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Documento 14
ОглавлениеSeptiembre 25 de 1683
Autos sobre la primera entrada que hizo el Almirante Don Ysidro de Atondo y Antillón en unos parajes de la California; y de haberse retirado al puerto de San Lucas, 50 leguas de Sinaloa. (109)
Excelentísimo Señor:
Puesto a los pies de Vuestra Excelencia, con el debido rendimiento a la obligación de mi cargo y criado de Vuestra Excelencia, refiere en la brevedad que fuere posible lo desgraciado de nuestro viaje y al parecer corta fortuna, pero a dispuesto la majestad Divina que en nuestra nueva conversión de las Californias no se haya perdido ninguno de los tres bajeles de esta Armada, habiendo padecido tanto y por los tiempos haber perdido anclas y cables en los cuatro meses rigurosos del año que lo son en estos mares y costas el de junio y julio, agosto y septiembre, ni los gentiles de la nación guaicura, que siempre vinieron enemigos encubiertos, nos matasen, más que al grumete que robaron o se pasó a vivir con ellos.
Señor, doy cuenta a Vuestra Excelencia como habiendo recibido los bastimentos de seis meses para esta empresa, y aprestado lo demás, salí del puerto de Chacala con la Capitana y Almiranta, dejando en él a la fragata Balandra, el día diez y siete de enero, a cargo de su capitán, piloto y contramaestre, con acuerdo jurídico a que guardase la gente de mar que venía marchando de esa corte, pues no bastaba el cuidado de los centinelas embarazar la fuga de los embarcados.
Me hice a la vela dicho día, y viendo que el pagador, don Jacinto Moraza, se excusaba embarcar por sus achaques, le hice notificar por tres veces siguiese la obligación de sus puestos, todo consta por instrumento jurídico. El diez y ocho hicimos fuerza de vela porque vientos noruestes y corrientes eran contrarios y nos llevaban a la ronza. (110)
Llegamos a California a los setenta y cuatro días y el primero de abril dimos fondo en el puerto de Nuestra Señora de La Paz que es muy seguro y abundante de agua, leña, pescado y sal. Y habiendo reconocido paraje a propósito para fortificación, al día siguiente salté con toda la gente en tierra. Delinee una media luna dando las espaldas a la mar y a los bajeles, formé la trinchera de troncos de palma, con su foso, a los remates puse los pedreros que Vuestra Excelencia fue servido mandar remitir de esa corte, y en el medio un baluarte con un esmeril de bronce.
Bajaron treinta y cinco indios, que fueron los primeros que vinieron, y aunque con el orgullo y gritería con que ellos se animan a pelear. Luego que nos vieron en disposición de hacerles cara se sosegaron, les dimos de comer y alguna ropa y se fueron de allí. Y dos días volvieron setenta y tres con la misma gritería, también se sosegaron viendo la pretensión de nuestra gente. Después bajaban cada dos a tres días a mariscar sin tanto alboroto, y se solían estar lo más del día a vista de nuestro Real, en que se solicitaba todo lo posible para aprender su lengua para darles a entender a lo que íbamos de parte del Rey Nuestro Señor.
En el ínterin que se hacían estas diligencias, viendo que con lo penoso del viaje se nos habían corrompido algunos bastimentos, determiné despachar la Capitana, como navío de más buque, a las costas de Sonora y Río Yaqui, que es de corta travesía, trujese otros bastimentos con letra de tres mil pesos que me prestó el capitán Agustín de Gamboa, vecino de la ciudad de Guadalajara. Asimismo trujese caballos para las entradas de mi obligación, brea, alquitrán y sebo que tenía mandado prevenir para la carena de estos navíos.
Habiendo salido dicha Capitana del puerto de La Paz el día veinte y cinco de dicho mes [abril], el día quince de julio no habíamos sabido de ella, siendo en nuestra gente de sumo desconsuelo tanta dilación.
En este tiempo hice cuatro entradas tierra adentro, por diferentes rumbos y en la que más pude avanzar fue siete leguas en cuatro días de marcha por haber hallado un pozo de agua manantial, y aunque ciento y cincuenta indios, de arco y flecha, nos la quisieron embarazar, facilitó el remedio de nuestra necesidad darles a entender íbamos a pelear contra sus enemigos los coras, que estaban a la parte del poniente, a que los convidamos no nos quisieran seguir, pero logramos reconocer tres leguas más la tierra adentro.
