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Documento 6

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Abril 22 de 1683

Relación puntual de la entrada que han hecho los españoles, Almirante don Isidro de Atondo y Antillón, en la grande isla de la California, este año de 1683 a 31 de marzo, sacada de carta de dicho Almirante de 20, y del P. Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús, de 22 de abril sus fechas, en el puerto de La Paz (96)

La isla de la California ha sido desde la conquista de la Nueva España, empresa apetecible por la gran riqueza de almas y perlas que, en su prolongado seno, promete la opinión común, y confirman muchas experiencias de los que han navegado por él.

Ambos motivos llevaron a ella, el primero, al adelantado de esta Nueva España, el marqués del Valle, don Fernando Cortés, héroe de inmortal nombre que, llamado poco tiempo después de algunos temores de alteraciones que en este reino, como recién conquistado se presumieron, no pudo obrar lo que su gran valor y fortuna prometían.

Muchos grandes capitanes continuaron la empresa después de él en repetidas expediciones, cuyas diligencias las frustraron varios casos o desprevenciones, sin haber traído más que noticias de varias naciones que la pueblan y de grandes comederos de perlas que hay en las islas innumerables de su seno y de algún ámbar que se encontró en sus playas.

1

Lo primero movió a algunos sacerdotes, así del clero, como de las demás familias religiosas, a embarcarse y entrar por este mar a pescar almas; y lo segundo, no sin lo primero, a los que a su costa armaron, en diversos tiempos, embarcaciones, y penetraron, según sus relaciones, hasta casi treinta y cinco grados del norte para descubrir sus grandes riquezas. Sus conatos fueron laudables, pero, por la mayor parte, ineficaces las diligencias y con poco provecho sus trabajos.

2

Yo discurro que por no haberse hasta aquí costeado a expensas solas de nuestro católico monarca (a quien tiene Dios señalado en la Iglesia por atlante de la fe de ella para que estribe en sus augustos hombros su peso y se afiance en su real celo su promoción), no tenido la conquista el feliz suceso que se desea.

En este año de 1683, a 18 de enero, salió del puerto de Chacala, que es del reino de la Nueva Galicia, jurisdicción de la iglesia de Guadalajara, con dos navetas de buen porte y una Balandra para patachearlas, el adelantado don Isidro de Atondo y Antillón, muy bien prevenido de gente, municiones y vituallas, despachado del excelentísimo señor Marqués de la Laguna, Virrey y Capitán General de esta Nueva España que, cumpliendo con el esmero que sabe los órdenes apretados de su Majestad, de que no se perdone a gastos de su real caja cuando se espera el bien de las almas, como promete esta empresa de la California, y correspondiendo a la gran cristiandad y celo, heredado de su real casa, lo mandó aviar y avió con efecto abundantemente de todo lo necesario para sus navíos y gente y además de ropa, abalorios y dijes y cosas que en indios son poderosos atractivos para ganarlos para Dios y para el Rey.

Navegaron con vientos noruestes, que son casi por la proa, punteando continuamente y dando bordos 20 días, hasta que, a los 9 de febrero, llegaron al puerto de Mazatlán y de él en 39 días, que fue a 18 de marzo, se pusieron en el puerto que hace el río Sinaloa, donde habiendo tomado refresco, continuaron su viaje prolongando la costa de Sinaloa por 6 días, hasta montar las islas de San Ignacio y ponerse a barlovento de ellas, por hacer desde allí más largo o, por decirlo propiamente, menos corto el viento, y cortar más fácilmente las grandes corrientes que de aquel ismo o brazo de mar vienen impetuosas al mar Pacífico.

Desde este paraje, a los 25 de marzo, día en que dio el Verbo Divino principio a nuestra redención, lo dieron, a lo que esperamos de su infinita misericordia, a abrir el camino a la de innumerables gentiles que habitan en ella en las sombras de la muerte, atravesando los dos navíos, Capitana y Almiranta (porque la Balandra en el viaje de Chacala con un temporal arribó a Mazatlán con falta de lancha y por esa causa no pudo seguir a los 2 navíos), a buscar la costa de la California, navegando casi de oriente a poniente; y, en una noche, dieron vista al a isla de Cerralvo y a la tierra de California.

