore. El único remedio es impedirle que oiga llorar a nadie y vea a otros parientes que no sean su padre y su madre. Solo así llevará una existencia tranquila». Claro que nadie prestó oídos a semejantes sandeces, y ahora sigo tomando píldoras de ginseng.
—Qué casualidad —dijo la Anciana Dama—, aquí estamos haciendo esas píldoras. Me encargaré de que también hagan para ti.
En ese preciso instante estallaron unas risotadas en el patio trasero y una voz exclamó:
—¡Llego tarde a saludar a la visitante que llega de lejanas tierras!
Sorprendida, Daiyu pensó: «Aquí la gente es tan respetuosa y solemne que todos parecen estar conteniendo la respiración. ¿Quién puede ser esa persona tan ruidosa y engreída?».
Así pensaba Daiyu cuando entró por la puerta trasera un tropel de matronas y doncellas rodeando a una joven. A diferencia de las otras muchachas, ésta venía ricamente ataviada y resplandecía como un hada. Perlas y otros dijes sujetaban su tiara de filigrana de oro. Sus peinetas tenían la forma de cinco fénix enfrentados al sol, y su gargantilla de oro puro la de un dragón enroscado con incrustaciones de gemas. Llevaba pendientes de perlas y aretes dobles de jade rojo y, prendidas de la falda, borlas de color verde alverja. Vestía una casaca ceñida de satén rojo bordada con mariposas y flores de oro; sobre su Capa turquesa, forrada en piel de ardilla blanca, diseños de seda multicolor; en su falda de crepé verde esmeralda, dibujos floreados. Tenía los ojos almendrados de un fénix; las cejas inclinadas, largas y lánguidas como hojas de sauce. Su figura era esbelta y sus modales vivaces. Mostraba su rostro un encanto primaveral que ocultaba una malicia latente, y antes de que sus labios carmesí llegaran a abrirse vibró el tintineo de su risa.
Daiyu se levantó de inmediato a saludarla.
—Todavía no la conoces. —La Anciana Dama soltó una risita—. Es el terror de esta casa. En el sur la llamarían Pimiento Picante. Llámala simplemente Fénix Picante.
Daiyu no supo cómo dirigirse a ella hasta que sus primas acudieron en su ayuda.
—Es la esposa del primo Lian —le dijeron.
Aunque nunca la había conocido, Daiyu sabía por su madre que Jia Lian, el hijo de su tío mayor Jia Shen, se había casado con la sobrina de la dama Wang, la esposa de su segundo tío. Había sido educada cómo un muchacho y recibido el nombre escolar de Xifeng, «Hermano Fénix». Daiyu la saludó enseguida sonriéndole:
—Prima.
Xifeng la tomó de la mano y acto seguido la miró de pies a cabeza. Luego, la condujo de vuelta a su lugar junto a la Anciana Dama.
—¡Bien! —exclamó con una carcajada—. Es la primera vez que pongo mis ojos encima de una criatura tan encantadora. ¡Todo su porte es distinguido! Nada tiene que ver con su padre, yerno de nuestra anciana abuela. Más parece de los Jia. Con razón tu anciana abuela no podía dejar de pensar en ti y sólo de ti hablaba. ¡Pobrecilla mi desdichada primita, perder a su madre tan temprano!
Dicho lo cual se enjugó unas lágrimas con su pañuelo.
—Acabo de secar mis lágrimas. ¿Acaso quieres que vuelva a empezar? —dijo la anciana con aire juguetón—. Tu joven prima llega de un largo viaje y su salud es delicada. Acabamos de conseguir que cese su llanto, así que no empieces tú ahora.
Xifeng trocó automáticamente su dolor en alegría.
—¡Claro! —gritó—. Ver a mi primita me sumió en dolor y alegría al mismo tiempo, y por eso olvidé a nuestra anciana abuela. Merezco que me apaleen.
