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Capítulo IX

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Dos amigos entrañables ingresan en la escuela del clan.

Una calumnia hace volar los tinteros por el aula.

Qin Ye y su hijo tuvieron que esperar poco tiempo para recibir de la familia Jia un recado indicándoles la fecha del inicio de las clases; y es que Baoyu, en su ansiedad, sólo pensaba en reunirse cuanto antes con su amigo, de manera que había enviado a casa de Qin Zhong una nota en la que le pedía que acudiera en el corto plazo de dos días para marchar juntos a la escuela esa misma mañana.

El día fijado, antes de que Baoyu despertase, Xiren ordenó cuidadosamente sus libros y útiles escolares, y luego se sentó entristecida en el borde del kang esperando que el muchacho abriera los ojos para ayudarle en su aseo matinal.

—¿Por qué estás triste, hermana? —le preguntó delicadamente Baoyu cuando la vio allí sentada—. ¿Acaso me echarás de menos mientras estoy en la escuela?

—¡Qué cosas tiene! —sonrió Xiren—. El estudio es indispensable si se quiere ser algo en la vida, pero recuerde que en clase debe concentrarse sólo en sus libros, y fuera de la escuela debe pensar sólo en su familia. No se mezcle en las trastadas de los otros muchachos; no tendría gracia que su padre le sorprendiera en alguna. Sé que le han aconsejado dedicarse en cuerpo y alma al estudio, pero tampoco exagere la nota o terminará abarcando más de lo que puede apretar y su salud se resentirá. Por lo menos eso me parece a mí. Piénselo.

Baoyu iba asintiendo a todo lo que ella le decía.

—He hecho un paquete con sus abrigos de piel y lo he entregado a sus pajes —prosiguió Xiren—. Abríguese si siente frío en la escuela; piense que ya no estaremos nosotras allí para cuidarlo. También he dado a los pajes carbón para su estufa de mano; cuide de que esos vagos chapuceros la mantengan llena. Si no está todo el rato detrás de ellos no moverán un dedo y dejarán que se congele.

—No te preocupes —la tranquilizó Baoyu—. Sé cuidarme solo cuando estoy fuera. Pero tú no te quedes aquí tan triste, y visita de vez en cuando a mi prima Daiyu.

Cuando estuvo vestido, Xiren le sugirió que fuera a presentar sus respetos a sus padres y a la Anciana Dama. Después de dar unas breves instrucciones a Qingwen y a Sheyue, Baoyu se despidió de la Anciana Dama, que también le tenía preparados unos cuantos consejos. Luego fue a ver a su madre, y por fin acudió al estudio de su padre.

Ese día Jia Zheng había vuelto temprano y estaba hablando con unos secretarios cuando entró Baoyu a presentarle sus respetos y anunciarle su marcha a la escuela.

—No me avergüences con toda esa palabrería sobre la escuela —le dijo desdeñosamente su padre—. En mi opinión sólo sirves para holgazanear por ahí. Manchas mi suelo cuando lo pisas y mi puerta cuando te apoyas en ella.

—Su Señoría es demasiado duro con el muchacho —terciaron sus secretarios, que, incorporándose, se habían dirigido inmediatamente hacia Baoyu—. Con unos cuantos años de escuela su digno hijo revelará su temple y conseguirá un nombre, no le quepa la menor duda. Ya no es un niño. Además, ya se tiene que marchar; es, casi la hora del desayuno.

Y mientras decían esto, dos de ellos empujaron a Baoyu fuera del estudio.

Jia Zheng hizo llamar entonces a los acompañantes del muchacho, y acto seguido tres o cuatro fornidos mocetones que habían estado esperando fuera entraron a hincar una rodilla ante él.

Al reconocer a Li Gui, el hijo de la anciana nodriza, Jia Zheng le preguntó:

—¿Qué aprendió durante el tiempo que le estuviste acompañando en sus lecciones? Yo te lo diré: una sarta de disparates y unos cuantos trucos hábiles. En cuanto pueda te azotaré hasta despellejarte, y luego le ajustaré las cuentas al zote ese.

Aterrado, Li Gui se arrodilló completamente, se despojó del gorro y golpeó repetidamente la cabeza contra el suelo mientras exclamaba:

—Señor, señor, yo sería incapaz de decir una mentira. El joven amo ha estudiado tres volúmenes del Libro de los Cantos, y ha llegado hasta «You-you braman los venados, hojas de loto y lentejas de agua» [1] .

