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Capítulo XXX

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Recurriendo a un abanico, Baochai

se burla de los dos primos.

Dibujando el carácter Qiang, Lingguan conmueve

profundamente a un tonto que la observa.

Llena también de remordimientos después de su pelea con Baoyu, a Daiyu no se le ocurrió, sin embargo, ningún buen pretexto para hacer las paces con él, de modo que pasó todo el día y la noche desalentada y sin consuelo. Zijuan, que adivinó sus sentimientos, trató de amonestarla.

—Lo cierto, señorita, es que actuó con mucha ligereza el otro día —le dijo—. Nadie conoce al señor Baoyu mejor que nosotras, y no es la primera vez que la emprende a golpes con ese jade.

—De manera que te pones de su parte y me culpas a mí de lo sucedido… —replicó Daiyu escupiendo a la doncella—. ¿Por qué razón actué con mucha ligereza?

—Si se pudo haber resuelto fácilmente el problema, ¿por qué cortó el cordón del jade? Ese gesto la hizo a usted más culpable que el señor Baoyu. Él siempre es paciente y amable con usted; en cambio, señorita, son sus enfados y la manera que tiene de retorcer las palabras lo que provoca discusiones.

Antes de que Daiyu pudiera responder tocaron en la puerta.

—Es la voz del señor Baoyu —dijo Zijuan sonriendo—. Vendrá a disculparse.

—No lo dejes pasar.

—Eso no estaría bien, señorita. Hace muchísimo calor fuera. No le vaya a dar una insolación.

Y abrió la puerta, haciendo pasar a Baoyu con una sonrisa.

—Pensé que nunca volvería a cruzar nuestro umbral —dijo la doncella—, y ya ve, aquí está de nuevo.

—Tomas las cosas demasiado en serio —dijo él con una leve risa—. ¿Por qué no habría de volver? Incluso muerto, mi fantasma seguiría viniendo aquí a penar cien veces al día. ¿Está mejor mi prima?

—De salud, sí; de sentimientos, no.

—Yo sé lo que le pasa.

Al entrar encontró a Daiyu sobre la cama presa de un ataque de llanto, producto esta vez de la emoción al verlo llegar.

Él se le acercó jovialmente y preguntó:

—¿Te sientes mejor?

Daiyu no respondió, limitándose a enjugar sus lágrimas mientras él se sentaba al borde de la cama.

—Sé que no estás realmente enfadada conmigo, pero si dejo de venir otros hubieran pensado que hemos vuelto a reñir y no tardarían en aparecer para terciar entre nosotros, como si tú y yo fuéramos extraños. Así que aquí estoy, pégame, insúltame o lo que quieras, ¡pero hazme caso, mi dulce, querida, queridísima prima!

En efecto, ella había tomado la decisión de ignorarlo, pero el discurso que acababa de oír le demostraba que él la quería más que a nadie, y tantas dulces palabras acabaron por vencer su resistencia.

—No es necesario que me halagues —dijo Daiyu entre sollozos—. Nunca volveré a ser tu amiga. Compórtate como si me hubiese ido.

—¿Y dónde te irías? —preguntó él riendo.

—A mi casa.

—Te seguiría.

—¿Y si muero?

—Me haría bonzo.

—¿Qué dices? —exclamó Daiyu frunciendo el ceño—. ¿Por qué dices esas tonterías? Piensa en todas tus hermanas y primas. ¿Tantas vidas tienes que puedes hacerte monje cada vez que una de ellas muera? A ver qué dicen las otras cuando se lo cuente.

Baoyu tuvo la impresión de que había cometido un nuevo error imperdonable; avergonzado, dejó caer la cabeza sin pronunciar palabra, celebrando en su interior que no hubiese nadie más en el cuarto. Dominada por una furia que le impedía hablar, ella le clavó unos ojos indignados que le hicieron arder las mejillas. Entonces, apretando los dientes, presionó un dedo contra la frente de Baoyu.

