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Capítulo XXIV

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El Diamante Borracho demuestra

ser generoso y galante.

Una muchacha apasionada deja caer su pañuelo

para suscitar un mal de amores.

El corazón de Daiyu estaba como hechizado, y sus pensamientos eran un torbellino cuando alguien, por detrás, le dio un golpecito en la espalda:

—¿Qué hace aquí sola, señorita?

Sobresaltada, volvió el rostro. Era Xiangling.

—¡Criatura estúpida, qué ocurrencia asustarme de este modo! —exclamó Daiyu—. ¿De dónde vienes?

—No encuentro en ninguna parte a nuestra joven señora —dijo Xiangling con una risita—. También Zijuan está buscándola a usted; dice que su señora ha enviado un poco de té para que lo pruebe. ¿Volvemos a sus aposentos?

Y tomando a Daiyu de la mano regresó con ella al refugio de Bambú. Allí encontraron dos pequeños recipientes de té de la última recolección reservada para el Palacio Imperial, que había enviado Xifeng. Las dos muchachas se sentaron. Si se preguntan ustedes cuáles fueron los Serios asuntos que trataron, les diré que allí sólo se habló del mérito de diversas piezas de bordado y tapicería. También jugaron al weiqi y leyeron algunos pasajes de un libro. Luego, Xiangling se marchó.

Regresemos con Baoyu. Cuando volvió, encontró a Yuanyang recostada en su cama, en el cuarto exterior, examinando las labores de aguja de Xiren.

—¿Dónde ha estado? —le preguntó ella—. La Anciana Dama está esperándolo. Quiere que vaya a la otra casa a interesarse por la salud del señor. Mejor será que se cambie de ropa y acuda rápido.

Xiren entró en el cuarto vecino para recoger la ropa de su señor y otro calzado; Baoyu se sentó en el borde de la cama y se quitó los zapatos sacudiendo los pies. Al volverse, observó que Yuanyang vestía una chaqueta de seda rosa, un chaleco de satén negro y una faja de seda blanca. Un collar de flores le abrazaba el cuello. Tenía la cabeza inclinada y miraba en dirección opuesta a él, dándole la espalda, con la atención centrada en las labores. Baoyu apoyó la mejilla contra su nuca, respiró su aroma y no pudo resistir la tentación de acariciar su piel, que era tan blanca y suave como la de Xiren. Pícaro, se le fue acercando.

—¡Hermanita, déjame probar el carmín de tus labios!

Y no había terminado de decirlo cuando ya estaba tumbado sobre ella.

—¡Xiren! —gritó Yuanyang—. ¡Ven a verlo! Tantos años con él y todavía no le has enseñado a comportarse.

Xiren entró con los brazos cargados de ropa y protestó:

—Tengo la lengua desgastada de advertirle sobre todo y en todos los tonos, pero sigue sin enmendarse. ¿Qué va a ser de usted? Si sigue comportándose de esa manera nos resultará imposible permanecer aquí.

Le hizo cambiarse de ropa a toda prisa y ordenó a Yuanyang que lo acompañase a ver a la Anciana Dama. Después se dirigió al lugar donde lo esperaban los pajes con su caballo aparejado. Cuando se disponía a montar llegó Jia Lian, que volvía de la casa de su padre. Desmontó ante él, y mientras intercambiaban algunas palabras apareció otro personaje que saludó a Baoyu. Era un joven alto, cercano a los veinte años, de rostro ovalado y apariencia inteligente y apuesta. A pesar de que su cara le resultaba familiar, Baoyu no pudo recordar su nombre ni la rama de la familia a la que pertenecía.

—¿Por qué lo miras así? —preguntó Jia Lian—. ¿No conoces a Yun, el hijo de la quinta cuñada, la que vive en la calle de atrás?

—Sí, claro. No entiendo cómo no lo he reconocido —contestó Baoyu, y a continuación preguntó al joven por su madre y por el negocio que le traía a la mansión Rong.

—He venido a tratar un asunto con el segundo tío —dijo el joven señalando a Jia Lian.

—Estás más guapo que la última vez que te vi —dijo Baoyu sonriendo—. Casi podrías ser hijo mío.

—¡Qué barbaridad! —exclamó Jia Lian—. ¿Tu hijo? ¡Si tiene cuatro o cinco años más que tú!

—¿Qué edad tienes? —preguntó Baoyu al muchacho con una sonrisa.

—Dieciocho.