La involuntaria tergiversación del verso original hizo que los reunidos soltaran una carcajada, y hasta Jia Zheng no pudo reprimir una sonrisa.

—Aunque estudiara treinta volúmenes más, sólo estaría engañando a la gente —insistió—. Transmite mis saludos al director de la escuela y dile de mi parte que obras como el Libro de los Cantos y los Ensayos Clásicos no son más que una pérdida de tiempo. Mejor sería que obligara a sus alumnos a recitar de memoria los Cuatro Libros.

Li Gui prometió cumplir el encargo y, como su señor ya no tenía más instrucciones que darle, se retiró.

Baoyu, entretanto, se había quedado en el patio conteniendo el aliento. En cuanto vio salir a los sirvientes se alejó con ellos a toda prisa.

Sacudiéndose el polvo de la reverencia, Li Gui y los demás se quejaron:

—¡¿Qué le parece?! ¡Nos va a despellejar vivos! Otros criados ganan cierto prestigio sirviendo a sus amos, pero todo lo que nosotros sacamos en claro sirviéndole a usted son insultos y palizas. Apiádese de nosotros en adelante.

—Ánimo, hermanos míos —contestó Baoyu con una sonrisa—. Mañana os convidaré.

—¿Quiénes somos nosotros para esperar convites, pequeño antepasado? Nos bastaría con que escuchase nuestros consejos de vez en cuando.

Ya estaban de vuelta en los aposentos de la Anciana Dama, que charlaba con Qin Zhong desde hacía un buen rato. Los dos muchachos se saludaron y se despidieron de la anciana.

En ese momento Baoyu recordó que aún no se había despedido de Daiyu y fue corriendo hasta su cuarto, donde la encontró ante el espejo, junto a la ventana. Cuando la informó de que se iba a la escuela ella sonrió.

—Muy bien —dijo—, de manera que te vas «a quitarle ramas al laurel en el palacio de la Luna» [2] . Siento mucho no poder ir a despedirte.

—No cenes hasta que yo vuelva, querida prima. Vendré a mezclar tu colorete.

Charlaron unos instantes más, y después Baoyu se giró para irse.

—¿No vas a despedirte también de tu prima Baochai? —le insinuó malignamente Daiyu cuando ya echaba a andar.

Baoyu respondió con una sonrisa y finalmente emprendió la marcha con Qin Zhong.

La escuela de la familia Jia, que no estaba a más de un li de distancia, había sido fundada varias generaciones atrás con el propósito de que los miembros del clan que carecieran de recursos para contratar a un preceptor pudieran, a pesar de todo, educar a sus hijos. La mantenían los miembros que ostentaban cargos oficiales, quienes aportaban para su mantenimiento cuotas variables dependiendo de la cuantía del sueldo de cada uno. Un miembro anciano del clan que gozara de buena reputación entre los demás era seleccionado para dirigir la educación de los muchachos.

Una vez que fueron presentados a los demás alumnos, Baoyu y Qin Zhong se enfrascaron en el estudio y desde ese día se hicieron inseparables; todas las mañanas marchaban juntos a la escuela, siempre regresaban juntos y, a menudo, gracias al favor de la Anciana Dama, Qin Zhong permanecía varios días seguidos con la familia Jia. De hecho, la anciana lo trataba como a uno más de sus propios nietos y le regalaba ropa, zapatos y otras cosas necesarias cada vez que constataba la insolvencia de su padre. En menos de un mes, Qin Zhong había trabado excelentes relaciones con la mansión Rong al completo.

Como Baoyu siempre obedecía inclinaciones harto diferentes a las que correspondían a su posición, le dijo un día a Zhong con su habitual falta de respeto a los convencionalismos:

—Somos de la misma edad, y además compañeros de estudio. Olvidemos que somos tío y sobrino, y seamos únicamente hermanos y amigos.

Al principio Zhong se resistió a aceptar la propuesta, pero como Baoyu insistía en llamarlo «hermano», o bien empleaba su nuevo nombre social, él empezó a hacer lo mismo.

Aunque todos los alumnos de esta escuela pertenecían al clan Jia o eran parientes políticos, «un dragón engendra nueve vástagos, cada uno diferente», y era inevitable que entre tantos muchachos hubiera algunos individuos de baja estofa, serpientes entre dragones.

