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Capítulo 8

Ahora podía buscar a Silvia que vivía cruzando el puente. Tan cerca. En un prostíbulo que se llamaba Insomnio. Por fin tenía un destino. La información que había soltado Emilio costó mucho, pero le señalaba un lugar para no huir a la nada. Intentó incorporarse y un dolor agudo le irradió la cabeza. Se palpó una costra de sangre en la mejilla derecha. La desanimó no poder caminar. De la nave del olvido venía una música, aunque sonaba triste la reconfortó. “Canción de amor para un vampiro”. Se quedó quieta y empezó a llorar. Estuvo así un rato hasta que se durmió...

Soñó con una mujer que la saludaba parada frente a su casa, mucho más oblicua de lo normal. Se fue acercando lentamente porque en la puerta y en la ventana vio revolverse una lúgubre niebla gris que le impedía ver en el interior. La mujer que la saludaba era extraña, porque su rostro no se definía durante el sueño, oscilaba entre ser familiar, desconocido y borrarse. Tenía el aspecto de pertenecer a una “alta” nobleza antigua. Cuanto más increíble le resultaba a Mara, más su ropa “de reina” se malograba. Hubiese deseado que fuese su madre, pero no, al final, reconoció el rostro y la apariencia de Beatriz. Aunque su cara continuaba sin definirse del todo.

Este personaje esperó a tenerla cerca para tomarla de la mano por sorpresa y metérsela hasta los codos en la oscuridad que se arremolinaba. Palparon algo vivo que a Mara le produjo una sensación nauseabunda. De a poco el efecto fue transformándose en lo que se siente al tocar el lomo de una enorme bestia, el abdomen de un caballo muy grande o algo así. Después de que se preguntó si sería la panza de su dragón, la superficie cedió y se redondeó, tomando la forma de dos cuerpos muy pequeños que entraban en sus manos. Las retiraron de esa nube grisácea sosteniendo a los dos gatos, esos que había acomodado en el techo de la panadería. El negrito tenía dos colas, y el blanco un enorme tercer ojo en la frente de su cara achatada.

Miró el rostro de Beatriz que le mostró unos fieros colmillos en una sonrisa humeante. Daba la impresión de estar esperando para levantar vuelo. En su espalda se abrieron un par de extraordinarias alas escamosas. Recién cuando Mara aceptó mentalmente emprender el viaje que este ser sobrenatural parecía proponerle, la rodeó con un brazo y se alejaron volando, llevándose a los misteriosos gatos con ellas.

Se despertó. Si bien estaba dolorida pudo caminar despacio hasta el baño. Estuvo segura de que la música, el sueño y el tatuaje la habían ayudado a recuperarse un poco.

Marcela avanzó hacia ella observándola, se detuvo en el marco de la puerta apoyando su voluminosa panza y le dijo:

—Ah, estás viva vos. Otra vez como esta y me hacen parir acá mismo... −Mara la miró indignada−. Sí, dale. Seguí con esas miraditas... no sé quién te creés que sos. Dale. Ya sabemos cómo vas a terminar. −Mara tomó aire y le contestó temblando:

—¡¿Qué decís?!¡¿No ves que casi me mata?! Mi viejo está enfermo, y me dio para que tenga y reparta.

—Sos terca, ¿eh? La paliza no te sirvió para nada. ¿No te das cuenta de que tenés que aprender a hacer lo que te dicen y cerrar la boca?

—Dejame sola... ¿Justo hoy te ponés a charlar?

—¡Qué desagradecida! Nosotros te damos un lugar para vivir, te cuidamos... ¿y vos, cómo nos pagás? Yo sabía, sos mala. −Dejó salir la palabra como si su lengua fuera un aguijón−. Por eso te hicieron esa marca... pero no hay cura para bichos como vos.

Por lo general Marcela no le hablaba. Tal vez realmente pensó que estaba muerta.

—Tu viejo tiene razón... Diablo.

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