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Capítulo XI

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En la mansión Ning se celebra el aniversario de Jia Jing.

Jia Rui se encuentra con Xifeng y la desea.

Y llegó por fin el aniversario de Jia Jing. Jia Zhen hizo llenar dieciséis grandes cestas con los platos más selectos y las frutas más exóticas de su despensa, y las mandó con algunos criados a Jia Rong para que las llevase a su abuelo.

—Antes de presentarle tus respetos, asegúrate de que tu abuelo está de buen humor —advirtió Zhen a su hijo—. Dile que no me he atrevido a ir personalmente, respetando sus deseos, pero que estoy reunido con toda la familia para rendirle homenaje y desearle larga vida.

Cuando Jia Rong se hubo marchado empezaron a llegar los invitados. Primero aparecieron Jia Lian y Jia Qiang, que preguntaron, tras observar la disposición de los asientos, qué tipo de espectáculo presenciarían.

—El proyecto original de Su Señoría era invitar al anciano señor, así que no preparó representaciones teatrales —respondieron los criados—, pero anteayer supo que el anciano caballero no acudiría y entonces nos mandó contratar a unos cuantos actores y músicos jóvenes que en este preciso momento se están preparando en el escenario del jardín.

A continuación llegaron la dama Xing, la dama Wang, Xifeng y Baoyu. Salieron a darles la bienvenida Jia Zhen y la señora You, cuya madre ya había llegado. Después del intercambio de saludos, los huéspedes fueron invitados a tomar asiento. Jia Zhen y su esposa sirvieron personalmente el té.

—La Anciana Dama es nuestra venerable antepasada —dijo Jia Zhen con una sonrisa—. Mi padre sólo es su sobrino, y si nos hemos atrevido a invitarla ha sido porque ahora hace buen tiempo y los crisantemos de nuestro jardín están en su mejor momento. Pensamos que para ella sería una agradable distracción contemplar a todos sus hijos y nietos divirtiéndose; sin embargo, no nos ha honrado con su presencia.

—Hasta ayer mismo tenía planeado venir —contestó Xifeng antes de que lo hiciera la dama Wang—, pero justo anoche vio a Baoyu comiendo melocotones y no pudo resistir la tentación de comerse uno casi entero. Ha tenido que levantarse dos veces antes del amanecer, y esta mañana se encontraba cansada. Me pidió que les dijera que no podría venir, pero que esperaba que le mandasen algunos platos fáciles de digerir.

—Eso lo explica todo —dijo Jia Zhen—. A la Anciana Dama le gustan mucho las fiestas animadas; su ausencia en ésta debía obedecer a algún motivo concreto.

—Xifeng me dijo el otro día que la esposa de Rong no se encuentra bien, ¿qué le ocurre? —preguntó la dama Wang.

—Es una extraña enfermedad —contestó la señora You—. El mes pasado, durante la fiesta del Medio Otoño, estuvo divirtiéndose toda la noche con la Anciana Dama y con usted, y llegó en perfecto estado. Pero hace veinte días empezó a debilitarse y ha ido perdiendo el apetito conforme pasaban los días. Hace dos meses que no le viene la regla.

—¿No estará embarazada? —preguntó la dama Xing.

En ese momento fue anunciada la llegada de Jia She, Jia Zheng y los demás caballeros, que se encontraban ya en el salón de recepción. Jia Zhen salió rápidamente a recibirlos.

La señora You prosiguió:

—Algunos médicos pensaron que podía tratarse de un embarazo, pero ayer mismo la vio uno excelente que nos recomendó Feng Ziying, y según este hombre no se trata de un embarazo sino de una grave enfermedad. Le recetó una medicina y hoy, después de tomar la primera dosis, ya siente menos mareos, aunque no haya todavía otros signos de mejoría.

—Sé que si pudiera hacer el más mínimo esfuerzo la tendríamos hoy aquí con nosotros —observó Xifeng.

—La viste aquí el día tres, cuando nos visitaste la última vez —dijo la señora You—. Estuvo de pie varias horas porque el afecto que siente por ti le impidió retirarse.

