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Documento 10

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Julio 27 de 1683

Carta de Kino al padre Francisco de Castro (100)

Pax Christi Iesu

Mi amantísimo padre Francisco de Castro.

Tengo escrito a Vuestra Reverencia tres o cuatro cartas; no obstante, con la duda que tengo si habrán llegado aquellas, repito con ésta que a 25 de marzo de este año de 1683 dimos a la vista a esta California; y después de haber entrado en esta gran bahía y puerto de La Paz, a dos de abril saltamos en tierra y pusimos una gran cruz; y después también una pequeña iglesia y fundamos y empezamos este real de Nuestra Señora de Guadalupe.

Y varias veces nos vinieron a ver muchos indios de paz, como todo lo tengo ya escrito más dilatadamente en unas cartas que envié a la Nueva España, Sinaloa y Sonora, con la Capitana que, a fines de abril, Salió de este puerto para ir al Yaqui a traernos bastimentos y caballos para las entradas de esta California, etc.

Ahora perseveramos en esta conquista con aprender la lengua de esta California, con agasajar a los naturales y instruirlos en algunas oraciones de nuestra santa fe, con fabricarnos unos ranchitos, particularmente con fortificarnos en un buen fuertecito que tenemos cercanito a la mar en forma de media luna. Para esta fortificación que tiene su fosa alrededor y una buena trinchera de muy grandes y muy bien dispuestos trozos de palma, nos dio más ocasión lo que nos sucedió el día de pascua del Espíritu Santo, cuando más de cien indios (aunque entendíamos venían muchísimos más) vinieron de guerra con mucha gritería, divididos en dos tropas, para echarnos de estas tierras, y apoderarse de nuestros bastimentos; pero, por gran favor del cielo y don del Espíritu Santo, no se dispararon contra ellos ni arcabuces, ni pedreros, ni ellos, tampoco, nos tiraron flechas ningunas.

Y en el ínterin que se iba dudando y preguntando si se dispararía o no se dispararía hasta ver una muy patente señal y demostración de hostilidad, una de las tropas de los indios se nos entró hasta la trinchera, y aunque nuestros valerosos soldados tenían la boca de los arcabuces a los pechos de los indios, y los indios (quizás por no haber experimentado y no conocer bastantemente la fuerza de estas armas), no se retiraban, no se disparó. Y por eso, todos tenemos por especialísimo don del Espíritu Santo que no se haya roto La Paz con la hostilidad que semejantes circunstancias nos ofrecían, y que no se haya puesto a riesgo de perderse toda la empresa; pues, ninguna salvación hay en la guerra, todos te pedimos La Paz, con que fue nuestro Seños servido, que todos son dones del Espíritu Santo.

Y les dimos a los indios maíz y otras chucherías de coscates, cintas, listoncitos, navajitas, como los demás días cuando nos venían a ver de paz y desde entonces (aunque muchos de los señores soldados van con gran recelo, no queriendo fiarse de los indios) los tenemos, gracias a Dios, de mucha paz y de mucha familiaridad y amistad, de manera que nos vienen a ver muy a menudo a este real de Nuestra Señora de Guadalupe, trayéndonos regalos de pitahayas, mescales, y una vez también unas perlitas, que ellos no las estiman mucho ni hacen mucho caso de ellas, ni se aplican a pescarlas, aunque verdaderamente las hay, y muchas y de buen oriente en toda esta bahía. Y se han sacado muchas de ellas que son más de doscientas las que han dado de limosna a la Virgen Santísima, y muchas más son las que tienen algunas personas.

Y aunque es verdad que, quitadas unas pocas que han salido de muy buen porte, mayores que garbanzos, las demás son casi todas muy pequeñas; pero, si su Majestad, o el señor Virrey, o sus ministros, envían buzos que sepan bucear en cinco, seis, ocho y diez brazas de agua, no hay duda que se sacarán grandes rentas reales; que las que estos dos meses aquí han sacado han sido de las conchas que hay en la orilla del mar y en poco agua.

Sea nuestro Señor servido que todo sirva para la más celestial conquista de las mejores perlas que son las almas redimidas con la preciosa sangre de nuestro redentor; que de esto nos da muy buenas esperanzas la mucha docilidad y afabilidad de estos indios que estos días pasados llegaron con sus muchachitos a vivirse casi con nosotros, y durmieron de noche pegaditos a este nuestro fuerte o real; lo que, hasta ahora, nunca habían hecho. Y parece pronto vendrán con sus familias y chiquillos, y que de aquí, a unas semanas, podremos con el favor de su divina Majestad, empezar de los chiquillos a bautizar. Cuando, a mediodía, se toca la oración y la rezamos de rodillas, ellos también se ponen de rodillas, etc.