—¡Especie de…!

Pero la exclamación concluyó con un sollozo y cogió un pañuelo para secarse las lágrimas.

Baoyu sentía el corazón pesado y estaba avergonzado por haber hablado tan tontamente. Cuando ella le tocó la frente y se echó a llorar, a él también le acometió un ataque de llanto. Había olvidado traer un pañuelo y se secó los ojos con la manga. A través del velo de sus ojos anegados, Daiyu vio que vestía una túnica nueva de lino morado. Se volvió y sacó de la almohada un pañuelo de seda que le arrojó en silencio, para luego volver a cubrirse el rostro lloroso.

Baoyu tomó el pañuelo y se secó las lágrimas; luego le tomó una mano.

—Me estás partiendo el corazón con tus lágrimas —le dijo—. Vamos a ver a la Anciana Dama.

—¡Quítame las manos de encima! —exclamó ella apartándose—. Ya no eres un niño, pero sigues actuando de una manera desvergonzada. ¿No puedes comportarte?

La escena fue interrumpida por un grito:

—¡Gracias al cielo!

Ambos muchachos se volvieron. Era Xifeng, que entraba alegremente.

—La Anciana Dama está tronando contra el cielo y la tierra. Insistió en que viniera para comprobar si habíais hecho las paces. Yo le dije: «No se preocupe, en menos de tres días volverán a ser amigos». Pero me reprendió por perezosa, así que tuve que venir. Bueno, pues resulta que yo tenía razón. Me pregunto qué motivos tenéis para discutir. Amigos un día, enemigos al siguiente… sois peores que los niños. Ahora, sin ir más lejos, estáis llorando cogidos de la mano, pero ayer parecíais gallos de pelea. Vamos rápido a ver a la Anciana Dama, que pueda liberar su corazón de la inquietud que lo oprime.

Y diciendo esto cogió la mano de Daiyu con intención de llevarla consigo, pero cuando la muchacha se volvió para llamar a sus doncellas no encontró a ninguna.

—¿Para qué las quieres? —preguntó Xifeng—. Yo cuidaré de ti.

Y la llevó desde el cuarto, con Baoyu detrás, hasta los aposentos de la anciana.

—Ya le dije que no había motivos para preocuparse, que ellos solos se arreglarían —anunció jubilosamente Xifeng irrumpiendo en el cuarto de la dueña de la casa—. Nuestra anciana antepasada no quiso creerme e insistió en enviarme como apaciguadora, pero cuando llegué ya se habían pedido disculpas el uno al otro y estaban unidos como águila clavando sus garras en halcón. No necesitaron ayuda.

La comparación desató una carcajada general. También Baochai, que estaba allí, se rió. Daiyu no dijo nada y tomó asiento junto a la Anciana Dama.

Por hablar de algo, Baoyu dijo a Baochai:

—Hoy es el aniversario de tu hermano, pero como no me sentía muy bien y además no tenía ningún regalo que ofrecerle, ni siquiera he acudido a desearle larga vida. Si ignora que me he sentido indispuesto pensará que ha sido indiferencia por mi parte, o incluso ofensa. ¿Me harás el favor de disculpar mi ausencia ante él, prima?

—Eres demasiado puntilloso —dijo Baochai—. No te habríamos dicho nada aunque la única excusa para no acudir hubiera sido que no te apetecía; cuanto más cuando la razón es que estabas indispuesto. Como primos que sois, siempre os estáis viendo y no tiene sentido que os tratéis como extraños.

—Me gustaría que también otros lo entendieran así —suspiró Baoyu.

Y añadió:

—¿Cómo no estás viendo las óperas, prima?

—Tenía mucho calor y no he podido soportar más de dos piezas, pero como las invitadas se quedaron yo tuve que fingir una indisposición para poder escabullirme.

La respuesta de Baochai le pareció a Baoyu una alusión a su propia excusa y, en su incomodidad, dijo con una sonrisa tímida:

—Con razón te comparan con la dama Yang [1] , pues eres a la vez «regordeta» y «muy sensible al calor».

