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12. LAS REDES DEL MOVIMIENTO Y LA SUBVERSIÓN CULTURAL DE LA REALIDAD EN LA ERA DE LA INFORMACIÓN

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Tras las manifestaciones de fuerza y vitalidad del feminismo y otros movimientos sociales en los años 60 y primeros 70, las sociedades occidentales parecieron sumergirse en una etapa conservadora. El triunfo de carismáticos líderes neoliberales en países como Inglaterra y Estados Unidos, cierto agotamiento de las ideologías de izquierdas más el inesperado derrumbamiento de los estados comunistas, dieron paso a los profetas del fin de los conflictos sociales y de la Historia y a los apologetas de lo que terminaría llamándose «la globalización». En este contexto nuestra pregunta es la siguiente ¿puede entonces hablarse de un declive del feminismo contemporáneo? Desde diferentes posiciones la respuesta ha sido rotundamente negativa; sólo un análisis insuficiente de los diferentes frentes y niveles sociales en que se desarrolla la lucha feminista podría cuestionar su vigencia y vitalidad. Yasmine Ergas ha sintetizado así la realidad de los últimos tiempos: «Si bien la era de los gestos grandilocuentes y las manifestaciones masivas que tanto habían llamado la atención de los medios de comunicación parecían tocar a su fin, a menudo dejaban detrás de sí nuevas formas de organización política femenina, una mayor visibilidad de las mujeres y de sus problemas en la esfera pública y animados debates entre las propias feministas, así como entre éstas e interlocutores externos. En otras palabras, la muerte, al menos aparente, del feminismo como movimiento social organizado no implicaba ni la desaparición de las feministas como agentes políticos, ni la del feminismo como un conjunto de prácticas discursivas contestadas pero siempre en desarrollo»77.

Efectivamente, el feminismo, frente a las travesías del desierto que han afectado a otros proyectos emancipatorios, no ha perdido su capacidad de movilización pero sí ha conocido nuevas formas de expresión e intervención sobre la realidad. En estas transformaciones han influido tanto los enormes éxitos cosechados como la profunda conciencia de lo que aún queda por hacer. Los éxitos cosechados han provocado una aparente, tal vez real, merma en la capacidad de movilización de las mujeres en torno a las reivindicaciones feministas, por más que, paradójicamente, estas reivindicaciones tengan hoy más apoyo que nunca en la población femenina. Por ejemplo, el consenso entre las mujeres sobre las demandas de igual salario, medidas frente a la violencia, o una política de guarderías públicas es, prácticamente, total. Pero resulta difícil, por no decir imposible, congregar bajo estas reivindicaciones manifestaciones similares a las que se producían alrededor de la defensa del derecho al aborto en los años 60. Sin embargo, como decíamos, esto no implica un repliegue en la constante lucha por conseguir las reivindicaciones feministas. Aparte de la imprescindible labor de los grupos feministas de base, que siguen su continuada tarea de concienciación, reflexión y activismo, ha tomado progresivamente fuerza lo que se ha denominado el feminismo institucional. Este feminismo reviste diferentes formas en los distintos países occidentales: desde los pactos interclasistas de mujeres a la nórdica —donde se ha podido llegar a hablar de «feminismo de estado»—, a la formación de Lobbys o grupos de presión a la americana, hasta la creación de ministerios o institutos interministeriales de la mujer, como es el caso en nuestro país, donde en 1983 se creó como organismo autónomo el Instituto de la Mujer78. A pesar de estas diferencias, los feminismos institucionales tienen algo en común: el decidido abandono de la apuesta por situarse fuera del sistema. Un resultado notable de estas políticas ha sido el hecho, realmente impensable hace sólo unas décadas, de que mujeres declaradamente feministas lleguen a ocupar importantes puestos en los partidos políticos y en el estado. Ahora bien, no puede pensarse que este abandono de la «demonización» del poder no recibiera en su día duras críticas desde los sectores más movimentistas del feminismo, y no haya supuesto incluso un cambio lento y difícil para todo un colectivo que, aparte de su vocación de transformación radical del sistema patriarcal, ha sido «socializado en el no poder». En este contexto institucional también cabe destacar la proliferación en las universidades de centros de investigaciones feministas. Desde la década de los 80 la teoría feminista no sólo ha desplegado una vitalidad impresionante sino que ha conseguido dar a su interpretación de la realidad un estatus académico. Por otro lado el feminismo, que siempre ha tenido vocación internacional, ha conocido la interpelación de otras culturas y otros movimientos sociales.