Jia Yun, siempre atento, aprovechó la oportunidad para añadir:

—Como dice el proverbio, «un abuelo en la cuna puede tener un nieto apoyado en un bastón». Puede que sea mayor que usted, pero «la montaña más alta no alcanza a ocultar el sol». Desde que murió mi padre no he tenido quien me instruya adecuadamente. Si no me considera demasiado estúpido para ser su hijo adoptivo, tío Bao, lo consideraría una gran fortuna.

—¡¿Qué te parece?! ¡No es ninguna broma adoptar un hijo! —dijo Jia Lian riendo mientras entraba en la casa.

—Si mañana no tienes nada que hacer, ven a visitarme —dijo Baoyu a Yun—. No te habitúes a sus tortuosas costumbres. Ahora estoy ocupado, pero puedes venir mañana a mi estudio; podremos hablar y te enseñaré el jardín.

Se acomodó en la silla y sus pajes lo escoltaron hasta la casa de Jia She, donde descubrió que su tío sólo estaba aquejado de un catarro. Cuando hubo transmitido el mensaje de su abuela, presentó sus propios respetos. Jia She se incorporó para responder a las preguntas que hacía la Anciana Dama sobre su salud, y luego ordenó a un criado que llevara al muchacho a visitar a su esposa.

Baoyu se encaminó hacia la parte posterior hasta llegar a los aposentos de la dama Xing, y cuando ella se hubo incorporado para transmitir sus respetos a la abuela en la persona del nieto, él hizo una reverencia. Luego, lo invitó a sentarse con ella sobre el kang y preguntó por el resto de la familia. Cuando terminaron de beber el té, entró Jia Cong a saludar a Baoyu.

—¿Has visto alguna vez un mono igual? —preguntó la dama Xing.

Y a Cong:

—¿Es que ha muerto tu nodriza, que no te arregla un poco? Con esa cara tan sucia pareces un idiota, no el hijo de una familia culta.

En ese momento llegaron a presentar sus respetos Jia Huan y su sobrino Jia Lan, a los que la dama Xing ofreció asiento en unas sillas. Pero a Huan le molestó tanto ver a Baoyu compartiendo el mismo lugar con su tía y recibiendo sus caricias que, al poco rato, hizo un gesto a Lan para partir. Éste tuvo que acceder, de modo que ambos se levantaron para despedirse. También Baoyu se incorporó para marcharse, pero la dama Xing lo retuvo con una sonrisa.

—Quédate —le dijo—. Tengo que seguir hablando contigo.

Baoyu volvió a sentarse, y ella dijo a los otros:

—Transmitid mis saludos a vuestras madres. El escándalo que forman las muchachas me tiene un poco mareada; disculpad si no os pido que os quedéis a cenar.

Los dos muchachos prometieron cumplir el encargo y a continuación se fueron.

—¿Han venido todas las muchachas? —preguntó Baoyu—. ¿Dónde están?

—Estuvieron aquí sentadas un rato, y después se fueron. Deben estar en la parte de atrás.

—¿Qué tenía que decirme, tía?

—Sólo quería pedirte que te quedaras a cenar. Y además, tengo algo divertido para ti.

Charlaron hasta que llegó la hora de cenar. Luego se dispusieron mesa y sillas, y ambos cenaron con las muchachas. Baoyu se despidió de Jia She y regresó a casa con sus hermanas y primas. Todos dieron las buenas noches a la Anciana Dama, y se dispersaron por los cuartos.

Pero volvamos a Jia Yun, que había ido a hablar con Jia Lian.

—¿Ha encontrado ya un trabajo para mí? —le preguntó.

—El otro día surgió uno, pero tu tía me suplicó que se lo cediera a Jia Qin. Sin embargo, me dijo que pronto se plantarían muchos árboles y flores en el jardín. Me ha prometido que ese puesto será tuyo.

Después de un breve silencio, Jia Yun dijo:

—Esperaré entonces. Por favor, no le diga a mi tía que he venido a pedir trabajo. Yo mismo se lo diré la próxima vez que la vea.

—¿Por qué habría de decírselo? ¿De qué tiempo libre dispongo para dedicarme a los chismes? Mañana mismo, durante la quinta vigilia, tengo que partir a Xingyi y estar de vuelta el mismo día. Ven pasado mañana; para entonces ya te podré dar alguna noticia. Pero no vengas antes de la primera vigilia; sólo estaré libre después de esa hora.

Dicho lo cual entró a cambiarse de ropa.

En el camino de vuelta, Jia Yun tuvo una idea. Buscó a su tío materno, Bu Shiren [1] , que había salido un momento de su tienda de perfumes y se encontraba en su casa.

