Читать книгу Sueño En El Pabellón Rojo - Cao Xueqin - Страница 7

Capítulo IV

Оглавление

Una muchacha infortunada se tropieza

con un hombre infortunado.

Un bonzo de mente confusa propone

una sentencia confusa.

Daiyu y las otras muchachas habían encontrado a la dama Wang discutiendo asuntos familiares con unas mensajeras enviadas por su hermano; así supieron que su sobrino Xue Pan estaba implicado en un caso de asesinato. Como la vieron tan ocupada, las muchachas buscaron a Li Wan.

Li Wan era la viuda de Jia Zhu, el cual había muerto joven dejando afortunadamente un hijo, Jia Lan, que a la sazón tenía cinco años e iniciaba su aprendizaje. El padre de Li Wan, Li Shouzhong, un notable de Jinling, había sido responsable del Colegio Imperial. Todos los vástagos de su clan, hombres y mujeres, se habían dedicado al estudio de los clásicos, pero cuando él llegó a ser cabeza de su familia impuso la idea de que la mujer más virtuosa es la mujer sin talento. En consecuencia, los estudios de su hija Wan alcanzaron sólo el nivel suficiente para poder leer unas cuantas obras: los Cuatro libros al alcance de las muchachas y Biografías de mujeres ejemplares; obras que le sirvieran para aprender algunos caracteres, conocer los méritos de las mujeres dignas de anteriores dinastías, y le permitieran dedicar toda su atención al bordado y otras labores domésticas. Por eso la llamó Li Wan y le dio el nombre de cortesía de Gongcai [1] . Así pues, esta joven viuda que vivía en la opulencia era sin embargo madera muerta o cenizas frías, y el mundo exterior no despertaba su interés. Aparte de atender a sus mayores y cuidar a su hijo, su única ocupación consistía en acompañar a las muchachas cuando bordaban o leían. En su calidad de invitada, Daiyu disfrutaba de esas reuniones, y la compañía de sus primas le hacía sentirse como en casa, salvo en los momentos en que echaba de menos a su padre.

Pero volvamos a Jia Yucun. Apenas hubo tomado posesión de su nuevo cargo de gobernador de Yingtian cuando llegó a su despacho un caso de homicidio. Dos hombres habían reclamado a la misma doncella, a la que ambos aseguraron haber comprado. Ninguno quiso ceder ante el otro, y uno de ellos había sido golpeado hasta morir. Yucun citó al denunciante para que prestara declaración.

—La víctima era mi amo —testificó el denunciante—. Compró una doncella ignorando que había sido secuestrada, y pagó en plata. Nos dijo que la llevaría a casa cuando pasaran tres días, ya que ésa sería una fecha propicia, pero cuando acudimos a recogerla resultó que el secuestrador la había vendido en secreto a la familia Xue. Fuimos a exigirles que nos entregaran a la muchacha, pero, con su dinero y sus sólidos padrinos, los Xue roncan tranquilos en Jinling. Sus matones dieron una paliza a mi amo, a consecuencia de la cual murió, y después de haberlo matado desaparecieron junto a su señor sin dejar rastro, quedando atrás para dar la cara unas cuantas personas sin responsabilidad. Hace un año les puse una demanda, pero quedó en nada. Suplico a Su Señoría que arreste a los criminales, castigue a los malvados y ayude a la viuda y al huérfano. ¡La gratitud del muerto será eterna!

—¡Qué escándalo! —exclamó Yucun indignado—. ¿Cómo es posible que se cometa un crimen y los asesinos escapen impunemente?

Ya se disponía a cursar la orden para que fueran detenidos e interrogados los parientes de los criminales y así poder descubrir su paradero, cuando un asistente que estaba junto a su mesa le lanzó una mirada de advertencia. Como no comprendiera la razón de tal gesto, Yucun no siguió adelante y, dejando el tribunal, se dirigió a su despacho. Una vez allí ordenó que salieran todos los presentes a excepción de aquel asistente, que se prosternó ante él y luego le dijo con una sonrisa:

—Su Señoría ha llegado muy alto en el mundo oficial. ¿Me recuerda todavía, ocho o nueve años después?

