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Capítulo XXIII

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Unos versos de Historia del ala oeste

son citados en broma.

Una canción de El pabellón de las peonías

lleva la aflicción a un corazón tierno.

Después de visitar el jardín de la Vista Sublime, ya de vuelta en palacio, Yuanchun impartió instrucciones para que Tanchun copiase todos los poemas escritos aquel día de modo que ella pudiera ordenarlos según su mérito, y luego mandó que fueran inscritos en el jardín, pues quería que quedasen allí como duradero testimonio de aquella espléndida ocasión. Jia Zheng ordenó la búsqueda de artesanos hábiles en el pulido y grabado de piedra para que, bajo la supervisión de Jia Zhen asistido por Jia Rong y Jia Ping, se cumpliera la voluntad de la concubina imperial. Jia Qiang, por su parte, estaba muy ocupado atendiendo sus tareas, entre las que se incluían doce actrices, y pidió ser sustituido en la supervisión de las obras por Jia Chang y Jia Ling.

Llegado el momento, las piedras fueron revestidas de cera y los poemas grabados en bermellón. Pero dejemos este asunto.

Ya habían sacado del jardín a las veinticuatro novicias budistas y taoístas del convento de Dharma [1] y del templo del Emperador de Jade, y Jia Zheng había pensado distribuirlas entre varios lugares consagrados de las afueras, lo que llegó a oídos de la madre de Jia Qin, Zhou de soltera, que vivía en la calle de atrás. La mujer se dirigió en una silla de manos a solicitar a Xifeng que consiguiera para su hijo un trabajo remunerado, grande o pequeño.

Como la solicitante era una mujer sencilla, Xifeng accedió a su petición y, después de evaluar cómo enfocaría el tema de la manera más conveniente, dijo a la dama Wang:

—No deberíamos prescindir de las novicias budistas y taoístas, pues las volveremos a necesitar la próxima vez que venga Su Alteza y entonces será muy difícil reunirlas. Sería mejor acomodarlas en el templo familiar del Umbral de Hierro, de manera que sólo tengamos que enviar a alguien que les lleve cada mes unos cuantos taeles de plata para leña y arroz. En cuanto las volviéramos a necesitar las tendríamos a mano.

La dama Wang transmitió a su esposo la propuesta de Xifeng.

—Estoy de acuerdo. Me alegra que me lo hayas recordado —dijo él, y mandó buscar a Jia Lian, que, cuando recibió la llamada, estaba comiendo con Xifeng y, sin saber para qué era requerido, dejó su tazón de arroz y se dispuso a partir enseguida.

—¡Aguarda un momento y escúchame! —le dijo ella asiéndole el brazo—. Si se trata de cualquier otro asunto, entonces no me concierne; pero si se trata de las pequeñas novicias tienes que hacer lo que yo te diga.

Y le transmitió exactamente lo que debía decir. Jia Lian meneó la cabeza mientras reía.

—No es asunto mío. Si eres tan hábil, ve tú misma a pedírselo al tío.

Xifeng echó hacia atrás la cabeza, dejó los palillos sobre la mesa y clavó la mirada en los ojos de Jia Lian con una sonrisa helada.

—¿Hablas en serio o estás bromeando?

—Yun, el hijo de la quinta cuñada, la que vive en el callejón occidental, ha venido varias veces a suplicarme que le consiga un trabajo, y yo le he prometido hacerlo si tiene un poco de paciencia. Ahora por fin aparece una ocasión de cumplir mi palabra y tú, como siempre, la quieres aprovechar para tus propios compromisos.

—No te preocupes. Su Alteza quiere que se planten más pinos y cipreses en la esquina nordeste del jardín, y más flores al pie de la torre. Te prometo que ese trabajo será para Yun.

—Bueno, de acuerdo —rió él—. Pero dime, ¿por qué anoche te mostraste tan poco complaciente cuando todo lo que pretendía era probar una postura nueva?

Xifeng resopló de risa y escupió fingiendo desagrado; luego agachó la cabeza y continuó comiendo.

Jia Lian se alejó con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando descubrió que, efectivamente, su tío le había mandado llamar para hablarle del asunto de las novicias, siguió las instrucciones de su esposa y dijo:

—Parece que Jia Qin demuestra aptitudes y opino que podríamos confiarle esta tarea. Sólo tendría que ir retirando las soldadas mensuales de la manera habitual.