Los recién llegados eran notoriamente hermosos; el rostro de ambos estaba dotado de la frescura de las flores. Qin Zhong era tan tímido y gentil que a menudo se sonrojaba como una niña; Baoyu era por naturaleza discreto y modesto, considerado con los demás y de conversación amena. Y tan íntimo era su trato que sus condiscípulos empezaron a sospechar lo peor y a murmurar a espaldas de la pareja, haciendo correr feas calumnias dentro y fuera de la escuela.

Por si fuera poco, Xue Pan no tardó en enterarse de la existencia de dicha escuela, y como la sola idea de tantos muchachos reunidos despertaba sus instintos más bajos, se inscribió en ella como alumno. Pero era «como el pescador que tres días pesca y dos pone a secar su red». La cuota de ingreso que entregó a Jia Dairu fue realmente un derroche, ya que no tenía la menor intención de aprovecharla para estudiar. Su único objetivo era conseguir algunos «hermanitos de adopción» en la escuela; de hecho, varios muchachos habían cedido ya a la tentación de su dinero y habían terminado por caer en sus garras. Pero no es necesario detenernos en este asunto.

Sí es preciso decir que entre estos últimos había dos jóvenes sentimentales cuyos verdaderos nombres no han podido ser establecidos con certeza, ni tampoco la rama familiar a la que pertenecían. Eran conocidos, por su buena presencia y su encanto, con los apodos de Perfume Añorado y Jade Enamorado. A pesar de ser objeto de admiración general, nadie se acercaba a ellos por temor a Xue Pan.

También Baoyu y Qin Zhong se sintieron atraídos por estos dos muchachos, pero sabiendo que eran amigos de Xue Pan no quisieron tomar ninguna iniciativa, aunque por parte de Perfume Añorado y Jade Enamorado la atracción fuera recíproca. El caso es que ninguno de los cuatro se atrevía a desnudar su corazón, y cada día, desde cuatro pupitres distintos, cuatro pares de ojos cruzaban sus miradas. A la vez que buscaban pasar inadvertidos, las insinuaciones y las alusiones les iban permitiendo desvelar sus pensamientos. Pero ocurrió que algunos granujas descubrieron su secreto y empezaron a levantar las cejas, guiñar un ojo, toser o carraspear a espaldas del cuarteto.

Esta situación se mantuvo durante algún tiempo, hasta que un día, por una de esas cosas de la suerte, Jia Dairu tuvo que volver temprano a su casa a ocuparse de unos asuntos y dejó a los muchachos como tarea un verso de siete caracteres que debía ser rimado con otro, más el anuncio de que al día siguiente seguiría explicándoles los clásicos. Dejó a su nieto mayor, Jia Rui, como encargado de la escuela. Entonces, aprovechando que Xue Pan prácticamente había dejado de asistir a las clases, Qin Zhong sé puso a hacerle guiños a Perfume Añorado enviándole mensajes secretos. Ambos pidieron permiso y salieron al patio trasero para poder conversar tranquilos.

—¿Se preocupan tus padres por tus amistades? —se interesó Zhong.

No había terminado de pronunciar esas palabras cuando una tos les hizo volverse consternados. Era su compañero de clase Jin Rong. Perfume Añorado era un muchacho de genio vivo; incómodo y molesto le espetó:

—¿Qué pasa? ¿Por qué toses? ¿Acaso no podemos hablar si nos viene en gana?

—¿Y si Vosotros podéis hablar, por qué no puedo toser yo? —replicó Jin Rong deshaciéndose en risitas—. Pero hablemos claramente en vez de andar siempre a hurtadillas. Por fin os he atrapado con las manos en la masa, y es inútil que lo neguéis. Si me dejáis a mí probar primero no diré nada, pero en caso contrario os echaré encima a toda la escuela.

Indignados y con el rostro encendido los dos muchachos preguntaron:

—¿En qué nos has atrapado?

—¡Los he pillado con las manos en la masa! —gritó Jin Rong mientras reía y aplaudía—. ¡A la rica tortilla! ¡Vamos, muchachos; a comprar una tortilla!

