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8. POLÍTICAS REIVINDICATIVAS Y POLÍTICAS DE REDEFINICIÓN

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En las dos últimas décadas se han desarrollado nuevos y sugerentes enfoques teóricos sobre los Movimientos Sociales. A pesar de las diferencias entre los mismos sí existe cierto consenso a la hora de considerar que los movimientos presentan formas de acción y organización cuyo impacto sobre el cambio social no había sido ni comprendido ni valorado adecuadamente por los enfoques clásicos. Entre estos nuevos enfoques figuran los culturales y cognitivos. Estos enfoques comenzaron a desarrollarse en Europa alrededor del concepto de identidad colectiva, en las obras de autores como Touraine, Offe y muy especialmente el italiano Alberto Melucci. En los Estados Unidos comenzaba a abrirse paso este enfoque a partir de la recuperación del concepto de marco, definido en su día por Goffman como el conjunto de las orientaciones mentales que permiten organizar la percepción y la interpretación. Y, en la actualidad, la importancia de los movimientos como creadores de nuevas identidades sociales y nuevos marcos de interpretación o referencia —«marcos de injusticia»—, que pugnan con otros agentes sociales por hacer hegemónica su definición de la situación, no ha dejado de enriquecer el panorama teórico54.

Desde los enfoques constructivistas y culturales, la ideología y las reivindicaciones objetivas de los movimientos no se consideran como algo dado o como algo obvio y evidente en sí mismo. Muy al contrario, se considera que el proceso por el que un colectivo social llega a definir como injusto y objeto de cambio social una situación generalmente legitimada por la tradición cultural, la costumbre —y, como diría Burke, la duración— es una de las contribuciones más importantes de los movimientos al cambio social. Una de las consecuencias de este planteamiento que más nos interesa resaltar es que la visión que nos ofrecen los enfoques de la movilización de recursos de los movimientos como centros de agitación, protesta y presión no es la única adecuada. Los enfoques culturales, sin infravalorar la presencia combativa de los movimientos, presentan una imagen de las redes de los movimientos y de su acción interna y externa más cercana a los laboratorios de innovación cultural de los que hablara Melucci. En estos laboratorios, los nudos de las redes feministas, fermenta lentamente la creación de nuevos marcos de referencia, de nuevos significados para interpretar los a menudo demasiado viejos hechos. Tal y como ha escrito Gusfield, la sola existencia de un movimiento es ya un principio para situar acontecimientos en un marco, presenta un aspecto de la vida social que ya está sometido a discusión pública, aunque anteriormente se hubiera aceptado como la norma: «donde la elección y la disputa estaban ausentes, están ahora presentes las alternativas»55. Esta visión, que enfatiza la relevancia de la teoría o praxis cognitiva y el protagonismo de los movimientos en los cambios de mentalidad y culturales, nos parece especialmente explicativa para valorar los profundos cambios que el feminismo está introduciendo en unas formas de organización social e interrelación entre los sexos que, según parece, pueden retrotraerse al pleistoceno.

Desde nuestra perspectiva, los enfoques culturales no se oponen sino que se complementan con los enfoques de la movilización de recursos y el proceso político, caracterizados por medir y cuantificar la influencia de los movimientos por la organización de sus recursos, su presencia combativa en las calles y su influencia directa en los cambios políticos e institucionales. Como han señalado distintos investigadores, si la pluralidad teórica es siempre positiva y enriquecedora, aún más habrá de serlo en casos de efervescencia y renovación teórica, como pensamos es el momento actual en el área de los movimientos sociales. Sin embargo, sí es cierto que el uso exclusivo de estos últimos enfoques ha podido llevar a caer en cierta miopía de lo visible empeñada en certificar una y otra vez la muerte del feminismo —una veces por ineficaz, otras por innecesario— y el acceso a una bienaventurada era de posfeminismo. Frente a esta visión, la aplicación del enfoque cultural nos permite aventurar la hipótesis de que las plurales y activas redes sumergidas del movimiento nunca, ni siquiera en la conservadora década de los 80, han dejado de ser un factor decisivo en la paulatina configuración del feminismo como un sentido común alternativo56. Los movimientos sociales se definen entonces como una forma de acción colectiva «1) que apela a la solidaridad para promover o impedir cambios sociales; 2) cuya existencia es en sí misma una forma de percibir la realidad, ya que vuelve controvertido un aspecto de ésta que antes era aceptado como normativo; 3) que implica una ruptura de los límites del sistema de normas y relaciones sociales en el que se desarrolla su acción; 4) que tiene capacidad para producir nuevas normas y legitimaciones en la sociedad»57.