En definitiva, los grupos de base, el feminismo institucional y la pujanza de la teoría feminista tanto en su dimensión más académica como en su cada día mayor presencia en los debates políticos y la vida cotidiana, la paulatina incorporación de las mujeres a puestos de poder no estrictamente políticos en la administración y a tareas emblemáticamente varoniles, como la judicatura y el ejército, han ido dejando un poso feminista que ha posibilitado nuevas definiciones del marco de referencia feminista y nuevas reivindicaciones para avanzar hacia una sociedad paritaria.

Si hemos comenzado este trabajo enfatizando la función central de la teoría y el conocimiento para los fines que persigue el feminismo, vamos a terminar destacando el decisivo papel que juegan las redes de los grupos y asociaciones feministas, que entendemos como el lugar privilegiado donde se contrastan y difunden los discursos alternativos a la realidad. Tal y como han señalado Eyerman y otros, los movimientos sociales abren un espacio especialmente idóneo para que se den las condiciones de la creación e innovación en el conocimiento79. Las teorías pueden ser y de hecho son fruto de individualidades, las teóricas del movimiento —líderes epistemológicas—, pero su obras han tenido siempre y siguen teniendo hoy como referente la existencia de un movimiento social enormemente plural, cambiante y en continua polémica interna y externa, la que se genera dentro del movimiento y la que mantiene con sus oponentes. Efectivamente, y de nuevo en palabras de Amorós, «nadie piensa en el vacío y mucho menos una feminista». Si la teoría feminista resignifica la realidad, el movimiento social es el agente principal de resignificación, porque «no resignifica quien quiere sino quien puede».

La forma específica de organización del movimiento feminista, en pequeños grupos de mujeres, ya sea en la forma clásica de Asambleas de Mujeres o en las nuevas formas, que van desde los grupos de estudios feministas universitarios a los grupos de Okupas más alternativos80, ha tenido y tiene mucho que ver con la posibilidad real de liberación cognitiva de cada vez más mujeres, de su cambio de percepción de la realidad. La importancia del distanciamiento reflexivo respecto a la realidad para cuestionarla críticamente, para traspasar lo que podemos denominar «el otro techo de cristal», la aceptación interior de la alteridad y la subordinación, encuentra su correlato en la separación física que implica la organización en grupos de mujeres. Según Frye, el significado crucial de la separación radica en que supone negar a los varones el derecho de acceso, derecho que es el fundamento crucial de su poder: «Cuando las mujeres nos separamos (nos retiramos, nos escapamos, nos reagrupamos, vamos más allá, nos apartamos, salimos, emigramos, decimos no), estamos simultáneamente controlando el acceso y la definición. Es una doble insubordinación, ya que ambas cosas están prohibidas. Y el acceso y la definición son ingredientes fundamentales para la alquimia del poder, de manera que nuestra insubordinación es doble y radical»81. Por otro lado, el movimiento feminista, con su peculiar organización, tantas veces criticada desde la razón instrumental por su escaso pragmatismo e institucionalización, ha mostrado una más que notable capacidad para redefinir la realidad de acuerdo con sus principios e intereses. De esta forma los principios del feminismo han pasado de ser patrimonio de «cuatro radicales» a convertirse en un sentido común alternativo82.