Y notaron que, desde la medianía de este brazo de mar, se divisan a un tiempo, al este, los cerros de San Ignacio, que están en la tierra de Sinaloa, y juntamente los cerros de la California, con que infieren que por aquella parte no tiene este mar de California de latitud más de 35 leguas.

Puestos ya casi en la costa de aquella isla para granjear una legua y montar la isla de Cerralvo, por la fuerza de las corrientes y oposición del norueste, se gastaron tres días.

De allí prolongando la tierra hacia el norueste, navegaron 8 leguas avante y, aunque con dificultad, dieron en la boca del puerto tan celebrado en los mapas y derroteros de Nuestra Señora de La Paz. Todos los mapas impresos le ponen en casi 24 grados; algunas cartas más en altura de 27, otras de 26, y otras de 25 grados. Con las cartas impresas de Jansonio concuerda el derrotero del capitán Francisco de Lucenilla, que lo pone en 24 grados y 10 minutos.

El padre Eusebio Francisco Kino, insigne cosmógrafo, dice que la boca del puerto está en 25 grados menos 15 minutos, con que fomenta la duda que en su carta excita el Almirante don Isidro de Atondo de si están en la realidad en el puerto de La Paz o en otro. El cual, además de esta razón de la diversidad de altura, funda su duda en que los indios que han hallado en la tierra firme, no entienden ni una palabra de las que los padres de la Compañía de Jesús llevan escritas en sus vocabularios de las lenguas que hablan los indios del puerto de La Paz, observadas de algunos otros religiosos de la misma Compañía que en otras expediciones entraron a ellos.

También se funda en que todas las relaciones de otros capitanes dicen comúnmente que los indios de este puerto salen luego con las canoas y balsas a los navíos con grandes muestras de amistad, y en esta ocasión ni salieron canoas ni balsas, ni hallaron en tierra por algunos días gente.

Pretende dar salida a esta duda con que, quizás, los indios que llaman guaycuros que, según las relaciones antiguas, tenían guerra con los de La Paz, se han apoderado de la tierra y del puerto y echado de él o muerto a los pacenses; porque las señales de estar el Cabo de San Lucas a sotovento y la punta de la Porfía de la isla Cerralvo hacen probable que sea este el puerto de La Paz antiguo. Sea o no el antiguo, éste se llamará nuevamente puerto de La Paz, como le nombra el Almirante y el padre Eusebio Kino en sus cartas.

En 31 de marzo, entraron en él, habiendo acabado aquel día una devota novena al glorioso San José. La bahía es muy grande y, según el cotejo del padre Eusebio, muy parecida a la de Cádiz.

A primero de abril, día siguiente, entraron 5 o 6 leguas más adentro; dieron fondo y en dos lanchas saltaron en tierra algunos, entre ellos el Almirante, los capitanes y pilotos de ambos navíos. Hallaron en ella un muy grande palmar de más de media legua y un ojo de agua muy buena y de buen gusto, y toda la tierra, a poco que en ella se cabe, de agua potable y buena. No hallaron persona viviente de los californios, aunque sí señas y pisadas de ellos; y, con estas noticias se volvieron a dormir a bordo.

3

El día siguiente, 2 de abril, día de San Francisco de Paula, saltaron todos en tierra. Fabricaron luego una cruz muy grande y la colocaron en un alto, como tomando posesión con enarbolar ahí el estandarte de la fe, de toda aquella tierra en nombre del Rey del Cielo y de las Españas.

Y para ver si había indios escondidos en la espesura del monte, dejaron algunas cosillas de comer, como maíz, bizcocho y cuentas y se volvieron, habiendo reconocido algo de la tierra, a los navíos.

