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TABLA 1. La configuración de los espacios público y privado

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ESFERA PÚBLICA ESFERA PRIVADA
Masculino Femenino
Cultura Naturaleza
Libertad Necesidad
Universalidad-imparcialidad Particularidad-deseo
Mente-producción de ideas Cuerpo-producción de cuerpos
Razón-entendimiento Pasión-sentimientos
Ética de la justicia Ética del cuidado
Competitividad Caridad-beneficencia
Hacer Ser
Productividad-trabajo Improductividad-sus labores
«los iguales»: individuos-ciudadanos «las idénticas»: madres-esposas73

En esta tercera ola del feminismo, la documentada persistencia de la desigualdad respecto a los varones en el acceso a la esfera pública, fuente de distribución de los recursos, el poder, y el reconocimiento de los iguales ha dado lugar a nuevas reivindicaciones destinadas a romper ese techo de cristal, no por transparente menos eficaz. En este orden se inscriben demandas como la de una democracia paritaria, en continuidad con las políticas que sostienen que el camino hacia la igualdad sexual es el camino hacia la progresiva inclusión de las mujeres en el espacio público74. Sin embargo, como suele decirse, un enfoque teórico es como la luz, ilumina una parte de la realidad pero, inevitablemente, deja en la sombra otra parte. Asimismo, el enfoque anterior ilumina la exclusión de las mujeres del espacio público, pero deja en la sombra las interacciones de varones y mujeres en el espacio privado. En continuidad con los enfoques de lo personal es político, otras líneas de investigación y activismo se han centrado en seguir haciendo visible qué pasa «de puertas adentro». Así, han redefinido el manido «es que mi madre no trabaja» como «la jornada interminable» o la «doble jornada laboral». La constatación de esta fuerte desigualdad ha propiciado una redefinición de las políticas de igualdad. La situación de las mujeres ya no se define fundamentalmente como una situación de desigualdad en el espacio público. No se niega la exclusión, pero se afirma que la mera inclusión no resuelve el conflicto ni transforma necesariamente las relaciones entre los géneros. Según este análisis, mientras la desigualdad en la esfera privada continúe reproduciéndose, la igualdad en la pública es una vana quimera. Por otro lado, dirigir la luz hacia la esfera privada y las interacciones cara a cara ha llevado a la esfera pública el análisis de relaciones tan supuestamente privadas como la sexualidad, la heterosexualidad, la maternidad, y el amor. Asimismo, frente al «hogar dulce hogar», se descubrirá «la cara oculta de la familia»: la familia como el ámbito de la alienación, cuando no de los malos tratos y el abuso sexual. El trabajo pionero de Susan Brownmiller (1975), que analiza la violación como una estrategia de dominación por medio del temor que infunde a todas las mujeres, puso las bases del proceso de redefinición o atribución de nuevos significados a la violencia contra las mujeres, un largo y combativo proceso sostenido por el movimiento feminista y que ha conducido a la actual aceptación social de la redefinición del fenómeno como terrorismo doméstico y violencia de género. Y también a solicitar la intervención pública o del Estado, vía derecho penal y asistencia social, en áreas de la vida tradicionalmente consideradas privadas o personales. Estos ejemplos anteriores nos permiten seguir el camino que ha llevado al feminismo de la igualdad a plantear como uno de sus fines la redefinición de la división tradicional entre lo público y lo privado.

En este sentido, innovadores trabajos de teoría feminista han coincidido en concluir, desde distintos referentes filosóficos, históricos y sociológicos, que la exclusión de las mujeres de la categoría de sujetos y ciudadanas en la modernidad no puede considerarse un «mero accidente o una aberración». Muy al contrario, se apunta la tesis de que en la teoría social y política modernas, la constitución de lo público se habría realizado gracias a la exclusión —necesaria exclusión, por tanto— de aspectos fundamentales de la vida humana, y estos, a su vez, gracias a la exclusión —necesaria también— de las mujeres. Desde esta perspectiva, e intentando obviar cualquier zona de sombra, un tema clave en las investigaciones sobre los géneros es el de la articulación o las relaciones entre lo público y lo privado, donde lo privado aparece como la condición de posibilidad de la esfera pública. Desde esta articulación se explican las enormes dificultades y obstáculos que experimentan las mujeres para participar en igualdad de condiciones en un espacio que se ha configurado —simbólica y materialmente— no ya a partir de su exclusión sino de su participación a tiempo completo en las tareas de la reproducción social. La capacidad de dar cuenta de estos realineamientos y transformaciones supone la necesidad de rupturas conceptuales y alternativas teóricas para deshacer la intrincada madeja del androcentrismo cultural y material. Por ejemplo y respecto al crucial tema del trabajo: «Estas alternativas plantearán en lo fundamental, conceder a la organización social de la reproducción humana la misma importancia conceptual que a la organización de la producción asalariada»75. Aunque, desdichadamente y como plantea Celia Amorós en su capítulo sobre la globalización, parece que la realidad que está triunfando con fenómenos como la deslocalización es la contraria, a saber, la reconceptualización del trabajo asalariado como trabajo doméstico, con toda su carga de precariedad y servidumbre. Pero lo que sin duda subyace a este planteamiento del feminismo de la igualdad es la idea de que las mujeres no necesitan reivindicar para sí mismas lo que ya tienen por demás —tareas domésticas, tareas de los cuidados, etc.— sino conseguir dotar de universalidad lo que el sistema patriarcal ha considerado y quiere seguir considerando como valores y actividades femeninas. Ahora bien, tampoco aquí habría consenso, pues los feminismos de la diferencia —y tampoco todos ni en todas sus formulaciones— consideran la lucha por la universalidad el error más profundo de los feminismos igualitarios y reivindicativos.