Tomando a Daiyu de la mano le preguntó:
—¿Qué edad tienes, prima? ¿Ya has empezado tus estudios? ¿Qué medicinas estás tomando? No debes echar de menos tu casa entre nosotros. Si te apetece alguna comida especial o algo para jugar, no dudes en pedírmelo. Si las doncellas y las viejas amas no se portan bien contigo, dímelo enseguida.
Entonces se volvió a las sirvientas:
—¿Ya habéis entrado el equipaje y las cosas de la señorita Lin? ¿Cuánta gente ha traído? Daos prisa y disponed un par de cuartos donde puedan descansar.
Entretanto habían servido dulces y té, y, mientras Xifeng los repartía, la dama Wang le preguntó si había distribuido la asignación mensual correspondiente.
—Ya se distribuyó —confirmó Xifeng—. Acabo de llevar a una gente al almacén trasero de arriba para buscar brocado, pero a pesar de que buscaron durante largo rato no pudieron encontrar del tipo que nos describió ayer, mi señora. ¿Es posible que su memoria le haya jugado una mala pasada?
—No importa que no haya de ese tipo —dijo la dama Wang—. Tú elige dos cortes para hacerle alguna ropa a tu primita. No olvides buscarlos esta noche.
—Ya lo he hecho —respondió Xifeng—. Sabiendo que mi prima podía llegar en cualquier momento preferí dejar todo listo. El género está en sus habitaciones esperando que usted lo inspecciones. Si lo aprueba lo enviaré enseguida.
La dama Wang sonrió con un leve gesto de aprobación.
Después fueron retirados el té y los dulces, y la Anciana Dama ordenó a dos amas que llevaran a Daiyu a saludar a sus dos tíos.
Inmediatamente la dama Xing, esposa de Jia She, se incorporó para sugerir:
—¿No sería más sencillo que yo misma llevara a mi sobrina?
—Muy bien —accedió la Anciana Dama—, y ya te puedes quedar allí.
Asintió la dama Xing y luego pidió a Daiyu que se despidiera de la dama Wang, tras lo cual fueron acompañadas por las demás hasta el vestíbulo. Fuera, frente a la puerta decorada, unos pajes esperaban junto a una carroza de laca azul con visillos verde esmeralda a que subieran la dama Xing y su sobrina. Luego, las doncellas dejaron caer las cortinillas y dieron a los porteadores la orden de partir. Éstos llevaron la carroza hasta un lugar despejado donde le aparejaron una mula dócil. Salieron por la puerta lateral del oeste y desde allí se dirigieron hacia el este, más allá de la entrada principal de la mansión Rong, hasta cruzar un gran portón de laca negra y detenerse frente a una puerta ceremonial.
Cuando los pajes se hubieron retirado, se alzaron las cortinas y la dama Xing condujo a Daiyu hasta el patio. A la muchacha le dio la impresión de que esos patios y edificios aún debían formar parte del jardín de la mansión Rong, pues observó, después de cruzar tres puertas ceremoniales, que los salones, los aposentos laterales y los corredores techados eran más pequeños pero todavía de muy buena factura. No tenían el esplendor imponente de la otra mansión, pero no les faltaban árboles, plantas y jardines de rocas.
Al entrar en el salón central fueron saludadas por una multitud de concubinas y doncellas muy maquilladas y ricamente vestidas. La dama Xing invitó a Daiyu a tomar asiento, mientras enviaba a una sirvienta a la biblioteca para pedir a su esposo que viniera.
Un momento después la mensajera volvió con el siguiente recado:
—Dice el señor que no se ha sentido muy bien estos últimos días, y que un encuentro con la joven dama no haría sino turbar a ambos. Que por el momento no se encuentra con ánimo para hacerlo. Que la señorita Lin no debe entristecerse o incomodarse, sino sentirse como en su casa junto a la abuela y sus tías. Que quizá sus primas le parezcan algo tontas, pero le servirán de compañía y ayudarán a distraerla. Que si alguien la tratara mal debe decírnoslo y no considerarnos extraños.