—Me suena tu cara, ciertamente, pero no sé de qué.

—Ya se sabe que los altos funcionarios tienen mala memoria —dijo el asistente—. ¿Así que Su Señoría ha olvidado el rincón donde empezó, y todas las cosas que vivió en el templo de la Calabaza?

El desconcertante comentario devolvió a la mente de Yucun, con el estrépito de un trueno, todo su pasado. Ese asistente había sido novicio en el templo de la Calabaza, y cuando el incendio lo dejó en la calle, harto ya de la rutina monacal, decidió trabajar en una oficina del gobierno. Aprovechó para dejarse crecer de nuevo el pelo y obtener el empleo de asistente. Por eso Yucun no lo había reconocido.

—Así que somos viejos conocidos… —dijo el gobernador tomándole la mano. Lo invitó a sentarse, pero el asistente declinó el honor y Yucun insistió—: Fuimos amigos en mis días de penuria y además estamos a solas. ¿Cómo vas a quedarte de pie todo el tiempo si vamos a conversar largamente?

Entonces, con muchísimo respeto, el asistente se apoyó en el borde de una silla. Yucun le preguntó por qué le había impedido con su gesto cursar las órdenes de detención.

—Supongo que ahora que Su Señoría ha venido a ocupar el cargo de gobernador no habrá dejado de copiar el Amuleto Protector de los Funcionarios de esta provincia… —dijo el asistente.

—¿Amuleto Protector de los Funcionarios? ¿Qué es eso?

—No me diga que nunca ha oído hablar de él. Si es así, no durará mucho en el cargo. En los tiempos que corren todos los funcionarios tienen en su poder una lista secreta de las familias más poderosas, ricas y encumbradas de su provincia, y en cada provincia existe una lista semejante. Ofender inadvertidamente a una de esas familias puede costarle a uno no sólo el cargo sino también la vida. Por eso lo llaman Amuleto Protector. Y resulta que esa familia Xue que acaba de ser mencionada no es de las que Su Señoría se pueda permitir ofender. Si este caso no fue resuelto antes se debió a que su antecesor quiso tener un gesto de deferencia hacia ellos.

Entonces se sacó de la manga una lista, escrita en pésimos versos, de las familias más notables de ese distrito; contenía anotaciones acerca de su genealogía, sus diferentes rangos y sus ramas familiares. Comenzaba diciendo:

Los caballos de oro

y las alas de jade

de los Jia de Jinling

no son bisutería [2] .

Descendieron veinte ramas del duque de Ningguo y del duque de Rongguo. Sin contar las ocho ramas de la capital, existen otras doce en su distrito natal.

Vasto palacio de A Pang [3] ,

digno de un mandarín,

no caben en tus salones

todos los Shi [4] de Jinling.

Descendieron dieciocho ramas del marqués Shi de Baoling, primer ministro. Diez en la capital, diez en el distrito natal.

Si el Rey Dragón del Mar Este

desea un lecho de jade

debe pedirlo a los Wang,

y todo el mundo lo sabe.

Descendieron doce ramas del conde Wang, el gran mariscal. Dos en la capital, las demás en el distrito natal.

La riqueza de los Xue [5]

se diría una nevada;

hierro les parece el oro,

y las perlas, como grava.

Descendieron ocho ramas del señor Xue, secretario imperial, ahora a cargo del Tesoro.

Antes de que Yucun pudiera terminar de leer la lista sonó una campana en la puerta y fue anunciado un tal señor Wang. Se volvió a poner su túnica y su bonete oficiales, y tras haber atendido al visitante en el tiempo que tarda en ser despachado un almuerzo regresó a pedir más información.

—Estas cuatro familias están estrechamente ligadas —prosiguió el asistente—. Tocar a una es tocar a todas; honrar a una es honrar a todas. Se ayudan y se encubren. El Xue acusado de asesinato es uno de los de la lista. No sólo cuenta con el apoyo de las otras familias, sino que además tiene muchísimos amigos y parientes con influencia en la capital y en provincias. Ése es el hombre a quien quiere arrestar Su Señoría.