Esta rupturas conceptuales son el producto y encuentran un correlato político en la continua y creativa práctica militante de las redes del movimiento feminista y en otras acciones políticas tal vez más visibles y difundidas por los medios de comunicación, como las Conferencias Mundiales sobre las mujeres y las Declaraciones de Derechos de las mujeres como la Declaración de Atenas de 1992 y la Declaración de Pequín de 1995. Estas declaraciones son resultado de los pactos entre mujeres de diferentes países e ideologías, pero que han llegado a constituirse en un sujeto colectivo que ha expresado su voluntad de firmar un nuevo Contrato Social; es decir, de poner fin a la adjudicación de espacios, identidades y funciones sociales según el sexo que conforma la base de las democracias actuales. De terminar, y no únicamente en el orden simbólico, con la identificación patriarcal de lo masculino con lo humano y lo femenino con lo específico de las mujeres.

Sin embargo, y una vez más, tampoco puede pensarse que el nuevo firmante del pacto sean las mujeres sin más o un sujeto-mujer supuestamente unitario. De hecho algunas voces se han levantado para mantener que Conferencias como la de Pequín contribuyen a reproducir la hegemonía de las mujeres blancas, de clase media y mayormente heterosexuales sobre el resto. Desde principios de la década de los 80 comenzaron a hacerse oir junto con las voces críticas de las lesbianas las voces de mujeres negras, chicanas y asiáticas, entre otras. El feminismo negro surge en los Estados Unidos del extrañamiento o de la experiencia real de marginación sufrida por las negras en los grupos de feministas blancas. Así lo han relatado autoras pioneras como Audrey Lorde —por ejemplo, en su dura correspondencia con la teórica Mary Daly— y también bell hooks cuando termina señalando que siempre han asistido mujeres negras a las reuniones de las blancas, pero pocas han vuelto al día siguiente76. Este malestar en la militancia de los grupos del feminismo hegemónico se traduce en críticas que reproducen algunas de las que el propio feminismo radical ha realizado al androcentrismo del conocimiento. El feminismo negro siempre resulta ser ad hoc respecto al auténtico feminismo, ya sea una mesa específica dentro de un congreso o un solo capítulo del libro. También mantienen que las blancas no incorporan a su feminismo las aportaciones del feminismo negro, sólo algunos aspectos —especialmente exóticos o lejanos como la ablación del clítoris en África— u otras experiencias en que las negras siempre aparecen como víctimas y sirven para confirmar las tesis previas de la autora blanca en cuestión. Esta situación procedería de la machacona pretensión de las feministas blancas de universalizar sus experiencias, lo que no consideran posible. Al igual que la contradicción entre hombres y mujeres no podía subsumirse en la contradicción de clases, no todas las contradicciones se resuelven en el feminismo. El racismo intersecciona con el género, pero el feminismo sólo no acabará con el racismo, ni con el colonialismo, ni, como ya lo planteara Gayle Rubin, con los problemas de las mujeres lesbianas.

Desde esta perspectiva se considera que existen oposiciones o contradicciones al menos tan fuertes como el género para determinar la vida de millones de mujeres. Cuando una mujer es pobre, lesbiana y negra no percibe que el ser mujer determine su condición vital más que algunas de sus otras señales de identidad. Para estos feminismos la contradicción hombre-mujer no es ya, o no es siempre, la contradicción principal; su novedad respecto a otras posiciones clásicas similares, como el feminismo marxista, reside en que no admiten ninguna contradicción principal o punto de vista privilegiado por parte de algún eje de opresión determinado. Aunque sí la existencia de centros dinamizadores de una lucha determinada, como se explica en el capítulo dedicado a la teórica Donna Haraway.

Teoría feminista 1: De la ilustración al segundo sexo

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