Daiyu se había incorporado respetuosamente para recibir el mensaje. Poco después volvió a levantarse para partir. La dama Xing insistió en que se quedara a cenar.
—Gracias, tía, es usted demasiado amable —dijo Daiyu—. Hago mal en negarme, pero no estaría bien que demorase más la visita a mi segundo tío. Le ruego que me disculpe y me permita quedarme en otra ocasión.
—Tienes razón —dijo la dama Xing, y a continuación ordenó a varias sirvientas mayores que acompañasen a su sobrina de vuelta en el carruaje, hecho lo cual Daiyu se despidió. Su tía la acompañó hasta la puerta ceremonial, y después de dar algunas instrucciones adicionales a las sirvientas esperó hasta que hubieron partido.
De vuelta en la mansión Rong, Daiyu volvió a apearse. Las amas la llevaron hacia el este, a la vuelta de una esquina, y luego a través de un elegante salón de entrada que daba a un gran patio. El edificio norte tenía cinco grandes secciones, y alas a cada lado. Ése era el eje de toda la finca, más impresionante de lejos que los aposentos de la Anciana Dama.
Daiyu comprendió que se trataba de la principal edificación interior, pues una ancha avenida conducía directamente hasta su puerta. Una vez dentro del salón levantó la vista y llamó su atención una gran tabla azul sobre la que había nueve dragones dorados y, en enormes caracteres también dorados, la siguiente inscripción: «Salón de la Felicidad Gloriosa». Luego, unos caracteres menores registraban la fecha en que el emperador había obsequiado esa tabla a Jia Yuan, duque de Rongguo, y, por fin, el sello imperial.
Sobre una gran mesa de sándalo rojo tallado con dragones se elevaba un viejo trípode de bronce verde de tres pies de altura. De la pared colgaba un gran rollo con el dibujo de unos dragones negros cabalgando sobre las olas, y a su lado descansaban un vaso de vino de bronce con incrustaciones de oro, y un bol de cristal. Apoyados en las paredes se alineaban dieciséis sillones de cedro, y, sobre éstos, dos paneles de ébano con el siguiente pareado grabado en plata:
Las perlas de los sentados en torno a esta mesa brillan más que el sol y la luna;
las insignias de honor de los huéspedes relumbran en el salón como nubes iridiscentes.
Bajo el texto unos caracteres diminutos informaban de que éste había sido compuesto por el príncipe de Dong’an, que firmaba Mu Shi y se consideraba paisano y viejo amigo de la familia.
Las amas llevaron a Daiyu a este salón principal, puesto que la dama Wang rara vez lo utilizaba y prefería para su descanso tres cuartos del lado oriental.
El enorme kang [3] situado junto a la ventana estaba cubierto con una alfombra importada de color escarlata. En el centro había unos cojines rojos y unos cabezales de color turquesa; unos y otros estaban adornados con medallones de dragón que decoraban igualmente un largo colchón de color amarillo verdoso. A cada lado, una mesita de laca en forma de flor de ciruelo. Sobre la de la izquierda había un trípode, unas cucharitas, unos palillos y un recipiente para el incienso; sobre la mesa de la derecha, un estilizado florero de porcelana del horno de Ruzhou [4] con flores de la estación, así como tazones para el té y una escupidera. Al pie del kang, frente a la pared occidental, cuatro sillones tapizados de rojo brillante salpicado de flores rosadas, a cuyos pies había un escabel. A cada lado había una mesa con tazas de té y floreros. No es preciso describir detalladamente el resto del cuarto.