El comentario enfureció tanto a Baochai que estuvo a punto de estallar. Pudo controlarse a tiempo, pero la burla le había afectado tanto que enrojeció y forzó una risa sarcástica.

—Ya que me parezco tanto a la dama Yang —replicó—, lamento no tener hermano o primo capaz de ser un nuevo Yang Guozhong [2] .

Fue interrumpida por Dianer, una de las jóvenes doncellas, que había perdido su abanico.

—Seguro que ha sido usted quien lo ha escondido, señorita —le dijo con tono juguetón—. Devuélvamelo, por favor.

—¡Sé buena! —le gritó Baochai señalándola con el dedo—. ¿Acaso alguna vez te he hecho una trastada como ésa para que tú ahora sospeches de mí? Ve y pregúntale a las otras señoritas, que siempre andan gastándote bromas.

La reacción de Baochai aterrorizó a Dianer, y Baoyu, por su parte, comprendió que había vuelto a decir una inconveniencia en público. Más avergonzado aún de lo que se había sentido ante Daiyu, optó por emprender una conversación con las demás.

Daiyu, en cambio, se había sentido encantada cuando lo oyó burlándose de Baochai. Y se hubiera sumado a la broma, sin duda, de no ser por la rápida reacción de Baochai en el asunto del abanico de la doncella. En consecuencia, decidió cambiar de tema.

—¿Cuáles fueron esas dos óperas que viste, prima? —preguntó.

Baochai, a quien no se le había escapado el placer de Daiyu ante la incomodidad que le había causado el comentario de Baoyu, sonrió ante la pregunta.

—Una fue esa en la que Li Kui insulta a Song Jiang y luego se disculpa [3] —contestó.

Baoyu se rió.

—Pero, prima —exclamó—, ciertamente tus conocimientos sobre literatura antigua y moderna te deberían permitir saber el nombre de esa ópera. ¿Por qué tienes que contarnos el argumento en vez de decirnos que se llama Pedir como castigo que lo azoten con una vara espinosa?

—¿De modo que Pedir como castigo que lo azoten con una vara espinosa? —replicó Baochai—. Vosotros dos, que estáis tan versados en literatura antigua y moderna, sabréis mucho de ese tema del que yo no entiendo nada.

Tanto Baoyu como Daiyu, aludidos de una manera tan directa, se sintieron culpables y se sonrojaron. Y a pesar de no haber comprendido el motivo, Xifeng pudo columbrar, mirando sus rostros, de qué se trataba.

—¿Quién ha estado comiendo jengibre con este calor? —preguntó.

A todo el mundo le extrañó la pregunta.

—Nadie.

Xifeng, en un gesto deliberadamente atónito, se llevó las manos a las mejillas.

—¿Por qué tienen entonces algunas personas el rostro tan sonrojado?

Esto multiplicó la vergüenza de Baoyu y Daiyu. Al ver a Baoyu en una situación tan embarazosa, Baochai se limitó a sonreír y dejar pasar el asunto. Y lo mismo hicieron las demás, que no habían logrado captar el sentido del diálogo emprendido por los cuatro.

Baochai y Xifeng se marcharon. Entonces Daiyu se volvió a Baoyu con una sonrisa.

—Ahora has dado con una lengua aún más afilada que la mía. No todo el mundo es tan simple y parco en palabras como yo, ni tan fácil de incomodar.

Baoyu, de mal talante a causa de la pulla de Baochai, sintió acrecentarse su malhumor con la provocación de Daiyu, pero, por no molestarla, optó por abandonar el cuarto.

