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Capítulo VII

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Mientras Jia Lian se divierte con Xifeng,

a ella le traen unas flores de la corte.

En un banquete de la mansión Ningguo,

Baoyu conoce a Qin Zhong *.

Cuando hubo despedido a la abuela Liu, la señora Zhou acudió a informar de su visita a la dama Wang. Las doncellas le dijeron que su señora había ido a charlar un rato con la tía Xue, y se dirigió hacia la puerta lateral que daba al patio del este; por fin llegó al patio de los Perales Fragantes. Sentada sobre las escaleras de la terraza encontró a Jinchuan, la doncella de la dama Wang, que jugaba con una muchacha a la que ya se le dejaba crecer el pelo. Supuso que la señora Zhou venía por asuntos serios, y le hizo un gesto señalando la puerta.

Apartando sin ruido la cortina, la señora Zhou entró. Encontró a la dama Wang y a su hermana absortas en una charla sobre asuntos domésticos y no se atrevió a interrumpirlas, así que pasó directamente a los cuartos interiores; allí, acompañada por su doncella Yinger, Baochai, con el cabello recogido en un moño y un vestido de andar por casa, estaba copiando el dibujo de un bordado. La muchacha dejó el pincel sobre la mesita que tenía sobre el kang y ofreció asiento a su visitante.

—¿Cómo está usted, señorita? —preguntó la señora Zhou mientras se sentaba en el borde del kang—. Hace días que no la veo por aquella parte de la casa, ¿acaso la ha molestado Baoyu?

—¡Qué ocurrencia! Me he encerrado aquí un par de días a causa de una vieja dolencia.

—¡Ay, señorita! ¿Qué me dice? ¿De qué se trata? Lo mejor sería llamar a un médico para que la vea y le recete un remedio; con unas cuantas medicinas se pondría bien enseguida. La falta de salud en una edad como la suya es algo que hay que tomar muy en serio.

—¡No me hable de medicinas! —exclamó Baochai riendo—. El cielo es testigo de todo el dinero que hemos malgastado en médicos y medicinas para curar mi mal. Ni médicos ni pócimas me han servido de nada. Un día apareció un bonzo tiñoso que se decía especialista en enfermedades misteriosas; le invitamos a pasar y me diagnosticó un humor colérico traído desde el útero materno. Me dijo también que gracias a mi constitución fuerte no era un asunto muy serio. Las píldoras normales no me ayudaban nada, y él me recetó unas medicinas exóticas de allende el mar [1] junto a un paquete de polvos aromáticos traídos de quién sabe dónde. Me mandó tomar una píldora cada vez que sufriera un ataque. Es extraño, pero los remedios del monje me han servido de mucho.

—¿Y qué receta es esa de allende los mares? Si me la dice, señorita, la recordaré y quizá sirva para otros que tengan el mismo problema. Ésa sería una buena acción.

—Pues mejor sería que no preguntase —rió Baochai—. Pero si lo quiere saber le diré que es el más fastidioso de los remedios. No tiene muchos ingredientes y son fáciles de obtener, pero cada uno de ellos ha de ser cogido en el momento preciso. Ha de tomar doce onzas de estambres de peonías blancas, que florecen en primavera; doce onzas de estambres de lotos blancos, que florecen en verano; doce onzas de estambres de hibiscos blancos, que florecen en otoño, y doce onzas de estambres de ciruelos blancos, que florecen en invierno. Los cuatro tipos de estambre han de secarse al sol durante el siguiente equinoccio primaveral, y luego hay que mezclarlos con los polvos aromáticos. Después tiene que coger doce dracmas de agua de lluvia caída el día de la Lluvia Inicial [2]

—¡Ay, señorita! —interrumpió la señora Zhou—. Todo eso llevaría unos tres años. ¿Y qué pasaría si no llueve el día de la Lluvia Inicial?