La realidad y la influencia del movimiento feminista no puede equipararse o identificarse con los momentos en que éste realiza campañas y actos públicos en defensa de sus reivindicaciones, ni mucho menos con el eco que éstas obtengan en los medios de comunicación. Hacerlo implicaría caer, según la acertada expresión de Melucci en «la miopía de lo visible», cuando las manifestaciones más visibles, desde las Jornadas Feministas Estatales hasta las grandes Conferencias Internacionales son el resultado de un proceso de años de trabajo, discusiones e investigación, en definitiva, de militancia. Tal y como ha establecido el propio Melucci, los movimientos atraviesan fases de latencia en que, lejos de la pasividad o la inacción, sus redes sumergidas se comportan como auténticos «laboratorios culturales» en los que se va fraguando la redefinición de la realidad que inspirará las nuevas luchas colectivas83. La fuerte diversidad interna y las polémicas entre las diferentes tendencias se convierten en la mejor y más rápida fuente de crítica y contraste para los conceptos y teorías que pugnan por definir y redefinir los problemas y las estrategias pertinentes. Además, ahora hay que señalar que el desarrollo de la globalización, los grandes movimientos migratorios, la Galaxia Internet y la nueva realidad virtual está propiciando el desarrollo de una conciencia transnacional, en que el mestizaje entre distintas culturas y condiciones femeninas y los debates que estos encuentros suscitan llegan a casi todas las partes del mundo de manera instantánea. Este es un fundamento material y epistemológico, además de moral, para fundamentar la acción solidaria de todas las mujeres de la tierra. Así lo prueba la importante utilización por parte de los movimientos sociales de la red como forma de influir en el conocimiento del mundo real y en la definición del otro mundo posible, y donde se dibuja un mapa que también nos habla de la diversidad de los ciberfeminismos que se pasean por la red84.

En conclusión, el feminismo transforma el mundo definiendo y redefiniendo la realidad desde la teoría feminista y actuando sobre ella gracias a su peculiar organización en redes, grupos pequeños en que se dan interacciones sociales cuya pluralidad, intensidad y compromiso cooperan para crear un espacio de creación cultural y cambio social. Grupos que, por supuesto, también se coordinan en campañas y conferencias nacionales e internacionales. Además, como ha puesto de manifiesto la experiencia de las distintas olas de feminismo, los cambios cualitativos en la situación de las mujeres siempre han requerido de la colaboración activa y los pactos entre todas las mujeres implicadas y organizadas en los diferentes frentes y niveles de la lucha contra el sistema patriarcal. Entre las más institucionales y las más movimentistas. Sólo así es posible un cambio como el feminista, que pretende revolucionar lo que Millett denominara el sistema de dominación más universal y longevo y, podemos añadir, escurridizo e invisible de los que existen. Un sistema que se ha levantado sobre la dominación y explotación de las mujeres, a quienes durante milenios se ha negado el reconocimiento como seres humanos plenos y como ciudadanas. El feminismo, involucrado en la idea de que otro mundo es posible y necesario, tiene mucho que decir en la construcción de una sociedad y un sujet@ nuev@s. El desafío está en articular su propia diversidad y articular su lucha con la del resto de los movimientos sociales. Movimientos con los que tal vez por primera vez puede negociar en reciprocidad de condiciones, y no ya desde el consabido capítulo aparte dedicado a la cuestión femenina.

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1 Seyla Benhabib, «El Otro generalizado y el otro concreto», en Seyla Benhabib y D. Cornell (eds.), Teoría feminista y teoría crítica, traducción de Ana Sánchez, Valencia, Alfons el Magnànim, 1990, páginas 125-126.

2 Cfr. Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1985.

3 Cfr. Luisa Posada, «Pactos entre mujeres», en Celia Amorós (dir.), Diez palabras clave sobre mujer, Estella, Verbo Divino, 1995.