A 3 de abril volvieron a saltar en tierra y hallaron intactas las cosas que habían dejado en el mismo lugar; con que quedaron todavía inciertos de si habitaba gente por allí cerca o no. Subieron a un cerrito los dos padres de la Compañía, el Almirante y uno de los capitanes con algunos otros soldados, y no descubrieron hombres vivientes, ni casa, ni otra cosa más que arboledas y en medio una laguna, al parecer no pequeña. Volviéronse a los navíos.

Y el domingo por la mañana, dichas en la Capitana y en la Almiranta las misas, entraron más adentro la bahía, con lanchas por un brazo o estero que corre más de 3 leguas. Y la tierra en que remata está, según escribe el padre Eusebio kino, en 24 grados 10 minutos; con que parece que se puede concordar la variedad de los grados que dan a este puerto los diferentes derroteros.

En la tierra no hallaron ni descubrieron indio ninguno, desconsuelo no poco para los que llevan por blanco de esta empresa la conversión de las almas más que la pesca de las perlas.

A la tarde de este día echaron un chinchorro y cogieron una gran pesca de pargos, róbalos, corvinas, pámpanos, lenguados de disforme tamaño, lisas, y mojarras y otros pescados que llaman sapos, que son venenosos, de que ya iban noticiosos; con que proveyeron para casi 3 días la gente de los navíos.

Y el lunes volvieron ir a tierra; y cerca del palmar y del ojo de agua donde pusieron la Santa Cruz, empezaron a fabricar una pequeña iglesia y un fuertecito o media luna que nombraron Nuestra Señora de Guadalupe, por la santa imagen que llevaban de esta milagrosa santa por conquistadora de toda aquella tierra.

Y fue providencia del Almirante y demás capitanes por haber reconocido desde un alto humaredas, y presumieron podían ser señas que hacían para convocarse de guerra. Y aunque éstas los consolaron por haber certificado con ellas que moraba gente en aquella tierra, al mismo paso, los pusieron en cuidado, y se fortificaron con troncos de palmas que cortaron, poniendo entre ellos en lugar de fagina, la fardería que llevaban para su provisión y las cajas de la gente, de modo que, si llegara el caso, pudiesen jugar las armas de fuego sin daño de las flechas y dardos que usan los indios. En la surtida de la media luna que mira hacia la iglesia, pusieron una pieza de bronce y, a los dos remates, 2 pedreros de alcance; con que aquella noche quedaron asegurados.

El martes por la mañana, al tiempo que los soldados andaban desmontando un altillo y cortando madera para afaginar las fortificaciones, oyeron de repente gritos y alaridos de indios que venían encaminados al paraje donde los españoles estaban. Tocaron el arma en el real; acudieron todos al fuerte; cuando se pusieron a buen trecho hasta 35 indios de gentil disposición y bien armados de arco y flecha y dardos, y puestos en forma de media luna, con señas y visajes les decían que se fuesen de sus tierras. El Almirante y los capitanes, también por señas, les dieron a entender que no venían de guerra sino de paz, y a tener amistad con ellos; y les dieron a entender que dejasen las armas y las pusiesen en el suelo, que lo mismo harían ellos; pero no quisieron hacerlo.

Entonces, los 2 religiosos de la Compañía, el padre Matías Goñi y el padre Eusebio Francisco Kino se fueron intrépidamente a ellos y les ofrecieron maíz, bizcochos y coscates (que son cuentas de abalorios), y otras cosillas que su pobreza estima en mucho. Y al principio no querían recibirlas de sus manos, sino que hicieron señas que las pusiesen en el suelo, y las tomarían. Así lo hicieron los padres y, habiendo probado el bizcocho y comido el maíz crudo, con muestras de mucho sabor, se vinieron a las manos recibiendo de las de los padres y demás españoles, dejadas las armas, y ya muy pacíficos y sosegados, todo lo que les daban, en especial de comer, con más estimación el maíz, el pescado y el agua de que, al parecer, venían necesitados. Y pasando las manos sobre el vientre y estómago, refregándose muy aprisa, significaban la necesidad de comer que traían, no porque les faltase que comer (porque traían consigo pedazos de mezcal tatemado o asado, del cual aún acá en la Nueva España usan por regalo, y carne de venado con que regalaron a los españoles y retornaron su agasajo), sino porque, a lo que parece, aquel día habían caminado mucho trecho, y tenían aquella provisión reservada para la vuelta, o para comerla en el aguaje que tenían cogido los españoles.