Era pleno verano. Los larguísimos días dejaban a amos y sirvientes igualmente exhaustos después de las comidas. Baoyu paseaba por los patios con las manos en la espalda sin oír un solo ruido. Desde los aposentos de la Anciana Dama se dirigió hacia el oeste a través del pasaje que conducía a los de Xifeng, pero allí encontró la puerta lateral cerrada y supo que sería mejor no llamar, pues ella solía echar la siesta en verano. Entonces se fue vagando hasta una puerta lateral de los aposentos de su madre, donde dormitaban unas doncellas con los trabajos de costura en las manos. La dama Wang dormía sobre una camilla de bambú del cuarto interior. También Jinchuan, que se había sentado a su lado para darle un masaje en las piernas, cabeceaba de sueño.

Baoyu se le acercó de puntillas y dio un golpecito con los dedos a uno de sus aretes. La doncella abrió los ojos.

—¡Cabecita dormilona! —le susurró él.

Ella sonrió apretando los labios con un puchero, y, haciéndole un gesto para que se marchara, volvió a cerrar los ojos. Baoyu se resistía a dejarla. Miró a su madre, que tenía los ojos cerrados. Sacó una pastilla de menta y la deslizó entre los labios de Jinchuan. Ella la aceptó sin abrir los ojos. Baoyu se le acercó aún más y le cogió una mano.

—Mañana le pediré a tu señora que me deje tenerte —le susurró—. Entonces podremos estar juntos.

Jinchuan no respondió.

—O mejor, se lo diré en cuanto despierte.

La muchacha abrió finalmente los ojos y lo apartó de un empujón.

—¿Qué prisa tiene? —le dijo en un susurro—. Un alfiler de oro puede caer en un pozo, pero si es suyo seguirá siéndolo. ¿Entiende ese proverbio? Le diré una cosa divertida que puede hacen Vaya al patio pequeño del este y averigüe qué está haciendo su hermano menor Huan con Caiyun.

—No me interesa lo que estén haciendo. Me interesas tú.

En ese momento, bruscamente, la dama Wang se incorporó y abofeteó a Jinchuan.

—¡Putilla desvergonzada! —chilló—. Seres rastreros como tú son los que descarrían a jóvenes y señores.

Apenas su madre se hubo sentado de nuevo, Baoyu desapareció como el humo. A Jinchuan le ardían las mejillas pero no se atrevió a decir nada. Al oír la voz de su señora, las demás doncellas llegaron corriendo.

—¡Yuchuan! —ordenó la dama a una de ellas—. Ve y dile a tu madre que venga inmediatamente a llevarse a tu hermana.

Al oír esas palabras, Jinchuan cayó de rodillas y rompió a llorar.

—No volverá a suceder, señora —gimió—. Azóteme, insúlteme, castígueme como guste, ¡pero no me haga partir! Llevo más de diez años con Su Señoría. ¿Cómo podré levantar la mirada si me despide?

La dama Wang era, en general, bastante bondadosa y despreocupada y no solía golpear a las doncellas, pero la desvergüenza de Jinchuan le había resultado inaceptable. Por eso había montado en cólera, abofeteándola e insultándola, y a pesar de que la doncella suplicó insistentemente se negó a conservarla, de modo que su madre, la anciana señora Bai, se la tuvo que llevar. Jinchuan partió deshonrada a su casa.

Baoyu se había escabullido en dirección al jardín de la Vista Sublime. El sol brillaba alto en el firmamento, la sombra de los árboles cubría grandes zonas de terreno y el aire hervía con el canto agudo de las cigarras. Pero por ningún sitio se oía la voz humana.

De pronto, al acercarse a un enrejado de rosas, oyó sollozos y, sorprendido, se detuvo a escuchar. Sí, al otro lado del enrejado había alguien. Como era el quinto mes, las rosas florecían esplendorosas. Al mirar entre ellas vio a una muchacha agachada entre las flores, llorando a escondidas mientras arañaba el suelo con una horquilla.

—¿Será alguna absurda doncella que ha venido a enterrar flores como Daiyu? —se preguntó divertido—. Pues, si es así, se trata de Dong Shi imitando el entrecejo de Xi Shi [4] , lo que, más que original, resulta tedioso.