A Xifeng se le saltaron las lágrimas, y después de una pausa exclamó:

—Las tormentas aparecen sin previo aviso, y la mala suerte llega de la noche a la mañana. ¡Si la enfermedad arrastra a una muchacha tan joven, entonces la vida no merece vivirse!

Mientras hablaba entró Jia Rong, que saludó a los visitantes y dijo a su madre:

—Le acabo de llevar las cestas de comida a mi abuelo. Le dije que mi padre está aquí atendiendo a Sus Señorías y que, según su deseo, no iría a visitarlo. El abuelo quedó muy complacido y me pidió que les dijera a usted y a mi padre que atendieran a los mayores mientras nosotros lo hacíamos con los más jóvenes. También quiere que se impriman y distribuyan cuanto antes diez mil ejemplares de Recompensas y castigos. Ya se lo he dicho a mi padre. Ahora me voy; debo supervisar la comida de los parientes.

—Espera, hermanito Rong —intervino Xifeng—, ¿cómo está hoy tu esposa?

El rostro del joven se nubló:

—Bastante mal. Pase a verla de camino a su casa y constátelo usted misma, querida tía.

Y se marchó sin decir más.

La señora You preguntó a las damas Xing y Wang si preferían comer allí mismo o en el jardín, donde ya se estaban preparando los actores.

—¿Por qué no comemos aquí y después salimos? —sugirió la dama Wang.

La dama Xing secundó la propuesta, con lo cual la señora You ordenó que se sirvieran las viandas. Como respuesta, se oyó un grito unánime desde la puerta y todas las doncellas corrieron en busca de los platos, que cubrieron las mesas en un santiamén. La señora You condujo a la dama Xing, a la dama Wang y a su propia madre a los lugares de honor, mientras ella compartía una mesa con Xifeng y Baoyu.

—Hemos venido para desear larga vida al venerable caballero en su aniversario, y da la impresión de que nos estamos rindiendo homenaje a nosotros mismos —comentaron la dama Xing y la dama Wang.

—Al señor le gusta el recogimiento —observó Xifeng—. Lleva tanto tiempo viviendo como un asceta que parece un inmortal. Sin duda ya sabrá, con su divina intuición, lo que acaban de decir.

El comentario de Xifeng produjo la hilaridad de todos los presentes. Las damas, que habían terminado de comer, se enjuagaron la boca y se lavaron las manos. Cuando ya salían al jardín, dijo Jia Rong a su madre:

—Todos mis parientes han terminado de comer. El señor She tiene que arreglar unos asuntos en casa, y el señor Zheng se ha marchado porque no le atraen estos espectáculos. El tío Lian y el primo Qiang ya se han llevado a los demás a ver la función.

Y agregó:

—Han llegado tarjetas y presentes de los príncipes de Nan’an, Dongping, Xining y Pekín; del duque de Niu, del de Zhenguo y de otros cinco duques más, así como del marqués Shi de Zhongjing y de otros siete marqueses más. Ya le he dicho a mi padre que he ordenado llevar los regalos a la administración y anotar su entrada en los libros. Las tarjetas de «muy agradecido» ya han sido entregadas a los mensajeros, que recibieron las propinas y comieron algo antes de marcharse. Ahora, madre, ¿pasarán ustedes al jardín?

—Sí, vamos. También nosotras hemos terminado de comer.

—A mí, señora, me gustaría ver antes a la esposa de Rong —dijo Xifeng—. ¿Me podría reunir con ustedes más tarde?

—Es una buena idea —aprobó la dama Wang—. Dile que hemos preguntado por ella, y que iríamos todas si no temiéramos fatigarla.

—Mi nuera siempre te escucha con respeto y sigue tus consejos —dijo a su vez la señora You—. Me quedaré más tranquila si vas a verla y la animas, pero ven a reunirte con nosotras en el jardín en cuanto puedas.

Baoyu pidió permiso para acompañar a Xifeng.