De acuerdo con este planteamiento, esta parte de la introducción trata sobre el papel central de la teoría y el conocimiento en el movimiento feminista. Se defiende la tesis de que la redefinición de la realidad o praxis cognitiva, es decir, la subversión de los códigos culturales dominantes es, junto con las ya más conocidas y estudiadas políticas reivindicativas y de igualdad, una de sus prácticas fundamentales. Y se analizan las tres olas del movimiento desde esta doble dimensión. Retomamos aquí las palabras de Celia Amorós sobre la teoría feminista como teoría crítica que irracionaliza la visión establecida de la realidad y que nos recuerda la raíz etimológica de «teoría», que en griego significa ver, para subrayar lo que es el fin de toda teoría: posibilitar una nueva visión, una nueva interpretación de la realidad, su resignificación. La teoría, pues, nos permite ver cosas que sin ella no vemos, el acceso al feminismo supone la adquisición de un nuevo marco de referencia, «unas gafas» que muestran a menudo una realidad ciertamente distinta de la que percibe la mayor parte de la gente58. Efectivamente, una de las cuestiones centrales que ha tenido y tiene que afrontar el movimiento feminista es el hecho claro de que muchas mujeres no aceptan la visión feminista de la realidad. Tal y como lo enunciara Mary Wollstonecraft hace ya más de dos siglos, el hecho de que las mujeres parecieran dedicarse más a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de sacudírselas. En esta cuestión, el feminismo coincide con los otros movimientos sociales, ya que, como han puesto de relieve los nuevos enfoques, los movimientos, no se explican sólo como respuestas colectivas a conflictos manifiestos o desigualdades estructurales, sino que buena parte de su sentido y acción se dirige a mostrar, explicar, hacer explícito o visible ese conflicto para la opinión pública59. Así, por ejemplo, el movimiento ecologista trata de problematizar o redefinir situaciones que, como la destrucción de los recursos naturales o el maltrato a los animales continúan definiéndose como naturales, inevitables o consustanciales al rango superior y al progreso de la especie humana. En este sentido preciso todos los movimientos suponen la subversión de los códigos culturales dominantes. Pero, tal vez, la peculiaridad del feminismo resida en lo que ya señalara Kate Millett, en que el feminismo desafía el orden social y el código cultural más ancestral, universal y arraigado de los existentes en sus diversas manifestaciones.

La ideología patriarcal está tan firmemente interiorizada, sus modos de socialización son tan perfectos que la fuerte coacción estructural en que se desarrolla la vida de las mujeres presenta para buena parte de ellas la imagen misma del comportamiento libremente deseado y elegido. Estas razones explican la crucial importancia de la teoría dentro del movimiento feminista, o dicho de otra manera, la crucial importancia de que las mujeres lleguen a deslegitimar «dentro y fuera» de ellas mismas un sistema que se ha levantado sobre el axioma de su inferioridad y su subordinación a los varones. La teoría feminista tiene entre sus fines conceptualizar adecuadamente como conflictos y producto de unas relaciones de poder determinadas, hechos y relaciones que se consideran normales o naturales, en todo caso, inmutables. Aquellos de los que se suele afirmar que «siempre ha sido así y siempre lo será», en expresiones tales como «la prostitución es el oficio más viejo del mundo» o «los hombres siempre serán más fuertes, más violentos y más promiscuos… son hombres y eso no hay quien lo cambie», en referencia, por ejemplo, a las causas de la violencia contra las mujeres.

El fin de este proceso —si es que tiene fin, porque, como ha señalado Amorós, los pactos patriarcales son metaestables, es decir, susceptibles de transformar continuamente sus formas de dominación, tan distintas las de hace dos siglos de las de ahora, tan distintas en las diferentes culturas, pero siempre tan eficaces60— tiene como resultado lo que se ha denominado la liberación cognitiva61, la puesta en tela de juicio de principios, valores y actitudes aprendidos e interiorizados desde la infancia, y, por supuesto, el paso a la acción, tanto individual como colectiva. Efectivamente, el triunfo de los fines del feminismo requiere conjugar ambos tipos de acción, individual y colectiva, para poner fin a la doble reproducción del sistema patriarcal, dentro y fuera de las personas, en el espacio público y en el privado, para romper la implacable dinámica de refuerzo mutuo que se da entre las prácticas de la vida cotidiana y las macroestructuras económicas, políticas e ideológicas. Requiere además la constitución de una identidad colectiva feminista, un Nosotras capaz de articularse en función de los intereses específicos de las mujeres qua mujeres, capaz de abstraer las profundas diferencias que por fuerza ha de tener un sujeto colectivo que afecta a la mitad de la humanidad62. Y nos referimos tanto a diferencias socioeconómicas como ideológicas y culturales, ya que la situación específica de cada mujer o colectivo de mujeres se cruza también con otras identidades, como pueden ser la de clase, edad, opción sexual y otras.

En este trabajo mantenemos que la articulación de esta identidad feminista se ha realizado históricamente desde dos tipos de prácticas fundamentales que son dos formas de intervención sobre la realidad: la deslegitimación del entramado conceptual patriarcal o la redefinición de la realidad o praxis cognitiva, es decir, la subversión de los códigos culturales y paradigmas dominantes, y el activismo en torno al conjunto de reivindicaciones que de ahí se deriva. Donde, insistimos, las reivindicaciones no pueden entenderse como algo dado, lógico o natural. Al contrario, recordemos que incluso una reivindicación tan aparentemente «natural o evidente» como el derecho al sufragio era rechazada como antinatural por la mayor parte de la sociedad, mujeres incluidas, y algunas de ellas notables luchadoras por otros derechos de las mujeres. Entender el feminismo es entender que las múltiples formas en que se concreta y reproduce la opresión de las mujeres nunca han sido ni evidentes ni de sentido común, al contrario, han sido el resultado visible de intensos procesos colectivos de elaboración de nuevos marcos de injusticia.

El feminismo, no hace falta decirlo, no habría avanzado sin los cambios legales y otras reformas estructurales del espacio público ligadas al estado de bienestar, pero su consolidación real procede igualmente de la lucha por captar las mentes y propiciar el empoderamiento personal y colectivo de las mujeres en su vida cotidiana y en sus interacciones en el resto de los contextos de la acción social. Transformaciones éstas que no se realizan por decreto y que no conseguimos imaginar cómo se habrían producido sin la militancia perseverante, minuciosa y a menudo silenciosa, de las redes del movimiento feminista.

Teoría feminista 1: De la ilustración al segundo sexo

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