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Capítulo XXVII

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Yang, la favorita del emperador [1] , llega hasta

el quiosco de las Lágrimas de Esmeralda

persiguiendo una mariposa.

Zhao, la Golondrina Voladora [2] , llora las flores caídas

mientras las entierra en una tumba de fragancias.

Lloraba Daiyu desconsolada cuando, con un chirrido, se abrió la puerta y salieron Baochai y Baoyu acompañados de Xiren y las demás doncellas. Daiyu estuvo tentada de salir de su escondite y enfrentarse a Baoyu, pero no quiso afrentarlo en público y decidió mantenerse apartada de su camino. Partió Baochai y volvieron a entrar Baoyu y las doncellas. Entonces ella fue ante la puerta cerrada y siguió derramando lágrimas. Luego regresó afligida a su cuarto y, muy fatigada, se dispuso a acostarse.

Zijuan y Xueyan conocían bien a su señora, que a menudo se pasaba las horas con el ceño fruncido o suspirando sin motivo; a veces, sin razón aparente, se echaba a llorar durante mucho tiempo. Al principio habían intentado consolarla suponiendo que echaba de menos a sus padres y su hogar, o que alguien la había tratado desconsideradamente; pero cuando con el correr del tiempo descubrieron que ésos eran sus hábitos dejaron de prestarle atención. Esa noche se retiraron a dormir dejándola sumida en sus amargas cavilaciones.

Abrazando sus rodillas, Daiyu se apoyó contra el cabezal de la cama con los ojos anegados. Allí se quedó inmóvil, como tallada en madera o modelada en arcilla, y sólo al oír la segunda vigilia cambió de postura y se tendió. El resto de la noche transcurrió sin que sé produjera acontecimiento digno de ser contado.

El siguiente era el vigesimosexto día del cuarto mes, la fiesta de la Espiga [3] , y era costumbre ofrendar toda clase de presentes y un banquete de despedida al dios de las Flores, puesto que ese día marcaba el comienzo del verano, cuando todas las flores se marchitan y el dios que las preside debe abdicar durante un año y marcharse. Dado que se trataba de una costumbre fielmente observada por las mujeres, aquel día los moradores del jardín de la Vista Sublime se levantaron muy temprano. Con flores y mimbre las muchachas trenzaron pequeñas sillas de manos y caballitos, o hicieron gallardetes y banderas de seda y de gasa que prendieron con vistosos cordeles en cada árbol o flor hasta convertir el jardín entero en una llamarada de color. Luego se ataviaron tan bella y vistosamente que incluso las flores y las aves quedaron eclipsadas. Pero no tenemos tiempo para demoramos en esta espléndida escena.

Baochai, las tres Primaveras, Li Wan y Xifeng estaban en el jardín jugando con la hijita de Xifeng, con Xiangling y las demás doncellas. Sólo faltaba Daiyu.

—¿Por qué no ha venido la prima Lin? —preguntó Yingchun—. ¡Qué perezosa! ¿Será posible que siga durmiendo?

—Iré a llamarla —se ofreció Baochai—. Esperadme aquí y la traeré.

Dicho lo cual, se encaminó inmediatamente hacia el refugio de Bambú.

En el camino se topó con las doce jóvenes actrices a cuya cabeza marchaba Wenguan, que la saludó y conversó con ella un momento. Baochai les dijo que se reunieran con las demás y, después de explicar su propio encargo, echó a andar por el sinuoso sendero que conducía a los aposentos de Daiyu. Al acercarse al refugio de Bambú vio a Baoyu entrando en el patio. Eso la hizo detenerse y cavilar un rato.

«Baoyu y Daiyu han crecido bajo el mismo techo —pensó—. Su familiaridad es tanta que no les importa cuánto se hieran o cómo se demuestren sus sentimientos; por otra parte, Daiyu es muy celosa y suspicaz. Si ahora me presento en el refugio de Bambú corro el riesgo de refrenar a Baoyu y de provocar el resentimiento de Daiyu. Mejor será que regrese.»

