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Capítulo 9

Los dos camioneros charlaban juntando objetos para encender un fuego. “Y... vos ¡¿qué podés hacer?! Callarte, negro... ¡¿Quién te quiere escuchar?! Somos ignorantes nosotros, nadie”. “No soy negro, che, no confundas. Soy marronazo. Más bien indio-feo”... Se reían. Estaba oscuro de ese lado de los altos acoplados y había una leve niebla. No hacía tanto la zona fue un extenso pajonal poblado de ranas que se empantanaba, era normal que estuviese muy húmedo. Cuatro arbolitos raquíticos decoraban la esquina. Se escuchaba llegar apagado el rumor de Escalada. A ninguno de los dos hombres se les veía la cara, sus voces sonaban alegres y tanteaban el pasto de a ratos para hallar con qué alimentar la quema.

Cuando Mara se acercó siguieron divirtiéndose con sus ocurrencias, pero bajando la voz hasta que se animaron a preguntarle, para que no se sintiera incómoda (cortesía de gente del interior), si tenía frío, si andaba sola. Iban midiendo sus respuestas con la intención de no molestarla. Uno debía andar por los cincuenta, el otro era bastante más joven.

Mara se arrimó hasta llegar bien cerca de la pequeña fogata y se sentó. El cansancio le tironeó de las piernas doblándole las rodillas. Anduvo todo el día, estaba transpirada y le latía la frente del lado en que Emilio la golpeó.

Se quedó mirando las llamas que la fascinaron y recordó el momento justo en que dejó su casa. Serían la una o las dos de la tarde. Desde la nave del olvido se escuchaba “Under Pressure”, aunque ella no lo sabía en ese momento, iba a recordar esa melodía cuando ya no fuese la misma.

Enfrente, la hoguera hacía volar incandescencias que se retorcían dando mínimos latigazos. Las lágrimas le brotaron del pecho, raíz, tallo y flor, rodaban una tras otra enredándose. Se le juntaban en la nariz y le molestaban para respirar. Tragó varios sollozos. Uno de los hombres le alcanzó un pañuelo. Ni quería asomarse al miedo que se le insinuaba. Se concentró en la paz y en la esperanza que le transmitía la voz del fuego y su tatuaje, el poder del cielo vibrante en las alas de “su” dragón. Cada vez más un escudo protector que le cubría la espalda. Un dibujo feroz mezcla de lobo y reptil alado en el que abajo señalaba una fecha en números romanos y un nombre.

Volvió de sus pensamientos y se encontró con el brillo de unos ojos. Sus acompañantes la observaban detenidos, atentos y callados.

Se dio cuenta de su silencio y de la actitud de trastorno que debía transmitir, por lo que agradeció un vaso de agua que compartieron con ella, pidió otro más, por favor, gracias, y les dijo:

—Trato de encontrar un bar de por acá, parece que está abierto toda la noche. Tengo una tía que trabaja ahí.

Había recorrido desde Lanús hasta Puente Alsina sin suerte. Bajó por Pavón ubicando 17 boliches y bares. Más de la mitad estaban cerrados. Y justo a la hora que abrían no le quedaba resto para un paso más. Pensaba en eso cuando el joven le propuso:

—Yo te llevo. Por acá hay. A la vuelta uno y a un par de cuadras, otro. No sé los nombres.

Le contaron que esperaban una carga nueva para el camión.

—Manejamos seiscientos kilómetros, necesitamos descansar. Nos va a venir bien acompañarte. A él le gusta bailar, pero es temprano todavía para ir. Descansá si querés, en un rato salimos. Me llamo Ismael, y el viejo feo: Hipólito −agregó. Mara se acomodó junto a uno de los árboles flaquitos. Se quedó dormida y tuvo otro de sus sueños...

El Fuego dice Maravilla

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