4 Carol Pateman, El contrato sexual, trad. de María Luisa Femenías revisada por M.ª Xosé Agra, Barcelona, Anthropos, 1995.

5 Cfr. Rosa Cobo, «En torno al contractualismo», en Isegoría, núm. 6, Feminismo y Ética (ed. de Celia Amorós), noviembre, 1992.

6 Cfr. Luisa Posada, «Cuando la razón práctica no es tan pura», en ibíd.

7 Cfr. Ángeles Jiménez, «Sobre incoherencias ilustradas: una fisura sintomática en la universalidad», en Celia Amorós (coord.), Actas del Seminario Permanente Feminismo e Ilustración 1988-1992, Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid y Dirección General de la Mujer de la CAM, Madrid, 1992.

8 María Luisa Pérez Cavana, «La Aufklärung en las figuras de Th. G. V. Hippel y Amalia Holst», en ibíd.

9 Cfr. Oliva Blanco Corujo, «La querella feminista en el siglo XVII: la ambigüedad de un término: del elogio al vituperio», en ibíd.

10 Véase en castellano, F. Poullain de la Barre, De la educación de las damas, trad. de Ana Amorós, Madrid, Cátedra, Feminismos, Clásicos, 1993.

11 A. Puleo (ed.), La Ilustración olvidada, Barcelona, Anthropos, 1993. De la misma autora: «Una cristalización político-social de los ideales ilustrados: los «Cahiers de Doléances» y «La radical universalización de los derechos del hombre y del ciudadano: Olimpia de Gouges», en Actas del Seminario Permanente Feminismo e Ilustración 1988-1992, ob. cit.

12 Cfr. la edición castellana de Isabel Burdiel, Madrid, Cátedra, Feminismos, Clásicos, 1994.

13 Cfr. Amelia Valcárcel, «La misoginia romántica», en Alicia H. Puleo (coord.), La filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica, Madrid, Secretaría de Estado de Educación, 1993. Puede verse también C. Amorós, Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero (Barcelona, Anthropos, 1987), especialmente Cap. I, «El universo simbólico de la misoginia romántica».

14 G. Fraisse, Musa de la razón, trad. cast. de Alicia H. Puleo, Madrid, Cátedra, Feminismos, 1991.

15 N. Fraser, «¿Qué tiene de crítica la teoría crítica», en S. Benhabib y D. Cornell (eds.), Teoría feminista y teoría crítica, Valencia, Alfons el Magnànim, 1990, págs. 49-50.

16 Cfr. Neus Campillo, «El feminismo como crítica filosófica», en Isegoría, núm. 9, abril, 1994.

17 Cfr. Capítulo de Ángeles Jiménez, « El feminismo liberal americano de postguerra: Betty Friedan ».

18 Recuérdese el célebre Tu hijo del doctor Spock, que alertaba sobre «el triste espectáculo» dado por las madres que salían a trabajar dejando a sus hijos en manos mercenarias, calificadas de «madres psicógenas», etc.

19 Cfr. Celia Amorós, «Simone de Beauvoir, un hito clave de una tradición», en Arenal, vol. 6 núm. 1, enero-junio 1999.

20 Cfr. Ana de Miguel, cap. 3 de este libro.

21 Cfr. Lidia Cirillo, Mejor huérfanas. Por una crítica feminista del pensamiento de la diferencia, trad. de Pepa Linares, prólogo de Luisa Posada, Barcelona, Anthropos, 2002.

22 Como lo recuerda Alicia Miyares en su capítulo «El sufragismo».

23 Cfr. Neus Campillo, «Las sansimonianas: un grupo feminista paradigmático», en C. Amorós (coord.), Actas del Seminario Permanente «Feminismo e Ilustración 1988-1992», Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, Madrid, 1992.

24 En buena medida, este libro se basa en los cursos de Historia de la Teoría Feminista que venimos impartiendo en el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid desde el curso 1990/1991.