—Precisamente. No siempre se puede contar con ello. Si no llueve, entonces hay que esperar. Además, hay que reunir doce dracmas de rocío del día del Rocío Blanco, doce dracmas de escarcha del día de la Caída de la Escarcha, y doce dracmas de nieve del día de la Nieve Leve. Hay que mezclarlo todo con los otros ingredientes, y después hay que añadir doce dracmas de miel y doce de azúcar para hacer píldoras del tamaño de Ojos de Dragón que deben ser conservadas en un jarrón viejo de porcelana, que a su vez hay que enterrar bajo las raíces de las flores. Cuando sobreviene el mal se desentierra el jarrón y se toma una píldora con doce fen de filolendro cocido.

—¡Buda bendito! ¡Y qué complicación! —exclamó la señora Zhou—. Pueden pasar diez años hasta que se haya logrado reunir los ingredientes.

—Nosotros tuvimos la suerte de reunirlos, y después de que se fuera el bonzo pudimos seguir sus instrucciones y tener lista la pócima en sólo dos años. Hemos traído las píldoras, que ahora están enterradas bajo uno de los perales.

—¿Y no tiene nombre esa medicina?

—Sí que lo tiene. El bonzo tiñoso nos dijo que se conoce con el nombre de «Píldoras del Aroma Frío».

—¿Y cuáles son los síntomas de su enfermedad, señorita? —siguió preguntando la señora Zhou.

—Poca cosa; a veces tengo leves ataques de tos y me falta el aire, pero con una píldora se arregla.

Antes de que pudieran continuar la conversación, la dama Wang preguntó quién había entrado.

La señora Zhou salió apresuradamente y aprovechó para contarle La visita de la abuela Liu. Cuando hubo terminado y se disponía a salir, la tía Xue la detuvo:

—Espera un momento —le dijo—. Quiero que te lleves algo.

Llamó a Xiangling, la muchacha qué estaba jugando con Jinchuan, que entró haciendo sonar la cortina.

—¿Me ha llamado, señora? —preguntó.

—Alcánzame esa caja —ordenó la tía Xue.

Xiangling le trajo una caja de brocado.

—Contiene doce nuevos diseños de flores de gasa que se hacen en la corte —explicó la tía Xue—. Ayer me acordé de ellos y me pareció una lástima dejarlos por aquí arrinconados cuando las niñas los pueden usar. Los quise enviar ayer mismo, pero me olvidé de hacerlo; aprovechando que estás aquí los puedes llevar tú misma. Dales dos a cada una de tus tres damitas; de los seis que quedan dale otros dos a la señorita Lin y el resto al Hermano Fénix.

—Qué amable eres pensando en ellas —comentó la dama Wang—. Pero ¿por qué no los guardas para Baochai?

—Ay hermana, no sabes lo rara que es Baochai. No le gusta llevar flores ni maquillarse.

Al salir con la caja, la señora Zhou volvió a encontrarse con Jinchuan, que seguía tomando el sol en las escaleras.

—Dime —le preguntó—, ¿no es ésa Xiangling, la muchacha de la que tanto se habló, la que compraron poco antes de venir a la capital y que es la causa de todo ese lío del asesinato?

—Así es —dijo Jinchuan.

En ese momento se acercó Xiangling sonriendo. La señora Zhou le tomó las manos, la observó atentamente y se dirigió de nuevo a Jinchuan.

—Es una muchacha muy bella. Me recuerda a la esposa de Rong, en nuestra mansión del Este.

—Sí, yo también le encuentro un aire —asintió Jinchuan.

La señora Zhou le preguntó a Xiangling a qué edad había sido vendida, dónde estaban sus padres, qué edad tenía ahora y de dónde venía. La muchacha se limitó a mover la cabeza y repetir que no se acordaba, encogiendo el corazón de las dos mujeres.

La señora Zhou se fue a llevar las flores a la parte trasera del aposento de la dama Wang. No hacía mucho que la Anciana Dama había considerado inconveniente que todas sus nietas vivieran apiñadas en sus habitaciones, así que se había quedado sólo con la compañía de Baoyu y de Daiyu, y había mandado a Yingchun, Tanchun y Xichun, a vivir en tres pequeños cuartos de la parte trasera de los aposentos de la dama Wang, bajo el cuidado de Li Wan. Por eso la señora Zhou se detuvo primero allí, donde encontró a unas cuantas doncellas esperando ser convocadas al salón.