Y ya volvía a reunirse con las otras muchachas cuando aparecieron ante ella dos mariposas del color del jade y del tamaño de un abanico circular. Aleteaban, encantadoras, dejándose llevar por la brisa. ¡Qué divertido sería capturarlas! Y, dicho y hecho, Baochai extrajo el abanico de la manga y empezó a perseguirlas entre la hierba. Revoloteando ahora alto, ahora bajo, ahora por aquí y ahora por allá, las dos mariposas fueron conduciendo a la muchacha entre flores y sauces hasta el borde mismo del agua. A punto ya de llegar al quiosco de las Lágrimas de Esmeralda, Baochai, cansada, agitada y sudorosa, abandonó la persecución y emprendió el camino de regreso. En ese momento oyó unas voces que llegaban desde el quiosco.

Este lugar, situado en medio del estanque, estaba rodeado de una galería con balaustradas y se comunicaba con las orillas mediante puentes en zigzag. Ventanas de filigrana de papel cerraban sus cuatro costados. Baochai se detuvo ante una de ellas para escuchar atentamente.

—Mira este pañuelo —decía una voz—. Si es el que has perdido, tómalo. Si no lo es, lo devolveré al señor Yun.

—Claro que es el mío. Dámelo.

—¿Y cómo me lo agradecerás? ¿O acaso esperas que te haga este favor a cambio de nada?

—No te preocupes. Te prometí algo, y lo cumpliré.

—Eso espero, después de que te haya devuelto el pañuelo. ¿Pero cómo vas a agradecérselo al hombre que lo encontró?

—No seas tonta. Es un joven caballero y no es sino correcto que devuelva lo que encuentre. ¿Cómo voy a recompensarlo?

—¿Y qué le diré yo si no lo haces? Además, insistió en que no te lo devolviera si no le ofrecías alguna recompensa.

Siguió un largo silencio.

—Está bien —fue finalmente la respuesta—. Entrégale el mío como agradecimiento, pero júrame que no se lo contarás a nadie.

—Que se me reviente una ampolla en la boca y muera yo de muerte miserable si dejo escapar una palabra.

En ese momento se produjo una nota de alarma.

—¡Cielos! Nosotras aquí, tan embebidas en la charla, ¿y qué pasaría si hay alguien escuchando fuera? Abramos las ventanas, así podremos cambiar de conversación en caso de que alguien se acerque.

Baochai no podía dar crédito a sus oídos. «¡Con razón se ha dicho siempre que la gente perversa es astuta! —pensó—. ¡Vaya cara pondrán cuando abran la ventana y me vean! Diría que una de ellas es esa escurridiza y presumida Xiaohong, que trabaja para Baoyu. Es una criatura taimada donde las haya. Como dice el proverbio, “La desesperación lleva a los hombres a rebelarse y a los perros a saltar un muro”. Si ella llega a pensar que conozco su secreto puede haber problemas, lo que me resultaría incómodo. Pero ya es demasiado tarde para esconderme. Debo tratar de evitar sospechas lanzándolas tras una pista falsa…»

Y en el mismo instante en que oyó el sordo sonido de una ventana abriéndose, corrió hacia delante haciendo todo el ruido que pudo y exclamando entre risas:

—¡Daiyu! ¿Dónde te escondes?

Xiaohong y Zhuier se quedaron pasmadas al abrir la ventana y verla allí.

—¿Dónde habéis escondido a la señorita Lin? —les preguntó Baochai alegremente.

—¿La señorita Lin? No la hemos visto —contestó Zhuier.

—¡Pero si la vi desde la orilla! Estaba aquí agachada chapoteando junto al agua. Quise llegar hasta donde ella estaba sin hacer ruido, pero me vio llegar, echó a correr hacia el este y ahora ha desaparecido. ¿Seguro que no está escondida ahí?

Y entró en el quiosco, rebuscando antes de continuar.

—Seguro que se ha metido en alguna cueva rocosa —murmuró—. Lo tendrá bien merecido si le pica una serpiente.

Dicho lo cual se alejó, riéndose para sus adentros de como había burlado a las dos doncellas y preguntándose qué estarían pensando.


Baochai persigue las mariposas.

Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1892).