Los dos muchachos corrieron hacia Jia Rui para quejarse por el insulto de Jin Rong, pero Jia Rui era un bribón sin escrúpulos y ávido de dinero que aprovechaba la situación en la escuela para desplumar a los muchachos. En el caso de Xue Pan, había hecho la vista gorda a su lamentable conducta, e incluso la había alentado, a cambio de dinero, pitanzas y otros favores. Pero Xue Pan era veleidoso como una lenteja de agua, hoy flotando al este y mañana al oeste. La reciente adquisición de nuevos amigos le había hecho olvidar a Perfume y Jade, por no hablar de Jin Rong, al que a su vez ellos habían sustituido. Ahora que todos ellos habían sido descartados, Jia Rui no tenía quien intercediera por él, y en lugar de culpar a la volubilidad de Xue Pan la había tomado con Perfume y Jade. Pasaba igual con Jin Rong y con los demás; todos habían tomado ojeriza a los dos muchachos, y la llegada de Qin Zhong y Perfume Añorado con la queja no había hecho sino acrecentar la aversión que le inspiraban. Jia Rui no se atrevió a reprender a Zhong, pero la tomó con Perfume abrumándolo de insultos y acusándole de crear problemas.

Tras semejante chasco, Perfume y Qin Zhong volvieron a sus pupitres con gesto sombrío mientras Jin Rong, con aire triunfante, meneaba la cabeza y chasqueaba la lengua sin parar de proferir calumnias; todo ello resultó excesivo para Jade Enamorado, que inició con él una discusión desde su pupitre.

—Yo los he visto en el patio —insistía Jin Rong—. Discutían dónde y cómo encontrarse. Más claro, agua.

Y prosiguió, indiferente a quién pudiera oírlo, a pesar de que alguien ya estaba montando en cólera. ¿Y adivinan quién era? Se trataba de Jia Qiang, un descendiente directo del duque de Ningguo que había sido criado por Jia Zhen tras la muerte prematura de los padres de aquél. Ahora tenía dieciséis años y era todavía más apuesto y atractivo que Jia Rong, del cual era inseparable. Ahora bien, «cuanta más gente, más rumores», y los descontentos criados de la mansión Ning lo único que hacían bien era difamar a sus amos. Cuando los chismes de la servidumbre acerca de la sospechosa amistad entre los dos muchachos llegaron a oídos de Jia Zhen, éste, temeroso de convertirse él mismo en blanco de sospechas, dio a Jia Qiang una casa en las afueras para que viviera allí por su cuenta.

La inteligencia de Jia Qiang era sólo comparable a su belleza, pero su asistencia a la escuela no era sino la fachada que escondía su acendrada afición a las peleas de gallos, las carreras de galgos y los burdeles. Ninguno de los otros miembros del clan se atrevía a cruzarse en su camino, ya que era un protegido de Jia Zhen y contaba además con el apoyo de Jia Rong, ¡y dada su intimidad con ellos no iba a permitir que nadie maltratara impunemente a Qin Zhong! Su primera intención fue tomar abiertamente partido por él, pero pensándolo mejor llegó a la siguiente conclusión: «Jin Rong, Jia Rui y toda esa banda de desaprensivos andan del brazo del tío Xue, que siempre me ha tratado bien. Si me enfrento a ellos irán con el cuento al viejo Xue, y eso hará que nuestra relación se resienta. No obstante, si no hago nada seguirán corriendo esos comprometedores bulos. Debo encontrar una manera de taparles la boca sin quedar mal». Aduciendo una pequeña urgencia fisiológica, abandonó el aula; con toda discreción buscó a Mingyan, uno de los pajes de Baoyu, y le contó la historia de tal manera que unas cuantas frases fueron suficientes para provocar su indignación.

Mingyan, aunque joven e inexperto, era el más servicial de los pajes de Baoyu, y Jia Qiang le había dicho que los insultos contra Qin Zhong afectaban también a su señor y que si la actitud de Jin Rong era pasada ahora por alto se tomaría mayores libertades la próxima vez. Mingyan, a quien siempre le había gustado hacer gala de fuerza, se lanzó inmediatamente, alentado por Jia Qiang, a desafiar a Jin Rong. Olvidando el comportamiento que correspondía a un criado, le gritó:

—¡Oye, tú, Jin! ¿Qué diablos te has creído?

En ese momento Jia Qiang se sacudió el polvo de las botas, se arregló la ropa, observó la altura del sol y pensó: «Es hora de retirarme». Pidió permiso a Jia Rui para irse temprano puesto que tenía que arreglar ciertos asuntos, y éste no se atrevió a impedírselo.