25 Cfr. Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1985.

26 Cfr. Geneviève Lloyd critica a Beauvoir por haberse servido de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo y no haberse referido al locus de la Fenomenología del espíritu en que la distinción entre inmanencia y transcendencia, adjudicada respectivamente al «principio femenino» y al «masculino», aparece tematizada de manera explícita: justamente, en su distinción de las figuras de la eticidad entre lo que Hegel llama la Sittlichkeit, el patrimonio moral de una comunidad que se vive de forma inmediata, no sometida al debate público ni a la reflexión, adjudicado a las mujeres de forma emblemática en la figura de la Antígona de Sófocles, y la moralidad que descansa sobre principios explícitos, públicos y universalizables, encarnada por Creonte como representante del «principio masculino».

27 Cfr. Louis Dumont, Ensayos sobre el individualismo. Una perspectiva antropológica sobre la ideología moderna, trad. de Rafael Tusón, Madrid, Alianza, 1983.

28 Cfr. Celia Amorós, «Simone de Beauvoir: un hito clave en una tradición», loc. cit.

29 Aquí incidirá la crítica de las ecofeministas, denunciando el solapamiento del androcentrismo con el antropocentrismo, como lo expone en este libro Alicia H. Puleo.

30 Cfr. Lidia Falcón, La razón feminista, Barcelona, Fontanella, 1982. Cap. 11 de este libro. Asunción Oliva trata en este libro de las convergencias y divergencias entre las dos autoras en sus enfoques materialistas.

31 Cfr. Linda Nicholson, «Feminismo y Marx», en S. Benhabib y D. Cornell (eds), Teoría feminista y teoría crítica, ob. cit.

32 Cfr. Karl Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, trad. de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría, Madrid, La Piqueta, 1989.

33 Ob. cit., III, 12.

34 Heidi Hartmann, «Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre feminismo y marxismo», en Zona Abierta, 24, marzo-abril, 1975, págs. 85-114.

35 Cfr. Cristina Molina, «El feminismo socialista estadounidense desde la Nueva Izquierda. Las teorías del sistema dual (Capitalismo + Patriarcado)» y C. Amorós, «Globalización y orden del género», caps. 14 y 23, respectivamente, de este libro.

36 C. Amorós, cap. 23 de este libro.

37 Cfr. Otto Weininger, Sexo y carácter, trad. de F. Jiménez de Asúa, Bracelona, Península, 1985.

38 Empleamos aquí los términos «identidad» y «diferencia» como sinónimos, según que los rasgos pertinentes que las constituyen se enfoquen desde la perspectiva intragrupal —identidad— o desde fuera del grupo —diferencia—. También puede verse sobre el tema. Celia Amorós, «Igualdad e identidad», en Amelia Valcárcel (coord.), El concepto de igualdad, Madrid, Pablo Iglesias, 1994.

39 Sería preciso elaborar, para dilucidar este punto, una encuesta compleja, en la que habría que introducir variables como la llamada «orientación sexual»: ¿quiere la lesbiana ser varón o quiere, simplemente, ser una mujer lesbiana? Así como reeditar el famoso debate de la «envidia del pene» freudiana: ¿quiere la niña el pene por sí mismo o en tanto que en las sociedades patriarcales connota prestigio, acceso al poder, etc.? Dicho de otra manera, ¿quiere la niña «el órgano copulador y urinario que el varón humano comparte con los primates superiores» o, simplemente, tener, sin que ello implique la posesión del órgano mismo, las prerrogativas que su posesión confiere? Simone de Beauvoir, Betty Friedan, entre otras, interpretaron en este sentido «la envidia del pene» que, para la tradición feminista, se traduce en términos de vindicación y de crítica al androcentrismo.

