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LA FILOSOFÍA COMO TERAPIA DEL ALMA

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La mayoría de los estudios sobre las Tusculanas, muy escasos por otra parte, y las introducciones generales a la obra suelen ser unánimes en reconocer la finalidad terapéutica y consolatoria de las Disputaciones, en perfecta armonía con la situación anímica en la que se encontraba a la sazón el Arpinate. Pero es que, a mayor abundamiento, en las Tusculanas no hay ningún aspecto que se destaque con una profusión mayor que éste, a saber, la consideración de la filosofía como medicina del alma y alivio y cura de aflicciones y perturbaciones de toda naturaleza. Ello no quiere decir, no obstante, que no se asigne en algunos pasajes a la filosofía una finalidad de carácter más general y más altos vuelos, como sucede, por poner un ejemplo, en V 7, donde, en un contexto en el que se asevera que la filosofía tiene un origen muy antiguo, leemos lo siguiente: «Ella se ganaba este bellísimo nombre entre los antiguos por su conocimiento de las cosas divinas y humanas, especialmente por su conocimiento de los principios y las causas de todas las cosas». Mas puede decirse que este texto es en realidad una excepción, ya que todos los demás, y son muy abundantes, nos presentan a la filosofía como guía del recto vivir para el hombre, es decir, en su vertiente ética y más concretamente, en un número abrumador de casos, como terapia de las preocupaciones y afanes del alma humana.

Vamos a citar a continuación algún texto de las Tusculanas que considere la filosofía como guía del recto vivir y como la única senda que puede llevarnos a alcanzar la felicidad. Nada más comenzar el libro I, en I 1, se nos dice lo siguiente: «Y puesto que el sistema y la enseñanza (ratio et disciplina) de todas las disciplinas que atañen al camino del recto vivir forman parte del estudio de la sabiduría que se denomina filosofía, …» No puede indicarse con mayor claridad que el Arpinate piensa, en las Tusculanas, que la vertiente principal de la filosofía, denominada aquí sabiduría, es la ética, cuyo objetivo principal es siempre lograr el bien vivir y, por ende, la felicidad. Otros dos pasajes son también muy reveladores al respecto. En V 1, 2, después de haberse formulado la tesis de que la virtud es autosuficiente para la felicidad, leemos esto: «En realidad, de todas las cuestiones de las que se ocupa la filosofía no hay ninguna que se tenga por más importante. En efecto, dado que ése fue el motivo que impulsó a quienes se dedicaron por primera vez al estudio de la filosofía a dar de lado todo y entregarse en cuerpo y alma a la búsqueda de la condición de la vida mejor, no cabe duda de que, por la esperanza de alcanzar una vida feliz, ellos pusieron en ese empeño tanto cuidado y esfuerzo». En V 19, y en un contexto idéntico al anterior, Cicerón expresa lo siguiente: «No vayas a pensar que en la filosofía se ha pronunciado alguna vez una voz más clara o que hay alguna promesa de la filosofía más fecunda y más importante (sc. que la de la tesis de que la virtud es suficiente para la felicidad). ¿Qué es lo que promete? ¡Buen Dios! Que ella garantizará a quien obedece sus leyes estar siempre armado contra la fortuna, tener en uno mismo toda la ayuda para alcanzar una vida buena y feliz, en una palabra, para ser siempre feliz».

De entre los muchos ejemplos en los que se nos ofrece una imagen de la filosofía como terapia del alma y de las afecciones y perturbaciones que la agitan, vamos a limitarnos a aducir sólo tres. En III 6, en el marco de la comparación entre las enfermedades del cuerpo y el alma, Cicerón expresa la idea siguiente: «Existe ciertamente una medicina del alma, la filosofía, cuya ayuda no hay que buscarla, como en las enfermedades del cuerpo, fuera de nosotros, y debemos esforzarnos con todos nuestros recursos y fuerzas para ser capaces de curarnos a nosotros mismo». En II 11, cuando el interlocutor anónimo le dice a Cicerón que la conversación del día anterior le ha liberado del temor a la muerte, el Arpinate le replica: «No hay nada de extraño en ello; en realidad éste es el efecto que produce la filosofía: cura las almas, hace desaparecer las preocupaciones, libera de los deseos, disipa los temores». Esa terapia consiste en la extirpación de los vicios inveterados porque, como leemos en II 13, «el cultivo del alma es la filosofía; ella extirpa los vicios de raíz, prepara las almas para recibir una semillas … unas semillas que, cuando se han desarrollado, producen frutos ubérrimos» 22 .

No hay forma más brillante, no obstante, de concluir este capítulo que citar el espléndido himno que dedica el Arpinate a la filosofía en V 5. Reza así: «!Oh filosofía, guía de la vida, indagadora de la virtud y desterradora de los vicios! ¿Sin ti qué podríamos ser, no sólo nosotros, sino también la vida humana en general? Tú has engendrado las ciudades, tú has llamado a los hombres dispersos a una comunidad de vida, tú los has unido, en primer lugar, compartiendo una vivienda, luego, mediante el matrimonio, a continuación, mediante la comunión de la escritura y el lenguaje, tú has sido la inventora de las leyes, tú has sido la maestra de la moralidad y el orden; en ti buscamos refugio, a ti pedimos ayuda, a ti nos entregamos ahora, del mismo modo que antes en gran parte, en cuerpo y alma. Un solo día bien vivido y acorde con tus preceptos es preferible a una inmortalidad sumida en el error. ¿A qué otra ayuda mejor podemos recurrir, tú que nos has regalado la tranquilidad de la vida y nos has arrebatado el terror de la muerte»? Sobre esta cuestión basta con lo dicho. Pasemos, pues, a tratar de la característica formal más peculiar de las Tusculanas, nos referimos a la íntima unión de filosofía y retórica.

Disputaciones tusculanas

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