En ese momento se alzó la cortina y salieron Siqi y Daishu, doncellas de Yingchun y de Tanchun, llevando una taza y un platito cada una. Eso significaba que sus jóvenes señoras estaban juntas, así que la señora Zhou entró y, en efecto, las encontró jugando al weiqi junto a la ventana. Les entregó las flores, explicando de dónde procedían. Las dos muchachas dejaron el juego y se inclinaron para agradecer el obsequio; después ordenaron a las doncellas guardar los regalos.

Mientras entregaba las flores, la señora Zhou comentó:

—No está la cuarta damita. Me pregunto si estará con la Anciana Dama.

—¿No está en el cuarto de al lado? —respondieron las doncellas.

La señora Zhou entró en el cuarto contiguo. Allí estaba Xichun riendo y parloteando con Zhineng, una joven monja del convento de la Luna en el Agua. Xichun preguntó a la señora Zhou qué quería. La caja fue abierta y explicado el regalo.

—Precisamente le estaba diciendo a Zhineng que algún día yo también me haré monja, y va usted y aparece con esas flores… —dijo Xichun—. ¿Dónde me las pondré si me afeito la cabeza?

Siguieron algunos comentarios, hasta que Xichun ordenó a su doncella Ruhua que guardase el regalo.

La señora Zhou preguntó a Zhineng cuándo había llegado y qué había sido de su calva y excéntrica abadesa.

—Llegamos esta mañana a primera hora. La abadesa presentó sus respetos a la dama Wang y después marchó a la mansión del señor Yu ordenándome que la esperase aquí.

—¿Ha recibido ya el dinero y la donación para incienso que se entregan el día quince de cada mes?

—Lo ignoro —dijo Zhineng.

Xichun preguntó quién era la persona encargada de las donaciones a los diversos templos.

—Yu Xin —informó la señora Zhou.

—Ése debe ser el motivo de que acudiera su esposa en cuanto llegó la abadesa y de que estuvieran cuchicheando un rato —comentó Xichun entre risitas.

Después de conversar unos momentos con la monja, la señora Zhou anduvo por el corredor, pasó frente a la ventana trasera de Li Wan y, bordeando el muro oeste, entró en las habitaciones de Xifeng por la puerta lateral. En el salón principal, frente a la puerta de la alcoba, encontró a Fenger, quien rápidamente le hizo un gesto para que pasara al cuarto del este. La señora Zhou entró de puntillas y encontró a una nodriza que arrullaba con palmaditas a la hija de Xifeng.

—¿Todavía está echando la siesta tu señora? —le preguntó en un susurro—. Ya es hora de que alguien la despierte.

Mientras el ama negaba con la cabeza, llegó desde la alcoba de Xifeng un ruido de risas y la voz de Jia Lian. Después se abrió la puerta y salió Pinger con una gran palangana de cobre ordenando a Fenger que la llenara de agua para llevarla de nuevo al interior. Acercándose a la señora Zhou, le preguntó:

—¿Qué le trae de nuevo por aquí, tía?

La señora Zhou explicó su encargo y le entregó la caja. Pinger extrajo cuatro flores y se las llevó, volviendo al poco rato con dos de ellas para que Caiming las entregara a la esposa del señor Rong, en la mansión Ning. Hecho esto, pidió a la señora Zhou que transmitiera el agradecimiento de Xifeng a la tía Xue.

Entonces la señora Zhou se dirigió a las habitaciones de la Anciana Dama. En el salón de entrada se dio de bruces con su propia hija vestida con sus mejores galas.

—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó su madre.

—¿Cómo está usted, madre? —contestó, alegre, su hija al encontrarla—. La esperé mucho tiempo en casa, pero como no llegaba decidí acudir a presentar mis respetos a la Anciana Dama y precisamente ahora me disponía a visitar a la dama Wang. ¿Dónde ha estado? ¿No acabó todavía? ¿Y qué es eso que lleva en la mano?