Las amas pidieron a Daiyu que se sentara sobre el kang, en cuyo borde había dos cojines de brocado. Sin embargo, ella consideró que hacerlo hubiera sido petulante, y eligió uno de los sillones del lado oriental. Las doncellas sirvieron té, y Daiyu las fue estudiando mientras lo bebía. Observó su maquillaje, su ropa y su conducta, claramente distintos a los que se daban en otras familias. Antes de que hubiera terminado su té entró una doncella con un abrigo de seda roja y casaca de satén azul sin mangas ribeteada de seda, que anunció con una sonrisa:
—La señora pide a la señorita Lin que vaya a sentarse junto a ella.
Inmediatamente las amas condujeron a Daiyu por el corredor oriental hasta un pequeño aposento con tres cuartos orientado al sur. Sobre el kang situado bajo la ventana descansaba una mesita cargada de libros y un servicio de té. Apoyados en la pared había un cojín de satén azul bastante usado, y una almohada. La dama Wang estaba sentada frente a la pared oriental, sobre una manta de satén azul que revelaba un uso considerable, con otro cojín y otra almohada. Invitó a su sobrina a sentarse frente a ella, pero Daiyu, intuyendo que ése era el lugar de su tío Jia Zheng, eligió uno de los tres sillones contiguos al kang, que tenían unas fundas punteadas de negro bastante gastadas. Su tía tuvo que insistirle mucho para que se sentara a su lado.
—Hoy es día de ayuno para tu tío; podrás verlo en otra ocasión —dijo la dama Wang—. Quisiera decirte una cosa. Tus tres primas son excelentes muchachas y seguro que te llevarás muy bien con ellas en las clases, o aprendiendo a bordar o jugando. Pero quien me preocupa es mi terrible hijo, la ruina de mi vida, que nos atormenta a todos como un verdadero demonio. Hoy ha ido al templo a cumplir un voto, pero ya le verás la cara cuando regrese esta noche. Simplemente no le prestes atención. Ninguna de tus primas se atreve a provocar su enfado.
A menudo su madre le había hablado a Daiyu de ese sobrino nacido con un trozo de jade en la boca, de su conducta cerril, de su aversión al estudio y de su pasión por jugar en los aposentos de las mujeres; y los mimos de su abuela lo hacían aún más incontrolable. Así, supo que era a él a quien se refería la dama Wang.
—¿Mi tía se está refiriendo a mi primo mayor, el del jade en la boca? Mi madre me hablaba de él a menudo. Sé que tiene un año más que yo, que su nombre es Baoyu, y que a pesar de sus travesuras es muy bueno con sus primas. ¿Por qué habría de provocar su enfado? Además, pasaré todo mi tiempo con las demás muchachas en los aposentos interiores, mientras que nuestros primos estarán en los patios exteriores.
—No lo entiendes —respondió riendo la dama Wang—. No es como los demás muchachos. Como es el preferido de su abuela, que siempre ha querido tenerlo cerca, se ha acostumbrado a vivir en los aposentos interiores, entre muchachas. Si no le hacen caso se queda tranquilo y, aunque se aburre, puede entretenerse gritando a alguno de sus pajes. Pero si las muchachas lo alientan lo más mínimo, entonces su entusiasmo le lleva a cometer todo tipo de diabluras. Por eso no debes prestarle atención, pues si un instante es encantador, al siguiente se vuelve recalcitrante y duro y un minuto más tarde está dando alaridos de lunático. No se le puede tomar en serio.
Daiyu prometió tenerlo en cuenta. A continuación una doncella anunció que la cena sería servida en los aposentos de la Anciana Dama. Entonces la dama Wang condujo a su sobrina a través de una puerta trasera por un corredor que avanzaba hacia el oeste, y a través de una puerta lateral, hasta un ancho camino que iba de norte a sur. En el lado sur había un bonito anexo de tres cuartos que daba al norte; en el lado norte había una gran pared-biombo pintada de blanco, detrás de la cual una puerta conducía a un cuarto.
—Allí vive tu prima Xifeng —dijo la dama Wang señalando el lugar—, así que la próxima vez ya sabes dónde encontrarla. Si necesitas algo, basta con que se lo digas.
