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EL SECRETO Y LA EXIGENCIA DE TRANSPARENCIA

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MENTAL: El paciente ahora puede tener acceso a su historia. ¿Ha cambiado algo para ustedes el hecho de darle a conocer su diagnóstico cuando lo pide?

J-DM: Los pacientes que venían a pedir su historial clínico eran pacientes que tenían una tenacidad ya conocida. En general, les leía lo que había dentro de su historial, eso era suficiente. En cuanto a la cuestión del diagnóstico, cuando se les da un neuroléptico, leen en el prospecto: «antipsicótico». Se hacen el diagnóstico ellos mismos. Lo que cuenta es la manera en la que se habla y eso depende de los pacientes. No digo siempre lo mismo. A algunos les digo: «Sí, es un diagnóstico de esquizofrenia. ¿Es que habría preferido el de neurosis obsesiva o el de paranoia?». Otras veces les digo que son los trastornos sobre los que los psiquiatras no están del todo de acuerdo. Para algunos pacientes esto es muy importante. No hay un solo paciente para el que esto haya sido un problema. Un adolescente que recibí durante largo tiempo. Insistió durante dos o tres años para obtener el diagnóstico de su enfermedad. Le respondí: «Bueno, de acuerdo, usted es esquizofrénico». Paró inmediatamente de visitarme y se fue a ver a otro psiquiatra. Me escribió una larga carta, una extraordinaria reivindicación delirante de dos páginas para demostrarme que no era para nada esquizofrénico. El diagnóstico era evidente sobre el papel. Se piensa ahora que hay que decir completamente la verdad. En los servicios de cancerología y los que se relacionan con la judicialización, se creen en el deber de entregar el diagnóstico, antes incluso de que el paciente haya pedido lo que sea. Es una locura. El médico no está forzado a dar el diagnóstico con el pronóstico que va con él, antes incluso de que el sujeto sepa a dónde lo lleva eso. Esto será muy problemático si se nos obliga a dar los diagnósticos desde la primera entrevista. Nos topamos con la exigencia misma del amo de igualar las preguntas del sujeto a las del ciudadano, aplastando siempre un poco más lo íntimo, que ya no encuentra carta de ciudadanía.

FB-C: Cada vez más me encuentro refiriéndome a la enseñanza de Lacan acerca de los pacientes y de su decir que se está enfermo del lenguaje, que para algunos eso da las neurosis y para otros eso da las psicosis. Esto se presenta bajo diferentes formas y no es deficitario. Me encontré con una historia bastante ejemplar. Los padres vinieron a verme porque su hija se automutilaba. Habían consultado a muchos. Un cognitivista la obligó a detenerse. Ella se detuvo durante las ocho horas siguientes y luego comenzó de nuevo. Después alguien les dijo a los padres que la hicieran hablar, que le preguntaran sobre lo que iba mal. Cuanto más hablaba más se automutilaba porque ella misma no sabía lo que iba mal. Recibí a los padres. Les confirmé que era grave y que tal vez le faltaban las palabras para decir las cosas, que la automutilación tenía para ella el lugar de una palabra. Los padres entendieron porque tenían experiencia de ello. Les expliqué igualmente que el acto, si estaba inmotivado, no era sin causalidad. Los padres se acordaron entonces de que algunos días antes le habían hecho ver que el día había estado bien. Esa misma noche se automutiló. Poco después, me dijeron que su hija quería verme. Me sorprendo de ello y les pido que me repitan exactamente lo que ella les ha dicho: «Llevadme donde queráis, de todas maneras, ¡no me importa!». Les contesté que ahora entendía. «Vean, su hija, siempre ha hablado así». Hilando fino, el hecho de elaborar con los padres, utilicemos el término, un retrato psicológico en el cual reconocieron a su niña, les permitió tenerme confianza. Cuando vi a la joven ya estaba mejor. Acababa de dejar la escuela a la que había ido hasta entonces, y donde no estaba bien, para ir a una más pequeña, de lo cual habíamos hablado con los padres. No le hice más preguntas que las destinadas a saber si le estaba yendo mejor en su nueva escuela y cómo quería que trabajáramos juntas. «Lo que yo quiero es venir a verla cuando sienta que ya no estoy bien, pero no por ir mejor». Estuve de acuerdo. Aún viene a verme a un ritmo variable entre quince días y tres semanas para contarme sobre su vida. En este caso el psicoanálisis ha servido para decir que no es siempre la palabra de lo que se trata, que hablar puede a veces aumentar los síntomas y que, sin embargo, un lazo de discurso es posible. Hablar en la psicosis puede ser un imperativo superyoico muy violento.

AA: Fue en el periodo edípico del psicoanálisis donde se situaba la causalidad del lado de: «Es culpa de papá o de mamá». Otra cosa es pensar la causa a partir del lenguaje. En mi práctica actual de paidopsiquiatra, para una mayoría creciente de niños con una franca psicosis, constato que al menos uno de cada dos padres o bien tiene una psicosis desencadenada o bien una psicosis ordinaria. No estoy seguro de que pudiéramos apreciarlo hace veinte años. Es una dificultad suplementaria en el tratamiento de niños, porque nos hace incluir también a los padres.

Suicidio, medicamentos y orden público

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