—Y si ésa es la situación, ¿cómo vamos a solucionar el caso? —preguntó Yucun—. ¿Debo entender que tú sabes dónde se esconde el asesino?

—No lo ocultaré a Su Señoría. No sólo conozco el escondite del asesino, sino también al secuestrador que vendió a la muchacha y al pobre diablo que la compró. Pero déjeme exponerle los hechos. La víctima, Feng Yuan [6] , era hijo de una familia de notables menores de la localidad. Sus padres murieron cuando él era joven; no tenía hermanos y sobrevivió lo mejor que pudo con su escasa fortuna. Cumplió dieciocho o diecinueve años sin haber sentido nunca interés por las mujeres. Pero quién sabe si como pago por pecados de una vida anterior, fue a encontrarse con este secuestrador y, en cuanto vio a la muchacha, quedó prendado y se decidió a comprarla para convertirla en su concubina. Juró no volver a tener enredos con hombres y no tomar otra esposa. Buscando un día favorable, insistió en recogerla pasados tres días, pero ¿quién iba a suponer que entretanto el secuestrador la vendería en secreto a los Xue para embolsarse el pago de ambas partes? El caso es que le echaron el guante antes de que lograra su propósito y lo apalearon hasta casi matarlo, pero las dos partes se negaron a que les fuera devuelto el dinero, y ambas exigieron que se les entregara a la muchacha. Fue entonces cuando el joven Xue, que nunca cede un milímetro a nadie, ordenó a sus matones que se deshicieran de Feng Yuan, quien murió al cabo de tres días a consecuencia de la paliza que le dieron.

Y prosiguió:

—El joven Xue ya había fijado una fecha para trasladarse a la capital, pero dos días antes de su partida vio a la muchacha y decidió comprarla y llevarla consigo, ignorando los problemas que ello le acarrearía. Luego, después de haber matado a un hombre y raptado a una muchacha, partió con su gente como si nada hubiera sucedido, dejando atrás a los de su clan y a unos cuantos servidores para que arreglaran el asunto. De todas formas, para él no era un asunto grave arrebatar una vida. Por cierto, ¿sabe usted quién es la muchacha?

—¿Cómo voy a saberlo?

—De alguna manera es la benefactora de Su Señoría —el asistente soltó una risita—. Se trata de Yinglian, la hija de aquel señor Zhen Shiyin que vivía junto al templo de la Calabaza.

—¡Diablos! —exclamó el atónito Yucun—. Me dijeron que había sido secuestrada a los cinco años. Pero ¿por qué no la vendieron antes?

—Este tipo de secuestradores se especializa en robar niñas pequeñas para criarlas en algún lugar apartado hasta que cumplen once o doce años. Entonces las llevan a otro lugar, les ponen precio según su presencia y las venden. Solíamos jugar con Yinglian todos los días. A pesar de que han pasado siete u ocho años y ya es una hermosa muchacha de doce o trece, sus rasgos no han cambiado. Quien la hubiera visto antes no tiene dificultades para reconocerla ahora. Además, nació con un lunar entre las cejas del tamaño de un grano de arroz, lo que la hace inconfundible. Por casualidad vivía yo en unas habitaciones que alquilaba el secuestrador, y un día aproveché para preguntarle a la muchacha abiertamente. Le habían dado tantas palizas que tenía miedo de hablar; insistía en que el secuestrador era su padre, y que la vendía para pagar sus deudas. Cuando quise sonsacarle más información se echó a llorar y dijo que no recordaba nada de su infancia. No me cabe ninguna duda de que es la hija del señor Zhen. El día que el joven Feng la vio y pagó su dinero, el secuestrador se emborrachó. Entonces Yinglian suspiró: «Se acabaron por fin mis penalidades». Sin embargo, volvió a ellas cuando se enteró de que Feng sólo vendría a buscarla pasados tres días; Me dio tanta pena que, en cuanto salió el secuestrador, envié a mi esposa para que la consolara. Mi esposa le dijo: «La insistencia del señor Feng en esperar un día propicio para llevarte con él es señal de que no te tratará como una sirvienta. Además, se trata de un caballero muy distinguido, bastante adinerado, que nunca se interesó por las mujeres en el pasado y que sin embargo ahora paga por ti un precio muy alto. Ten paciencia un par de días. No tienes razones para preocuparte». Entonces la muchacha se animó algo pensando que pronto tendría un hogar que podría llamar el suyo. Pero este mundo está colmado de decepciones: al día siguiente fue vendida a los Xue. Cualquier otra familia hubiera estado mejor, pero este joven Xue, conocido también como el Tirano Tonto, es él rufián más perverso de la creación. Derrocha el dinero como si fuera estiércol. Se armó una gran gresca, y luego se la llevó a rastras más muerta que viva. Ignoro desde entonces qué ha sido de la muchacha. Lástima que Feng Yuan comprara la muerte en lugar de la felicidad, ¿no le parece?