40 Muy sintética y sumariamente, en el logofalocentrismo convergen la crítica filosófica de Heidegger al «pensamiento representativo» y la interpretación que de Freud hace el psicoanalista estructuralista Lacan. Para Heidegger, en el «pensamiento representativo» el sujeto del conocimiento se instituye en tal poniendo sus condiciones a la comparecencia del ser, que queda por ello mismo condenado al olvido y es suplantado por «el objeto» como el correlato del designio objetivante y manipulador del sujeto. Por su parte, Lacan llama «falo» a la investidura del pene de la función de la Metáfora paterna en torno a la que pivota y se estructura «el orden simbólico». Lleva a cabo de este modo una tarea de reinterpretación de los conceptos freudianos «condensación» y «desplazamiento» como funciones del inconsciente a través de las categorías de la lingüística estructural, de Seaussure a Jakobson. La condensación se relacionará así con el eje de la metáfora y el desplazamiento con el de la metonimia. La relación del niño con su madre es de contigüidad metonímica de manera tal que, para acceder de pleno al «orden simbólico», ha de intervenir la Metáfora paterna, el nombre del Padre, como significante de la carencia que representa la no implementación de su deseo por la madre. Lacan afirma sobre la base de su interpretación de la triangulación edípica de Freud que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje». El falo lacaniano, de este modo, vendría a convertirse en el «subtexto de género» —dicho sea en un lenguaje, por supuesto, muy ajeno a Lacan— del logos como clave del pensamiento representativo. Habría de este modo un isomorfismo entre la función objetivante de este pensamiento y la objetificación sexual de que es objeto la mujer por parte del varón, el portador del logos.

41 Cfr. Isabel Santa Cruz, en Isegoría, núm. 9, loc. cit.

42 Luce Irigaray, Speculum: espéculo de la otra mujer, trad. de Baralides Alberdi, Madrid, Saltés, 1978, pág. 158. Cursiva mía.

43 Ibíd.

44 Luce Irigaray, ob. cit., pág. 153.

45 Cfr. Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, México, Fondo de Cultura Económica, 1997.

46 «El deseo de la mujer no hablaría la misma lengua que el del hombre, y habría sido recubierto por la lógica que domina a Occidente desde los griegos.» Ibíd., pág. 25.

47 En otras ocasiones se afirma que a la mujer se le adjudica «una identidad prestada, que no corresponde a su cuerpo». De aquí parece inferirse que sí existe una identidad genuina que el cuerpo de la mujer trazaría como en punteado…

48 Luisa Posada, Sexo y esencia, Madrid, Horas y horas, 1998.

49 J. Flax, Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos fragmentarios, Madrid, Cátedra, Feminismos, 1990.

50 Lidia Cirillo, Mejor huérfanas. Por una crítica feminista al pensamiento de la diferencia, trad. de Pepa Linares, Barcelona, Anthropos, 2002.

51 Cfr. Celia Amorós, «Debates feministas. A vueltas con la igualdad y la «diferencia sexual», en Viento Sur, Madrid, noviembre, 2001.

52 Mantiene un interesante debate en este sentido con Seyla Benhabib, que sería la encarnación de la segunda figura. Cfr. R. Braidotti, Sujetos nómades, trad. de Alcira Bixio, Buenos Aires, Paidós, 2000, págs. 72 y 73.

53 Cfr. Ana de Miguel «Feminismos», en Celia Amorós (dir.), Diez palabras clave de mujer, ob. cit.

54 Estos nuevos enfoques han tenido una buena recepción entre nosotras, como prueba la continua edición de publicaciones colectivas estos últimos años. Entre otras, E. Laraña y J.Gusfield (eds.), Los Nuevos Movimientos Sociales, Madrid, CIS, 1994; F. Quesada (ed.), Ideas Políticas y Movimientos sociales, Madrid, Trotta, 1997.; P. Ibarra y B. Tejerina (eds.), Los Movimientos Sociales, Madrid, Trotta, 1998; D. McAdam, J. Mcarthy y M. N. Zald (eds.), Movimientos sociales: perspectivas comparadas, Madrid, Itsmo, 1999; J. M. Robles Morales, El reto de la participación, Madrid, Libros Antonio Machado, 2002; M. J. Funes y R. Adelll (eds.), Movimientos sociales: cambio social y participación, Madrid, UNED, 2003.