—¿Qué te trae por aquí a estas horas de la noche? —preguntó, después de haber intercambiado saludos con su sobrino.

—Tengo que pedirte un favor, tío. Necesito alcanfor de Borneo y almizcle. ¿Podrías darme a crédito unas cuatro onzas de cada cosa? Te pagaré sin falta durante la fiesta de los Faroles.

—No me hables de créditos. —El tío sonrió fríamente—. Hace algún tiempo un dependiente le dio a un pariente suyo varios taeles de plata en mercaderías a crédito, y todavía no he visto un centavo. Tuvimos que compartir la pérdida, y desde entonces hemos acordado no volver a fiar a parientes o amigos so pena de veinte taeles como castigo. De todos modos, esas especias que me pides escasean. Aunque me dieras dinero en efectivo, un comercio pequeño como el nuestro no podría procurarte lo que pides y tendríamos que buscarlo en otro sitio. Además, es obvio que no llevas entre manos nada bueno, y que quieres esos productos para meterte en líos. ¡Y no vengas ahora a quejarte de que tu tío te encuentra defectos cada vez que te ve! Los jóvenes carecéis de juicio. ¡Cómo me gustaría que te limitases a pensar en la manera de ganar algún dinero para mantenerte bien alimentado y decentemente vestido!

—Tiene usted razón, tío —respondió Jia Yun afablemente—. Al morir mi padre yo era demasiado pequeño para comprenderlo, pero más tarde mi madre me explicó cuánto le debíamos a usted por haber venido a encargarse de los asuntos de la casa y de los funerales. Usted sabe mejor que nadie que mi padre no me legó tierras ni fincas que yo haya podido dilapidar. Ni el ama más hábil puede hacer una cena sin arroz. ¿Qué espera que haga yo? Tiene suerte de que no sea de ese tipo de gente que andaría detrás suyo pidiéndole tres sheng de arroz hoy, dos de judías mañana… ¿Qué hubiera hecho en ese caso, tío?

—Puedes disponer de todo lo que tengo, muchacho. Sólo tienes que pedirlo. Pero como le digo siempre a tu tía, lo que me preocupa es que no utilices la cabeza. La mejor carta que puedes jugar es la de la gran mansión. Has de ir allí. Si no consigues ver a los señores, trágate tu orgullo y halaga a sus mayordomos; tal vez ellos te consigan algún trabajo. El otro día, en las afueras, me encontré con el cuarto hijo de tu tercer tío, que iba montado en burro con cinco carretas detrás que llevaban a cuarenta o cincuenta novicias en dirección al templo del Umbral de Hierro. Debe tener la cabeza bien puesta sobre los hombros para conseguir un trabajo tan bueno.

No pudiendo soportar durante más tiempo el sermón de su tío, Jia Yun se incorporó y se dispuso a partir.

—¿Qué prisa tienes? —preguntó su tío—. Come un bocado con nosotros antes de marcharte.

—¿Estás loco? —exclamó su mujer—. Ya te he dicho que no queda arroz. Sólo hay medio jin de fideos que estoy preparándote ahora. ¿Por qué te haces el rico? Si se queda a comer pasará hambre.

—Compra entonces otro medio jin.

—¡Yinjie! —La esposa llamó a su hija—. Ve y dile a la señora Wang de la casa de enfrente que nos preste veinte o treinta monedas; que se las devolveremos mañana.

A estas alturas, Jia Yun ya había murmurado: «No se molesten», y se había esfumado sin dejar rastro.

Salió de la casa de su tío de pésimo humor, y caminaba hacia la suya con la mirada fija en el suelo, echando chispas por el mal trato, cuando tropezó con un borracho. Jia Yun se sobresaltó, y a su vez el tipo maldijo:

—¡Jode a tu madre! ¿Es que estás ciego para darme semejante empellón?

Jia Yun quiso apartarse a un lado, pero, antes de que pudiera hacerlo, el borracho ya lo había agarrado. Al observarlo más de cerca, Yun reconoció a su vecino Ni Er, un rufián que vivía de la usura y de sus ganancias en los garitos. Siempre andaba bebiendo y metido en broncas. Precisamente acababa de cobrar los intereses a un moroso y regresaba a su casa tambaleándose cuando tropezó con Jia Yun. Con ganas de camorra, levantó un puño amenazador.

—¡Detente, viejo! —exclamó Yun—. ¡Soy yo!

La voz le resultó familiar al borracho, que, a través de sus ojos turbios, reconoció a Yun y lo soltó sin dejar de tambalearse.