De hecho, Xiaohong se había tragado el anzuelo. En Cuanto Baochai se hubo alejado, cogió a Zhuier del brazo.

—¡Que el cielo nos libre! —le dijo—. Si la señorita Lin estuvo aquí, seguro que nos ha oído.

Zhuier no dijo nada, y se produjo un largo silencio.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Xiaohong.

—¿Y qué pasa si nos oyó? No es asunto suyo —replicó Zhuier.

—No sería grave si se tratara de la señorita Xue, pero la señorita Lin es de mente estrecha y gusta de hacer comentarios hirientes. ¿Qué haremos si nos ha oído y decide delatarnos?

La discusión fue interrumpida por la llegada de Wenguan, Xiangling, Siqi y Daishu. Las dos muchachas recibieron a las demás como si nada hubiera sucedido. Poco después Xiaohong vio a Xifeng que las llamaba por señas desde la orilla, y dejando a las otras chicas corrió a su encuentro.

—¿En qué puedo servir a Su Señoría? —preguntó sonriendo dulcemente.

Xifeng la miró despacio y quedó favorablemente impresionada por su buena presencia y su agradable manera de expresarse.

—Hoy no he traído a mis doncellas —dijo—, pero he recordado que necesito una cosa. ¿Crees que podrás entregar correctamente un mensaje?

Xiaohong sonrió.

—Deme sus instrucciones, señora, y castígueme si no transmito bien el mensaje y entorpezco sus asuntos.

—¿Para cuál de las jóvenes damas trabajas? Así podré explicar dónde has ido en caso de que pregunten por ti.

—Trabajo en los aposentos del señor Baoyu.

Xifeng soltó una risita.

—Ya veo. Eso lo explica todo. De acuerdo, si pregunta por ti le diré dónde estás. Ahora anda a mi casa y dile a tu hermana Pinger que bajo el estante de la vajilla del Horno Ru, sobre la mesa del cuarto de fuera, hay un paquete con ciento sesenta taeles de plata. Dile que es para los bordadores; que cuando llegué la esposa de Zhang Cai lo pese en su presencia y se lo entregue. Ah, y otra cosa. Quiero que me traigas la bolsa que está junto a la almohada de la cama del cuarto interior.

Xiaohong partió a cumplir las instrucciones, y al regresar descubrió que Xifeng había desaparecido. Pero vio a Siqi salir de una cueva arreglándose la falda. Xiaohong se le acercó.

—¿No sabes dónde ha ido la segunda señora? —le preguntó.

—No me he dado cuenta.

Xiaohong buscó por allí y luego fue a preguntar a Tanchun y a Baochai, que estaban a poca distancia contemplando los peces.

—Creo que la encontrarás con la señora Li Wan —le dijo Tanchun.

Inmediatamente Xiaohong se encaminó hacia la aldea de la Fragancia del Arroz, pero en el trayecto se encontró con Qingwen y otras seis doncellas.

—¿Todavía andas por ahí dando vueltas? —le dijo Qingwen en cuanto la vio—. No has regado las flores ni has dado de comer a los pájaros; no has encendido el fogón del té del patio, pero aquí estás paseando y tomando el aire…

—El señor Bao dijo ayer que las flores no necesitaban ser regadas hoy, que bastaba hacerlo cada dos días —replicó Xiaohong—. A los pájaros les di de comer cuando tú todavía estabas durmiendo.

—¿Y qué me dices del fogón del té? —preguntó Bihen.

—Hoy no es mi turno, así que no me preguntes si hay té o no.

—¡Pero escuchadla! —exclamó Yixian—. Mejor será que nos callemos todas y la dejemos vagar por ahí.

—¿Quién dice que estoy paseando? —replicó Xiaohong—. Llevo un recado de la segunda señora.

Les tapó la boca mostrándoles la bolsa, y se separaron.

—Claro —refunfuñó Qingwen más adelante—. Ahora qué ha trepado a una rama más alta del árbol no nos hace caso. Nuestra señora le ha dirigido una o dos palabras sin conocer siquiera su nombre y ella se ha henchido de orgullo. ¿Qué tiene de maravilloso llevar un recadillo? Ya veremos cómo acaba todo esto. Si es hábil más le vale apartarse de ese jardín y quedarse encaramada en su rama.