—Anda, ve si quieres, pero no tardes en volver —permitió su madre—. Recuerda que se trata de la esposa de tu sobrino.

Entonces la señora You condujo a las damas Xing y Wang, y a su propia madre, hasta el jardín de la Fragancia Concentrada, mientras Xifeng y Baoyu marchaban con Jia Rong a visitar a Keqing.

Entraron en la alcoba sin hacer ruido, y cuando la enferma hizo un esfuerzo para incorporarse Xifeng protestó:

—No te muevas, que te marearás.

Se adelantó a tomar la mano de Keqing exclamando:

—¡Ay, qué delgada te has quedado en los pocos días que he tardado en volver a verte! —Y se sentó a su lado.

También Baoyu preguntó por la salud de su sobrina; luego, tomó una silla y se sentó frente a ella.

—Traed té inmediatamente —ordenó Jia Rong a los criados—. Mi tío y mi tía están sin una gota.

Con la mano de Xifeng entre las suyas, Keqing se esforzó en sonreír.

—Ser miembro de una familia como ésta es más de lo que merezco —dijo con un hilo de voz—. Mis suegros me tratan como a su propia hija, y aunque su sobrino es joven nos tratamos con consideración y nunca nos hemos peleado. Todos los miembros de la familia, viejos y jóvenes, por no mencionarla a usted, querida tía, han sido para mí la bondad misma y no me han deparado sino amabilidad y respeto; ahora que he caído enferma he perdido toda mi fuerza de voluntad y me atormenta no poder expresar mi agradecimiento como una buena nuera. Pero ya no está a mi alcance. Dudo que llegue a final de año.

Mientras Keqing decía estas cosas, Baoyu contemplaba pensativo la pintura que representaba una dama durmiendo bajo las flores de un manzano silvestre en primavera, y el pareado de Qin Guan:

El ligero frío que envuelve el sueño es el frescor de la primavera.

El efluvio que toma los sentidos del hombre es el aroma del vino.

Recordó embelesado el sueño de la Tierra de la Ilusión del Gran Vacío que había tenido en aquel mismo cuarto, y los comentarios descorazonadores de Keqing atravesaron su corazón como diez mil saetas; le empezaron a brotar lágrimas de los ojos.

Xifeng también se sentía desconsolada, pero como no quería inquietar más a la enferma se propuso distraerla y animarla.

—Pareces una viejecita frágil, Baoyu. La cosa no es tan grave como quiere hacemos creer la sobrina —dijo, y volviéndose a Keqing—: ¿Cómo es posible que una persona de tu edad imagine tantas locuras sólo porque se sienta un poco indispuesta? ¿Acaso quieres empeorar?

—Le iría mejor si comiera más —intervino Jia Rong.

—Su Señoría dijo que no tardaras mucho en regresar —le recordó Xifeng a Baoyu—, así que no te demores inquietando a Keqing y preocupando a Su Señoría.

Y dirigiéndose a Jia Rong:

—Lleva al tío Bao con los demás; yo me quedaré aquí un poco más.

Jia Rong se llevó a Baoyu hasta el jardín de la Fragancia Concentrada, mientras Xifeng se quedaba consolando a Keqing y susurrándole al oído algunos consejos bienintencionados.

Cuando llegó la tercera criada que la señora You enviaba a buscarla, Xifeng se levantó y dijo a Keqing:

—Cuídate mucho. Volveré a verte. Y no te preocupes, levanta tu ánimo: ese médico tan bueno que nos han recomendado es un signo claro de que te vas a poner bien.

—Aunque se tratase de un inmortal, tía, él podría curar mi enfermedad, pero no evitar mi destino —respondió Keqing con una triste sonrisa—. Ahora sé que sólo es cuestión de tiempo.