Junto al portón, varios pajes muy jóvenes peinados con dos rodetes permanecían atentos a cualquier orden. A través de un salón de entrada que iba de este a oeste, la dama Wang condujo a Daiyu hasta el patio trasero de la Anciana Dama. Al cruzar la puerta posterior se encontraron con mucha gente allí reunida que empezó a disponer mesas y sillas en cuanto apareció la dama Wang. Li Wan, la viuda de Jia Zhu, sirvió el arroz, mientras Xifeng distribuía los palillos y la dama Wang servía la sopa.
La Anciana Dama ocupó sola un diván a la cabecera de la mesa, dejando dos asientos vacíos a cada lado. Xifeng tomó de la mano a Daiyu y la llevó hasta el primer lugar de la izquierda, pero la muchacha se negó con insistencia a tal honor.
—Tu tía y tus cuñadas no cenan aquí —precisó su abuela con una sonrisa—. Además hoy eres una invitada, así que debes ocupar ese lugar.
Daiyu obedeció mientras murmuraba una disculpa. Luego, la Anciana Dama dijo a la dama Wang que se sentara, y después pidieron permiso para sentarse las muchachas Primavera: Yingchun se acomodó la primera a la derecha, Tanchun la segunda a la izquierda y Xichun la segunda a la derecha. Las doncellas prepararon espantamoscas de crin, recipientes para enjuagarse la boca y servilletas, mientras Li Wan y Xifeng, de pie detrás de las comensales, les presentaban un plato tras otro.
El cuarto exterior hervía de amas y doncellas, y sin embargo no se oía ni una tos. La cena transcurrió en silencio, y apenas hubo acabado llegó el té en unas pequeñas bandejas. Lin Ruhai había inculcado a su hija las virtudes de la moderación, previniéndola del daño que causaba al aparato digestivo beber té directamente después de una comida. Pero aquí muchas costumbres eran distintas a las de su casa, y Daiyu consideró que tendría que adaptarse a esos nuevos usos. Por eso aceptó el té, y cuando vio que aparecían los recipientes para enjuagarse la boca, optó por hacer como las demás. Cuando se hubieron lavado las manos reapareció el té, esta vez para ser bebido [5] .
—Vosotras os podéis marchar ya —dijo entonces la Anciana Dama—. Quiero charlar con mis nietas.
Inmediatamente la dama Wang se levantó, y tras unos cuantos comentarios protocolarios emprendió la salida, seguida por Li Wan y Xifeng. Entonces la abuela preguntó a Daiyu qué libros había estudiado.
—Acabo de leer los Cuatro Libros [6] , pero soy muy ignorante —dijo Daiyu, quien, a su vez, preguntó qué estaban leyendo las otras muchachas.
—Sólo conocen unos cuantos caracteres, demasiado pocos para leer un libro.
No había terminado de decir estas palabras cuando se oyeron pasos en el patio y apareció una doncella que anunció: «Ha llegado el señor Baoyu».
Daiyu se preguntó entonces qué clase de bribón sin gracia o de tonto; sería, y sintió pocos deseos de conocer a criatura tan estúpida en el instante mismo en que entraba. Lucía una diadema dorada con incrustaciones de joyas y una guirnalda en forma de dos dragones combatiendo por una perla. Vestía una casaca roja de arquero con un bordado de flores y mariposas doradas, atada con una banda de palacio con Borlas de muchos colores. Cubriéndolo todo llevaba un abrigo de satén japonés color turquesa, adornado con relieves de flores dispuestas en ramos de a ocho. Sus botas de corte eran de satén negro con suelas blancas. Tenía el rostro radiante como una luna otoñal, la piel fresca como las flores primaverales al alba. Llevaba el cabello sobre las sienes recortado con una precisión que parecía proceder de un tajo de navaja. La negrura de sus cejas parecía trazada con tinta, sus mejillas eran rojas como flores de durazno, y sus ojos brillantes como los rizos de un lago en otoño. Hasta en sus momentos de furia parecía sonreír, e incluso con el ceño fruncido conservaba cierta candidez en la mirada. Al cuello llevaba un collar dorado en forma de dragón y un cordón de seda de cinco colores del que colgaba un bellísimo fragmento de jade.
