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LA CUESTIÓN DE LA UNIDAD DE LAS TUSCULANAS
ОглавлениеNo queremos concluir esta introducción sin abordar el tema de la unidad de la obra, cuestión que suele obsesionar en demasía a los filólogos clásicos, cuando de analizar una obra literaria se trata. Como señala Carlos Lévy 29 , son muy pocos los estudios de conjunto dedicados a las Tusculanas, mientras que las monografías en la línea más o menos de la Quellenforschung son muy abundantes 30 . Lo que ponen en evidencia esta serie de artículos monográficos es que parece difícil establecer un vínculo de unión claro entre el libro I, de vuelo metafìsico, los libros II, III y IV, centrados en el estudio del sufrimiento y las pasiones, y el libro V, una auténtica monografía sobre la tesis estoica de que la virtud es autosuficiente para conseguir la felicidad. Un especialista de la talla de A. Michel comienza expresando sus dudas sobre la posibilidad de hallar una unidad y coherencia internas en la obra, para acabar afirmando que «la estructura de conjunto de las Tusculanas no carece de misterio: el filósofo no nos dice según qué ley ha clasificado los temas de los diferentes libros» 31 . Además, por si esto fuera poco, el continuo entretejerse a lo largo de casi toda la obra de dialéctica y retórica no contribuye precisamente mucho a dar una idea de unidad. Y en realidad es lógico y natural que sea así. Las Tusculanas no son una descripción teórica de los males que intranquilizan al ser humano y de las perturbaciones que lo sacan de quicio, sino una exposición descarnada de los males y las pasiones, con la única finalidad de indicar que sólo en la filosofía puede encontrarse alivio y remedio de los mismos.
Los estudiosos que tratan de hallar unidad y coherencia en las Disputationes se agarran como a un clavo ardiendo al elemento aglutinador de la filosofía como terapia del alma, intentando atisbar de ese modo esa pretendida unidad que una disección analítica de la obra ni mucho menos avala. El adalid de esta interpretación unitaria es Alain Michel, al que se ha unido posteriormente Carlos Lévy. Para Michel lo que conferiría unidad a las Tusculanas es la preocupación que muestra Cicerón por extirpar la aflicción y las perturbaciones anímicas, único modo de conducir al alma hacia la serenidad y la felicidad. Mas, para conseguir su propósito, el Arpinate no sigue un orden lógico, sino psicológico, como piensa el profesor Michel 32 , por eso se ocupa en primer lugar de las pasiones primordiales que afectan a los seres humanos, el miedo a la muerte y el dolor, para tratar después de ese cúmulo de perturbaciones anímicas que intranquilizan, hacen enloquecer y esclavizan al hombre. En opinión de Alain Michel, Cicerón se habría atenido en su obra al orden en el que las pasiones aparecen en la vida de los seres humanos, tal y como se nos decribe en los libros III y IV del De finibus, dedicados, como es bien sabido, a la exposición y refutación subsiguiente de la filosofía estoica. Nuestras primeras pasiones son instintivas y se hallan ligadas a nuestra voluntad de conservación, como se nos indica en De finibus III 16, donde leemos: «Aquellos (sc. los estoicos), digo, cuya doctrina sigo, sostienen que el animal, desde el momento en que nace, se siente unido a sí mismo e inclinado a su propia conservación y a amar su constitución orgánica y aquello que puede conservarla; por el contrarío, aborrece su propia destrucción y todo lo que puede causarla» 33 . Pero después, cuando el ser humano cobra conciencia de que, además de cuerpo, posee un alma, si recibe la ayuda de la filosofía, puede llegar a descubrir, con la ayuda de su razón, que la aegritudo y las perturbationes son causadas por errores de apreciación que es preciso extirpar, si se quieren conseguir la tranquilida espiritual y la felicidad 34 .
Digamos, por último, que nuestra opinión personal es que, a pesar de que el énfasis que se da en muchas partes de las Tusculanas a la caracterización de la filosofía como terapia del alma, es evidente que ellas carecen de la unidad de tratados como De finibus y Sobre la naturaleza de los dioses, por citar dos ejemplos relevantes. Y ello es así porque lo más probable es que ni siquiera el Arpinate se ha planteado escribir una obra de claro carácter unitario, sino que lo que ha pretendido es ofrecer al público romano, sirviéndose de las disertaciones al uso que conocía por su sólida formación filosófica, cinco disputationes sobre cinco temas monográficos, con cierta coherencia ideológica quizá no buscada, en el marco de lo que Philippson y Pohlenz han denominado «filosofía popular» y que Alain Michel 35 prefiere llamar «dirección de conciencia».