Para entonces Mingyan ya le había propinado un puñetazo a Jin Rong mientras lo retaba a pleno pulmón:

—Lo que nosotros hagamos no es asunto tuyo. ¡Enfréntate a tu señor Ming, si tienes agallas!

La clase entera quedó estupefacta.

—¡Mingyan, cómo te atreves! —gritó a su vez Jia Rui cuando pudo reaccionar.

Lívido de ira, Jin Rong dio un alarido:

—¡Rebelde! ¿Cómo te atreves a hablarme así, esclavo? ¡Tengo que hablar con tu amo!

Y soltándose de un tirón fue hacia Baoyu y Qin Zhong.

¡Paf! Un tintero lanzado por mano anónima zumbó cerca de la cabeza de Jin Rong y acabó su trayectoria estrellándose contra el pupitre siguiente, donde se sentaban Jia Lan y Jia Jun.

Jia Jun era un tataranieto del duque de Rongguo, hijo único de una madre tempranamente viuda. Ocupaba el mismo pupitre que Jia Lan, al que le unía una firme amistad. Este impertérrito e irascible bribonzuelo había contemplado indiferente a uno de los amigos de Jin Rong lanzar un pesado tintero contra Mingyan, pero cuando la piedra cayó ante él destrozando su recipiente de agua y salpicando de tinta sus libros decidió que aquello era más de lo que podía soportar.

—¡Criminales! Si queréis pelea, la tendréis —dijo a gritos mientras daba tirones de su propio tintero.

El tímido Jia Lan intervino para señalar a su amigo que ése no era asunto suyo, pero Jia Jun no le hizo el menor caso. Como su tintero estaba fijado al pupitre, y no fue capaz de arrancarlo, desistió de utilizarlo como arma arrojadiza y optó por echar mano de su bolsa, lanzándosela al culpable; pero como era pequeño y débil erró el blanco, y la bolsa fue a caer con enorme estrépito ante las narices de Baoyu y Qin Zhong esparciendo libros, papeles, pinceles y tinta. Por si no había suficiente confusión sobre el pupitre, rompió también la taza de Baoyu, de manera que el té fue a sumarse a aquel desaguisado.

Jia Jun arremetió contra el muchacho que había lanzado el tintero, mientras Jin Rong se hacía con una vara de bambú y empezaba a dar golpes a diestro y siniestro en el pequeño y atestado recinto.

El primero en probar la vara fue Mingyan.

—¡¿Pero qué estáis esperando?! —rugió éste a los otros pajes de Baoyu, que no se hicieron de rogar.

—¡Ahora veréis para qué sirven las armas, hijos dé la gran puta! —Y diciendo esto se lanzaron a la carga, uno armado con la tranca de una puerta y otros dos blandiendo látigos.

Jia Rui hacía esfuerzos desesperados por contener a los contrincantes, pero nadie le hacía caso y al poco tiempo aquello parecía una casa de locos. Varios muchachos se lanzaron alegremente a la trifulca emprendiéndola a puñetazos con los que ya estaban ocupados y no podían responder; los más apocados se replegaron, y el resto, de pie sobre sus pupitres, aplaudía y reía a carcajadas mientras jaleaba a los combatientes. La escuela parecía una caldera hirviendo.

Al oír el estrépito, Li Gui y los demás criados entraron en el aula a detener la gresca. Cuando preguntaron cómo había empezado contestaron todos a un tiempo, cada uno acusando a los demás. Li Gui soltó una maldición y echó fuera a Mingyan y a los demás pajes.

Qin Zhong tenía una herida en la cabeza producida por la vara de Jin Rong, y Baoyu se la limpiaba con la solapa del abrigo. En cuanto el orden fue restablecido dijo a Li Gui:

—Reúne mis libros y trae mi caballo. Voy a informar de esto al maestro. Fuimos insultados, pero cuando le presentamos una queja formal al señor Jia Rui nos culpó a nosotros, permitió que nos ofendieran y llegó a alentarlos para que nos golpearan. Naturalmente, al vernos así vejados, mi paje Mingyan salió en nuestra defensa, y entonces ellos se unieron para apalearlo. A Qin Zhong le han roto la cabeza. ¿Cómo podemos seguir estudiando aquí después de esto?

Li Gui le pidió por favor que no se precipitara.

