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Bailes y canciones

Sigue amusgado el tiempo, el cielo con fosca careta de nubes. Llueve por las noches, y esta música sobre las ventanas y los tejados, que en ocasiones es tan agradable de escuchar antes de dormir, ahora nos alarma: se nos figura que va a inundar toda la meseta.

Ya hemos identificado al décimo camarada de los que vienen con nosotros para hacernos la vida cómoda y agradable. Es el encargado de organizar las distracciones. Es increíble hasta qué extremos llega la minuciosidad de los chinos.

Y si hay funcionario, tiene que surgir la función. Cada noche, en la sala central del Departamento de Protocolo tenemos alguna distracción variada: unas veces baile, otras cine, otras música. Hoy actúa el conjunto de bailes y canciones de Yenán. ¡Bienvenido el arte!

En China, como en la Unión Soviética, están muy extendidos estos conjuntos, y su larga línea va desde los conjuntos nacionales, famosos en todo el país y en el extranjero, hasta el modesto conjunto de aficionados de una fábrica o de los campesinos de una aldea.

El de aquí es profesional, organizado en la época revolucionaria, y se compone de sesenta personas. Lo dirige Chan Min-lian, un hombre alto, de unos cuarenta y cinco años, de perfil agudo y pelo rizado.

Tiene este conjunto, a mi modo de ver, una característica encantadora: su aroma campesino. No sé por qué, me parece que huele a ese tomillo alto que crece bravío en los cerros.

Y he aquí, salen los muchachos y las muchachas, vestidos de campesinos, a bailar una danza. Lo primero que se destaca es el color. En toda China existe la poesía de los vivos colores, pero más que en ninguna parte aquí en el norte. Hasta las muchachas, por amor a los colores fuertes, llevan en el pelo lazos de cintas rabiosamente verdes, rosa o azules que en la negrura de los cabellos son como mariposas. Lo segundo que uno advierte es la gracia mímica de los bailes. Esta mímica, que en la ópera llega al más culto grado, es como si dijéramos el vuelo del baile, el viento de la danza. Y tercero, la expresividad de la música, que habla, que canta, que expresa todos los sentimientos como si ella misma, independientemente, fuese un ser humano.

Después cantan una canción al héroe de Yenán, Liu Chi-tan [...]: «Es enero, frío en el campo. El año nuevo entra, y allá en el norte, el valiente Liu Chi-tan está decidido a ser comunista…».

Con esa voz aguda de garganta, característica del canto chino, esta canción parece el chillido de un pájaro que vuela libre por los montes.

Luego viene un baile de tambores, y aquí la estridencia de los colores de los trajes —verde, rosa, salmón, rojo— se une a la estridencia del ruido de los porches, hasta envolverlo a uno y embriagarlo con el opio del estruendo, como el de la pirotecnia de los árabes. Y con los ruidos de platillos y tambores le pasa a uno como con los colores estridentes: es necesario verlos utilizados por los chinos para sentir su belleza.

Y el número final es una corta ópera. Y como de las óperas he de hablar cuando llegue la ocasión más directa, solo digo a qué hace alusión: durante el bloque de Yenán se precisaban hoces para recoger la cosecha. El herrero debe hacer la forja de doce en una noche. Pide ayuda a la mujer, pero ella se hace la remolona: ni quiere trabajar ni comprende por qué molestarse. He aquí la idea política de la obra: la incorporación de la mujer al trabajo y a la ayuda a la revolución. La mujer del herrero termina haciendo por él las hoces que los campesinos necesitan.

Andanzas por la nueva China

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