Como Jia Zheng nunca se interesaba por tales asuntos, no tuvo nada que objetar. En cuanto Jia Lian regresó a informar a Xifeng, ésta envió a una criada para que notificase a la madre de Jia Qin que su hijo ya disponía de un trabajo. Poco después llegó el joven a presentar sus agradecimientos. Como favor especial, Xifeng pidió a su esposo que entregase al joven tres meses por adelantado y le hizo extender un recibo sobre el que Jia Lian estampó el visto bueno. Luego el joven, con la tarja de la casa en la mano, se encaminó a la tesorería, donde retiró el monto del sueldo de tres meses: unos dos o trescientos taeles de relumbrante plata. Tomó indolentemente una de las piezas y la dio como propina a uno de los hombres que habían pesado la plata. «Para una taza de té», dijo poniéndosela en la palma de la mano. El resto lo mandó a su casa con su criado. Siguiendo el consejo de su madre, alquiló enseguida un asno resistente y varias carretas cubiertas que situó en la puerta lateral de la mansión Rong; llamó luego a las veinticuatro novicias, las subió a las carretas y partió con ellas en dirección al templo del Umbral de Hierro, donde los dejaremos de momento.

Mientras leía los poemas del jardín de la Vista Sublime, Yuanchun había pensado que sería una lástima que su padre decidiera cerrar tan hermoso paraje tras su visita, aunque fuera por deferencia, pues eso impediría el acceso a los demás. Las muchachas de la casa, pensó, eran aficionadas a la poesía, y su traslado allí, entre flores y sauces, terminaría de convertir el jardín en un perfecto escenario al que, sin embargo, le faltarían admiradores. Luego pensó que Baoyu era un joven diferente que había sido criado entre muchachas, y su exclusión podría deprimirlo considerablemente, sin contar con el disgusto de la Anciana Dama y la dama Wang; así pues, decidió que él también tuviese acceso al jardín, y envió al eunuco Xia Shouzhong a la mansión Rong con la siguiente orden: «Que Baochai y las otras damitas se trasladen a vivir al jardín de la Vista Sublime, que en ningún caso debe ser clausurado. También Baoyu debe mudarse allí, y continuar en ese lugar sus estudios».

El edicto fue recibido por Jia Zheng y la dama Wang, y en cuanto el eunuco hubo partido lo transmitieron a la Anciana Dama y enviaron criados a limpiar el jardín y disponer los recintos colgando persianas, antepuertas y cortinas.

Todos recibieron la noticia con relativa calma; sólo Baoyu no cupo en sí de júbilo. Precisamente se encontraba discutiendo el asunto con su abuela, exigiendo esto y lo de más allá, cuando una doncella llegó a comunicarle, como un relámpago surgido del vacío ante el que empalideció, que su padre quería verlo. Se prendió como una lapa a su abuela, demasiado aterrado por el requerimiento para separarse de ella.

—Anda, tesoro —le dijo la anciana—. No permitiré que te trate mal. Además, como compusiste aquellos versos tan buenos, Su Alteza ha decidido que te vayas a vivir al jardín, y me atrevo a suponer que tu padre quiere advertirte que te portes bien cuando te hayas trasladado allí. Simplemente dile que sí a cuanto diga, y ya verás como todo marcha sobre ruedas.

Dicho lo cual llamó a dos viejas amas y les ordenó qué llevasen a Baoyu a ver a su padre y cuidaran de que no se dejara dominar por el pánico.

Las amas obedecieron y Baoyu partió arrastrando los pies. Jia Zheng estaba discutiendo unos asuntos en el cuarto de su esposa, mientras las doncellas Jinchuan, Caiyun, Cabria, Xiuluan y Xiufeng esperaban fuera, bajo los aleros. Cuando vieron llegar a Baoyu sonrieron como quien sabe algo. Jinchuan, tirándole de la manga, le susurró al oído:

—Acabo de pintarme los labios con un colorete perfumado. ¿Quiere probarlo, señor?

Pero Caiyun la apartó de Baoyu dándole un empujón mientras le decía:

—No fastidies al señor cuando está preocupado.

Y a Baoyu:

—Entre rápido, ahora que su padre está de buen humor.

Amedrentado, Baoyu se dispuso a entrar en el cuarto donde estaban sus padres. La concubina Zhao levantó la antepuerta y él entró haciendo una reverencia. Su padre y su madre estaban hablando uno frente al otro, sentados sobre el kang. Junto a ellos, un poco más abajo, estaban Jia Huan, Yingchun, Tanchun y Xichun. Cuando el muchacho entró todos se incorporaron, salvo Yingchun.

