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ОглавлениеGonzalo Santonja
Astudillo, Moscú, Pekín (los caminos del exilio)
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.
Constantino Cavafis, «Ítaca»
I
Poeta entre el clavel y la espada, para Rafael Alberti 1965 fue un año de claveles, marcado por premios como el de Grabado en la V Rassegna di Arti Figurative di Roma, que supuso el espaldarazo de su obra pictórica, y el premio Lenin, con varios libros traducidos al ruso.
Con ese motivo, el autor de Marinero en tierra y María Teresa León regresaron una vez más a Moscú (la visita inicial se produjo en 1932), donde enseguida se encontraron con María Cánovas, la mujer de su viejo amigo y camarada César Muñoz Arconada [1], relación establecida en Madrid a comienzos de los años treinta y especialmente afianzada en la aventura de Octubre, órgano de expresión de la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios (Madrid, 1933-1934), publicación periódica, editorial y guiñol teatral que los unió para siempre, con el hispanista Fedor Kelin y la revista Literatura Internacional / Literatura Soviética [2] como puentes tendidos sobre el pozo negro de la diáspora [3].
Y en aquella ocasión Alberti entregó a María Cánovas una cuartilla con la canción 11 de sus Baladas y canciones del Paraná [4], versos de despedida «recordando a César», con quien tantas conversaciones él y María Teresa tenían pendientes, entre otras, y no la menos cordial, sobre China, invitadas ambas parejas a la «nueva China de Mao Tse-tung» por su Asociación de Escritores, respectivamente en 1955 y 1957, experiencias concretadas en sendos libros de viaje, de fortuna muy desigual.
Así, mientras Sonríe China de María Teresa León, con poemas y dibujos de Rafael Alberti, fue de inmediato publicado por Jacobo Muchnik (Buenos Aires, 1958), el extenso reportaje de César M. Arconada, del que María Cánovas me confió una copia a máquina con correcciones manuscritas de su puño y letra, hasta ahora permanecía inédito, primero frustrada su publicación en Moscú al plantearse la ruptura entre las dos potencias comunistas y después descartada por Ebro, la editorial del PCE (París). Rechazada asimismo en Buenos Aires, todavía aguardaba su turno en el largo proceso, manifiestamente inconcluso, de recuperación de los autores del exilio, una tarea iniciada por José Esteban desde Ediciones Turner antes de la muerte de Franco, cuyo catálogo amparó la reedición de La turbina, la primera novela del autor (Madrid, Ulises, 1930), reimpresa en pugna con el aparato censor [5].
De la propia María Teresa León existe un amplio repertorio de inéditos, con más de cincuenta originales, de diversa extensión y en distinto momento de escritura, reseñados por Juan Carlos Estébanez Gil [6], así como de numerosos autores de los cuales apenas se han rescatado algunas obras, lo que sigue confiriendo actualidad a aquel lamento de Pedro Garfias: «España que perdimos, no nos pierdas», verso de «Entre España y México», escrito a bordo del Sinaia mientras el poeta veía por última vez la costa española [7]:
España que perdimos, no nos pierdas,
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.
Con ese deseo de volver afrontó María Cánovas sus años finales, «desesperada» y con la España oficial de espaldas, aunque ahora la historia se cuente como se quiera. Así me lo explicaba en 1980:
«Estoy desesperada, pues quiero repatriarme y son tantas las teclas que tocar que una no sabe por dónde empezar. Fíjate, cuarenta y pico de años esperando poder volver y cuando puedes se te plantean infinidad de problemas casi insolubles. El primero y principal es el económico» [8].
El exilio no fue una fiesta, y la democracia tampoco regaló nada a los transterrados del común. Más allá de las personalidades señeras, cada cual tuvo que arreglarse como pudo. A María Cánovas, que consiguió regresar en 1984, llegaron a pedirle «un depósito en el banco de 800.000 pesetas que no tengo, para que se le conceda [a su hijo] la nacionalidad española, cuando él es hijo y tataranieto de españoles...» [9]. Las cosas fueron así.