El Almirante don Isidro advierte en su carta que observó que cualquiera de las cosas que les daban, aunque comían algo de ellas, las retiraban al monte y volvían, haciendo demostraciones de que les dieran más. Puede ser que tuviesen sus mujeres e hijos emboscados, y las llevasen para partir con ellos.

Fuéronse aquel día casi al anochecer y aunque los nuestros quedaron contentos, no sin recelo y cuidado (que ninguno es sobrado a vista de enemigos o gente no experimentada); y así prosiguieron el resto del día y todo el miércoles, 7 de abril, en cortar palmas y árboles muy grandes para fabricar la media luna.

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Jueves, 8, se cogió una grandísima redada de peces. Y por no haber vuelto aquel día los indios, sospecharon algunos en ellos mal ánimo y que quizás se iban convocando para venir con mayor número a oprimir a los nuestros. Pero salieron de cuidado el viernes, viniendo 80 de ellos y los más, diferentes de los primeros, todos de paz y con muestras de muchísima amistad y llaneza. Mostráronles aquel día una imagen de Cristo crucificado y la de Nuestra Señora de Guadalupe que llevaban como patrona de la empresa, y daban a entender por la extrañeza que hacían al verlas, que ni tenían noticia, ni habían visto cosa semejante.

Volviéronse a la tarde a dormir al monte. Y el día siguiente volvieron y con más familiaridad y llaneza, andando entre los españoles con desahogo y demasiada libertad, hurtando algunas cosillas con notable sutileza. Y viendo el Almirante sus acciones tan libres, juzgó ponerles algún miedo con una experiencia que hizo. Puso una adarga que llaman chimale, y son de cuero crudo, arrimada a una osamenta grande de ballena que allí hallaron, y por señas les dijeron le tirasen con sus flechas. Tomaron sus arcos los más briosos y alentados de ellos y, disparando las flechas a la adarga, apenas herían el pelo de ella, y algunas flechas se quebraron con la violencia; de que ellos quedaban admirados por ser tan penetrantes y agudas que suelen pasar con ellas cualquier animal de parte a parte. Hízoles seña el Almirante si querían ver la fuerza de nuestras armas (porque ellos al parecer entendían que el arcabuz era nuestro arco, la baqueta la flecha y el sacatrapos lo que servía de pedernal), y porque viesen cuan poderosa arma era el arcabuz, dio orden el alférez Martín de Verástegui tirase con bala rasa un arcabuzazo al chimale. Él, para darles a entender que alcanzaba más que sus arcos, se retiró 6 pasos desde donde ellos tiraron y, disparando, no solo atravesó de parte a parte el chimale, sino también el hueso de la ballena a que estaba arrimado. Vinieron medio atónitos los bárbaros a ver el tiro y, admirados pidieron una bala para ponerla en la punta de un dardo. Poníanla y daban un soplo; y, al punto, se les caía a los pies, pensando que el tronido del arcabuz era soplo que daba, y que podían ellos hacer otro tanto. Con este suceso, quedaron algo amedrentados y reprimida su libertad; ya no se atrevían a tomar cosa ninguna sin licencia y, si la tomaban, en mandándosela volver, la volvían.

Preguntáronles por señas si había algún río en aquellas tierras. Uno de ellos, hecho ya capaz de la pregunta, se explicó así: tomó un dardo y apuntando al poniente fijamente, empezó a andar al trote que usan los indios y, dando vuelta vez y media por el real, volvió a apuntar al sol; con que significó que, a vuelta y media del sol, por espacio de su curso, había río; con que entendieron que día y medio de camino de allí le hallarían.