En toda la que descubrimos no se halló rio con agua, ni tierras a propósito para sembrar, aunque rasas cuanto alcanzaba la vista, las cuales producen mezquites muy gruesos, otros árboles que llaman maotos, otros de copal, cardones y pitayas, de que están los campos vestidos.
Demuestra esta nación ser muy guerreros, según las señales de heridas. Son muy celosos según el cuidado que ponen en retirar las mujeres, dan a entender tienen tres y cuatro y las que alcanzamos a ver en el aguaje iban vestidas de pieles de venado y tigre. Y a la boca de dicho puerto de La Paz, descubrimos otro que dicen se llama de San Ignacio, al cual le ofrece gran abrigo una isla de dos leguas de box y encima de ella hay una laguna de sal piedra (excelente) y espumilla que en nombre de Vuestra Excelencia mandé intitular Santo Tomás de la Laguna. Los que después fueron a sacar sal para el gasto de nuestra Armada, la trujeron y descubrieron alrededor de dicha isla cinco comederos de perlas que con no haber buzos sacaban a la bajamar conchas en que hallaban granos menudos pero de buen oriente, de que se discurre que si su Majestad envía buzos y minro de confianza, recuperará para los grandes gastos de esta armada empresa y conversión. Viendo los indios que andábamos reconociendo sus tierras, trataron con todas veras echarnos con la acostumbrada arrogancia, pues esta nación domina en el valor a las demás.
El día diez y siete de mayo nos hurtaron un mulato grumete, o se pasó a vivir con ellos. Se lo pedí muchas veces ofreciéndoles regalos por traerle, hasta que supe por otros indios buenos que llamábamos los serranos, le mataron luego, por cuya razón hice prender uno de sus capitanes, teniéndolo en rehenes por si nos daban nuestro grumete. Lo traigo embarcado con buen tratamiento, por adelantarnos en su idioma. Lo he enviado reconociese la muchedumbre de indios y abundancia de los frutos y iglesias de esta tierra, pues daban a entender les queríamos comer las pitayas y mezcales. Lo llevo embarcado por si lo dicho importa al servicio de ambas Majestades y logro de nuestra conversión.
El día seis de junio nos vinieron a acometer dos capitanes con ciento y cincuenta indios, escogidos en tal disposición que nos iban echando cerco. Salí a el encuentro del capitán que llamábamos Pablo, quiso Dios cesasen en su ímpetu y arrogante resolución. Reprendiles como be mande aquel modo porque los mataría, y aunque se enmendaron en algo, no por eso dejó su atrevimiento de flechar los carneros y procurar cogernos con cautela, para lo cual convocaron indios de otra nación que estos, por ser más afables, nos lo avisaron, y el día que habían de venir que estuviese con cuidado porque era su intento cercarnos y degollarnos, lo cual tenía a nuestra gente tan desanimada como Vuestra Excelencia reconocerá por los instrumentos jurídicos que remito con el debido rendimiento y porque no padeciese algún notable descrédito nuestras armas por unas tan débiles como las de estos guaicuros, o por el poco valor que mostraban los nuestros determiné evitar ejecutasen su traición dándoles una rociada. Antes que nos avanzasen hice doblar las centinelas y el día señalado venían simulados, dejándose ver de dos en dos los capitanes y más principales hasta diez y nueve, quedándose los demás en el monte emboscados, como actualmente lo reconocimos por los que se retiraban de orden de sus capitanes, siendo grande el recato con que nos trataban.
Este día, cuando reconocí estaban juntos los de mayor suposición, mandé disparar un pedrero y algunos arcabuces, de que cayeron diez. Y desde el navío miraban los que iban heridos cayendo y levantando y los muchos que iban huyendo de la emboscada por el ruido de la carga, y al mismo tiempo dispararon algunas flechas que metieron dentro de nuestra trinchera.