Xiaohong no estaba en condiciones de enfrentarse a ella. Habiendo seguido su camino tragándose el resentimiento, encontró por fin a Xifeng, que estaba conversando con Li Wan en sus aposentos. Avanzó hasta donde estaba y le informó del resultado de su encargo:

—Señora, la hermana Pinger dice que en cuanto Su Señoría salió, ella guardó el dinero, y que cuando vino la esposa de Zhang Cai lo pesó delante de ella y se lo entregó.

Y dándole la bolsa a Xifeng prosiguió:

—La hermana Pinger me ha pedido también que le dijera a Su Señoría que hace un rato llegó Lai Wang a pedirle instrucciones antes de partir a la mansión, donde usted lo ha enviado, y que ella lo despidió después de explicarle lo que Su Señoría deseaba.

—¿Y cómo le explicó lo que yo deseaba? —preguntó Xifeng con una sonrisa.

—Le dijo: «Nuestra señora envía sus respetos a Su Señoría. Nuestro segundo señor no se encuentra en casa en estos momentos, de modo que Su Señoría no debe preocuparse si tarda un par dé días. Cuando la quinta señora mejore, nuestra señora vendrá con ella a visitar a Su Señoría. El otro día la quinta señora envió una criada para informar de que la cuñada de nuestra señora había preguntado por Su Señoría en una carta, y qué deseaba que su cuñada de aquí le regalara dos píldoras de longevidad; que si Su Señoría tenía alguna que le sobrara, se la hiciera llegar a nuestra señora, ya que la próxima persona que viaje allí las entregará a su cuñada».

—¡Santo cielo! —exclamó Li Wan con una carcajada—. Ya he perdido la cuenta de tanta cuñada y señora.

—No me extraña —sonrió Xifeng—. Están en juego cinco familias.

Y volviéndose a Xiaohong:

—Eres una buena chica y entregas los mensajes con claridad, no como otras que pican con sus palabras como mosquitos. Sabrás, querida cuñada —dijo a Li Wan—, que no soporto hablar con la mayoría de las doncellas, salvo con unas cuantas que están a mi servicio. Ellas no lo saben pero detesto la manera que tienen de exagerar una frase y luego partirla en varias; de desmenuzar, arrastrar y tartamudear las palabras. Nuestra Pinger solía hacerlo tan atrozmente como las demás, y un día yo le pregunté: ¿Por qué tiene una chica linda como tú que zumbar como un mosquito? Y con unas cuantas amonestaciones más, mejoró.

—¿Tienen que ser pendencieras como tú para que te gusten? —dijo Li Wan riendo.

—¡Aquí hay una que me gusta! —Xifeng señaló a Xiaohong—. Es verdad que los recados no eran largos, pero ella los entregó sin desvirtuarlos.

Y dijo a Xiaohong con una sonrisa:

—Tienes que venir a trabajar para mí. Te haré mi hija adoptiva y serás de gran valor cuando haya terminado de formarte.

Xiaohong se echó a reír.

—¿Qué tiene de gracioso? —preguntó Xifeng—. ¿Acaso piensas que no tengo edad para ser tu madre sólo porque no te llevo muchos años? Si es así, estás loca. Pregunta por ahí. Hay más de una persona que te dobla la edad y sin embargo está deseando llamarme «madre». Te estoy haciendo un honor.

—No reía por eso —contestó Xiaohong—, sino porque Su Señoría equivoca mi generación. Mi madre ya es su hija adoptiva, señora, pero ahora usted me habla a mí también como a una hija.

—¿Quién es tu madre?

—¿No la conoces? —terció Li Wan con una sonrisa—. Esta niña es hija de Lin Zhixiao, el intendente.

—¡Oh! —exclamó Xifeng sorprendida—. ¡Hija de ese buen hombre! Pero si no hay manera de arrancarles una palabra, ni a él ni a su esposa, aunque se les pinche con un punzón. Siempre he dicho que forman una pareja ideal: parecen el Sordo celestial y la Muda terrestre [4] . ¿Quién iba a pensar que de ellos saldría una hija tan inteligente? ¿Qué edad tienes?