—¡Ay! La abuela Liu no ha tenido un día más oportuno para venir de visita, y me he pasado toda la mañana con ella de un sitio para otro; después, la señora Xue me pidió que entregase estas flores a las jóvenes damas, y todavía estoy en ello. Pero algo quieres de mí cuando vienes a buscarme a estas horas…

—Pues sí, madre. Resulta que su yerno salió el otro día a tomar unas copas y acabó metido en una pelea. Alguien, no sé por qué, ha estado propagando calumnias, acusándole de tener un pasado turbio. En la prefectura le han abierto un expediente por el que podría ser enviado a su tierra natal. He venido a pedirle consejo. ¿A quién podemos recurrir para que nos ayude?

—Ya lo imaginaba —contestó la madre—. Un lío por nada. Su Señoría y la señora Lian están ocupadas, así que será mejor que vuelvas a casa y me esperes allí mientras le llevo estas flores a la señorita Lin. ¿Por qué preocuparse tanto?

—De acuerdo, pero vuelva en cuanto pueda —dijo la hija al partir.

—Claro que sí. Vosotros los jóvenes no sabéis nada de la vida, y siempre andáis preocupados —dijo la señora Zhou mientras la miraba alejarse.

Daiyu no estaba en su cuarto, pero la señora Zhou la encontró en el de Baoyu tratando de resolver con él un rompecabezas de nueve anillos; al entrar la saludó con una sonrisa y le dijo:

—La señora Xue me pidió que le trajera estas flores para que las lleve en el pelo, señorita.

—¿Flores? Déjeme verlas —dijo rápidamente Baoyu alargando la mano.

Al abrir la caja vio las dos ramitas con flores de gasa de la corte. Mirándolas en la mano de Baoyu, Daiyu preguntó:

—¿Soy yo la única que recibe este regalo, o también las otras muchachas lo han recibido?

—También las otras lo han recibido. Para usted hay dos, señorita.

—Ya lo suponía —se quejó Daiyu con tono amargo—. Sólo cuando las demás han elegido las suyas recibo yo las mías.

La señora Zhou no supo qué decir, pero Baoyu desvió la conversación:

—¿Y qué hacía usted allí, hermana Zhou?

—Fui a llevar un recado a Su Señoría, que estaba con la señora Xue, y ésta me pidió que a la vuelta entregase las flores.

—¿Qué hace Baochai? ¿Por qué no ha venido por aquí estos últimos días?

—Está un poco enferma.

Baoyu dijo inmediatamente a sus doncellas:

—Que una de vosotras vaya a verla y le diga que la señorita Lin y yo la hemos enviado a preguntar cómo se encuentran estos días nuestra tía y nuestra prima. Mirad qué tiene y qué medicina está tomando. Debería ir yo personalmente, pero le podéis decir que acabo de volver de las clases y estoy también un poco acatarrado. Iré en otro momento.

La señora Zhou salió justo cuando Qianxue se ofrecía para llevar el recado.

El yerno de la señora Zhou no era otro que el viejo amigo de Jia Yucun, el anticuario Leng Zixing, quien al verse comprometido en un juicio relativo a la venta de unos objetos había pedido ayuda a su esposa. Confiada en el poder de sus amos, la señora Zhou no se preocupó demasiado; y en verdad solucionó el problema aquella misma noche pidiéndole el favor a Xifeng.

Cuando se encendieron las lámparas y se hubo cambiado de ropajes, Xifeng fue a ver a la dama Wang.

—Ya me encargué de los regalos que nos enviaron hoy los Zhen —informó—. En cuanto a los nuestros, se los envié junto a las cestas que trajeron para recoger sus viandas de Año Nuevo.

La dama Wang aprobó su informe con un gesto, y Xifeng prosiguió:

—También he preparado nuestros regalos de cumpleaños para la madre del conde de Linan. ¿Quién piensa que debería entregarlos, señora?

—¿Por qué me consultas esas minucias? Mira tú misma qué cuatro mujeres están desocupadas y haz que los entreguen.

Sonriendo, Xifeng continuó:

—Hoy he recibido una invitación de la cuñada You para que mañana pase el día con ellos. Suerte que precisamente mañana no tengo nada especial que hacer.

