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CIENCIA Y FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO

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Hay, en primer lugar, la autoridad llamada por Jacques-Alain Miller «bioteológica», asociando el Dios universal e impersonal de los filósofos a la ciencia. Allí encontramos la autoridad burocrática, la del informe de expertos, el cientificismo contemporáneo apuntando a borrar toda subjetividad. Es una autoridad absoluta, la del bien que pretende imponerse por sí mismo, a través de medios apropiados y válidos para todos. Cada uno debe encontrarse marchando al paso, pero sobre todo, sin posibilidad efectiva de protestar con ningún «no». Es una autoridad que recusa la interpretación en beneficio de la explicación, para la cual todos y cada uno son sinónimos. Puede perfeccionarse, refinarse, pero es indiferente, totalitaria en su benevolencia sin otro fallo más que el técnico. Para ella, el Otro y el Uno se confunden.

Frente a ella, tenemos el retorno de la autoridad de Dios, del sentido, de una tradición que incluiría esta vez su «faz oscura». Se presenta como la del fundamentalismo religioso, pero emanando primeramente del sujeto inmolándose a un sentido exacerbado y conectado sin mediación a un goce al que se apunta permanentemente. Incluso en la ausencia del padre que responde, el lugar de la autoridad literalmente se incorpora por el goce del sacrificio, y el sujeto se hace partícipe de ello sacrificando su singularidad, incluso a contrapelo de las vías del burocrático informe de expertos.

Esas dos vertientes se reúnen del lado de una autoridad que se quiere una y sin apelación, tendiendo a la inmanencia. A pesar de las apariencias, el Dios de los fundamentalistas tiene una familiaridad «éxtima» que le hace encontrarse en su sitio sin dejar, no obstante, de dominarlo, desgarrando al sujeto para velar la división que lo constituye. El Dios de los neo-evangelistas de la América profunda, así como el de los islamistas, es una autoridad cerrada a toda dialéctica, sin desviación, inmediata, indistinta de su fuerza. A pesar de su ostensible oposición, el expertismo burocrático y el fundamentalismo religioso, por la exclusión de toda singularidad, tienen en común su pretensión universalizante.

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