—No fue casualidad, sino un pago por los pecados cometidos en sus vidas anteriores —respondió Yucun con un suspiro pensativo—. De otro modo, ¿por qué había Feng Yuan de fijarse precisamente en Yinglian? En cuanto a ella, después de todos estos años de sufrimiento en manos de su secuestrador, por fin entrevió una salida con un hombre que la amaba. De haberse casado con él todo hubiera salido bien, ¡pero ocurrió esto! Los Xue son más ricos que los Feng, y seguro que un tarambana como Xue Pan tiene muchas doncellas y concubinas y vive sumido en el desorden. Nunca podrá serle fiel a una sola muchacha. Ese romance fue un sueño vacío, el encuentro fortuito de una pareja infortunada. Pero basta ya. ¿Cuál es la mejor manera de zanjar este asunto?

—Su Señoría demostró su habilidad en el pasado —dijo el asistente con una sonrisa—. ¿Por qué hoy está tan corto de ideas? He oído decir que su nombramiento se produjo por intercesión de los Jia y de los Wang, y este Xue es un pariente de los Jia. ¿Por qué no nadar a favor de la corriente y devolverles el favor arreglando el caso de manera que pueda volver a mirarlos a la cara?

—Hay mucho de cierto en lo que dices, pero está por medio la vida de un hombre. Además, me han vuelto a brindar el favor imperial y estoy empezando una nueva vida. Debería hacer lo posible por demostrar mi gratitud al emperador cumpliendo con mi deber. ¿Cómo puedo ignorar la ley? No concibo la posibilidad de actuar de esa manera.

El asistente sonrió:

—Su Señoría tiene razón, pero en el mundo de hoy eso no conduce a nada bueno. Acuérdese de las viejas máximas: «Un caballero ha de saber amoldarse a las circunstancias» y «El hombre superior es aquel que persigue la fortuna y evita el desastre». Actuando como acaba de decir, no sólo le será imposible responder a la confianza puesta en usted por el emperador, sino que además expondrá su propia vida. Más vale que lo piense detenidamente.

Yucun inclinó la cabeza. Después de un largo silencio preguntó al asistente:

—¿Y qué sugieres tú?

—Tengo un plan excelente. Cuando Su Señoría vea el caso mañana, haga gran alarde de envío de órdenes y edictos; entonces el asesino no se presentará y el denunciante insistirá en su denuncia, con lo que podrá detener a algunos miembros del clan y a algunos sirvientes para ser interrogados. Mientras tanto yo, entre bastidores, arreglaré la cosa para poder informar de la «súbita muerte por enfermedad» de Xue Pan; con ese fin obtendré el testimonio de su clan y de las autoridades locales. Su Señoría podrá reclamar la posibilidad de consultar a los espíritus a través de la tablita de escritura mágica [7] . Haga instalar una en el tribunal e invite a militares y civiles como observadores. Entonces podrá decir: «El espíritu declara que Xue Pan y Feng Yuan fueron enemigos en una existencia anterior y estaban destinados a enfrentarse en ésta para dirimir sus diferencias; que Xue Pan, acosado por el fantasma de Feng Yuan, ha muerto a consecuencia de una extraña enfermedad; que puesto que todos estos problemas han sido ocasionados por el hombre que secuestró a la muchacha, cuyo nombre es tal y tal, éste debe ser tratado de acuerdo con lo dispuesto por las leyes». Y así sucesivamente. Yo me encargaré de que el secuestrador confiese, y cuando todo sea confirmado por el espíritu la gente quedará convencida. Como los Xue son muy ricos puede hacerles pagar quinientos o mil taeles por los gastos del entierro de Feng Yuan, cuyos parientes son gente insignificante que se ha metido en esto por el dinero. El dinero de los Xue les tapará la boca. ¿Qué le parece mi plan a Su Señoría?