—Y aunque lo tuvieras, tampoco importaría. Generalmente nos invita a todos y te sueles sentir incómoda. Ya que esta vez te ha invitado a ti sola, está claro que pretende que te diviertas un poco, así que no la decepciones. Aunque tuvieras cosas que hacer, deberías ir.

Xifeng estuvo de acuerdo.

Justo en ese momento entraron Li Wan, Yingchun, Tanchun y las otras chicas a dar las buenas noches, hecho lo cual se retiraron a sus habitaciones.

Al día siguiente, después de su aseo, Xifeng avisó a la dama Wang de su partida y acto seguido fue a ver a la Anciana Dama. Cuando Baoyu supo que se marchaba insistió tanto en acompañarla que Xifeng tuvo que acceder y esperar a que se cambiara de ropa. Luego subieron a un carruaje y se dirigieron rápidamente a la mansión Ning.

En la puerta ceremonial encontraron un tropel de concubinas y doncellas que da señora You, esposa de Jia Zhen, y Qin Keqing, esposa de Jia. Rong, habían reunido allí para darles la bienvenida. Tras saludar a Xifeng con su habitual ironía, la señora You acompañó a Baoyu a tomar asiento en la sala de recepción.

Cuando Keqing hubo terminado de servir té, Xifeng preguntó:

—Y bien, ¿para qué me habéis invitado? Si tenéis algo bueno para mí, dádmelo de una vez. Tengo cosas que hacer.

Antes de que la señora You o Keqing pudiera responder, replicó riendo una concubina:

—En ese caso no debería haber venido. Aquí no puede esperar que todo sea a su antojo, señora.

Entró Jia Rong a presentar sus respetos, y Baoyu preguntó si estaba en casa Jia Zhen.

—Ha salido de la ciudad a visitar a su padre —le respondió la señora You—. Parece que te aburres ahí sentado, ¿por qué no sales a dar un paseo?

—Casualmente —dijo en ese momento Keqing— está aquí mi hermano, aquel al que tantas ganas tenía de conocer el tío Bao. Quizás ande por la biblioteca, ¿por qué no va a echar un vistazo, tío?

Baoyu hizo ademán de bajarse del kang, pero la señora You y Xifeng lo detuvieron:

—Espera. ¿Por qué tienes tanta prisa? —y ordenaron a unas cuantas doncellas que lo acompañasen—. Procurad que no se meta en líos —advirtieron—. Aquí no está la Anciana Dama para retenerlo.

—¿Y por qué no invitamos al joven señor Qin a que venga aquí? —sugirió Xifeng—. Así podré verlo yo también. ¿O acaso no lo puedo conocer?

—Mejor harías no viéndolo —repuso la señora You—. No se parece a nuestros muchachos con sus modales rudos y groseros. Los Qin están mejor educados. ¿Qué pensará el joven cuando vea a un terror como tú? Se reiría de ti.

—Soy yo la que se ríe de los demás —sonrió Xifeng—. ¿Cómo va a reírse de mí un muchacho?

—No es eso, tía —dijo Jia Rong—. Es que es muy tímido y no tiene mucho mundo. No sería usted bastante paciente.

—Aunque se tratase de un monstruo insistiría en verlo, ¡pareces tonto! Tráelo ahora mismo o te daré una buena bofetada.

—¿Cómo me iba a atrever yo a desobedecer una orden suya? —dijo Jia Rong con una risita—. Ahora mismo lo traigo.

Jia Rong volvió acompañado de un joven algo más delgado que Baoyu y aún más apuesto. Sus rasgos eran hermosos, su tez clara, sus labios rojos, su porte agraciado y sus modales agradables, pero era más tímido que una niña. Hizo una cortísima reverencia ante Xifeng y preguntó por su salud con voz apenas audible.

Encantada, Xifeng dio un ligero codazo a Baoyu y le dijo:

—Ahora debes cederle tu lugar.

Se inclinó para cogerle las manos, e hizo sentar junto a ella al joven recién llegado; luego le preguntó su edad y los libros que estaba estudiando. Descubrió que su nombre escolar era Qin Zhong.