La brusca aparición de Baoyu sobresaltó a Daiyu. «¡Qué raro! —pensó—. Es como si lo hubiera visto antes. Me parece tan familiar…»
Baoyu presentó sus respetos a la Anciana Dama y luego, por indicación de ésta, acudió a ver a su madre. Poco después regresó, vestido ya de otra manera. Ahora llevaba el cabello corto en pequeñas trenzas sujetas con seda roja y recogidas sobre la coronilla en una sola, gruesa, negra y lustrosa como la laca, con cuatro grandes perlas prendidas a lo largo de la misma y ocho colgantes dorados en su extremo. Su abrigo, de dibujos floreados sobre un fondo rojo vivo, no era nuevo. Llevaba todavía el collar, el precioso jade, un amuleto en forma de candado con su nombre búdico, y un amuleto de la buena suerte. Por debajo asomaban pantalones de satén floreado verde claro, calzas con puntos negros y bordes de brocado, y unos zapatos escarlata de suela gruesa. De tan claro, su rostro parecía empolvado; y sus labios, como pintados con carmín. Tenía una mirada llena de afecto y una conversación salpicada de sonrisas. Pero donde más se manifestaba su encanto natural era en las cejas, pues sus ojos emitían un mundo de sentimientos. Sin embargo, a pesar de lo atractivo de su apariencia era difícil percibir qué yacía bajo ella.
Mucho tiempo después alguien hizo, un admirable retrato de Baoyu en estos poemas, escritos sobre la melodía Xijiangyue («La Luna sobre el Río del Oeste»):
Angustia y melancolía cortejaba sin razón,
y a veces se comportaba como idiota o loco.
Aunque fue de porte apuesto,
díscolo y vacío tuvo el corazón.
Obtuso, no comprendía sus deberes;
terco, no se aplicaba en sus estudios.
Fue temerario en extravagancia,
y no escuchó el reproche y la difamación.
Privilegios y tesoros no sabía disfrutar;
cuando pobre, no podía soportar los sufrimientos.
Lástima que derrochara sus años mejores
defraudando al país y a su familia.
Era el inútil más grande del mundo,
no tiene par su indignidad.
Petimetres y noblecillos, permítanme aconsejar:
¡No imiten la perversidad de este joven!
Sonriéndole a su nieto, la Anciana Dama le riñó:
—¿Qué es eso de mudarse de ropa antes de saludar a nuestra invitada? Date prisa en presentar tus respetos a tu prima.
Baoyu había visto a su prima al entrar, y enseguida había adivinado que se trataba de la hija de su tía Lin. Se apresuró a hacer una reverencia, y tras el saludo tomó asiento. Al mirarla de cerca la encontró distinta a las otras muchachas. Tenía el ceño elevado, pero a la vez no fruncido; sus elocuentes ojos mostraban alegría y dolor al mismo tiempo; su delicada fragilidad le daba un aire singular. Sus ojos brillaban de lágrimas, su aliento era leve y suave. En reposo parecía una flor adorable reflejada en un estanque; al moverse semejaba un flexible sauce meciéndose al viento. Se la veía más inteligente que Bi Gan [7] , más delicada que Xi Shi [8] .
—Yo he visto antes a esta prima —observó Baoyu.
—Otra vez con tus tonterías —dijo su abuela riendo—. ¿Cómo la podrías haber conocido?
—Su rostro me resulta familiar. Tengo la impresión de que somos viejos amigos que se vuelven a encontrar después de una larga separación.
—Tanto mejor —la Anciana Dama se rió—. Eso significa que podréis ser buenos amigos.