A punto estaba de gritarle a la chica: «¡De nada sirve que imites a la señorita Lin!» cuando se percató de que no se trataba de una doncella, sino de una de las doce actrices, aunque no recordó su papel. Sacando la lengua, se tapó rápidamente la boca.

«Menos mal que he contenido mi lengua —se dijo—. Ya he conseguido molestar a Daiyu y herir los sentimientos de Baochai con mi falta de tacto. Sería todavía más insensato ofender a una de estas chicas.»

Mientras así pensaba se sintió incómodo por no poder recordar a la muchacha, y se acercó más para poder verla de cerca. Se parecía asombrosamente a Daiyu, con sus cejas delicadamente arqueadas y sus límpidos ojos, sus delicados rasgos, su delgada cintura y sus gráciles movimientos. Se quedó mirándola fijamente, incapaz de moverse. Entonces se dio cuenta de que no estaba empleando su horquilla para enterrar flores, sino para trazar unos caracteres en el suelo.

Baoyu siguió con los ojos el movimiento de la horquilla, que subía y bajaba. Contó los trazos: uno vertical, uno horizontal, punto y curva… diecisiete en total. Entonces los trazó siguiendo el mismo orden sobre la palma de su mano y descubrió que se trataba del carácter Qiang, «rosa».

«Quizás esté tratando de escribir un poema —pensó—, y estas flores le han sugerido ideas para un par de versos. Por eso, como teme olvidarlas, está trazando el carácter en el suelo mientras termina de pensar los versos. Sí, eso debe ser. Veamos qué escribe ahora.»

Y siguió observando cómo escribía la muchacha, que seguía repitiendo el mismo carácter. Sumida en sus cavilaciones, trazaba un Qiang tras otro hasta haber escrito varias docenas. Baoyu, sintiéndose transportado por el movimiento de la horquilla, estaba clavado detrás del enrejado de rosas.

«Seguramente sufre alguna ansiedad secreta que la lleva a comportarse así —reflexionó—, pero parece demasiado delicada para soportarla. Me gustaría compartir sus preocupaciones.»

En esa época del año el tiempo es impredecible; cualquier nube pasajera puede traer con ella la lluvia. El caso es que de pronto se levantó un aire fresco y, súbitamente, cayó un chaparrón. Al ver que el agua ya corría por la cabeza de la muchacha y; que en un santiamén habían quedado empapadas sus ropas de gasa, Baoyu pensó: «Está lloviendo y ella es demasiado frágil para aguantar semejante aguacero». E impulsivamente le dijo:

—¡Deja de escribir! Te estás empapando.

Al oír ese grito la muchacha se sobresaltó y levantó la cabeza. Como Baoyu tenía los rasgos finos, y el frondoso follaje, ocultándolo entero, sólo dejaba ver la parte superior de su cara, la muchacha lo confundió con una doncella.

—Gracias, hermana —le dijo con una sonrisa—. Tampoco tú pareces estar muy protegida ahí fuera.

Al percatarse de que él mismo se encontraba empapado, Baoyu lanzó una exclamación y partió corriendo hacia el patio Rojo y Alegre, sin dejar de preocuparse por la muchacha bajo la lluvia.

Como estaban en la víspera de la fiesta del Doble Cinco las doce jóvenes actrices disfrutaban de un día de asueto y se estaban divirtiendo en diversos lugares del jardín. Cuando la lluvia, Baoguan, que hacía el papel de letrado joven, y Yuguan, que hacía el de dama joven, estaban entretenidas con Xiren en el patio Rojo y Alegre. Obstruyeron el desagüe para que se encharcara el agua en el patio y atraparon unos cuantos patos de cabeza verde, patos silvestres moteados y patos mandarines. Les ataron las alas y los soltaron en el patio después de haber cerrado la puerta.