—¡Inadmisible! —Yucun se resistió—. Tendré que meditar todo esto detenidamente para evitar tanta palabrería huera.

Su reunión se prolongó hasta bien avanzada la tarde. Al día siguiente se citó ante la corte de justicia a numerosos sospechosos que fueron cuidadosamente interrogados por Yucun, quien descubrió que, en efecto, los Feng eran una familia insignificante cuyo interés en el caso radicaba en obtener más dinero para el entierro, y que era a los tercos Xue, a través de sus poderosos parientes, a quienes se debía la enmarañada situación del caso y el que éste hubiera quedado pendiente. Yucun interpretó la ley adecuándola a sus propios intereses y emitió una sentencia arbitraria. Los Feng recibieron una buena cantidad de dinero y dejaron de ocasionar problemas. Yucun escribió sin pérdida de tiempo a Jia Zheng y a Wang Ziteng, comandante general de la guardia metropolitana, para informarles de que los cargos contra su digno sobrino habían sido retirados, y que en consecuencia no había razón para seguir preocupándose.

Yucun había dado por cerrado el caso gracias a la sugerencia del asistente que había sido novicio en el templo de la Calabaza, pero, temeroso de que ese hombre revelara pormenores de sus tiempos de miseria, fue acumulando faltas en su expediente hasta que consiguió exiliarlo en una lejana región.

Hablemos ahora del joven Xue, el que había comprado a Yinglian y ordenado matar a palos a Feng Yuan. Procedía de una familia culta de Jinling, pero la pérdida de su padre en la infancia lo había convertido, como único hijo y heredero, en un engreído malcriado por su madre. El resultado fue que llegó a ser un atontado inútil. Eran ricos gracias a un ingreso del Tesoro Estatal en calidad de proveedores de la Casa Imperial. El nombre del joven Xue era Pan, y su nombre de cortesía Wengi. Desde Los cinco o seis años se había mostrado excéntrico en los hábitos e insolente en el lenguaje. En la escuela sólo aprendió unos cuantos caracteres, despilfarrando su tiempo en peleas de gallos, equitación y viajes de placer. A pesar de su condición de proveedor de la corte ignoraba todo sobre negocios u otros asuntos mundanos, por lo cual recurrió a las viejas relaciones de su abuelo con el fin de obtener una bien remunerada sinecura en el Ministerio de Hacienda, mientras dejaba el negocio en manos de sus agentes y de los viejos servidores de la familia.

Su madre viuda, Wang de soltera, era la hermana menor de Wang Ziteng, comandante general de la guarnición metropolitana, y hermana también de la dama Wang, esposa de Jia Zheng, de la mansión Rongguo. Tenía alrededor de los cuarenta años y Xue Pan era su único hijo, como queda dicho. Pero también tenía una hija, dos años menor que el hermano, cuyo nombre de infancia era Baochai; se trataba de una niña bella y delicada, de natural refinada. Mientras vivió su padre la hizo estudiar, resultando en ello diez veces mejor que su hermano, pero tras la muerte de su progenitor, comprendiendo que Xue Pan no serviría de gran ayuda a su madre, dejó los estudios para dedicarse a las labores del hogar y a la administración de la casa, compartiendo así sus cargas y preocupaciones.