—Pero ¿cómo vas a mejorar con semejantes ideas en la cabeza? Tienes que ver el lado positivo de las cosas. De todos modos, he oído que el médico dijo que, incluso si no te curas, el peligro no llegará hasta la primavera. Estamos a mediados del noveno mes, así que te quedan cuatro o cinco meses hasta que se cumpla el plazo. Es un tiempo suficiente para reponerse de cualquier enfermedad. Otra cosa sería si nuestra familia no pudiera permitirse el ginseng, pero tus suegros podrían procurarte sin problemas un kilo diario; cuanto más el par de onzas que necesitas. Anda, ahora descansa, yo me voy al jardín.

—Siento mucho no poder acompañarla, querida tía —dijo Keqing—. Vuelva otra vez cuando tenga tiempo para qué podamos hablar.

Xifeng volvió a sentir que las lágrimas llenaban sus ojos.

—No te preocupes, vendré en cuanto tenga un momento libre —prometió.

Acompañada por sus propias doncellas y por algunas de la mansión Ning tomó un sendero que serpenteaba hasta la puerta lateral del jardín, donde quedó pasmada ante una visión extraordinaria:

Amarillos crisantemos alfombrando el suelo,

verdes sauces por las laderas,

un hermoso puentecillo sobre el torrente Ruoye [1] ,

senderos zigzagueantes que suben a Tiantai [2] .

De la roca, brotan manantiales cristalinos,

y flota vaporosa la fragancia

de las mil flores de los enrejados.

Los árboles mecen sus copas rojizas,

hermosos como un cuadro de frondas dispersas.

Ya refresca el viento otoñal;

ya callaron las doradas oropéndolas

y ahora, bajo el tibio sol, cantan los grillos.

Al sudeste, las cabañas anidan entre las colinas;

al noroeste, los pabellones meditan sobre el agua de un lago.

Una flauta sutil hechiza los sentidos humanos,

y muchachas vestidas de seda pasean por el bosquecillo

añadiendo encanto a la escena.

Paseaba Xifeng gozosa con lo que veía cuando, de detrás de una colina artificial, apareció de improviso un hombre que le dijo:

—Saludos, cuñada.

Sobresaltada, retrocedió un poco y preguntó:

—¿Señor Rui?

—¿Y quién si no? ¿No me reconoces?

—Claro que sí, pero me has asustado.

—El destino ha propiciado nuestro encuentro, cuñada —dijo Jia Rui mientras la devoraba con los ojos—. Hace un momento me escabullí del banquete para dar un paseo tranquilo por este lugar apartado, ¡y aquí te vengo a encontrar! Sí, debe ser el destino…

Xifeng, con su inteligencia, vio a través de él:

—Con razón mi esposo siempre te está elogiando —le respondió con una sonrisa, fingiéndose contenta—. Ahora que te veo y te oigo hablar entiendo lo sensible, perspicaz y divertido que eres. En este momento tengo prisa, pues me espera Su Señoría, pero quizás podamos volver a vernos otro día.

—A menudo he deseado visitarte y presentarte mis respetos, pero pensé que tú, tan joven, te negarías a recibirme.

—¡Qué tontería! —fingió Xifeng—. ¿Acaso no somos de la misma familia?

Alentado por su inesperada buena suerte, Jia Rui se dispuso a intentar allí mismo atrevimientos mayores, pero Xifeng le dijo:

—Debes darte prisa antes de que pregunten por ti y te hagan beber de más como castigo.

Medio paralizado por la emoción, Jia Rui se alejó lentamente, no sin volverse para mirar una vez más a Xifeng, quien deliberadamente aminoró el paso hasta que lo vio desaparecer. «Puede conocerse el rostro de un hombre, pero no su corazón —pensó sombría—. Como ese canalla intente propasarse conmigo lo mataré con mis propias manos para que sepa de lo que soy capaz.»

Al volver otra colina vio a varias matronas que corrían sin aliento hacia donde estaba ella.

—Nuestra señora nos envía en su busca —exclamaron jadeando—. Estaba muy preocupada porque usted no llegaba.

—Vuestra señora es un monstruo de impaciencia.

Continuaron su paseo, y Xifeng preguntó cuántas escenas habían sido representadas ya. Le respondieron que ocho o nueve. Llegaron a la puerta posterior del pabellón de la Fragancia Celestial, donde Baoyu se entretenía con unas doncellas.