Tomaron una poca de sal en la mano y comiéndola y dándosela a probar, les preguntaron por señas donde la había o si la tenían. Probáronla y dieron a entender no la conocían. Con esto, torciendo el rostro y poniendo la mano en la mejilla, y cerrando los ojos, se despidieron, significando así que se iban a dormir.

5

Los padres de la Compañía, dice el Almirante en su carta, deseosos de entender la lengua de los californios, andan con el tintero en la mano, en viniendo indios, oyendo sus palabras, asentando sus vocablos y notando sus pronunciaciones, para ir aprendiendo su idioma. Y el padre Eusebio Kino dice la van ya entendiendo, que es muy clara y que tiene todas las letras del abecedario, y que los naturales pronuncian muy claramente la nuestra, y que son muy dóciles y afables y festivos y que sus muchachos juegan y se entretienen con los nuestros con tanta amistad y llaneza, como si se hubiesen criado entre ellos.

Y de estos principios se espera que los religiosos de la Compañía de Jesús han de sembrar, propagar y cultivar entre estas naciones la santa fe, como lo han hecho y hacen con tanto fruto en todo el mundo, en particular en las provincias de Sinaloa, Sonora, Sierra de Topia, Tepehuanes, Tarahumares y otras gentes de aqueste reino, para gloria del nombre cristiano y aumento del imperio católico.

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Casi todos los días iban viniendo nuevos gentiles, en particular el Jueves Santo, 15, en que todos los españoles cumplieron con la Iglesia, en la que de ramos y árboles habían fabricado, con singular devoción. Después de las comuniones llegaron 40 indios; muchos de ellos diversos de los que hasta allí habían venido.

El Viernes Santo, volvieron todos, con su carga de leña al hombro, en que muestran su buen natural y que son inclinados a obsequiar a los nuestros. Pues el haber visto que el día antecedente les mandaron los cabos que la trajesen y que les agradecieron con algunas cosillas la que acarrearon, les motivó a traerla sin que la pidieran, porque veían que hacían con ello gusto.

Todos ellos, en especial los muchachos, repiten con muy buena y distinta pronunciación, las oraciones, y se persignan con los padres, que los juntan y rezan con ellos, aunque no entienden lo que rezan; pero, como en las palabras de las oraciones está Dios, solo de proferirlas materialmente, como el apóstol de la India san Francisco Javier tenía observado, hacen operación en las almas, ablandan y enternecen el corazón; son como el fuego que, si se toca con las manos, aún sin verlo ni saberlo, calienta y enciende.

7

Aquí refiere el padre Eusebio Francisco, para prueba de su docilidad y amigable llaneza con que ya andaban entre los nuestros, que un buen viejo de ellos se puso a contarles en su lengua, acompañada de señas, que daban bien a entender lo que decía, cómo él tenía 5 hijos y que 1 chiquito se le había, pocos días antes, muerto; y para explicar que lo había enterrado, hizo un hoyo en la tierra, y cogió un palito que representaba a su niño, y lo enterró. Con que se consoló de haber dado a entender su pena, y los padres se consolaron más de ver la familiaridad con que conversaban con ellos, porque, a este modo, contaban y decían otras cosas suyas que fuera largo referirlas.

A lo que parece, sus casas o rancherías están la tierra adentro, algunas leguas; porque el Almirante mandó algunos soldados con su cabo entrasen lo que pudiesen cómodamente la tierra adentro; y desde un cerro alto, a 3 leguas, poco más o menos, descubrieron lejos de allí humaredas; aunque no divisaron casas ni pueblos, vieron hermosas llanadas y una laguna en medio de una.

El temple es bueno y apacible. Hay muy espesas y crecidos montes; en ellos mucha caza de aves, venados y conejos; y con el tiempo descubrirán otros animales en sus espesuras y bosques.