Ocurrió que, en su infinita bondad y en su deseo de honrar la cultura, alentar la etiqueta y descubrir talentos, así como de seleccionar consortes y damas de compañía, el emperador solicitó a la Junta que confeccionase una lista de las hijas de ministros y familias notables de entre las que serían elegidas compañeras de estudio virtuosas y con talento para las princesas. Por otra parte, como desde la muerte del padre de Xue Pan todos los gerentes y administradores de las oficinas de la proveeduría de diversas provincias habían empezado a embaucar al muchacho, los negocios de las diversas tiendas de la familia en la capital habían empezado a declinar. Así fue como Xue Pan, que desde tiempo atrás venía oyendo comentarios sobre los esplendores de la capital, consiguió tres buenos pretextos para visitarla: En primer lugar, escoltar a su hermana para la selección imperial; en segundo, visitar a sus parientes; por último, solventar las cuentas del negocio y decidir futuras acciones. Ni que decir tiene que el verdadero motivo de su viaje era contemplar los panoramas de la gran ciudad.

A partir de ese momento dedicó su tiempo a hacer el equipaje, empaquetar sus cosas de valor y preparar productos típicos para obsequiar a parientes y amigos. Ya había sido fijado un día favorable para la partida cuando se encontró con el secuestrador que vendía a Yinglian. Impresionado por la belleza de la muchacha, la había comprado enseguida. Cuando Feng Yuan la reclamó, Xue Pan, apoyándose en su poderosa posición, ordenó a sus matones que golpearan al joven hasta matarlo, tras lo cual encomendó la solución del asunto a gentes de su clan y emprendió el viaje con su madre y su hermana. Una denuncia por asesinato era para él una bagatela fácilmente solucionable con un poco de inmundo dinero.

Días más tarde les sorprendió en el camino, ya en las afueras de la capital, la noticia de que su tío Wang Ziteng había sido promovido a comandante general de nueve provincias con orden de inspeccionar las fronteras. Xue Pan se dijo jubiloso: «Precisamente iba pensando en lo fastidioso que iba a ser tener un tío que limitara mis andanzas en la capital. Ahora ha sido ascendido y se marcha, lo que demuestra la bondad del cielo».

A su madre le sugirió:

—Aunque tengamos casas en la capital no hemos vivido en ninguna desde hace diez años o más. Puede incluso que los vigilantes las hayan alquilado. Mandemos a alguien por delante para que vaya disponiendo una.

—¿Para qué tantas molestias? —preguntó ella—. Al llegar debemos visitar primero a nuestros parientes y amigos, y podemos quedarnos un tiempo con tu tío o tu tía. Ambos tienen mucho espacio. ¿No sería más sencillo que nos instaláramos allí y nos tomemos con calma lo de abrir las casas?

—Pero al tío acaban de ascenderlo y partirá a la provincia, con lo que es posible que su casa ande muy revuelta. Parecerá de lo más desconsiderado caerle encima como un enjambre de abejas.

—Puede que tu tío esté a punto de partir para ocupar su nuevo cargo, pero todavía queda la casa de tu tía. Año tras año nos han invitado a la capital, y ahora que estamos a punto de llegar y tu tío se está preparando para ausentarse una larga temporada, seguro que la tía Jia insistirá en que nos quedemos con ella; Les parecerá muy raro que lleguemos con tanta prisa por abrir una de nuestras propias casas. Sé lo que buscas. Temes quedarte con el tío o la tía porque te pueden imponer restricciones. Preferirías vivir por tu cuenta, libre para hacer lo que te plazca. Si es así, anda y búscate alojamiento. Yo he pasado todos estos años lejos de tu tía, y las dos queremos estar algún tiempo juntas. Tu hermana vendrá conmigo, ¿te parece bien?

Consciente de que no podría enredar con palabras a su madre, Xue Pan se vio obligado a ordenar a sus sirvientes que se dirigieran directamente hacia la mansión Rong. Mientras tanto, la dama Wang, que para su alivio ya había sido informada de los buenos oficios de Yucun en la liquidación del caso contra Xue Pan, empezaba a vivir la angustia del ascenso de su hermano y su traslado a un puesto fronterizo, ya que se enfrentaba a la solitaria perspectiva de no tener a nadie de su propia familia a quien poder visitar. Pero unos días más tarde recibió el anuncio de que su hermana había llegado a la capital con sus hijos y toda la casa, y que todos se estaban apeando en ese mismo momento frente al portón principal.