Como era el primer encuentro entre Xifeng y Qin Zhong, pero aquélla no había traído los regalos de rigor, algunas de sus doncellas corrieron de vuelta a casa para consultar con Pinger, quien, conocedora de la estrecha amistad que existía entre su señora y Qin Keqing, decidió que había que obsequiar al muchacho con un regalo de importancia. Les entregó un corte de seda y dos pequeños medallones de oro que llevaban inscrito el deseo de que su poseedor obtuviera el número uno en los exámenes de palacio. Al recibir los regalos, Xifeng los entregó disculpándose porque eran demasiado poca cosa. Keqing y las demás expresaron elocuentemente su agradecimiento.

Después del almuerzo, la señora You, Xifeng y Qin Keqing se sentaron a jugar a los naipes, permitiendo que los dos muchachos buscasen por su cuenta un entretenimiento.

Al ver a Qin Zhong, Baoyu se sintió impresionado. Tras un momento de estupefacción se enredó en tontas divagaciones: «¿Cómo puede haber alguien semejante en el mundo? —pensó—. Comparado con él no soy más que un sucio cerdo o un perro sarnoso. ¿Por qué tuve que nacer en una familia noble? Si fuera el hijo de un erudito pobre o de un funcionario de bajo rango, tal vez sería su amigo desde hace mucho tiempo y habría merecido la pena vivir. A pesar de mi alto rango sólo soy un tocón de madera podrida fajado con sedas y satenes, una cloaca repleta de viandas y licores. Riqueza y nobleza son un veneno para mí».

Para Qin Zhong, en cambio, el porte impresionante de Baoyu y su ingeniosa conducta oscurecían su lujosa vestimenta, sus hermosas doncellas y sus apuestos pajes, y pensaba: «Con razón todos quieren a Baoyu. ¿Por qué me tocó nacer en una familia pobre, sin posibilidad de ser su amigo? ¡Qué tremenda barrera separa la riqueza de la pobreza! Es sin duda una de las mayores desgracias de esta vida».

Y así, ambos estaban sumidos en necias cavilaciones. De pronto Baoyu preguntó a Qin Zhong qué estaba leyendo y, tras la sincera respuesta de su compañero, se enzarzaron en una animada conversación que les hizo sentirse muy cerca el uno del otro. Después aparecieron el té y algunos platos.

—Nosotros dos no beberemos vino —dijo Baoyu—. ¿Por qué no colocamos uno o dos platos sobré, ese pequeño kang de la habitación de adentro y así no las molestamos?

Y entraron a tomar su té. Tras servirle a Xifeng vino y algo de comer, Keqing pasó por donde estaban los dos muchachos para decirle a Baoyu:

—Tío Bao, su sobrino es joven. Si dijera algo inconveniente debe pasárselo por alto; hágalo por mí. A pesar de su timidez es un niño terco que siempre busca que las cosas se hagan a su antojo.

—No te preocupes, déjanos solos —dijo Baoyu riendo—. Estamos bien.

Tras aconsejar a su hermano que se portara bien, Keqing volvió con Xifeng.

Algo más tarde, Xifeng y la señora You mandaron recordar a Baoyu que si deseaba algo de comer de donde ellas estaban, no tenía más que pedirlo. Baoyu lo agradeció, pero no sentía ningún interés por la comida, tantas eran las ganas que tenía de conocer más cosas acerca de la vida de su nuevo amigo.

—El año pasado murió mi preceptor —le confió Qin Zhong—, y mi padre está ya tan viejo y tiene tantos achaques, y además está tan ocupado, que todavía no ha podido buscar un sustituto. En mi casa lo único que hago es repasar lecciones antiguas. De todos modos, para el estudio se requiere uno o dos compañeros afines con quienes discutir las cosas de vez en cuando, y así poder aprovechar mejor el tiempo.

—Yo pienso igual. Nosotros tenemos una escuela para los miembros del clan que no pueden contratar a un maestro. El mío volvió a su tierra natal el año pasado, así que por el momento yo también estoy sin preceptor. Hasta que vuelva el año que viene, mi padre quiso que asistiera a esa escuela para repasar las lecciones, pero mi abuela no lo permitió porque pensó que tantos chicos juntos crearíamos problemas, y, como además estuve unos días enfermo, no se volvió a hablar del asunto.