—¡Pero si es el señor Jia! —exclamó—. ¡Merezco que me parta un rayo! ¿Dónde va?

—No me hables. ¡No me he sentido tan despreciado en toda mi vida!

—¡No hay problema! Dígame quién lo ha maltratado, que yo le ajustaré las cuentas. Si hay alguien, en cualquiera de las tres calles o los seis pasajes, que se atreva a ofender a un vecino del Diamante Borracho, yo mismo me ocuparé de que sus parientes sean diezmados y arrasado su hogar.

—Cálmate, viejo, y escúchame.

Jia Yun le describió el trato que había recibido de su tío Bu, y Ni Er se indignó mucho.

—¡Si no se tratara de su tío, puede estar seguro de que no me limitaría a maldecirlo! Pero no se preocupe. Tengo aquí unos cuantos taeles de plata; si quiere comprar algo, cójalos, pero le pondré una condición: hemos sido vecinos durante todos estos años, y todo el mundo sabe que soy un prestamista; a pesar de eso, usted nunca ha venido a pedirme nada. No sé si es que no quería ensuciarse las manos tratando con un rufián como yo, o si temía verse atrapado en el pago de unos intereses demasiado altos. Si se trata de eso, no quiero ningún interés por este préstamo. Ni tampoco un pagaré. Ahora bien, si teme rebajarse aceptando mi dinero abandonaré la pretensión de prestárselo y seguiremos cada cual nuestro camino.

Y diciendo esto se sacó del bolsillo un paquete de plata.

Jia Yun pensó: «Ni Er es un bribón, pero tiene fama de dadivoso y de apoyar resueltamente a sus amigos. Sería un error disgustarlo rechazando el dinero que me ofrece. Lo tomaré y más tarde le devolveré el doble.» Y le dijo:

—Yo sé que eres una buena persona. En realidad, varias veces estuve a punto de ir a verte, pero temí que no hicieras caso a un inútil como yo, puesto que todos tus amigos son gente resuelta y capaz, y pensé que si te pedía un préstamo me lo negarías. La generosidad que demuestras me impide rechazar tu ofrecimiento. En cuanto llegue a mi casa te haré llegar un pagaré.

—¡Qué bien habla! —dijo Ni Er retorciéndose de la risa—. Pero yo no estoy dispuesto a seguir escuchando semejantes despropósitos. Usted acaba de pronunciar la palabra «amigos». ¿Cómo podría cobrarle intereses a un amigo? Basta de cháchara. Como usted no me desprecia y estos quince taeles con treinta centavos son una suma irrisoria, tómelos para comprar lo que necesite. Si insiste en firmarme un pagaré, entonces no le regalaré el dinero, sino que lo prestaré a otros que sí me pagarán intereses.

—De acuerdo —dijo Jia Yun aceptando el paquete de plata—. No volveré a hablar del pagaré, así que no te enojes.

—¡Éstas sí que son palabras dignas de usted! Ya ha oscurecido, así que no le invitaré a un trago porque tengo asuntos que atender. Será mejor que vuelva a su casa. Le pido que se tome la molestia de decirle a mi familia que cierre temprano y se recoja, que no iré a dormir esta noche. Si surgiera algún asunto urgente, que mi hija me busque por la mañana. Me encontrarán con Wang Piernas Cortas, el tratante de caballos.

Dicho lo cual, continuó su vacilante marcha.

Perplejo por su golpe de suerte, Jia Yun pensó: «¡Qué personaje este Ni Er! Pero ¿qué sucederá si tanta generosidad sólo es producto de la borrachera? Supongamos que mañana, cuando esté sereno, me pide un interés del cien por cien…». La idea le preocupó por unos momentos, pero luego decidió: «Bah, no importa; en cuanto consiga ese cargo en la mansión Rong podré pagarle el doble».

Llevó la plata a un cambista para que la pesara, y descubrió con alegría que Ni Er era honesto y que, en efecto, allí había quince taeles con treinta y dos centavos. Corrió a transmitir el mensaje de Ni Er a su esposa y luego se encaminó a su casa, donde encontró a su madre aspando hilo sentada sobre el kang.

—¿Dónde has pasado el día? —le preguntó.

Para no irritarla, obvió la visita a su tío Bu.

—Estuve en la mansión del Oeste esperando al tío Lian —le contestó—. ¿Ya ha cenado?

—Sí, y he guardado para ti.

Ordenó a la doncella que le trajera la cena. Ya era la hora de encender las lámparas, y Yun se fue a la cama en cuanto acabó de comer.

