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LIBRO II

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El libro II, dedicado al tema de si le es posible al ser humano soportar el dolor, se inaugura con el prólogo habitual que sirve de pórtico a cada uno de los cinco libros de las Tusculanas (1-9). Comienza afirmando Cicerón que para él es una necesidad dedicarse a la filosofía, en cuyo estudio es difícil, por no decir imposible, contentarse con adquirir unos pocos conocimientos, puesto que ellos forman parte de un todo orgánico. La masa no suele apreciar los saberes filosóficos y «la filosofía huye expresamente de la multitud» (4), pero, como se nos dice de inmediato, «a los detractores de la filosofia en su conjunto les he respondido en el Hortensio» (1-4). El desprestigio de la filosofia en el mundo romano es el que ha impulsado al Arpinate a contribuir al auge de la escritura filosófica y por ello ha decidido escribir libros de filosofia en un estilo pulcro y sugerente, sobre todo porque la mayoría de los libros filosóficos que pululan por el mundo romano han sido escritos por los epicúreos, quienes escriben, según declaran ellos mismos, «sin precisión, sin orden, sin elegancia y ornato» (7). A Platón y los demás Socráticos, por el contrario, los lee todo el mundo con agrado. Él va a seguir sus pasos, porque, como nos indica, «siempre ha sido de mi agrado la costumbre de los peripatéticos y de la Academia de someter a discusión en todas las cuestiones el pro y el contra, no sólo porque de otra manera no esposible hallar qué hay de verosímil en cualquier cuestión, sino también porque éste es el mejor método de ejercitar la retórica» (8-9).

A conttinuación viene una breve introducción (10-14). En su primera parte nos habla de los efectos benéficos que causa el dedicarse a la filosofía: «cura las almas, hace desaparecer las preocupaciones, libera de los deseos, disipa los temores» (11). A la objeción de su interlocutor de que hay filósofos que viven de un modo vergonzoso Cicerón responde con la bella e ingeniosa comparación de que «no todos los campos que se cultivan dan fruto» (13). En la segunda (14), se propone el tema objeto de debate: «el dolor es el más grande de los males». Su comparación con la deshonra, la ignominia y la bajeza induce al interlocutor de Cicerón a atenuar la rotundidad de la proposición que se va a debatir, que se atenúa en «el dolor es un mal».

Desde esta introducción y hasta la conclusión del libro, el contenido se divide, como sucede siempre, en dos partes:

A.— Un debate teorético sobre la esencia del dolor (15-33).

B.— Exposición de los medios para soportar el dolor (334-65).

La primera parte se inicia con un análisis de algunas concepciones filosóficas del dolor (15-18). Aristipo de Cirene y Epicuro sostuvieron que el dolor es el mal mayor. Jerónimo de Rodas pensó que el bien consistía en la ausencia de dolor, mientras que Zenón, Aristón y Pirrón estiman que el dolor es un mal, pero que existen males mayores.. Es innegable, concluye Cicerón, que «el dolor es una experiencia triste, áspera, amarga y contraria a la naturaleza, difícil de soportar y tolerar» (18).

Los parágrafos del 19 al 27 son una buena muestra de lo proclive que es el Arpinate, dentro de sus cánones retóricos, a recurrir a citas de los poetas trágicos en apoyo de su teoría. Un elevado estilo declamatorio preside todo el pasaje y por él desfilan las figuras de Filoctetes, Hércules y Prometeo. «¿No ves el mal que nos hacen los poetas?», se pregunta Cicerón: «nos presentan a los hombres más valientes lamentándose y debilitan nuestras almas. Con razón Platón los excluye de ese estado ideal que él imaginó» (27).

No hay que irritarse con los poetas, no obstante, porque ha habido maestros de virtud, como Epicuro, que sostienen que el dolor es un mal. Los estoicos, por su parte, a pesar de recurrir a argumentos sutiles para probar que el dolor no es un mal, luego admiten que el dolor «es áspero, contrario a la naturaleza, apenas soportable y tolerable» (30). Ahora bien, si se prescinde de sus estratagemas retóricas, los estoicos vienen a coincidir en realidad con la Academia y el Perípato. Lo que hay que buscar, como hacen ellos, es el bien moral y considerar los demás bienes menos importantes o insignificantes (30).

A continuación Cicerón nos dice que las cuatro virtudes cardinales (prudencia, templanza, justicia y fortaleza) no admiten ceder ante el dolor. La grandeza de ánimo y la capacidad de sufrimiento pueden vencer al dolor (31-33).

