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Capítulo 12

Los acompañaba algo retrasada. Varias veces se detuvieron para dejarla recuperarse. Continuaron avanzando en silencio por la vereda poco iluminada hasta que el Indio se puso a hablar de lo pintón que se veía con esas pilchas, Ismael se reía con ganas. En adelante intercambiaron una serie de comentarios criticándose mutuamente. Mara recordaría la situación con cariño cuando ya no fuese la misma.

Tomando la tercera esquina, a mitad de cuadra, le señalaron el primer local. Se lo distinguía de los otros frentes por una lamparita roja que iluminaba una de las angostas y desgastadas puertas. Los tres entraron siguiendo a la enorme morocha que les abrió. Los condujo por un extenso pasillo atravesando un patio, al interior del último PH devenido en bailable.

Adentro del departamento estaba casi tan oscuro como la calle, a no ser por los destellos de unas guirnaldas navideñas. Todo el resto del decorado lo constituían unos ramos de flores artificiales a los costados de unos parlantes sobre las paredes, y un espejo manchado con un marco antiguo que contrastaba con las tres mesas y sus sillas de caño. Los manteles de hule floreados reflejaban las luces titilantes. Al fondo del ambiente había una pequeña barra, con otra puerta abierta fuente de una luz más intensa.

Comenzó a escucharse “Quién puede detener la lluvia”. Esperaron a que la mujer trajera una cerveza que podría haber sacado de su escote. De la parte inferior del mostrador, tomó un canastito con maní y lo dejó con la botella. Se quedó muy cerca de Hipólito que arrancó:

—Cusco, lindura, esta hermanita nuestra está necesitando encontrarse con un familiar que trabaja la noche por acá...

—Señora, busco a mi tía que se llama Silvia y a un lugar que se llama Insomnio. −Mara miró fijamente la cara de su interlocutora y aunque pensó inmediatamente “sabe” esperó callada.

—Salen a Escalada, cruzan las vías por Palacios, siguen dos cuadras y giran a la derecha, hacia el río. Desde el puente se ve. El cartel es grande, cambió el nombre, antes se llamaba Abracadabra, ahora se llama como tú dices, Insomnio. Estos caballeros no lo conocen porque no son habitués. −La Cusco habló con Hipólito colgando de su cintura. Pegó la vuelta después de hacerle una seña y salió por el costado del mostrador. Él la imitó.

A Mara le pesaba la cabeza y el corazón le trotaba golpeándole el pecho, sintió los ojos de Ismael.

—Nos quedamos un rato, ¿no?

—Sí −contestó él, sirvió dos vasos y empezó a tararear “Todo un palo”, de Los Redondos, que comenzó a sonar:

“El futuro llegó hace rato

¡Todo un palo, ya lo ves!

Veámoslo un poco con tus ojos.

¡El futuro ya llegó!”.

Se miraron. Ninguno aflojó la vista.

—¿Y para qué buscás a tu tía? −preguntó Ismael.

—Porque necesito un lugar para vivir.

—Si fuera un boliche como este. ¿Te quedarías igual?

Mara se rio sin querer...

—Cualquier opción es mejor que el lugar de donde vengo. ¿Vos tenés familia? −La chica tragó un sorbo del suave líquido frío. Era la primera vez en su vida que tomaba alcohol. El cuerpo se le ablandaba. En ese instante supo con certeza qué clase de persona era Ismael... lo vio en su mente jugando con dos niños pequeños y un perro grande, en un amplio terreno verde. Sintió sed y pegó otro sorbo rápido.

—Mis viejos viven... −inició su respuesta, no terminó porque Mara le completó la frase.

—En el campo y tenés dos hermanos que querés más que a vos mismo −evidentemente relajarse le soltaba la lengua.

Ismael se apoyó en el respaldo y la observó sorprendido.

Mara levantó las cejas varias veces y también se reclinó hacia atrás. No terminaba de decidir de qué manera contarle su historia. Justo el “Indio feo” volvió escoltado por Cusco y los tres partieron al Insomnio.

El Fuego dice Maravilla

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