En las tres o cuatro entradas que por tierra hemos hecho al oriente, al sur y al poniente, hemos reconocido como seis o siete leguas de tierra, con dos o tres buenos aguajes; aunque la mayor parte de lo que vimos es monte, no faltan buenos manchones de buena tierra para sembrar, y no se duda que si, en viniendo los caballos, se entra mucho más adentro, se hallarán aún mejores llanadas, valles y quizá ríos, que hacia la contracosta se divisa una grandísima llanada, con arboleda verde aún ahora, en tiempo de seca, unas cuantas plantas de maíz, calabazas, sandías y melones y también unos tamarindos que sembramos las semanas pasadas, van creciendo muy lindamente; de que se admiran muchísimo los indios, muy amigos del maíz. En entrando las aguas, se sembrará mucho más, dando nuestro Señor su gracia.

También en una de las islitas de esta gran bahía, hallamos una lindísima salina o laguna de sal. Tendrá la islita como dos leguas de box, (101) y la laguna se sal como un cuarto de legua de box. Se ha llamado esta isla la isla de Santo Tomás de la Laguna, y desde el principio de su descubrimiento se ha dedicado al excelentísimo señor virrey don Tomás de la Laguna, etc. Se puede de esta laguna sacar muchísima y muy linda sal para cargar muchos navíos en este puerto, y en toda esta gran bahía hay grandísima cantidad de muy buen pescado y se saca mucho, casi todos los días con el chinchorro y con los cordeles y anzuelos.

Los dos aguajes que tenemos aquí cercanitos a este nuestro fuerte o real son de agua riquísima, abundantísima y sanísima. Y aunque la semana pasada enterramos a don Lorenzo de Córdoba (que Dios tenga en el cielo), fue aquella muerte de una enfermedad que trajo desde Chacala. Y los demás, aún los que han llegado con achaques y enfermedades, están gozando de buena salud y todos estamos buenos, gracias a Dios, aunque con alguna falta de bizcocho y de carne hasta que venga la Capitana. No obstante, se tocan arpas y guitarras; se canta y se divierte la más gente con alegría.

Gozamos de un muy buen temple, que, aunque desde las diez de la mañana hasta las tres o hasta las cuatro de la tarde, suele hacer algún calor, no pero mayor que en Sinaloa, todas las demás 18 o 20 horas del día y de la noche son templadísimas. Y se pone el agua que bebemos tan fresca, que todos no la han bebido mejor y en pocas partes tan buena en toda la Nueva España.

Hay también grande abundancia de muy buena leña y madera para hacer jacales, aunque en lo poco que hemos descubierto todavía no hemos visto madera para fabricar navíos, aunque parece no faltará, o en mayor altura o en la contracosta, que, de aquí, no hay más que 18 o 20 leguas.

Estos indios son de muy vivo y buen natural, de buena estatura, fuerzas y salud; muy alegres, risueños y joviales. Los hombres no usan de vestido ninguno si no es de un cupi (102) de plumas en la cabeza. Las mujeres usan de unos pellejos que les llegan desde los pechos hasta el suelo. Son de color algo más blanco que los indios de la Nueva España. Estos días nos vino a ver un muchachito bien bermejito.

Su sustento de ellos es el marisco y otras frutas de la tierra, venados, conejos, pájaros, que los hay en abundancia; y los días pasados un señor soldado que, con licencia que le dio el señor Almirante, se fue con el arcabuz al monte y, en breve tiempo, trajo diez palomas.

Sus armas de los indios son arco y flecha con pedernal, sin ponzoña, que no la conocen. Y cuando les ponemos una adarga a que le tiren, no la pasan, antes la flecha se hace muchos pedazos; y se admiran y espantan mucho cuando les enseñamos que, con la bala del arcabuz, se pasan dos y tres adargas. Los más principales de ellos traen unas flautas de carrizo colgadas del pescuezo, pero no se sirven de ella sino cuando actualmente están peleando, y por eso tampoco no gustan de nuestra guitarra o arpapitos o flautas. Estiman en mucho los cuchillos y cualquier cosa de hierro, los coscates o abalorios y todo género de cuentas de cositas, o cintas coloradas.