Baoyu prosiguió:

—Si, como dices, tu padre está preocupado por tu educación, ¿por qué no le dices en cuanto vuelvas a casa que te vienes a estudiar a nuestra escuela? Yo seré tu compañero y podremos ayudarnos el uno al otro. Sería estupendo.

—El otro día, cuando mi padre tocó el tema del preceptor, habló muy bien de la escuela que tienen aquí —respondió Qin Zhong entusiasmado—. Tenía la intención de venir a discutirlo con el señor Zhen, pero al final no quiso molestarlo con semejante minucia, con lo ocupado que está aquí todo el mundo. Tío Bao, si le parece que puedo moler su tinta o lavar su tintero arreglémoslo cuanto antes; no perderíamos el tiempo, tendríamos numerosas oportunidades de conversar, nuestros padres se quedarían tranquilos y podríamos ser buenos amigos, ¿no sería formidable?

—Descuida. Vamos a decírselo a tu cuñado y a tu hermana, y también a la hermana Xifeng. Cuando vuelvas se lo puedes decir a tu padre, y yo le hablaré a mi abuela. No hay razón para que esto no se arregle cuanto antes.

Cuando terminaron de tratar el asunto ya estaban encendiendo las lámparas, y los dos salieron a mirar como jugaban las mujeres. Cuando se contaron los puntos resultaron perdedoras, una vez más, Keqing y la señora You, y se acordó que su castigo fuera invitar a una comida y a una función de ópera al cabo de dos días. Luego siguieron conversando un poco más.

Acabada la cena, y en vista de que había caído la noche, la señora You sugirió llamar a dos sirvientes para que acompañasen a Qin Zhong de vuelta a casa, y Varias doncellas salieron para prepararlo todo. Cuando volvieron, les preguntó quién acompañaría al muchacho.

—Jiao Da —respondieron las doncellas—. Pero está otra vez borracho diciendo impertinencias.

—¿Y por qué enviarlo a él? Cualquiera de estos jóvenes puede acompañarlo. ¿Por qué elegir a Jiao Da?

Xifeng intervino:

—Siempre he pensado que eres demasiado permisiva. ¿Cómo puede hacer y deshacer de ese modo un simple sirviente?

—Seguramente conoces a Jiao Da —suspiró la señora You—. Ni el señor ni tu primo Zhen pueden controlarlo. De joven acompañó a nuestro bisabuelo en tres o cuatro expediciones, y le salvó la vida sacándolo a cuestas de un campo de batalla sembrado de cadáveres. Él mismo pasaba hambre, pero los alimentos que robaba eran para su señor; después de pasar dos días sin agua, el primer medio tazón que consiguió también fue para su señor, y él se contentó con beber orines de caballo. Todo esto le valió ser tratado con una consideración especial en tiempos del bisabuelo, y ahora ya nadie puede meterse en su vida. Con los años le ha ido perdiendo respeto a las apariencias; lo único que hace es beber, y cuando está borracho insulta a todo el mundo. Una y otra vez les he dicho a los mayordomos que lo borren de la lista y no les encarguen más tareas, pero ya ves que hoy me lo mandan de nuevo.

—Claro que conozco a Jiao Da, pero de todos modos deberías poder manejarlo —replicó Xifeng con sorna—. Destínalo a alguna granja lejana y asunto zanjado.

Después preguntó si estaba ya listo su carruaje.

—Listo y esperándola, señora —informaron los encargados.

Xifeng se levantó para salir y condujo a Baoyu hacia la salida. La señora You y las demás los acompañaron hasta el salón principal, desde donde vieron a los palafreneros esperando en el patio a la luz de los faroles de mano.

Como Jia Zhen no estaba en casa, aunque tampoco hubiera podido hacer nada, Jiao Da estaba desbocado. Completamente borracho, se encaró con el intendente general y con sus injusticias llamándolo «cobarde fanfarrón» y «valiente con los débiles».

