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AUTORIDAD DEL SÍNTOMA ANALÍTICO
Оглавление¿Y el psicoanálisis? Un sujeto —aún conviene que se aprehenda como tal— puede recurrir a un psicoanalista para elucidar el sentido del síntoma que puede constituir para él la asociación de ese desarraigo y de esos goces impuestos —autoritariamente impuestos— si llega a percibirlos bajo el modo del imperativo superyoico «¡Goza!». El envite moderno se desplaza de la autoridad tradicional hacia el sujeto y el síntoma, lo que supone que pueda conservarse un espacio para el «uno por uno», que la compacidad de los goces erráticos deje agujeros, que haya un más allá y un más acá del «para todos».
Lo propio de la práctica del psicoanálisis es dar, en toda circunstancia, su responsabilidad al sujeto en la experiencia. El desplazamiento se hace del padre muerto, significantizado, amado, hacia el sujeto, supuesto saber en la transferencia, que testimonia de la autoridad tal como aparece en la experiencia. La autoridad del amor de transferencia, a la vez operatividad y obstáculo, tiene su garante en la estructura del síntoma como único espacio habitable que autoriza un despliegue del sujeto. La cuestión será entonces no cómo alojar al sujeto en el Otro previo de la tradición, ni en sus ersatz modernos, expertos anónimos o Molocs high-tech, sino cómo el sujeto se ha forjado un síntoma en tanto que útil para hacer con el goce al cual responde, de un modo singular. La autoridad está entonces en condiciones de establecerse como relativa al sujeto en el síntoma, con los apoyos reales que éste procura.
A propósito de la descomposición de la autoridad tradicional del padre, ésta no sabría restablecerse retrospectivamente, a pesar de la reputación falaz del psicoanálisis como tratamiento mediante reparación del pasado. La posición conservadora, o reaccionaria, de algunos psicoanalistas es sin salida, aquí o allá. Si la autoridad incluye una dimensión temporal, ella no se da sino por su ejercicio y no se produce nunca de una vez por todas. ¿Cómo ilustrarlo? Lo haré con dos viñetas clínicas.
Primero, un caso de psicosis. Este sujeto femenino vive bajo la autoridad de una madre inamovible en su presencia desde su adolescencia ya lejana. Un examen ginecológico desencadenó un terror casi indecible frente al sexo, que solo encontró un equilibrio con una presencia permanente de su madre. Se trata de no apartarse nunca de su vigilancia, incluso si viven desde hace mucho tiempo a distancia la una de la otra. El analista funciona como no cesando de crear una distancia en esta presencia, justo un poco, nunca demasiado, restableciéndola casi en cada sesión desde hace años. Esta distancia permite al sujeto tener un mínimo de espacio propio, diría yo, donde poder dedicarse a actividades que escapen a esta vigilancia —la música por ejemplo—, permitiéndole vivir. Pero no es posible salir del síntoma, sino aflojarlo un poco, lo que le permite también un mínimo de perspectiva sobre su modo de vida centrado sobre una autoridad contra la cual ella se rebela pero que, también, ordena su vida.
Ahora un caso de neurosis. Este otro sujeto femenino ha mantenido durante años un fracaso repetido de su vida amorosa, adornado con quejas infinitas sobre la incapacidad de todos y de ella misma para encontrar una solución distinta que... aquella encontrada en esta práctica misma del fracaso y la queja. Hija preferida de un padre eminentemente caído, rival de una madre que asegura un equilibrio precario es, desde hace mucho tiempo, la única de una numerosa fratría que acumula esos fracasos repetidos. A decir verdad, sus hermanos y hermanas están más bien atrapados en fracasos no repetidos, es decir, más decisivos. Se asocia a ello una destacable estabilidad profesional y una desvalorización repetida de sus capacidades en esta materia. Habiendo dado muchas vueltas a ese panorama y tomado una medida de sus paradojas, ella ha sabido finalmente consentir a su síntoma acentuando diferentemente sus facetas, sin decir que ella lo dice. No es sino entonces, en una distribución reorganizada de sus prioridades, cuando ha dejado establecerse un cierto orden de prioridad soportable.
Estas viñetas muy parciales, orientadas aquí en función de la relación del sujeto con la autoridad, están destinadas a mostrar que el síntoma constituye el único «marco» que vale para el sujeto, incluyendo en ello que la autoridad sea reconocible y efectiva. Claro que la autoridad tradicional no sabría ser abordada por nosotros fuera del síntoma. Solo tenemos el síntoma para permitir un abordaje del goce propio del sujeto. Él es el lugar, o la estructura, donde pueden recomponerse los elementos resultantes de la mencionada descomposición actual. La autoridad podría ser situada como el poder en tanto que atribuido a un lugar ocupado por alguien. Lacan dijo en relación con este tema que una interrogación permanente sobre el poder recorre en filigrana su enseñanza desde el principio al fin. El Nombre-del-Padre como significante era ya una forma de descomposición, haciendo ahí un lugar a lo que ella deja de lado. Es evidente que a partir de nuestra experiencia la autoridad no es manejable sino cuando se encarna, ligada al sujeto y a lo que le causa como deseo. La cuestión planteada es la sustitución del padre por el síntoma como lugar de la autoridad.
¿No habría razones para señalar al padre mismo como un síntoma, cuando funciona electivamente como autoridad? El anuncio de su «declive» ha puesto al desnudo el hecho de que él no puede funcionar para el sujeto sino es sintomatizado. Hacerse un síntoma del padre, o hacerse al síntoma en el lugar del padre, ¿no sería una declinación del Nombre-del-Padre, del cual habría que pasar a condición de servirse de él? No se trata ya del saber supuesto que afirma su autoridad, sino del hecho de que el peso de esta última es preciso apreciarlo en el marco —el único que tiene una existencia efectiva— del síntoma como vector de goce para el sujeto.
El padre como excepción, tal es uno de los sesgos del padre en Lacan que no hemos utilizado especialmente en este artículo. La fractura que separa y trasciende ¿no es aquella que se vuelve sensible al sujeto en tanto que es la misma que incluye, pone en función y transmite el síntoma? Éste sintomatiza el goce, que se vuelve de ese modo más vivible para el sujeto, con el ejercicio de una relación privada a la autoridad en relación con el sujeto «siempre responsable de su posición». La experiencia analítica puede formarse ahí, para el uno por uno que consiente a ello —a condición de que se pueda proponer una y otra vez, a pesar de la proliferación de expertos y gurús de la desubjetivación, promotores de un porvenir resplandeciente, que no puede desembocar sino en retornos fundamentalmente de pesadilla.