A la mañana siguiente, apenas se hubo levantado y vestido, fue a una perfumería extramuros de la puerta sur y compró almizcle y alcanfor de Borneo que luego llevó a la mansión Rong. Se aseguró de que Jia Lian no estaba, y se dirigió a la parte de atrás, donde se ubicaba el patio de sus aposentos. Unos pajes estaban barriéndolo con unas escobas de mango largo. En ese momento apareció la esposa de Zhou Rui.

—No barráis más —dijo a los pajes—. Ya va a salir la señora.

Dando un paso adelante, Jia Yun preguntó:

—¿Dónde va la segunda tía?

—La ha mandado llamar la Anciana Dama —contestó la señora Zhou—. Supongo que cortarán juntas algunas telas.

Inmediatamente apareció Xifeng rodeada por un tropel de criadas. Informado de su debilidad ante el halago y las ceremonias, Jia Yun avanzó respetuosamente, la saludó con gran boato y preguntó por su salud. Pero Xifeng apenas le dirigió la mirada, preguntándole de corrido cómo estaba su madre y por qué ella nunca visitaba la mansión.

—No se encuentra muy bien, tía. A menudo piensa en usted y le entran ganas de venir, pero luego no consigue salir de casa.

Xifeng se echó a reír.

—¡Qué embustero eres! Nunca habrías dicho eso si yo no hubiera preguntado por ella.

—¡Que me parta un rayo si me atrevo a mentir a mis mayores! —protestó Jia Yun—. Anoche mismo estuvo hablando de usted. Me dijo: «Tu tía es tan delicada… pero mira todo el trabajo que le cae encima; no sé de dónde saca las energías para administrarlo todo tan bien. Cualquier persona menos eficiente quedaría agotada».

Como era de esperar, una sonrisa de delicia iluminó el rostro de Xifeng, que detuvo su paso.

—¿Y a cuento de qué, si se puede saber, os dedicáis tu madre y tú a hablar de mí a mis espaldas?

—Hay una razón, tía —contestó Yun—. El caso es que uno de mis mejores amigos, propietario de una tienda de perfumes, se ha hecho con un cargo de subprefecto asistente y acaba de ser destinado a un puesto en las inmediaciones de Yunnan. Como se marcha allí con toda su familia ha decidido cerrar el comercio, y en los últimos días ha estado revisando su almacén, regalando algunas cosas, vendiendo otras muy baratas, y reservando lo más valioso para sus parientes y amigos. Así es como me hice con un poco de almizcle y de alcanfor de Borneo. Mi madre y yo hemos coincidido en que su venta no nos reportaría una ganancia adecuada, ya que no hay gente dispuesta a gastar tanto dinero en estas cosas. Hasta las familias más ricas pedirían como mucho unos cuantos gramos. Y aunque decidiéramos regalarlos, no se nos ocurrió nadie que mereciera utilizar perfumes tan valiosos. Puede incluso que alguien llegara a venderlos a bajo precio. Pero entonces pensé en usted, tía, y recordé los montones de dinero que en otro tiempo gastaba en estas cosas. Estoy seguro de que este año, con la consorte imperial en palacio y ya casi en puertas la fiesta de la Barca-Dragón [2] , necesitará diez veces la medida habitual. Le dimos unas cuantas vueltas al asunto, y por fin llegamos a la conclusión de que lo más adecuado sería regalárselo a usted como testimonio de nuestra estima. Así no se desperdiciará.

Dicho lo cual, extrajo una cajita forrada de brocado y la elevó respetuosamente con ambas manos para entregarla a Xifeng.

Resultó que Xifeng estaba buscando algunos regalos y había pensado comprar hierbas aromáticas y especias. Complacida y deleitada por el inesperado presente y por el breve parlamento de Jia Yun, dijo a Fenger:

—Lleva el regalo de mi sobrino a casa y entrégalo a Pinger.

Y a Jia Yun:

—Eres muy sensato. Con razón tu tío siempre está hablándome de lo razonable que eres.

Al oír aquellas palabras, Yun tuvo la impresión de que estaba consiguiendo algo y se aproximó un poco más.

—¿Entonces mi tío le ha hablado de mí? —preguntó.

Xifeng sintió la tentación de contarle que habían pensado en él para el puesto de supervisor de la plantación de árboles, pero temió que lo interpretase mal e imaginara que se lo ofrecía a cambio de unos cuantos perfumes, de manera que no dijo nada sobre el particular y, después de unos comentarios triviales, se dirigió a visitar a la Anciana Dama. Jia Yun, por su parte, hubo de volver a su casa sin haber tenido ocasión de abordar el tema que le había llevado a Xifeng.