—Diecisiete —respondió la doncella.

—¿Y cuál es tu nombre?

—Primero me llamaba Hongyu —contestó la muchacha—, pero a causa del yu, que está en el nombre del señor Bao, ahora me llaman Xiaohong.

Xifeng frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—¡Qué desagradable! —dijo—. Por la forma que tienen todos de perseguir ese nombre se diría que tiene algo especial. Pues bien, en ese caso puedes trabajar para mí. ¿Sabes, cuñada? Yo le dije a su madre: «La esposa de Lai Da tiene mucho trabajo y ya ignora quién es quién en esta casa. Elígeme un buen par de doncellas». Y me prometió que lo haría, pero en vez de eso envía a su hija a trabajar a otro lugar. ¿Quizás pensó que la trataría mal?

—¡Qué suspicaz eres! —respondió Li Wan—. Cuando tú le dijiste eso a su madre, la niña ya trabajaba aquí.

—Le diré a Baoyu que pida otra persona y me envíe a esta chica. Si ella lo desea, claro.

Xiaohong sonrió.

—¿Desear? —dijo—. ¡Como si desear fuese cosa nuestra! Si yo pudiera trabajar con Su Señoría, aprendería modales y adquiriría experiencia.

En ese momento llegó una doncella de la dama Wang para llamar a Xifeng, que se despidió de Li Wan. Xiaohong regresó exultante al patio Rojo y Alegre, donde la dejaremos.

Volvamos ahora a Daiyu, que después de la noche de insomnio se había levantado tarde. Cuando oyó a las otras muchachas despidiendo al dios de las Flores en el jardín, se vistió apresuradamente y salió, temerosa de que se burlaran de ella por su holgazanería. Cruzaba el patio cuando llegó Baoyu, que la saludó entre risas.

—Querida prima —le dijo—, ¿me delataste ayer? He estado preocupado toda la noche.

Retirándole la mirada, Daiyu se dirigió a Zijuan.

—Cuando hayas ordenado los cuartos cierra las ventanas —ordenó a la doncella mientras echaba a andar hacia la salida—. Baja las cortinas y sujétalas con los leones [5] en cuanto haya llegado la madre golondrina. Y cubre el trípode cuando hayas prendido el incienso.

Baoyu atribuyó la fría recepción a los versos de mal gusto que había recitado el día anterior, puesto que ignoraba por completo el incidente de la noche. Hizo un saludo juntando las manos y alzándolas, pero Daiyu no le hizo caso, de manera que, perplejo, se fue sin decir una palabra más a reunirse con las demás muchachas.

«No creo que su actitud se explique por lo sucedido ayer —pensó—. Y por la noche llegué muy tarde y no volví a verla. ¿De qué otro modo puedo haberla ofendido?»

Todo esto pensaba mientras la seguía.

Daiyu se unió a Baochai y Tanchun, que estaban admirando el baile de las cigüeñas. Cuando llegó Baoyu, las tres muchachas conversaban.

—¿Cómo estás, hermano? —preguntó Tanchun—. Hace ya tres días que no te veo.

—¿Cómo estás, hermana? —contestó El otro día pregunté por ti a nuestra cuñada mayor.

—Ven. Quiero hablar contigo.

Baoyu la siguió dócilmente hasta un granado, donde ambos iniciaron una discreta conversación.

—¿Te ha mandado llamar nuestro padre en los últimos días? —preguntó Tanchun.

—No —contestó Baoyu sonriendo.

—Sin embargo, he oído decir que ayer mismo te mandó llamar.

—Quien te haya informado debe andar mal del oído, pues no lo hizo.

Tanchun soltó una risita.

—En estos últimos meses he podido ahorrar varias docenas de sartas de monedas y quiero que las tomes. La próxima vez que salgas puedes comprarme unas buenas caligrafías, pinturas o algunos juguetes divertidos.