Recelan mucho sus mujeres y sus chiquillos. Su lengua, que no es muy dificultosa de aprender, tiene todas las letras del abecedario fuera de la s y la f; pero la aprenden y cortan lindamente la salutífera palabra Jesús y otras semejantes palabras de la lengua castellana, aunque tenga la s; y son muy curiosos en preguntarnos de cualquier cosa que ven, cómo se llama en nuestra lengua.

Gran falta nos ha hecho y todavía nos hace un intérprete que si lo hubiéramos tenido, sin duda que ya hubiéramos negociado muchísimo, y tuviéramos ya muy muchos bautizados; pero lo encomendamos a su divina Majestad, y confiamos que todo se negociará, aunque vaya un poco más despacio; pues buen intérprete no juzgo lo tiene, o lo ha tenido, hasta hoy, toda la Nueva España ni la California.

Hasta aquí estaba escrita esta carta a fines de junio; y yo entendía de enviarla con la Almiranta, que, por entonces, había de pasar a Sinaloa por bastimentos, pues no venía la Capitana del Yaqui, siendo así que desde abril 25 se despachó de aquí por dichos bastimentos; pero en la junta de guerra que acerca del despacho que de esta Almiranta hubo, pareció no gustaban los señores soldados de quedarse sin tener a la vista algún navío; por tanto hubo alguna diferencia de pareceres acompañada de algún género de disgusto, también, por la falta de los bastimentos que se va teniendo. Y con esto, no se determinó que fuera la Almiranta a Sinaloa.

Luego como el otro día le dijeron al señor Almirante que un indio había dado un dardazo a un señor soldado, aunque sin sacarle gota de sangre, mandó que aquel indio le llevaran preso al cepo y al navío; de lo cual se siguió notable alboroto entre los indios guaicuros, que son muy belicosos y guerreros. En este ínterin, los indios cora, que son muy mansos y afables y enemigos de los guaicuros, nos dijeron que dichos guaicuros nos habían matado un mozo de mar que teníamos perdido y se nos había huido las semanas pasadas.

Y como a 3 de julio vinieron diez y seis guaicuros, los más principales y más forzudos entre ellos, y muchísimos más estaban en el monte, reparose que venían para hacer presa de alguno de los nuestros, o para quitarnos el suyo. Y pues venían como de paz, disimulando su mal intento, el señor Almirante les mandó dar pozole, comida de que ellos gustan mucho. Y al tiempo que se habían sentado para comerlo, por lo que se había determinado en junta de guerra, se les disparó un pedrero y una piececita de artillería, y se mataron los diez de ellos; se fueron aunque muy heridos. Desde entonces estamos con notables cuidados y recelos de día y de noche, particularmente también por no saber de la Capitana ni de la Balandra. Estos cuatro días no apareció ningún indio.

Hasta aquí escribí estando en Guadalupe de las Californias, a 7 de julio, cuando se trataba de enviar la lancha con cartas y para saber de la Capitana y Balandra, pero se mudó de parecer, y por no querer los señores soldados quedarse sin tener a su vista algún navío, venimos todos en esta Almiranta a esta costa de Sinaloa, de donde procuramos sacar bastimentos para volver a proseguir la conquista.

Dejo al padre Rentero, vice-rector de Sinaloa, doce conchas de nácar bien grandes, y, como Vuestra Reverencia decía, no pigmeas sino giganteas, a que cuanto antes las remita a Vuestra Reverencia a México; que en las Californias las hay a montones y con muchas perlas.

Vuestra Reverencia, por amor de Dios, me haga favor de comunicar estas pocas noticias, con mis muchísimas encomiendas, al padre Vidal, a la señora duquesa de Abeyro, al padre Baltasar de Mansilla, al padre procurador general; que me perdonen que no puedo, como deseo, escribir a cada uno carta particular. Prosigo en apuntar la historia de esta conquista, que le enviaré a Vuestra Reverencia, cuya vida guarde Dios los felices años de mis muy afectuosos deseos.

De este puerto de San Lucas, y julio 27 de 1683 años.

Muy siervo de Vuestra Reverencia.

Eusebio Francisco Kino

100- HL 9998. Burrus [13]: 201-211.

101- Perímetro.

102- Mechón.

Kino en California

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