8

La tierra y benignidad del cielo parece a propósito para todo género de semillas. Y ya, según escriben, habían sembrado maíz, melones y sandías y otras de las semillas que consigo llevaban; y se persuaden de las hermosas vegas y grama que en ellas hay, se criarán bien ovejas, vacas, marranos, caballos, etc. Y todo esto ha enviado el Almirante a traer en la Capitana que llegó ya al puerto de Yaqui de las doctrinas de la Compañía de Jesús, y los de ella escriben que los dichos padres los han aviado con grande abundancia de todo cuanto han pedido, como lo sabe hacer esta religión en las ocasiones que se ofrecen del servicio de Dios y del rey y que conducen al bien espiritual de las almas.

9

Algunos soldados que, por diversión y curiosidad, se fueron paseando buen trecho del real por la playa, hallaron en unas cuevas muchos huesos humanos, y se colige que usan tener en ellas sus entierros, y un pedazo de rezón, que sería de los bajeles que, por los años de 33 o 34, se perdieron cerca de este puerto, en la tercera entrada que hizo a la California el capitán Ortega.

Encontraron algunas piedras minerales de que se infiere que hay metales en esta isla, muchas y grandes conchas de nácar, que son las madres de las perlas de que es cierto abunda este grande seno; pero hasta ahora no los han visto; ni otros indios, como encarecen las relaciones antiguas, de los que vieron las tienen. Puede ser que la gente que habita en las isletas que hay en la mitad de este estero, subiendo al norueste, y son innumerables, las tengan; porque, como pescadores y que pescan los ostiones para sustentarse de ellos, las recojan y guarden.

También hallaron una osamenta de ballena tan grande que una quijada tenía 5 varas de largo.

10

El Almirante don Isidro de Atondo está persuadido, como tan cristiano, que la intención principal de nuestro católico rey, que le ha movido gastar en esta expedición tanta suma, son las perlas preciosas de las almas, en cuya busca vino a la tierra el mercader divino; y créese, como lo escribe, que éstas se han de buscar primero para hallar las otras que, de ordinario, las da el Señor por añadidura.

Están aguardando los caballos que ha de llevar la Capitana de Yaqui para entrar la tierra adentro, y pasar hasta la contracosta al puerto y bahía de Santa María Magdalena; que, según buena cosmografía, dista de éste de La Paz 20 leguas.

Toda la gran isla de la California, según los mapas modernos, tiene de largo, desde el Cabo de San Lucas hasta el Mendocino, que están opuestos de norueste a sueste, 1700 leguas; por lo más ancho, desde el puerto de Francisco Drake junto al Cabo Mendocino, al leste, algo al nordeste, 500.

Hay una grande cordillera de sierras nevadas todo el año que se ven por el Mar del Sur. Y en tierra tan dilatada que es mayor que lo que está descubierto en toda la Nueva España ¿qué de naciones no habrá? ¿Qué fruto no se podrá esperar de la misericordia de Dios en ellas y de la celosa industria de los apostólicos hijos de la Compañía? Tres solos van en esta primera entrada que son el padre Matías Goñi, antiguo misionero de Sinaloa; el padre Eusebio Francisco KIno, insigne cosmógrafo y matemático. Estos dos ya están en el puerto de La Paz. El padre Antonio Suárez había de ir en la Balandra que arribó a Mazatlán desviada; no se sabe haya pasado aún. Tres espirituales Colones de este descubrimiento que van a allanar la entrada a muchos que con el celo mismo desean y piden la empresa.

Dios Nuestro Señor le dé a nuestro católico Carlos, en estos calamitosos tiempos, por los reinos que, a tanta costa de su hacienda, desea agregarle a Cristo y a su Iglesia, la felicidad espiritual y temporal que su ánimo católico merece para la gloria de Dios y aumento de su católica monarquía.

O.S.C.S.M.E.

Con licencia.

En México por la Viuda de Bernardo Calderón. En la Calle de San Agustín.

96- Burrus [13]: 233-272.

Kino en California

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