Jia Zheng levantó la mirada y vio a Baoyu de pie frente a él. El impresionante encanto y el aire distinguido del muchacho contrastaban tan fuertemente con la apariencia vulgar de Jia Huan, que de pronto evocó a Zhu, su hijo muerto. Miró a la dama Wang, que sólo tenía este hijo y lo adoraba. En cuanto a él mismo, ya la barba se le empezaba a agrisar. Pensando en todo esto abandonó por un momento su habitual aversión a Baoyu y, después de un silencio dijo:

—Su Alteza ha ordenado que estudies y practiques caligrafía en el jardín, con las muchachas, en lugar de estar haciendo sandeces fuera mientras descuidas tus estudios. Aplícate, ¡y ay de ti si continúas portándote mal!

—Sí, señor —asintió Baoyu inmediatamente.

Entonces su madre lo llamó para que se sentara a su lado. Jia Huan y los demás volvieron a tomar asiento. Acariciando cariñosamente el cuello de su hijo, la dama Wang preguntó:

—¿Has terminado de tomar esas píldoras que te recetaron el otro día?

—Me queda una.

—Pues entonces mañana mismo debes procurarte diez más. Que Xiren se ocupe de que tomes una cada noche antes de acostarte.

—Desde que recibió su orden ha estado cumpliéndola, madre.

—¿Xiren? —intervino Jia Zheng—. ¿Quién es Xiren?

—Una doncella —le respondió su esposa.

—Supongo que una doncella puede llevar cualquier nombre, pero éste es demasiado sugerente. ¿Quién se lo ha puesto?

Para proteger a su hijo del desagrado de su padre, la dama Wang dijo:

—Fue idea de la Anciana Dama.

—Ese nombre nunca se le ocurriría a la Anciana Dama. Tiene que ser obra de Baoyu.

Como no había forma de ocultar la verdad, Baoyu se levantó y confesó:

—Recordé ese verso de un antiguo poema: «Cuando la fragancia de las flores atrapa a los hombres / sabemos que el día está templado». Como su apellido es Hua, la he llamado Xiren [2] .

—Debes cambiarle el nombre en cuanto regreses —terció rápidamente la dama Wang. Y volviéndose a su esposo—: No se moleste por una cosa tan trivial, señor.

—En realidad no tiene importancia. No hay necesidad de cambiarle el nombre. Pero esto demuestra que, en lugar de estudiar, Baoyu derrocha su tiempo en pamplinas sentimentales.

Y luego, dirigiéndose a Baoyu con tono de dureza:

—¡¿Qué haces ahí parado, monstruo desnaturalizado?!

—Anda, corre —le dijo la dama Wang—. Seguro que la Anciana Dama te está esperando para cenar.

Baoyu se retiró lentamente. Una vez fuera sonrió abiertamente y le sacó la lengua a Jinchuan antes de alejarse corriendo flanqueado por las dos amas. Encontró a Xiren apoyada en el umbral del salón de recepciones. Al ver que había regresado sano y salvo, a la muchacha se le iluminó el rostro. Le preguntó para qué deseaba verlo su padre.

—Nada especial. Sólo quería advertirme que cuando me vaya a vivir al jardín me comporte mejor que nunca.

Llegó hasta el cuarto de la Anciana Dama y le contó lo sucedido. Luego le preguntó a Daiyu, que estaba allí, en qué parte del jardín le gustaría vivir.

Daiyu ya había estado dándole vueltas al asunto, y respondió sin dudarlo:

—Yo elegiría el refugio de Bambú. Me gustan mucho esos bambúes que ocultan una balaustrada serpenteante, y además es el lugar más tranquilo.

—¡Justo lo que había pensado yo! —aplaudió Baoyu—. Allí quiero que vivas. Yo viviré en el patio Rojo y Alegre, de manera que estaremos muy cerca uno del otro, y deliciosamente tranquilos.