Baoyu fue a sentarse junto a Daiyu y volvió a mirarla fijamente.
—¿Has leído mucho, prima? —preguntó.
—No —dijo Daiyu—. Sólo he estudiado un par de años y aprendido unos cuantos caracteres.
—¿Cómo te llamas?
Se lo dijo.
—¿Y tu nombre de cortesía?
—No tengo.
—Entonces te pondré uno —propuso con una risita—. ¿Qué mejor nombre que Pin-pin [9] ?
—¿De dónde has sacado eso? —intervino Tanchun.
—De la Verificación general de hombres y objetos antiguos y actuales, que dice que en Occidente hay una piedra llamada dai que puede sustituir al grafito para pintar las cejas. Como las cejas de la prima Lin se ven medio fruncidas, ¿qué mejor nombre de cortesía para nuestra prima que esos dos caracteres?
—Te lo estás inventando todo —terció Tanchun.
—Fuera de los Cuatro Libros, casi todas las obras son inventadas. ¿Soy acaso el único que inventa cosas? —replicó con una sonrisa.
Y a continuación, para espanto de todos, preguntó a Daiyu si ella tenía una piedra de jade.
Imaginando que pensaba en su propia piedra, ella respondió:
—No, supongo que es un objeto demasiado extraordinario como para que cualquiera tenga uno.
Y en ese momento, inopinadamente, Baoyu sufrió un ataque de furia. Se arrancó el jade y lo arrojó con rabia al suelo.
—¡¿Qué tiene de extraordinario?! —rugió—. Ni siquiera sirve para distinguir a la buena gente de la mala. ¿Cuáles son sus facultades trascendentales? No me interesa nada este trasto.
Todas las doncellas se abalanzaron consternadas a recoger el jade, mientras la Anciana Dama tomaba desesperada a Baoyu entre sus brazos.
—¡Monstruo perverso! Rúgele a la gente si estás furioso, pero no tires ese precioso objeto del que depende tu vida.
Con el rostro cubierto de lágrimas, Baoyu sollozaba:
—Aquí ninguna de las muchachas tiene uno, sólo yo. ¿Qué grada tiene entonces? Ni siquiera esta prima recién llegada, adorable como un hada, tiene uno. Lo que demuestra que no sirve para nada.
—Una vez lo tuvo —le mintió la anciana para tranquilizarlo—, pero cuando tu tía agonizaba y no quería dejar atrás a tu prima, lo mejor que se le ocurrió a ella fue que su madre partiese con el jade. Fue como enterrar a los vivos con los muertos y reveló la piedad filial de tu prima. Por eso el espíritu de tu tía puede ver a su hija todavía. Te dijo que no tenía un jade por no jactarse de ello. ¿Cómo te atreves a compararte con ella? Y ahora vuelve a ponértelo con cuidado antes de que tu madre se entere.
Tomó el jade de manos de una de las doncellas y se lo puso ella misma. Y Baoyu, que había creído la historia, olvidó el asunto.
Entró en ése momento un ama preguntando qué aposentos se destinarían a Daiyu.
—Trasladad a Baoyu al cuarto interior de mis aposentos —dijo su abuela—. Por el momento la señorita Lin puede ocupar el bishachu [10] . Con la primavera haremos un arreglo distinto.
—Abuela, querida abuela —alegó Baoyu—, déjame quedarme en el exterior del bishachu. Estaré muy bien en esa cama del cuarto de fuera. ¿Por qué mudarme a un sitio donde sólo sería una molestia?
Tras dudarlo un momento, la Anciana Dama accedió. Cada uno sería atendido por un ama y una doncella, mientras otras personas estarían a su disposición durante las guardias nocturnas. Xifeng ya había hecho llegar al aposento de Daiyu una cortina floreada de color lavanda, cobertores forrados de satén y colchones bordados.