—Ojo con las travesuras, primo Baoyu —le advirtió.

—Todas las damas están en la galería, señora; subiendo esas escaleras —le señaló una de las chicas.

Xifeng se recogió la falda para subir las escaleras y encontró a la señora You esperándola en el rellano.

—Sois uña y carne, tu sobrina y tú. Ya pensaba que nunca lograrías separarte de ella —bromeó—. Mañana mismo puedes mudarte aquí y quedarte con ella. Anda, ahora siéntate un poco con nosotras y deja que brinde por ti.

Después de solicitarlo a las damas Xing y Wang, Xifeng se sentó y cruzó algunos comentarios amables con la madre de la señora You; luego, se cambió de lugar y se colocó junto a la anfitriona para beber vino y admirar el espectáculo. La señora You hizo traer el programa y, entregándoselo, le pidió que eligiera unos cuantos actos.

—¿Cómo voy a elegirlos yo estando Sus Señorías? —dijo Xifeng.

—La anciana señora You ya eligió varios —respondieron las damas Xing y Wang—. Ahora te toca a ti escoger un par de buenos actos para nosotras.

Xifeng se levantó en un gesto de obediencia. Tomó el repertorio y señaló «La resurrección» [3] y «La rapsodia» [4] . Al devolverlo comentó:

—Cuando hayan terminado este «Doble título honorífico» que están representando ahora, quedará el tiempo justo para estas dos.

—Sí —dijo la dama Wang—, ya deberíamos dejar descansar un poco a nuestros anfitriones; sobre todo conociendo su inquietud.

—¡Pero venís tan poco por aquí…! —protestó la señora You—. Quedaos un poco más, es temprano todavía.

Xifeng se levantó para mirar abajo y preguntó:

—¿Dónde están los señores?

—Se han ido a beber al pabellón del Alba Prolongada —contestó una de las amas—. Se llevaron a los músicos.

—Nuestra presencia los cohíbe —comentó Xifeng—. ¿Qué estarán tramando?

—¿Cómo quieres que todo el mundo sea tan correcto como tú? —bromeó la señora You.

Siguieron con las bromas y las risas hasta que concluyeron las representaciones, se llevaron el vino y apareció el arroz. Después de cenar dejaron el jardín y fueron a beber té al pabellón principal; luego, mandaron por sus carruajes y se despidieron de la anciana señora You. La joven señora You, junto a todas las concubinas y doncellas, la acompañaron hasta los carros, donde ya esperaban los jóvenes junto a Jia Zhen. Éste suplicó a la dama Xing y a la dama Wang que volvieran al día siguiente, pero la dama Wang declinó la invitación.

—Hemos pasado aquí todo el día y estamos fatigadas. Mañana tocará reposo.

Todo el tiempo que los visitantes tardaron en introducirse en sus carruajes para emprender la marcha, lo pasó Jia Rui con los ojos clavados en Xifeng.

Cuando Jia Zhen y los demás volvieron a entrar en la casa, Li Gui trajo el caballo de Baoyu, que fue trotando detrás del carro de su madre hasta llegar a su casa. Cuando Jia Zhen y los jóvenes hubieron cenado, la reunión terminó de disolverse. No es preciso detallar las diversiones que ofrecieron a sus parientes al día siguiente, segundo de homenaje a Jia Jing.

Xifeng empezó a visitar con más frecuencia a Keqing, que si bien unos días parecía mejorar un poco, se mantenía generalmente en una situación estacionaria, para dolor de su esposo y de sus suegros. Por su parte, en las frecuentes visitas que hacía a Xifeng, Jia Rui se encontraba invariablemente con que había salido a la mansión Ning.

Se aproximaba el solsticio de invierno, que ese año coincidiría con el día treinta de la onceava luna, y, a medida que se iba acercando, tanto la Anciana Dama como la dama Wang y Xifeng iban preguntando diariamente por la salud de Keqing. La respuesta siempre era la misma: la enferma no mejoraba, tampoco empeoraba; seguía igual.