En ese momento llegó un criado enviado por Jia Zheng para informar a la Anciana Dama de que el día veintidós del segundo mes sería un día favorable para emprender la mudanza al jardín, y que los recintos de los jóvenes estarían dispuestos para entonces. Baochai ocuparía el parque de las Alpinias, Daiyu el refugio de Bambú, Yingchun el pabellón del Vario Esplendor, Tanchun el estudio del Frescor Otoñal, Xichun la cabaña de la Brisa de las Centinodias, Li Wan la aldea de la Fragancia del Arroz, y Baoyu el patio Rojo y Alegre. Dos viejas amas y cuatro doncellas fueron asignadas a cada lugar para que reforzaran la asistencia encomendada a un ama y sus ayudantes para cada habitante del jardín; además habría criados cuya única tarea sería quitar el polvo y barrer. El día veintidós se procedió a la mudanza, y enseguida el jardín, con sus flores cubiertas de cintas de seda bordada y sus sauces encrespados por una brisa fragante, perdió su aire de desolación. Pero no es preciso entrar en muchos detalles.

Baoyu descubrió que la vida en el jardín colmaba todos sus deseos. Nada le gustaba más que pasear diariamente con sus hermanas, primas y doncellas leyendo, escribiendo, tañendo el laúd, jugando al weiqi, pintando, recitando poemas, contemplando a las muchachas mientras bordaban sus fénix, disfrutando de las flores, cantando quedamente, resolviendo acertijos o jugando a acertar los dedos de la mano. En una palabra, era feliz. Allí escribió los siguientes poemas sobre las cuatro estaciones, que, a pesar de ser bastante convencionales, dan cierta idea de lo que el muchacho sentía en aquel lugar:

NOCHE DE PRIMAVERA

Me cubre un ocaso de mantas de seda; están echadas, nubes ligeras, las cortinas de mi cuarto.

Hasta aquí llega, desde la calle vecina, el vago rumor de la sexta vigilia [3] .

Sobre mi almohada se extiende un ligero frescor: Llueve y llueve más allá de las ventanas.

Por mis ojos desfila la primavera, y evoco en su paisaje a la que vive en mi sueño.

¿Por quién derrama la vela su lágrima interminable?

Las flores cayendo, tan tristes, se quejan de mí.

Los mimos han vuelto perezosas a mis doncellas;

me hastían su cháchara y sus risas, acurrucado bajo las mantas.

NOCHE DE VERANO

Se abandona la bella muchacha, cansada ya de bordar, a un sueño profundo.

«Preparadme té», repite el papagayo desde su jaula dorada.

Al abrir el espejo precioso, pienso en la luna brillando a través de la ventana.

Por la alcoba, densas, flotan nubes de sándalo que huelen a incienso imperial.

Fluye de las copas de ámbar el cristalino Rocío de Loto [4] .

La brisa fresca de los sauces vence balaustradas de cristal,

y van agitando su seda los abanicos por los pabellones del lago.

En las torres de carmín, las persianas levantadas, se despojan las muchachas de sus dijes.

NOCHE DE OTOÑO

Silencioso, el pabellón rojo perfumado por la ruda.

La luz del Espíritu del Laurel [5] fluye y baña la gasa de las cortinas.

El musgo cubre los surcos de las rocas donde duermen las cigüeñas,

y, cerca del pozo, las hojas de paulonia mojadas por el rocío humedecen el plumaje de los cuervos.

Una doncella extiende una manta de fénix dorado.

Se quita las flores del pelo una muchacha que regresa del balcón.

No deja el licor conciliar el sueño en la silenciosa, sedienta noche;

pide que aticen las brasas de nuevo, que enciendan fuego para hervir el té.

NOCHE DE INVIERNO

Ya duermen el ciruelo y el bambú, sueñan en la tercera vigilia.

Pero yo, cubierto de mantas con cisnes bordados, no puedo dormir.

En el patio que asombran los pinos sólo se ven las cigüeñas.

Las flores del peral alfombran el suelo [6] ; ya no cantan las oropéndolas.

Tienen frío las muchachas de mangas verdes recitando los poemas;

y los señores, con sus abrigos de piel de marta, piden el licor más fuerte.

Es agradable que la doncella sepa preparar el té.

Y que lo hierva con la nieve recién caída.

Cuando ciertos aduladores descubrieron que estos poemas eran obra de un hijo de la mansión Rong que sólo tenía doce o trece años, los copiaron y se dedicaron a elogiarlos por todas partes, mientras jóvenes galantes atraídos por las imágenes de ensueño que contenían los inscribieron en sus abanicos, o sobre paredes, y los recitaron y admiraron. El resultado fue que Baoyu vivió el embeleco de recibir solicitudes de poemas, caligrafías, pinturas e inscripciones, y atender tantas peticiones le ocupaba buena parte del día.