Daiyu sólo se había hecho acompañar por el ama Wang, su vieja nodriza, y por Xueyan, una doncella de diez años que también la servía desde niña. Consideró la Anciana Dama a Xueyan demasiado joven, y al ama Wang demasiado vieja para ser de utilidad, por lo cual cedió a Daiyu una de sus propias sirvientas, una doncella de segundo grado llamada Yingge. Al igual que Yingchun y las otras damitas, Daiyu recibió, además de su nodriza, cuatro amas de compañía, dos doncellas de servicio personal que cuidaran de su aseo y cuatro o cinco muchachas para barrer los cuartos y llevar recados.
El ama Wang y Yingge acompañaron a Daiyu hasta el aposento de gasa verde, mientras que el ama Li, la nodriza de Baoyu, iba con su doncella principal, Xiren, a prepararle al muchacho la cama grande del cuarto exterior.
Xiren, cuyo nombre original era Zhenzhu, había Sido una de las doncellas de la Anciana Dama. Tanto se preocupaba la anciana por el bienestar de su nieto que, para asegurarse de que estuviera bien atendido, le cedió a su favorita. Baoyu sabía que su apellido era Hua [11] , y recordaba un verso que decía: «La fragancia de las flores atrapa a los hombres.» Por eso había pedido a su abuela autorización para cambiarle el nombre y llamarla Xiren [12] .
Xiren era muy leal. Cuando cuidaba de la Anciana Dama no pensaba sino en la Anciana Dama, y tras recibir el encargo de cuidar a Baoyu no pensaba sino en Baoyu. Sólo le preocupaba que éste fuese demasiado terco y no escuchara sus consejos.
Aquella noche, cuando ya Baoyu y el ama Li dormían, Xiren se dio cuenta de que Daiyu y Yingge aún estaban despiertas en los cuartos interiores. Entró allí de puntillas en ropa de dormir, y preguntó:
—¿Por qué está aún despierta, señorita?
—Por favor, hermana, siéntate —la invitó Daiyu con una sonrisa.
Xiren se sentó al borde de la cama.
—La señorita Lin ha estado llorando de preocupación todo este tiempo —dijo Yingge—. Dice que el mismo día de su llegada ha provocado un ataque de ira a nuestro amo. Nunca se lo hubiera perdonado si ese jade llega a romperse. He estado tratando de calmarla.
—No lo tome en serio —dijo Xiren—. Temo que más adelante lo verá comportarse de manera más absurda todavía. Si se deja preocupar por su conducta no tendrá un solo momento de descanso. No debe ser tan sensible.
—Recordaré lo que me has dicho —prometió Daiyu—. ¿Pero puedes decirme de dónde vino ese jade suyo y qué dice la inscripción que lleva?
Xiren contestó:
—En toda la familia no hay nadie que sepa de dónde procede. Tengo entendido que fue encontrado en su boca cuando nació, y que ya tenía un agujero para pasarle un cordón. Déjeme traerlo para enseñárselo.
Pero Daiyu no aceptó, pues ya era tarde.
—Puedo mirarlo mañana —concluyó.
Charlaron un poco más y se fueron a dormir.
A la mañana siguiente, Daiyu fue a presentar sus respetos a la Anciana Dama y de allí pasó a los aposentos de la dama Wang, a la que encontró discutiendo con Xifeng una carta llegada de Jinling. Estaban acompañadas por dos matronas que habían traído un mensaje de la casa del hermano de la dama Wang.
Daiyu no comprendió lo que sucedía, pero Tanchun y las demás sabían que el tema de discusión era Xue Pan, el hijo de la tía Xue de Jinling. Amparándose en sus poderosos parientes, Xue Pan había mandado apalear a un hombre hasta matarlo y ahora estaba a punto de ser juzgado en la corte de la prefectura de Yingtian. Al ser informado de esto, Wang Ziteng, el hermano de la dama Wang, había enviado esas mensajeras a la mansión Rong para pedir que la familia Xue fuera invitada a la capital.
Xiren.
Gai Qi (edición de 1879).