—Después de tantos paseos por las plazas y mercados de dentro y fuera de la ciudad no he encontrado nada original ni realmente bien hecho —dijo Baoyu—. Todo son curiosidades de oro, jade, bronce o porcelana que no tienen lugar aquí. Fuera de eso sólo se encuentran sedas, ropas o alimentos.

—No me refiero a ese tipo de cosas, sino a objetos como los que me compraste la última vez: cestitas de mimbre, cajas de incienso talladas en raíces de bambú y pequeñas estufas de arcilla. ¡Todas las cosas que me trajiste eran preciosas y me gustaron mucho! Pero hubo otras personas que se prendaron de ellas y se las apropiaron como si fuesen tesoros.

Baoyu se rió.

—Si es ése el tipo de objetos que quieres, no tienes más que darle quinientas monedas a cualquiera de los pajes y te traerá dos carretas llenas. Esas cosas son muy baratas.

—¿Qué saben los pajes? Elígeme tú algunos objetos que sean sencillos sin ser vulgares, y genuinos sin ser artificiales. Consígueme una buena cantidad y te haré un par de pantuflas esmerándome más que cuando te hice las últimas. ¿Qué te parece?

—Por cierto —dijo Baoyu sonriendo—, eso me recuerda que llevaba puestas tus pantuflas un día que me encontré con nuestro padre. Me preguntó muy disgustado quién las había hecho. Naturalmente no le dije que habías sido tú. Le respondí que eran un regalo de la tía Wang por mi último cumpleaños. Como se trataba de ella no se atrevió a decir nada, pero hubo un silencio terrible y después dijo: «Qué desperdicio de tiempo, energía y buena seda». Cuando se lo conté a Xiren ella me comentó: «Eso no tiene importancia. En cambio la concubina Zhao se ha estado quejando amargamente; dice que los zapatos y las medias de su hermano menor Huan están agujereados y a ella no le importa; sin embargó, le borda pantuflas a Baoyu».

Tanchun frunció el ceño.

—¡Qué tontería! —exclamó—. ¿Acaso soy zapatera? ¿No tiene Huan su cuota de ropa, zapatos y medias, sin contar un montón de doncellas y criadas? ¿De qué se queja su madre? ¿A quién pretende impresionar? Si hago un par de pantuflas en mis rato libres se las puedo dar al hermano que quiera, y nadie tiene derecho a inmiscuirse. Está loca, no debería meterse en estos asuntos.

Baoyu asintió y sonrió.

—De todos modos es natural que ella vea las cosas de otro modo.

El comentario del muchacho no hizo sino enfurecer aún más a Tanchun, que sacudió la cabeza.

—Ahora eres tú el que dice disparates. ¡Pues claro que su mente ladina, baja y rastrera ve las cosas de otro modo! ¿Pero a quién le importa lo que ella piense? Yo no debo nada a nadie, sino a nuestro padre y a la Anciana Dama. Si mis hermanas, hermanos y primos me tratan bien es justo que yo haga lo propio sin detenerme a pensar si son hijos de una esposa o de una concubina. ¡No debería decir estas cosas, pero es que esa mujer es el colmo! ¿Sabes otra de sus ridiculeces? Dos días después de entregarte ese dinero para que me compraras baratijas en el mercado, vino llorándome miserias. Por supuesto, no le hice ningún caso, pero en cuanto las doncellas dejaron el cuarto empezó a reprenderme por haberte dado el dinero a ti en lugar de a Huan. No supe si reír o enfurecerme, de modo que la dejé y me fui a ver a Su Señoría…

En ese momento la conversación fue interrumpida por Baochai, que los llamó alegremente:

—¿Todavía no habéis hablado bastante? Se nota que sois hermanos, según abandonáis a los demás para discutir asuntos privados. ¿Es que no podemos oír una sola palabra?

Ambos sonrieron mientras se reintegraban al grupo.

Entretanto, Daiyu había desaparecido, y Baoyu intuyó que estaba evitando encontrarse con él. Decidió aguardar un par de días a que sé le pasara el mal humor antes de volver a acercarse a la muchacha. Luego, al agachar la cabeza, observó que el suelo estaba cubierto de pétalos de balsamina y de flor de granada.