Pero al cabo de un tiempo la vida reposada empezó a perder sabor, y Baoyu empezó a inquietarse, insatisfecho y aburrido. La mayoría de los habitantes del jardín eran muchachas ingenuas e inocentes que reían y jugueteaban sin inhibiciones todo el día, y poco conscientes de los sentimientos del muchacho que, demasiado alterado para permanecer con ellas, empezó a hacer de las suyas afuera. A pesar de ello, continuó sintiéndose de mal humor y frustrado.

Su paje Mingyan intentó ingeniar alguna manera de distraerlo, y llegó a la conclusión de que sólo una cosa podía resultarle entretenida. Fue a una librería y compró a su amo un montón de novelas antiguas y nuevas, con relatos sobre las concubinas imperiales y las emperatrices, así como algunos libelos sentimentales. Baoyu nunca había leído semejantes obras, y la impresión que tuvo fue la de haber descubierto un tesoro.

—No las lleve al jardín —le advirtió Mingyan—. Si alguien las encuentra me veré metido en serios problemas.

Pero ¿cómo iba Baoyu a aceptar semejante sugerencia? Después de muchas dudas eligió varios volúmenes de estilo más refinado que el resto y los introdujo en el jardín, escondiéndolos sobre el palio de su cama para leer cuando estuviese a solas. Las obras más crudas e indecentes las mantuvo ocultas en su estudio, fuera del jardín.

Cierto día, a mediados del tercer mes, paseaba después del desayuno por el puente que sorteaba la compuerta de la Fragancia que Rezuma. Llevaba bajo el brazo un ejemplar de Historia del ala oeste y se sentó a leerlo sobre una roca, bajo un melocotonero en flor. En el preciso momento en el que leía el verso: «Vuelan a ráfagas pétalos rojos», un golpe de viento precipitó sobre él tal lluvia de pétalos que quedó sepultado y, en torno suyo, el suelo quedó alfombrado de rojo. Por temor a aplastar las flores si se las sacudía, Baoyu las juntó cuidadosamente en el halda de su túnica y las llevó hasta la orilla del agua, donde las arrojó al riachuelo. Las vio flotar en círculos por unos instantes y luego perderse por el arroyo de la Fragancia que Rezuma.

A su vuelta encontró el suelo todavía cubierto de pétalos, y mientras estimaba cómo dispondría de ellas oyó una voz a su espalda:

—¿Qué haces aquí?

Al volverse vio a Daiyu con una azada al hombro, una bolsa de seda colgada de ésta y una escoba en la mano.

—Llegas a tiempo de barrer estos pétalos hasta el agua —exclamó Baoyu—. Acabo de tirar allí un montón.

—Al agua no —objetó Daiyu—. Puede que aquí esté limpia, pero una vez que abandona estos jardines recibe todo tipo de desperdicios e inmundicias de la gente. Las flores serían muy desgraciadas. En aquella esquina tengo una tumba para flores. Las estoy juntando y poniendo en esta bolsa de seda para enterrarlas allí, y con el tiempo se volverán otra vez tierra. ¿No te parece más limpio?

A Baoyu le encantó la idea.

—Voy a dejar este libro en alguna parte y te ayudaré.

—¿Qué libro es ése?

Con un gesto nervioso, Baoyu lo apartó de su vista

El Invariable Medio y El Gran Estudio [7] .

—Estás tratando de engañarme. Más te hubiera valido enseñármelo desde el principio.

—No me importa enseñártelo a ti, querida prima, pero no digas una palabra de esto a nadie. Es una verdadera obra maestra. Una vez que lo empieces no podrás detenerte ni a comer.

Y le pasó el libro.

Daiyu dejó las herramientas y se puso a leer, y cuanto más leía más ajena a todo se sentía, de manera que leyó íntegras las cinco escenas de la obra en menos de lo que se tarda en una cena. Solamente la belleza del lenguaje le dejó un sabor muy dulce en la boca. Cuando acabó su lectura permaneció sentada como en trance, evocando alguno de los versos.

—¿No te parece una maravilla? —le preguntó él.

La muchacha sonrió.

—Es fascinante.

—Yo soy «el enfermo de deseo» —bromeó Baoyu—, y tu belleza es «la que derrumba ciudades y reinos».