55 J. Gusfield, «La reflexividad de los movimientos sociales», en E. Laraña y J.Gusfield, ob. cit.

56 Tomamos esta expresión de José Manuel Sabucedo.

57 Enrique Laraña, La construcción de los movimientos sociales, Madrid, Alianza, 1999, págs. 126-127.

58 El enfoque de los marcos de referencia en los movimientos sociales se inspira en la obra de Goffman y ha sido desarrollada entre otros por Gamson, Snow y Hunt. Cfr. A. Rivas, «El análisis de marcos: una metodología para el estudio de los movimientos sociales», en P. Ibarra y B. Tejerina (eds.), ob. cit.

59 Este imperativo de persuadir, convencer a la opinión pública de la legitimidad de marcos alternativos de interpretación explica el interés que han suscitado los nuevos enfoques culturales dentro del área de los movimientos sociales. Lo que no implica subestimar los aspectos estructurales de los conflictos, por lo menos no en nuestro caso.

60 Alicia Puleo ha distinguido entre patriarcados basados en la coacción y patriarcados basados en el consentimiento. En los primeros el propio sistema ideológico y legal establece la inferioridad de las mujeres y consigna prohibiciones y castigos explícitos. En los segundos, la socialización diferencial encubierta, las arraigadas prácticas discriminatorias en el mercado laboral y la difusión de poderosos mitos patriarcales a través de los medios de comunicación propician la aceptación o la resignación ante la desigualdad. Cfr. «Patriarcado» en Celia Amorós (dir.), Diez palabras clave sobre mujer, Pamplona, Verbo Divino, 1995.

61 D. MacAdam, Political Process and the Developmentet of Black Insurgency, Chicago, University of Chicago Press, 1982.

62 Amelia Valcarcel, Sexo y Filosofía, Bacelona, Antrhopos, 1991.

63 Existe un interesante debate en el movimiento feminista sobre la pertinencia de utilizar la palabra «varón» para designar al sexo masculino de la especie. Y es que, a pesar de las ventajas de sexualizar a los «hombres» para poner fin a la usurpación de la universalidad, el resultado genera nuevos problemas.

64 Geneviève Fraisse, Musa de la razón, Madrid, Cátedra, 1991.

65 Mantener que la opresión de las mujeres se relaciona con su adscripción a lo privado no significa, ni mucho menos, desconocer que en la modernidad, y especialmente en los planteamientos liberales, lo «privado» adquiere connotaciones claramente positivas. Efectivamente, aunque lo privado sigue connotando el reino de la necesidad y la naturaleza, tal y como sucedía en la antigüedad griega o romana, también se convierte ahora en el valioso espacio donde despliega su soberanía e individualidad el yo. Lo privado se convierte en un derecho y un límite frente del Estado, es el lugar de la propiedad privada y de lo «propio» frente a lo social entendido a veces como lo común y uniforme, incluso como la «tiranía de la opinión pública». Cristina Molina ha reparado en esta revalorización de lo privado y ha aclarado una importante fuente de confusión al hacernos ver cómo estas connotaciones liberadoras y positivas afectan a los varones, pero no a las mujeres. «Sin la mujer privatizada, no podría darse el hombre público». Cfr. La dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthropos, 1994. Por su parte Soledad Murillo ha distinguido entre lo doméstico como privación de sí, una actitud encaminada al mantenimiento y cuidado del otro y lo privado como apropiación de sí mismo. Véase su obra El mito de la vida privada, Madrid, Siglo XXI, 1996.