Acabado de suceder esto, todo era desear llegase la Capitana con bastimento y caballos, por la facilidad de entrar tierra adentro. Y por esta esperanza mantuve nuestra gente catorce días con alguna falta de bastimento y mayor desconsuelo en los nuestros, ya por la convocación que prometían en los enemigos, como dar por perdidas la Capitana y Balandra. No obstante no me quise resolver a dejar aquel puesto hasta que pase a sondear el bastimento de la Almiranta y viendo que era tan poco como Vuestra Excelencia, siendo servido, mandará reconocer por la información de doce testigos de mayor excepción, determinó nos embarcásemos en busca de la Capitana. Di orden al piloto Mateo Andrés nos mantuviese en la mar cuanto el tiempo y bastimento permitiese. Así lo hizo pues habiendo salido del puerto [de La Paz] el día quince de julio, no llegamos a este hasta los veinte y uno, siendo nuestra navegación de veinte y cuatro horas, con el viento que hacía.
Luego que di fondo en él, despaché cartas por estas provincias me noticiasen de dicha Capitana, y habiéndome avisado estaba surta en el Puerto de Yaqui, donde arribó tres veces por lo importuno y riguroso de los tiempos y vientos sures y suestes, que no le permitieron llegar con el socorro de bastimentos y ciento y cuarenta cabezas de ganado mayor y menor en que iban diez y nueve caballos. Todo lo perdió y viendo el capitán piloto don Blas de Guzmán cuanto importaría llegar con dicho socorro, procuró su actividad y celo mantenerse contra vientos y mares, hasta que los marineros le protestaron sus vidas y la pérdida de la Capitana. Llegó a este puerto (La Paz) el día veinte y cinco de agosto, cuando ya nos hallábamos lejos de donde solo tratábamos de la conversión de las almas.
Al punto que llegué rogué a los reverendos padres de la misión de California saltasen en tierra a solicitar entre sus hermanos bastimentos a costa de recrecer mis empeños. Y para que se consiguiese con brevedad di mi plata labrada y vestidos, se empeñasen o vendiesen. Y viendo que no bastaba, resolví (con acuerdo de sus paternidades) se vendiesen a costo y costas, en pública almoneda, diez fardos de ropa de lana de la tierra, de la limosna que su Majestad dio para los gentiles, antes que se acabase de apolillar, con que por estos medios me he acabado de algún bastimento, aunque la tierra estaba falta, y estoy esperando por horas con caballos embarcados, me sale el viento para atravesar a la California al paraje que llaman los mapas río Grande, donde arribó la Capitana, y me refiere su capitán y toda la gente de ella, hallaron en este paraje como ciento y ochenta indios de mucha afabilidad, daban a entender tenían guerras con los circunvecinos, de donde avisaré a Vuestra Excelencia como de cualquier parte de Californias donde me arrojaren los vientos y fortuna, cumpliendo con mi obligación me mantendré, en tanto que Vuestra Excelencia fuere servido mandarme remitir al cumplimiento de los cien soldados, armero, caballos y armas que refiero en otra consulta.
Señor, acabo de tener correo del capitán de la Balandra, Diego de la Parra, en que me avisa del viaje que hizo a Californias en nuestra busca. Es lo que Vuestra Excelencia reconocerá por su relación, que remito a los pies de Vuestra Excelencia, en respuesta le animo porque es hombre de buen celo, no dejó acabar de perder la Balandra, le envié más de cuatrocientos pesos, y que lo le ofrezca cuidado cuatrocientos y cincuenta que dice a buscado a su crédito para que sustente la poca gente que le ha quedado y la apreste de bastimento, pues por todo el mes que viene, siendo Dios servido, ira la Almiranta a carenar, con orden entre en el puerto de Mazatlán, donde se halla, y la lleve a el de Matanchel, donde se le de la carena que propone dicho capitán.
Dios guarde la excelente persona de Vuestra Excelencia en su mayor grandeza los muchos años que los criados de Vuestra Excelencia hemos menester.
Puerto de San Lucas, a bordo de esta Capitana. Septiembre veinte y cinco de mil seiscientos y ochenta y tres años.
Excelentísimo Señor, a los pies de Vuestra Excelencia.
Don Isidro de Atondo y Antillón.
109- Autos sobre la conquista de California AGI M 56. Mathes [9]: 251-257.
110- Vagar alrededor de un lugar.