Como el día anterior Baoyu le había invitado a reunirse con él en su estudio, retornó a la mansión después del almuerzo y encaminó sus pasos hacia el estudio de las Nubes Luminosas, situado cerca de la puerta ceremonial que conducía a los aposentos de la Anciana Dama. Allí encontró a Beiming jugando una partida de xiangqi con Chuyao y discutiendo el movimiento de un «carro» [3] . Otros cuatro pajes, Yinguan, Saohua, Tiaoyun y Banhe, encaramados sobre el tejado, trataban de hacerse con un nido de petirrojos. Al entrar en el patio, Jia Yun dio una patada en el suelo.

—¡Otra vez con vuestras travesuras de mono! ¡Que estoy aquí! —exclamó dirigiéndose a los pajes.

Al oír aquello, los pajes se desbandaron. Jia Yun entró en el estudio y se sentó.

—¿Ha venido hoy el señor Bao? —preguntó.

—No, no ha venido. Si quiere hablar con él, iré a buscarlo y lo encontraré —dijo Beiming, y salió.

Durante el tiempo que tarda en consumirse un almuerzo, Jia Yun curioseó las caligrafías, las pinturas y los objetos raros. Al ver que Beiming no regresaba buscó a los otros pajes, pero todos habían desaparecido buscando esparcimiento. Ya empezaba a sentirse incómodo y aburrido cuando oyó una voz dulce llamando desde el otro lado de la puerta:

—¡Hermano!

Al asomarse vio a una doncella de dieciséis o diecisiete años, esbelta, de aspecto cuidado e inteligente que, al verlo, quiso retirarse. Pero en eso llegó Beiming.

—Perfecto. Precisamente estaba buscando un mensajero —dijo al ver a la muchacha.

Jia Yun salió para interrogar al paje, que le informó:

—Esperé mucho tiempo, pero nadie salió. Ésta es una de las doncellas del patio Rojo y Alegre.

Y dirigiéndose a ella:

—Anda, sé buena chica y corre a decirle al señor Baoyu que ha venido de visita el segundo señor, el de la calle de atrás.

Al descubrir que Jia Yun pertenecía a la estirpe de los señores la muchacha no intentó evitarlo, como había hecho un momento antes, sino que, al contrario, le lanzó una penetrante mirada.

—Olvida lo de segundo señor y la calle de atrás —bromeó el visitante—. Dile sólo que ha venido Yun.

—Con su permiso, señor, pienso que lo mejor sería que regresara usted a su casa y volviera aquí mañana —dijo la chica esbozando una leve sonrisa—. Esta noche, si tengo oportunidad, le hablaré al señor de su visita.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Beiming.

—Esta tarde no ha dormido la siesta, así que seguramente cenará temprano y no pasará por aquí al ponerse el sol. ¿Vas a hacerle pasar hambre a este caballero? Será mejor que vuelva a su casa y regrese mañana, porque aunque alguien prometa llevar un mensaje puede que no alcance a entregarlo.

La muchacha habló de una manera tan concisa y elegante que Jia Yun quiso saber su nombre, pero como estaba al servicio de Baoyu lo pensó mejor y se limitó a comentar:

—Tienes razón. Volveré mañana.

Beiming le instó a tomar una taza de té antes de partir.

—No, gracias. Tengo otros asuntos que atender —dijo Yun echando a andar hacia la salida. Y mientras hablaba se volvió a mirar a la muchacha, que seguía allí de pie. Por fin emprendió la vuelta a su casa.

Regresó al día siguiente. Frente a la puerta principal se volvió a encontrar con Xifeng, que iba camino de la otra mansión a presentar sus respetos. Su carruaje acababa de ponerse en marcha, pero al ver a Jia Yun ordenó a un criado que lo detuviera y, sonriendo, llamó al muchacho desde la ventanilla del vehículo.

—¿Todavía tienes la audacia de ponerte ante mi vista? —le dijo—. ¡Ahora entiendo por qué me regalaste los perfumes! Me ha dicho tu tío que ya habías hablado con él.

—No me hable de eso, tía —renegó Yun sonriendo—. Lamento habérselo pedido a mi tío. De haber sabido cómo eran las cosas habría acudido a usted primero, y hace tiempo que ya estaría resuelto el problema. No sabía lo inútil que era pedirle algo a mi tío.

Xifeng se echó a reír.