La segunda parte (34-65) comienza presentando una serie de ejemplos de personas capaces, mediante el hábito y el endurecimiento, de resistir al dolor (34-31). Como era de esperar, los jóvenes espartanos inician la serie, seguidos por los soldados romanos, los cazadores, los púgiles y los gladiadores, enmarcando un breve excurso sobre la diferencia que existe entre la fatiga y el dolor. «La fatiga es la ejecución anímica o corporal de una actividad o un deber más gravoso de lo normal, mientras que el dolor es un movimiento áspero que se experimenta en el cuerpo ajeno a los sentidos» (35). Después de afirmar que «tal es la fuerza del entrenamiento, la preparación y la costumbre», se pregunta Cicerón: «¿Será capaz de esto un Samnita, mientras que un hombre nacido para la gloria tendrá una parte de su alma tan débil que no pueda endurecerla con la preparación y la razón?» (41).

El razonamiento y la convicción filosófica pueden contribuir de una manera decisiva a la consideración de que todo dolor es soportable (42-65). Cicerón inicia este extenso apartado indicando que la virtud por excelencia del hombre, la fortaleza, puede lograr que soportemos el dolor, dado que «sus funciones principales son dos: el desprecio de la muerte y el desprecio del dolor» (42-43). El consejo que nos da Epicuro para soportar el dolor carece de sentido y es incoherente con una persona que sostiene que el dolor es el mayor mal. Según él, si el dolor es extremo, tiene que ser breve y, si es soportable y duradero, proporciona más alegria que sufrimiento. Debemos buscar el remedio, si queremos mantener una coherencia, en las escuelas «que consideran que el bien moral es el sumo bien y la bajeza moral el sumo mal» (44-46).

La mejor forma de soportar el dolor, continúa, es conseguir que la razón, dueña y señora de nuestra alma, controle y domine la parte débil, baja, servil y carente de energía de nuestra alma, del mismo modo que un amo manda a su esclavo, un general a sus soldados y un padre a su hijo (47-48). Se alega a continuación un ejemplo tomado de la Niptra de Pacuvio (49-50). Cicerón, de una manera un tanto abrupta, pero tras la senda del argumento anterior, nos indica ahora que el hombre dotado de sabiduría perfecta dispondrá de las armas del esfuerzo, la firmeza y el diálogo interior para hacer frente al dolor (51). Para ello conviene proponer a nuestro ánimo el ejemplo de hombres dotados de valía moral, como Zenón de Elea, Anaxarco, Calano y Gayo Mario (52-53).

Para soportar con entereza el dolor debemos tener siempre nuestra alma en un estado de tensión que nos lleve «a no hacer nada que sea abyecto, nada que sea cobarde, nada que sea indolente, nada que sea propio de un esclavo o una mujer», es decir, la exteriorización exagerada del dolor como hace Filoctetes (54-55). Hay que evitar la manifestación de gritos y gemidos que no acompañen a un esfuerzo y tensión concretos, como sucede en el caso del entrenamiento de los atletas y los púgiles (55-57). Ahora bien, lo que más contribuye a soportar el dolor con tranquilidad y calma y afrontar los peligros es «pensar con todo el corazón en todo aquello que constituye el bien moral» (58). Estos son los sentimientos que impulsaron a héroes como los Decios o Epaminondas a afrontar con gallardía los combates. «¿Acaso piensas que Epaminondas lanzó algún gemido al darse cuenta de que con su sangre se escapaba la vida?» (59). Pero también pueden aducirse ejemplos de filósofos que han soportado el dolor, como Dionisio de Heraclea y Posidonio (60-61). A continuación se nos indica que todos los esfuerzos que procuran gloria y celebridad se vuelven tolerables, porque, como dice Jenofonte, «el honor mismo hace más llevadera la fatiga del que manda» (63). Lo más bello, con todo, es la grandeza del alma que se pone de relieve de una manera especial en el desprecio y el desdén de los dolores, tanto más bello si ella renuncia a la aprobación de la gente y, sin buscar el aplauso, halla, no obstante, en sí misma su deleite (64). La verdadera capacidad de soportar el dolor no es episódica y fluctuante, dado que procede de un principio racional que es uniforme y estable (65).

El Arpinate, a modo de conclusión, sostiene que, aunque el dolor es un mal, puede ser erradicado por la virtud. Ahora bien, en el caso de que el dolor se nos haga insoportable, siempre queda el refugio de quitarse la vida (66-67).

Disputaciones tusculanas

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