—Es alentador que una enfermedad no empeore en este tiempo —le dijo la dama Wang a la Anciana Dama.

—Sí —respondió la apenada anciana—. Cualquier cosa que le sucediera a mi adorada niña me partiría el corazón.

Afligida, mandó llamar a Xifeng y le dijo:

—Vosotras siempre habéis sido buenas amigas. Mañana es el primer día de la decimosegunda luna; pues bien, quiero que vayas a verla pasado mañana y veas cómo está. Si ha mejorado algo, ven y dímelo; eso me quitaría un enorme peso de encima. Luego dispon las comidas que solían gustarle y envíaselas.

Xifeng prometió hacerlo así, y el día dos, después del desayuno, se encaminó a la mansión Ning a ver a Keqing. Aunque no parecía haber empeorado se notaba extenuada. Xifeng sel sentó y conversó con ella un rato animándola y asegurándole que no había motivo de alarma.

—En la primavera sabremos si me curo o no —dijo Keqing—. Quién sabe, quizás me recupere puesto que ha pasado el solsticio de invierno y no estoy peor. Dígales a la Anciana Dama y a la dama Wang que no se preocupen. Ayer me comí dos de los pasteles de batata rellenos de dátiles que me enviaron, y parece que me han sentado bien.

—Mañana te enviaremos más —prometió Xifeng—. Ahora me voy, tengo que ver a tu suegra antes de correr a informar a la Anciana Dama acerca dé tu salud.

—Por favor, mis respetos para ella y la dama Wang.

Con la promesa de transmitírselos, Xifeng fue a sentarse con la señora You, que le dijo:

—Dime sinceramente cómo la has encontrado.

Xifeng agachó la cabeza:

—Parece que hay poca esperanza. Yo en tu lugar empezaría a organizar el funeral. Quizás así podamos burlar la mala suerte.

—Ya he mandado hacer los preparativos en secreto, pero no he conseguido buena madera para tú ya sabes qué, así que por el momento me he desentendido.

Después de beber el té y charlar un rato más, Xifeng dijo que tenía que volver a informar a la Anciana Dama.

—No se lo digas todavía —le pidió la señora You—. No la alarmes.

Xifeng asintió y se marchó. A su regreso le dijo a la Anciana Dama:

—La esposa de Rong le envía sus respetos. Dice que se encuentra mejor y que no debe usted preocuparse. En cuanto esté un poco más recuperada vendrá ella misma a hacer su koutou.

—¿Qué impresión te dio?

—Creo que no hay nada que temer por el momento. Está animada.

La Anciana Dama quedó pensativa, y luego dijo:

—Anda ahora a cambiarte de ropa y descansa un poco.

Xifeng se retiró y, de camino a su cuarto, fue a informar a la dama Wang. Luego, Pinger la ayudó a ponerse un vestido de andar por casa entibiado junto al fuego, y con él se sentó y preguntó qué había ocurrido en su ausencia.

—Nada especial —le contestó la doncella al tiempo que le pasaba un tazón de té—. Vino la esposa de Lai Wang a traer los intereses de esos trescientos taeles. Ya los he guardado. El señor Rui mandó otra vez a preguntar si estaba en casa para venir a presentarle sus respetos.

—¡Ese canalla! ¡Parece que está buscando su ruina! —gruñó Xifeng—. Pues bien, que venga, ¡y ya verás lo que pasa cuando aparezca esa bestia!

—¿Por qué tiene tanto interés en venir?

Xifeng le describió el encuentro en el jardín de la mansión Ning durante la novena luna, y todo lo que en él había dicho.

—El asqueroso sapo quiere comer la carne del cisne celeste —dijo desdeñosamente Pinger—. Ese bruto no sabe lo que es la decencia. Ser capaz de imaginar lo que imagina le hace digno de un mal filial.

—Que venga —insistió Xifeng—. Yo sé cómo tratarlo.

Qué le ocurrió a Jia Rui durante su siguiente visita es suceso que se narra en el siguiente capítulo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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