—¡Claro! Y cuando él te falló me buscaste a mí…

—No es justo, tía. No es eso lo que pretendía. Si así fuera, le habría pedido el favor ayer mismo, ¿no? Pero ya que está usted al corriente, olvidaré a mi tío y le suplicaré a usted que sea amable conmigo.

—¡Vaya manera sinuosa de hacer las cosas! —sonrió ella con sarcasmo—. Me lo pones difícil. Si lo hubiera sabido antes, el asunto se habría resuelto enseguida. Hay que plantar algunos árboles y flores en el jardín y andaba buscando a alguien que se hiciera cargo.

—¡Yo puedo ocuparme de ello, tía!

Xifeng caviló unos momentos.

—No, mejor no. ¿Por qué no esperamos hasta el Año Nuevo y entonces te damos el cargo de comprador de fuegos artificiales y faroles, que es más importante?

—Tía, deme primero este trabajo. Si lo hago bien, podré ocuparme del otro.

—¡Así que miras hacia adelante! —dijo Xifeng con una risita—. Está bien. Pero no lo haría si no fuera por la intercesión de tu tío. Regresaré después del desayuno, así que pásate a eso del mediodía a recoger el dinero y podrás empezar la plantación pasado mañana.

Dicho lo cual ordenó a los criados que pusieran en marcha el carruaje.

Fuera de sí, enormemente contento, Jia Yun se encaminó al estudio de las Nubes Luminosas y preguntó por Baoyu. Le dijeron que había salido muy temprano a visitar al príncipe de Pekín. Allí se quedó, tranquilamente sentado, hasta el mediodía. Cuando supo que Xifeng había regresado escribió un recibo y fue a recoger la tarja. Esperó fuera del patio mientras un criado anunciaba su llegada. Entonces apareció Caiming y tomó su recibo. Una vez anotada la fecha y la suma que debía ser retirada, el paje se lo devolvió junto con la tarja. Complacido, Yun constató que la suma ascendía a doscientos taeles y partió inmediatamente a la tesorería para retirar la plata, y desde allí a su casa para informar de la buena nueva a su madre, que compartió su júbilo.

Durante la quinta vigilia de la mañana siguiente buscó a Ni Er para devolverle el préstamo; éste, al ver que Yun tenía dinero, aceptó la devolución.

Luego, Jia Yun llevó cincuenta taeles a la casa de Fang Chun, un jardinero que vivía extramuros de la puerta oeste, y le compró unos árboles.

Volviendo a Baoyu. La invitación a Jia Yun para que lo visitara en su estudio no había sido más que el gesto cortés del hijo de un noble y rico duque, y por tanto se olvidó de él con rapidez. Al volver aquella noche del palacio del príncipe de Pekín, presentó sus respetos a su abuela y a su madre, y se retiró al jardín, donde se despojó de su traje ceremonial y esperó su baño.

Resultó que a Xiren la había llamado Baochai para que la ayudase a trenzar unos botones; Qiuwen y Bihen habían salido a urgir a los criados para que trajeran el agua; Tanyun había pedido permiso por ser el aniversario de su madre, y Sheyue estaba enferma en su casa. Las otras doncellas, que hacían las tareas más pesadas, no habían esperado que las llamaran y habían salido en busca de sus amistades. Por un momento, Baoyu quedó completamente solo, y ése fue el momento en el que le apeteció beber té. Llamó varias veces hasta que llegaron dos o tres amas, a las cuales despidió inmediatamente diciendo:

—No las necesito.

Las ancianas tuvieron que retirarse.

Como no estaba ninguna de las muchachas, Baoyu tomó él mismo un tazón y se dirigió hacia la tetera.

—No se vaya a quemar, señor Bao. Déjeme hacerlo a mí —dijo una voz a sus espaldas.

Una muchacha se adelantó y cogió el tazón. La súbita aparición de la chica asustó a Baoyu.

—¿De dónde has salido tú? —preguntó—. ¡Vaya susto me has dado!

Entregándole el té, ella contestó:

—Estaba en el patio trasero. ¿No me oyó entrar, señor Bao?

Baoyu la observó mientras sorbía el té. Su ropa no era nueva, pero se veía sumamente dulce y bella, con su hermoso cabello negro recogido en un moño, su rostro ovalado y su estampa esbelta y armoniosa.

—¿Trabajas aquí? —preguntó él con una sonrisa.

—Sí.

—¿Y cómo no te he visto nunca?

La doncella rió con tono burlón.

—Usted no nos ha visto a muchas de nosotras. No soy la única. ¿Cómo me iba a conocer? Yo no le llevo o le traigo cosas ni lo atiendo personalmente.