Daiyu se sonrojó hasta las orejas, frunció el ceño y, a través de los párpados semicaídos, sus ojos despidieron fulgores de ira. Señaló a Baoyu con un dedo acusador.

—¡Mereces la muerte! ¡Traer libros licenciosos a este lugar para luego insultarme con citas indecentes!

Las lágrimas le empezaron a caer por el rostro. Y añadió:

—¡Voy a decírselo a mi tío y a mi tía!

Y se dio la vuelta para irse.

Baoyu, desesperado, le cerró el paso.

—¡Perdóname, prima querida! No debí decirte eso. Que mañana me caiga en un estanque y me devore una tortuga de cabeza costrosa si mi intención fue insultarte, y que yo mismo me vuelva una gran tortuga para que, cuando seas una dama de primer rango y te hayas trasladado al paraíso del oeste, yo acuda allí a soportar eternamente la estela de piedra de tu tumba sobre el lomo.

Al oír aquel despropósito, Daiyu se echó a reír y se secó los ojos.

—Te asustas con tanta facilidad y a la vez dices unas tonterías tan tremendas… No eres sino «un brote sin flor», «una punta de lanza de cera que semeja plata» [8] .

Ahora le tocó reír a Baoyu.

—¡Qué cosas dices! Yo también te delataré.

—Te jactas de que puedes memorizar un pasaje leyéndolo una sola vez. ¿Por qué no puedo yo retener «diez líneas de una mirada»?


Daiyu recoge las flores caídas.

Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1815).

Él apartó el libro entre risas.

—Olvídalo. Vamos a enterrar las flores.

Apenas hubieron terminado, apareció Xiren.

—Conque está ahí —le dijo—. Lo he buscado por todas partes. El señor mayor no se siente bien y todas las señoritas han ido a preguntar por su salud. La Anciana Dama quiere que también vaya usted. Venga rápido a cambiarse de ropa.

Entonces Baoyu tomó su libro, se despidió de Daiyu y volvió a su pabellón con Xiren.

Cuando Baoyu y todas las muchachas hubieron partido, Daiyu no supo qué hacer y decidió regresar a su refugio. Al dar la vuelta por el patio de los Perales Fragantes, donde ensayaban las doce actrices, oyó al otro lado del muro dulces sones de flautas y voces. Por lo general, las letras de las óperas no le llamaban mucho la atención y nunca las había escuchado detenidamente, pero ahora, mientras caminaba, llegaron a sus oídos con toda claridad estos dos versos:

Ayer florecían con brillante morado y tierno carmín;

hoy están entre los muros derruidos y los pozos arruinados.

Extrañamente conmovida, se detuvo a escuchar. La cantante continuó:

¡Qué encantadora visión tuve esta mañana!

¿Pero a quién pertenece este patio lleno de placeres?

Daiyu asintió con la cabeza y suspiró. «De manera que las óperas también tienen buenos versos… —pensó—. Lástima que la gente se ocupe sólo del espectáculo sin detenerse en el sentido.»

Y entonces lamentó que su meditación le hubiese impedido escuchar una estrofa. Aguzó el oído y oyó:

Pues eres tan bella como una flor,

y la juventud se aleja como el agua que corre.

El corazón de Daiyu dio un brinco. El siguiente verso, que decía

Sola reposas en tu recóndita alcoba.

le afectó tanto que se sentó sobre una roca para meditar sobre su significado. Los dos versos que decían

Pues eres tan bella como una flor,

y la juventud se aleja como el agua que corre.

le recordaban un verso de un antiguo poema:

Fluye el agua y las flores caen, sin piedad…

Y los versos de otro poema:

Con el agua que corre y la flor que se deshoja se va la primavera

lejos, tan lejos como el cielo del mundo de los hombres.

Comparó todo ello con los versos que acababa de leer en Historia del ala oeste:

Las flores se deshojan y roja corre el agua,

el dolor es infinito.

Mientras cavilaba acerca del significado de todos esos versos el corazón empezó a dolerle y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. En su perplejidad hubiera permanecido allí, pero apareció una persona que vino a darle una súbita palmadita en la espalda. Ella se volvió para mirar. Se trataba de… Escuchen ustedes el capítulo siguiente.

Pues en efecto:

Ella no cuida su arreglo matinal ni el bordado nocturno,

pero se siente afligida bajo la luna y frente a la brisa.

Sueño En El Pabellón Rojo

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