Mientras estaban allí divirtiéndose llegó Baoyu y encontró la puerta cerrada. Las muchachas se reían demasiado fuerte como para oír su llamada, por lo cual tuvo que gritar y golpear durante un buen rato antes de ser atendido. Por supuesto, no se esperaba su regreso en ese momento.

—¿Quién: hay en la puerta? —dijo Xiren—. ¿Quién irá a ver?

—¡Soy yo! —gritaba Baoyu.

—Parece la señorita Baochai —dijo Sheyue.

—No puede ser —replicó Qingwen—. La señorita Baochai no vendría a estas horas.

—Miraré por la rendija —dijo Xiren—. Si no es alguien a quien debamos dejar entrar, que se quede allí mojándose.

Y fue por el pasaje techado hasta la puerta, donde encontró a Baoyu, empapado como un gallo que hubiera caído a un pozo. Entre preocupada y divertida, se apresuró a abrir la puerta, y luego, desternillándose de risa, dijo dando palmadas:

—¿Cómo íbamos a saber que regresaría tan pronto? ¿De dónde viene con este aguacero?

En su malhumor, Baoyu había decidido castigar a quien abriera la puerta y, sin mirar quién era, suponiendo que se trataba de una de las doncellas más jóvenes, dio a Xiren una patada tan fuerte en el costado que ésta soltó una exclamación de dolor.

—¡Criaturas rastreras! —gritó Baoyu—. Os trato tan bien que me habéis perdido el respeto. ¡Cómo os atrevéis a burlaros de mí!

En ese instante oyó el grito de dolor de Xiren y comprendió la insensatez que había cometido.

—¡Oh, eres tú! ¿Dónde te he dado?

Xiren, que nunca había recibido de Baoyu ni una mala palabra, se sintió aplastada por la vergüenza, el dolor y el resentimiento, pero convencida de que no lo había hecho a propósito hizo todo lo posible por controlarse.

—Estoy bien —le dijo—. Vaya y cámbiese esa ropa mojada.

Una vez dentro, él se lamentó compungido:

—Es la primera vez en mi vida que la ira me hace estallar, y tuvo que ser precisamente contigo.

Con un gesto de dolor prendido todavía en el rostro, ella le ayudó a quitarse la ropa mojada.

—Soy su doncella principal —le respondió bromeando—, así que me corresponde la primera tajada de todo, grande o pequeño, bueno o malo. Sólo espero que no se habitúe a dar patadas a la gente.

—No lo hice a propósito.

—No he dicho que lo hiciera a propósito. Suelen ser las más jóvenes las que abren la puerta, pero están tan engreídas que ya no hay quien las soporte y no temen a nadie. Si hubiera pateado a una habría servido para asustar a las demás. La culpa es mía, por no permitir que ellas abrieran la puerta.

Para entonces ya había dejado de llover. Baoguan y Yuguan se habían marchado. Con el costado dolorido y sintiéndose la más desgraciada del mundo, Xiren no comió nada aquella noche, y cuando se desnudó para bañarse quedó aterrada por el hematoma, que tenía el tamaño de un tazón y estaba justo debajo de las costillas. El dolor siguió cuando se fue a la cama y, en sueños, se quejó.

A pesar de que no le había dado el golpe deliberadamente, el obvio malestar de Xiren inquietaba a Baoyu, y al oír sus quejas durante la noche comprendió el daño que le había hecho. Salió de la cama, cogió una lámpara y fue a verla. Cuando llegó, ella tosió, escupió un poco de flema y abrió los ojos boqueando.

—¿Qué hace? —preguntó sorprendida al verlo allí.

—Te quejabas en sueños. He debido hacerte mucho daño. Déjame ver.

—Estoy mareada y tengo en la boca un sabor dulce como de sangre. Por favor, alumbre el suelo.

Baoyu hizo lo que le pedía y, horrorizado, vio sangre al pie de la cama.

—¡Qué espanto! —exclamó.

A Xiren se le vino el alma a los pies al contemplar la sangre.

Mas para saber qué sucedió entonces, deben escuchar el siguiente capítulo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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