—¿Y por qué?

—¡Vaya pregunta! Pero tengo que informarle de algo, señor. Ayer vino a verlo un caballero llamado Yun. Le dije a Beiming que lo despidiera, ya que usted estaba ocupado, pero le pedí que volviera esta mañana. Cuando vino, usted ya había salido a visitar al príncipe de Pekín.

En ese preciso momento llegaron tambaleándose Qiuwen y Bihen, riendo y charlando, sosteniendo en alto sus faldas y cargando entre las dos un balde del que salpicaba el agua. La otra doncella corrió a ayudarlas.

—¡Me has mojado la falda! —dijo Qiuwen a Bihen, quejándose.

—¡Y tú me has pisado el pie! —replicó Bihen.

Al mirarla reconocieron a la doncella que había aparecido tan bruscamente: era Xiaohong. Sorprendidas, dejaron el balde y entraron corriendo en el pabellón. Les molestó mucho encontrar solo a Baoyu. En cuanto le hubieron preparado el baño y desnudado, cerraron la puerta y fueron a la parte de atrás en busca de Xiaohong.

—¿Qué hacías allí? —le dijeron increpándola.

—No estuve adentro —protestó ella—. Había perdido mi pañuelo y lo buscaba por la parte de atrás cuando oí al señor pedir té. Como ninguna de vosotras estaba allí, fui yo misma a servírselo. Justo en ese momento aparecisteis.

—¡Putilla desvergonzada! —la insultó Qiuwen escupiéndole a la cara—. Te dije que fueras a urgir a los que debían traer el agua, pero tú me dijiste que estabas ocupada y nos hiciste ir a nosotras. Entonces aprovechaste la oportunidad para atenderlo tú misma. Estás escalando posiciones, ¿no? ¿Piensas que no somos competencia para ti? Pues mírate en el espejo. ¿Acaso eres digna de servir el té al señor Bao?

Bihen intervino:

—Mañana diremos a las otras que si el señor necesita té, agua o cualquier otra cosa, no necesitamos movernos: ella se encargará.

Seguían turnándose los insultos y los exabruptos cuando llegó una vieja ama con un mensaje de Xifeng: «Mañana vienen unos jardineros a plantar árboles, así que debéis tener cuidado. No pongáis vuestra ropa al sol ni dejéis las faldas por cualquier sitio. Todas las colinas artificiales serán cubiertas con biombos, y nadie debe andar por allí».

—¿Quién va a supervisar el trabajo de los jardineros?

—El señor Yun, el de la calle de atrás.

El nombre no les dijo nada ni a Qiuwen ni a Bihen, que siguieron preguntando; pero Xiaohong supo enseguida que debía tratarse del caballero que había conocido el día anterior en el estudio.

Aunque su apellido era Lin y su nombre de infancia Hongyu [4] , a Xiaohong, que ese año cumplía los dieciséis, la llamaban así para evitar el carácter Yu que también figuraba en los nombre de Daiyu y Baoyu. Su familia había servido a los Jia durante generaciones, y su padre estaba a cargo de varias haciendas y propiedades. Cuando fue destinada al jardín de la Vista Sublime se le asignó el patio Rojo y Alegre, que había sido un lugar agradable y tranquilo hasta que Baoyu y sus doncellas ocuparon aquellos aposentos. Xiaohong, en su simpleza, se propuso escalar posiciones en el mundo valiéndose de su buena apariencia, y durante mucho tiempo había tratado de llamar la atención de Baoyu; sin embargo, las otras doncellas le impedían destacar. Aquel día consideró que había llegado su oportunidad, pero la malévola intervención de Qiuwen y Bihen había hecho que sus esperanzas se desvanecieran. Se sentía muy mal cuando en eso llegó el ama anunciando la venida de Jia Yun y los jardineros. La noticia le metió en la cabe za una nueva idea y, desalentada, regresó a su cuarto a madurarla. Mientras daba vueltas en la cama, una voz la llamó suavemente por la ventana.

—¡Xiaohong! He encontrado tu pañuelo.

Salió corriendo a ver de quién se trataba. Era Jia Yun.

—¿Dónde lo encontró, señor? —preguntó turbada.

—Ven aquí y te lo diré —contestó Jia Yun riéndose.

Y acto seguido intentó atraparla. Ella se dio la vuelta y echó a correr, pero al tropezar en el umbral despertó de pronto. ¡De manera que sólo había sido un sueño!

Si quieren saber lo que pasa se explicará en el siguiente capítulo.

Sueño En El Pabellón Rojo

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