66 Y, sin embargo, los movimientos feministas del siglo XIX continúan siendo más ignorados de lo que debieran. Esta discontinuidad en la genealogía que afecta al movimiento feminista es tanto más grave si reparamos en cómo las últimas investigaciones ponen de relieve las dificultades a las que se enfrentarían los movimientos si no conservaran la memoria de su tradición cultural y activista y tuvieran que empezar una y otra vez de la nada. Si no conservaran su «caja de herramientas» en la gráfica expresión de Swidler. Cfr. A. Swidler, «Culture in Action: Symbols and Strategics», en American Sociological Review, núm. 51, 1986, páginas 273-286.

67 Sheila Robotham, La mujer ignorada por la historia, Madrid, Debate, 1980, pág. 115.

68 Cfr. Pilar Escario, Inés Alberdi y Ana I. López-Acotto, Lo personal es político. El movimiento feminista en la transición, Madrid, Instituto de la Mujer, 1996.

69 Nuestra fuente principal sobre los grupos del feminismo radical es la obra de Alice Echols, Daring to be bad. Radical Feminism in America (1967-1975), University of Minnesota Press, Minneápolis, 1989.

70 Amelia Valcárcel, Sexo y filosofía, ob. cit., pág. 45.

71 P. M. Lengermann y J. Niebrugge-Brantley, «Teoría feminista contemporánea», en G. Ritzer, Teoría sociológica contemporánea, Madrid, McGraw Hill, 1993.

72 Anna Jónasdóttir, El poder del amor ¿Le importa el sexo a la democracia?, Madrid, Cátedra, 1993, pág. 14.

73 Esta oposición procede del artículo de Celia Amorós «Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre poder y principio de individuación», Arbor, 1987.

74 En la actualidad la democracia paritaria se ha fundamentado de dos formas opuestas. Desde el feminismo de la igualdad supone una medida más de acción positiva, cuyo fin es contrarrestar las elevadas «cuotas» de representación masculina en la vida política. Para el feminismo de la diferencia supone el reconocimiento político de la diferencia ontológica, es decir, irreductible, entre los sexos.

75 Cristina Borderías, Cristina Carrasco y Carmen Alemany (eds.), Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Barcelona, Icaria, 1994.

76 Cfr. Audre Lorde, La hermana, la extranjera, Madrid, Horas y Horas, 2003 y Bell Hooks y cols., Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Madrid, Traficantes de sueños, 2004.

77 Yasmine Ergas, «El sujeto mujer: el feminismo de los años 60-80», en George Duby y Michèlle Perrot (dirs.), Historia de las Mujeres, Madrid, Taurus, vol. 5, 1993, pág. 560.

78 Cfr. Luisa Posada, «Pactos entre mujeres», en Celia Amorós (dir.), Diez palabras clave sobre mujer, ob. cit.

79 Ron Eyerman y Andrew Jamison, Social Movements. A cognitive Approach, Cambridge, Polity Press, 1991.

80 A veces las diferencias se difuminan porque la mayoría de los grupos feministas, desde los más alternativos hasta los más institucionales actúan también como grupos de estudio. Así es el caso del grupo de Okupas de la Eskalera Karakola (centro autogestionado feminista de Madrid desde 1996) que se ha encargado de traducir y difundir un libro que recoge diversos escritos representativos del feminismo postcolonial. Cfr. Bell Hooks y cols., Otras inapropiadas/inapropiables, Madrid, Traficantes de sueños, 2004.

81 Marilyn Frye, The Politics of Reality, Nueva York, The Crossing Press, 1983.

82 La misma idea subyace a las palabras de K. R. Stimpson «Es gracias a nuestra lucha conjunta que lo que fue una blasfemia ha llegado a convertirse ahora en una banalidad».

83 Cfr. A. Melucci, ob. cit.

84 Montserrat Boix y Ana de Miguel, «Los géneros de la red: los ciberfeminismos», en prensa y en la dirección de la web. http://www.mujeresenred.net

Teoría feminista 1: De la ilustración al segundo sexo

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