Читать книгу El Fuego dice Maravilla - Celia Alina Conde - Страница 7

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Capítulo 2

Mara revisó una vez más la necesidad de buscar a Silvia, aunque fuese prostituta.

Mientras lavaba los platos en el fuentón de metal, abría y cerraba las manos cada tanto porque el agua dolía bastante. Consideró que, en esas circunstancias, la ocupación de su tía era poco importante. Pero ignoraba dónde encontrarla. Tuvo miedo y percibió cómo la situación estaba arrinconándola...

Miró el almanaque de la pared, señalaba el martes 1 de agosto de 1992. En la parte de arriba tenía pegada la imagen de San Jorge y el Dragón. El Dragón... Enjuagó otro plato. En el pasado, cuando se sentía desgraciada realmente culpaba a su tatuaje. Ya no.

Marcela, la última pareja de su padre, les contó que estaba embarazada de 3 meses. Desde ese momento él se volvió más agresivo y usaba cualquier pretexto para descargarse con Mara. Ella sentía con crudeza cuánto se acercaba al filo del límite.

Recordó que ayer la bolsa de basura se le rajó junto a la cocina. Seguro algún desperdicio tenía punta. Fue un accidente. Él estaba dando vueltas cerca como esperando algo así. Instantes antes de que su papá explotara Mara lo intuyó, y vio claramente que no se calmaría hasta aplastar el aire y a ella misma con su rabia, aunque no consiguió reaccionar para quedar fuera de su alcance. Inmóvil lo observó pisotear y manchar todo a su alrededor. Hasta sus siluetas de cartón quedaron revueltas con aceite, yerba, cáscaras de papa y papel higiénico.

El tatuaje que tenía en la espalda alejaba a la gente. Las mudanzas, las borracheras de su padre y la pobreza la silenciaban de una manera cruel. En la escuela, especialmente Liliana, la portera, y una maestra, Raquel, hicieron mucho para que Mara—niña pudiera abrirse a pesar de todo. Al principio empezaron elogiando las figuritas que hacía, a medida que su empeño aumentó, pasaron a admirar su habilidad para dibujar recortando formas bastante más complicadas. Invertía horas. Animales fantásticos, elementos mágicos y algunas caricaturas. Una de las anécdotas que Mara recordaba especialmente era la cara de Betina, la más linda de las compañeras, cuando reconoció sus colitas en una criatura extraña. Se rieron juntas apuntando con el dedo la figura por unos minutos. Su imaginación descubría una manera de conectarse, un puente que la vinculaba con el mundo. Guardaba decenas de esos personajes en papel y en cartón, que no quedaron a salvo.

Ayer por la tarde estallaron los gritos de mono enloquecido. Y su ferocidad alcanzó toda esa frágil belleza. Entonces Mara practicó el primer distanciamiento completo. Anteriormente lo había hecho pero no con esa determinación. Su cuerpo se quedó inmóvil, su mente agitadísima, no. Nada, nada de quietud. Se imaginó una transformación total en un dragón. Un animal poderoso que desplegó unas enormes alas, capaces de alejarla del pánico y del sufrimiento. Desde allí vio todo como volando a la altura de un gigantesco titiritero, libre de la tensión que vapuleaba a los dos pequeños muñequitos.

Su padre rabioso terminó el episodio pasando por encima de los objetos tirados y yéndose. Marcela se escapó al primer gesto violento, dejándola sola. A Mara le tocó juntar los destrozos.

Bajar y llegar a moverse le tomó un rato. Temblaba sin parar y un dolor fuerte le dividía el pecho cada vez que miraba sus cosas esparcidas en el piso.

Sacó las manos del agua fría porque había terminado de lavar. Apretó un trapo para secarse y se alejó un poco de la pila de trastos.

Necesitaba dejar esa vida miserable. Necesitaba huir.

Observó el espacio desde los platos hasta la escoba y suspiró. Soltando el aire como de una jaula.

Caminó hasta una silla, oyó que la música traspasaba la medianera:

“En este film velado en blanca noche,

el hijo tenaz de tu enemigo,

el muy verdugo cena distinguido,

una noche de cristal que se hace añicos”.

De repente, una idea atravesó en línea recta desde la pared la cabeza de la chica: “Está loco, si no me voy me mata, o algo peor”.

Acomodó unas cajas en torno a ella para protegerse y dormir escondida en su rincón. Pensó en la utilidad de haberse quedado sin nada. Sería fácil no dejar rastros que permitieran seguirla. Sintió que se borraba como si nunca hubiera existido.

El Fuego dice Maravilla

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