«¿Tan enfadada está que ni recoge los pétalos? —suspiró—. Cogeré estos y mañana mismo intentaré hablar con ella.»

—Vamos a dar un paseo —sugirió Baochai en ese momento.

En cuanto las muchachas hubieron partido, él recogió en su halda todas las flores caídas y cruzó con ellas una pequeña colina, un arroyo y un huerto hasta que llegó al montículo donde Daiyu había enterrado las flores de melocotonero. Justo antes de dar la vuelta a la colina de la tumba de las flores escuchó unos sollozos al otro lado. Alguien se lamentaba y lloraba de manera desgarradora.

«Alguna doncella ha sido maltratada y ha venido aquí a llorar —pensó—. ¿Quién será?»

Se detuvo a escuchar, y esto es lo que oyó:

Las flores deshojadas, dispersadas por el viento, ocultan el cielo.

¿Quién lamenta su rojo desleído, su mortecino aroma?

En los quioscos ondea suave la tela de la araña,

y en la bordada cortina, leves, quedan prendidos los vilanos de los sauces.

Llora la muchacha el final de la primavera;

nada alivia la tristeza que le oprime el corazón.

Del adornado aposento sale con una azada en la mano,

y en su trasiego, ¡cuánto sufre pisando las flores marchitas!

Los sauces, moviendo los cabellos, y los olmos, mostrando sus monedas [6] ,

ufanos de su fragancia, desatienden

el vuelo de los pétalos de durazno y ciruelo.

Pasará un año. Florecerán de nuevo.

Tal vez entonces no ocupe la alcoba.


El llanto de Daiyu por las flores caídas.

Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1892).

El mes tercero ya están dispuestos en el techo

los perfumados nidos. Las insensibles golondrinas,

pasado un año, picotearán de nuevo

una nueva floración.

Pero caerán sus nidos, quedarán las vigas desoladas.

¿Dónde estará la muchacha?

Trescientos sesenta días al año amenazan sin piedad

la daga del viento y el sable de la escarcha,

¿cuánto tiempo fresca y bella vivirá una flor

si cae de un golpe, se la lleva el viento y no se vuelve a encontrar?

Es fácil ver una flor abierta, difícil encontrarla cuando ha caído.

La que sepulta las flores muertas, bajando la escalera, muere de tristeza.

Apoyándose en la azada, deja resbalar lágrimas secretas,

gotas de sangre que salpican cada tallo desnudo.

Cae la tarde y ya no canta el cuclillo;

con la azada al hombro, regresa a la cabaña y cierra la puerta.

Una lámpara verde ilumina la pared mientras el sueño avanza.

La lluvia golpea la ventana. Hace frío entre las mantas.

Si me preguntan por qué me siento angustiada

diré: amor a la primavera, sí, pero también enojo;

amor porque llega súbita cuando no la espero,

enojo porque se marcha sin avisar.

Anoche flotaba sobre el patio una triste canción.

Sería el alma de las flores o el alma de los pájaros.

Es difícil retener el espíritu de las flores y las aves:

las flores se avergüenzan y los pájaros callan.

Quisiera tener alas y emprender el vuelo

con los pétalos hasta el fin del mundo.

¿Pero quién sabe si allí existe

una tumba donde enterrar fragancias?

Mejor en bolsas de seda recoger sus restos de aroma

y en la limpia tierra, como una tumba, sepultarlos.

Pues puros partirán como puros llegaron:

sin dejarse cubrir por el sucio fango.

Flores muertas que he venido a enterrar,

¿cuándo os seguiré en la noche oscura?

Se ríen de mi locura porque os entierro,

¿lo hará alguien conmigo igual?

Ya se acaba la primavera. Van cayendo las flores.

También es hora de que las jóvenes se marchiten y mueran.

Cuando la primavera termine y la belleza se mustie

quedarán unos pétalos en el suelo y la muchacha muerta.

Nunca más volverán a encontrarse.

Oyendo recitar este poema, Baoyu cayó al suelo transido de dolor.

Quien quiera saber lo que ocurre, que escuche el capítulo siguiente.

Sueño En El Pabellón Rojo

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