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La cueva de la cultura

Hoy, de mañana, volvemos al valle transversal, después de trasponer la puerta de la muralla. Y cruzamos el río por un puente cercano a la ciudad. Marchamos otra vez en dirección a la residencia del Partido y de los dirigentes, pero nos detenemos antes de llegar a ella, en las proximidades del pueblo.

Es otra residencia, peor que la del Huerto de los Nísperos, donde estuvieron en 1946-1947, es decir en la última etapa, la dirección del ejército y la residencia de Mao Tse-tung y los jefes del Partido.

Nos detenemos poco: las mismas casas cueva conocidas, un jardín, la modesta casa campesina donde vivía Mao Tse-tung, un cenador entre los árboles gigantescos y las lilas.

Por esta misma ribera del río, volviendo a la ciudad, subimos a uno de los cerros. Desde el primer día se había detenido la vista en un punto de él, como algo extraño y singular. En el conjunto de las cuevas, apareció una que es como si dijéramos la catedral de las cuevas. Aquí donde todo es tierra frágil y resbaladiza presta a desmoronarse y marchar, hecha barro rojo, al agua de los ríos, esta cueva bajo un caucho enorme tiene, muy bien dicho, algo de prehistórica mole de catedral.

Y cerca de santidades anda, porque la cueva es un antiquísimo santuario, quién sabe, tal vez de los primeros tiempos del budismo. Estamos en el interior del peñasco, y vemos toda la cueva —que es grande y tiene en el centro como una columna también de piedra— esculpida en budas simétricos de poco más de una pulgada. Unos tras otros, una fila encima de otra fila. No existe pared; la pared la construyen los budas esculpidos en la gigantesca piedra. Dicen que hay diez mil; contarlos es imposible. Santuarios con muchos budas son corrientes en China, y cuando la cantidad de budas es incontable, siempre dicen que hay diez mil.

Este viejo santuario, venido a menos como muchas glorias pasadas que el tiempo trastoca, fue la imprenta de Yenán, y sigue siendo imprenta hoy, en la que se tira el periódico de la localidad. En este recinto de múltiples budas, pliegan papeles unos muchachos. En otra cueva inmediata, donde en el centro hay un inmenso buda esculpido en un bloque, están las grandes y numerosas cajas de jeroglíficos chinos [21], y en otra cueva más allá, dos máquinas de imprimir.

Atrás, borrosa, queda la historia de estas cuevas santuario. En lo que pienso ahora con emoción es en las cuevas imprenta. He aquí esta máquina vieja, viejísima, que debe de renquear, que debe de chirriar de dolor de huesos y de vejez. Dejadme que me incline ante ella y la salude. Hay que nombrarla héroe y colocarla en un museo, lo más pronto posible. Yo me la figuro, afanosa, incansable, bajo una luz mortecina, dale que dale, en este cerro de Yenán, tras-tras, tras-tras, pliego va, pliego viene, imprimiendo jeroglíficos en toscos papeles —que luego serían libros, periódicos, revistas—. Y gracias a ti, máquina héroe, las grandes ideas que iban a tomar forma en China se difundían ante los hombres, haciendo, como la tierra madre de un grano ciento, y como el fuego de una chispa mil.

¡Yo te saludo, vieja máquina impresora y obrera; los millones de hombres a quienes has refrescado la mente con el rocío de amanecer de las nuevas idea te deben el homenaje del museo!

21 Se refiere a los ideogramas. (N. del E.)

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