—Tranquilícese, señor Bao, el venerable maestro fue a ocuparse de sus asuntos y se vería muy mal que ahora nos presentáramos nosotros a molestarlo por una tontería. Mi opinión es que estos problemas deben resolverse sobre el terreno y que no hay necesidad de importunar al anciano caballero.

Y señalando a Jia Rui continuó:

—Usted es el responsable de todo este lío. En ausencia del profesor es usted quien está a cargo de la escuela: si alguien se porta mal debe castigarlo. ¿Cómo permite que lleguen las cosas a este extremo?

—No he dejado de gritar que se detuvieran —contestó Jia Rui—, pero ninguno me hizo caso.

—Discúlpeme si le hablo con toda franqueza, señor —insistió Li Gui—. Su propia conducta deja mucho que desear, y Ja consecuencia es que estos muchachos no le obedecen. Si este asunto llega a oídos del maestro lo pagará usted caro, así es que mejor sería que se diera prisa en poner punto final a este incidente.

—¡¿Punto final a qué?! —intervino Baoyu airado—. No toleraré que no se escuche mi versión.

—Y yo no volveré a esta escuela si se permite a Jin Rong que siga viniendo —dijo Qin Zhong sollozando.

—¡Buena idea! —exclamó Baoyu—. ¿Por qué tenemos que ser nosotros los que nos vayamos mientras ellos siguen acudiendo a la escuela? Voy a contárselo todo a la familia y conseguiré que los expulsen.

A continuación preguntó a Li Gui la rama de la familia a la que pertenecía Jin Rong.

Después de pensarlo un momento Li Gui respondió:

—Más vale que no me lo pregunte. Si se lo digo, lo único que conseguiré es que se sigan produciendo discordias entre parientes.

—¡Es el sobrino de la señora Jia Huang del callejón del Este! —terció Mingyan por la ventana—. No sé de dónde ha sacado el atrevimiento para provocamos; la señora Jia Huang es su tía por parte de padre, y una pedigüeña que se pasa el día halagando a la gente y arrodillándose ante la señora Lian para conseguir algunos regalos que luego empeña. ¿Cómo la vamos a respetar, si no vale una mirada?

—¡Cierra la boca, jodido perro! ¡Lo único que faltaba aquí es que tuvieras la lengua tan larga! —rugió Li Gui.

—De modo que Jin Rong es el sobrino de la cuñada Jia Huang —dijo Baoyu con desdén—. Hablaré con ella sobre este asunto.

Y se dispuso a partir después de ordenar a Mingyan que entrara a empaquetar sus libros. Cuando hubo terminado, el paje sugirió exultante:

—Permítame ir a mí. Le diré que la Anciana Dama quiere hablar con ella. Alquilaré un carro para traerla, y así usted podrá hablarle en presencia de su abuela. ¿No es eso más sencillo?

—¡¿Pero es que quieres morir, imbécil?! —gritó Li Gui—. Espera a que volvamos y verás la paliza que te doy; sin contar con que les diré al señor y a la señora que fuiste tú quien empujó al amo Baoyu a este trastorno. ¡Todo lo queme ha costado tranquilizarlo para que ahora vengas tú, que empezaste este embrollo, a echarle más leña al fuego!

Ante la amenaza, Mingyan no se atrevió a replicar. Jia Rui, por su parte, temeroso de sufrir las consecuencias de que aquello siguiera adelante, se tragó su orgullo y suplicó a Qin Zhong y a Baoyu que olvidasen el asunto.

Tras hacerse un poco el duro, Baoyu cedió:

—De acuerdo, no diré nada. A cambio, Jin Rong tiene que disculparse.

Jin Rong se negó al principio, pero Jia Rui, Li Gui y los demás lo acosaron.

—Tú has empezado esto —le decían—. A ti te corresponde terminarlo.

Presionado de tal manera, Jin Rong acabó por ceder y se inclinó ante Qin Zhong con un puño cerrado dentro del otro a la altura de los labios [3] . Pero Baoyu no estaba dispuesto a aceptar sus disculpas como no hiciera un koutou completo.

Deseando terminar cuanto antes, Jia Rui le susurró a Jin Rong:

—Recuerda el proverbio: «Un asesino lo único que tiene que perder es la cabeza». Haz el koutou y acabemos de una vez.

Por fin, Jin Rong se prosternó ante Qin Zhong.

Quien quiera saber lo que pasa, que escuche el próximo capítulo [4] .

Sueño En El Pabellón Rojo

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