Radiante, la dama Wang se precipitó al salón de recepción con su hija y su nuera para recibir al grupo e introducirlo en la mansión. Es innecesario demorarse en la mezcla de pena y delicia de dos hermanas que se volvían a encontrar en el ocaso de sus vidas, ni en sus risas, sus lágrimas o sus recuerdos.

La dama Wang llevó al grupo a que presentase sus respetos a la Anciana Dama, y luego ellos distribuyeron los obsequios que habían traído. Una vez hechos los honores a toda la familia, se organizó una fiesta de bienvenida en honor de los recién llegados. Cuando hubo presentado sus respetos a Jia Zheng, Xue Pan fue llevado por Jia Lian a visitar a Jia She y a Jia Zhen.

Jia Zheng envió a su esposa este recado: «Mi cuñada ya ha visto muchos otoños y primaveras, y mi sobrino es joven e inexperto. Si viven fuera de esta casa, el muchacho acabará metiéndose en líos. Hay más de diez cuartos vacíos en el patio de los Perales Fragantes, en la esquina nordeste de la finca. Que los dispongan, y pide a tu hermana y a sus hijos que se alojen allí». Antes de que la dama Wang pudiera hacerlo llegó también un recado de la Anciana Dama: «Invita a tu hermana a quedarse aquí de modo que podamos estar todos juntos». La tía Xue accedió de buen grado. De esa manera habría alguien que vigilase a su hijo, cuya vida en el exterior habría de acarrear inevitablemente nuevos conflictos. Luego, le dijo en privado a la dama Wang que una presencia prolongada como la suya implicaba que ella misma correría con sus gastos domésticos. La dama Wang sabía que eso no suponía ninguna dificultad para la familia Xue, y por tanto aceptó. Por fin, la tía Xue y sus hijos se mudaron al patio de los Perales Fragantes.

El patio, donde el duque de Rongguo había pasado sus últimos años, era pequeño pero encantador; tenía doce aposentos, entre ellos un vestíbulo; los dormitorios estaban en la parte trasera. Tenía su propia puerta a la calle, que era la que usaba el servicio de los Xue, y un pasaje que iba desde la puerta sudoeste hasta el patio oriental del cuarto principal de la dama Wang. Todos los días, después del almuerzo o al caer la tarde, la tía Xue recorría ese camino para reunirse cota, la Anciana Dama o con su hermana.

Baochai, por su parte, pasaba su tiempo con Daiyu, Yingchun y las otras muchachas, feliz de poder leer, jugar al weiqi [8] o coser con ellas.

Sólo Xue Pan, temeroso de que su tío lo controlara tan estrictamente que no le permitiera ninguna independencia, se mostró inicialmente descontento con el arreglo. Pero de momento tuvo que conformarse, ya que su madre había tomado la decisión y la familia Jia les presionaba para que se quedaran. No obstante, ordenó a su gente que tuviese preparada una de sus casas para cuando decidiera mudarse.

Antes de un mes mantenía un trato familiar con la mitad de los hijos y sobrinos de la familia Jia, y todos los jóvenes ricos y elegantes que allí había disfrutaban con su compañía. Un día se reunían para beber, otro para contemplar las flores, y pronto fue asiduo de las timbas y las visitas a cortesanas, de manera que Xue Pan se volvió diez veces peor que antes.

A pesar de que Jia Zheng era conocido por su excelente método en la educación de sus hijos y el mantenimiento de la disciplina en su hogar, lo extenso de su familia le impedía estar presente en todas partes. Por su parte, como nieto mayor del duque de Ningguo, Jia Zhen había heredado el título de cabeza del clan y era responsable de sus asuntos públicos y privados, pero a esa gran responsabilidad se unía un carácter elevado que le impedía tomar en serio las banalidades cotidianas y prefería dedicar su ocio a la lectura o al weiqi. Por eso, y dado que el patio de los Perales Fragantes estaba a dos patios de distancia de sus aposentos y tenía una puerta a la calle por la que la que se podía transitar libremente, los jóvenes hacían lo que les venía en gana. En esas condiciones, al poco tiempo Xue Pan había olvidado toda idea de mudanza.

Sueño En El Pabellón Rojo

Подняться наверх