—¡Guardas todas las tareas fáciles para los demás, pero cuando se trata de acompañar a alguien en plena noche recurres a mí! ¡Maldito hijo de puta! ¡Vaya intendente general! ¡Puedo levantar la pierna más arriba de tu cabeza! ¡Desde hace veinte años lo único que siento por esta casa es desprecio! ¡Y no me hagáis hablar de vosotros, bastardos, pandilla de hijos de puta! —gritaba señalando al grupo de criados.

Indiferente a los gritos que le daban los otros sirvientes para que se callara, siguió maldiciendo como un poseso mientras Jia Rong acompañaba a Xifeng hasta su carruaje. A Jia Rong ya le resultó imposible pasar por alto este incidente; insultó a Jiao Da y ordenó a sus hombres que lo amarrasen.

—Mañana cuando esté sobrio le preguntaremos qué significa esta lamentable conducta —dijo.

Jiao Da, que tenía muy mala opinión de Jia Rong, se abalanzó contra él redoblando sus gritos:

—¡No te hagas el amo delante de Jiao Da, hermanito Rong! ¡No ya un mocoso como tú, sino gente de tanto peso como tu padre o tu abuelo nunca se han atrevido a enfrentarse a mí! ¡A mí me debéis los cargos oficiales, los títulos elegantes y las riquezas! ¡Tu bisabuelo construyó todo esto arriesgando su vida, y nueve veces lo rescaté yo de las fauces de la muerte! ¡Deberíais estarme agradecidos, y en vez de eso vienes a hacerte el amo! ¡Mejor harías cerrando la boca! ¡Si dices una palabra más, te hundiré una hoja roja y la sacaré blanca! —dijo el borracho confundiendo las palabras.

—¿Por qué no te deshaces de una vez de ese canalla cerril? —preguntó Xifeng desde el carruaje—. Sólo trae problemas. Si esto llega a oídos de nuestros parientes y amigos se revolcarán de risa con la falta de disciplina que hay en esta casa.

Mientras Jia Rong asentía, unos cuantos sirvientes, indignados por el exceso de Jiao Da, se lanzaron sobre él y se lo llevaron a rastras hacia los establos. Entonces soltó una sarta de improperios que implicaron también a Jia Zhen:

—¡Dejadme! ¡Dejadme que vaya al templo de los Antepasados a llorar por mi antiguo señor! —gritaba rabioso—. ¡Poco sospechó que estaba engendrando una pandilla de degenerados, un caserón repleto de perros y perras en celo que pasan los días arrastrándose entre cenizas [3] o acostándose con sus jóvenes cuñados! ¡A mí no me engañan! ¡Aquí cuando se tiene un brazo quebrado se esconde en la manga!

Tantos despropósitos aterraron a los sirvientes, que amarraron al borracho a toda prisa y le llenaron la boca de barro y de bostas de caballo.

Xifeng y Jia Rong simularon que no habían oído nada, pero Baoyu, desde el carruaje, había seguido con atención el exabrupto de Jiao Da.

—¿Has oído, hermana? —preguntó a Xifeng—. ¿Qué quiere decir eso de «arrastrarse entre cenizas»?

Furiosa, Xifeng le respondió a gritos:

—¡Basta ya de tonterías! ¿Qué te pasa ahora a ti? ¡No sólo escuchas las sandeces de un borracho, sino que encima haces preguntas! ¡Espera a que volvamos y se lo cuente a tu madre! ¡Verás como lo pagas con una paliza!

—Hermana —suplicó temeroso Baoyu—. Prometo no volver a hacerlo.

—Eso está mejor. En lo que hay que pensar ahora es en hablar con la Anciana Dama para que te envíe junto a tu sobrino Qin Zhong a la escuela.

Mientras hablaban, llegaron a la mansión Rong.

Y como se suele decir:

La buena apariencia allana el sendero de la amistad.

La mutua atracción inicia a los muchachos en el estudio.

* En la versión manuscrita más antigua, al principio de este capítulo aparecen los siguientes versos:

Las doce flores más bellas,

¿quién las ama tiernamente?

Si quieren saber su nombre

cuando se encuentren con él,

es Qin su apellido y vive

al sur del río Yangzi.

Sueño En El Pabellón Rojo

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