Читать книгу Sinfonía en rojo - Elisabeth Mulder - Страница 17

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Él la esperó noche tras noche todo aquel verano bajo la parra, y en el primer día frío del otoño, cuando la huerta era toda ocres violentos y oro suave bajo un cielo duro, terso y sin sonrisa, dejó un poco abierta la puerta de la casa en invitación silenciosa. Ella comprendió y entró despacito, con cierta vergüenza, y fue a restregarse confiadamente contra sus rodillas.

Cuando llegó el invierno continuó viniendo. Él estaba sentado ante la chimenea de leña, leyendo, o sin hacer nada. Java se tendía a sus pies, frente al fuego, y los dos miraban las llamas silenciosos e inmóviles, soñando sus brumosos sueños. Y alguna vez Java entreabría los ojos y le miraba.

El hombre rubio tenía unas manos afiladas y sensibles. A veces se inclinaba sobre la gata y las deslizaba dulcemente por su lomo nervioso o por su vientre tibio y estremecido, hablándole con unas palabras que eran ligeras como el aire de la montaña. Ella cerraba los ojos con blandura, escondía las zarpas y sentía que la garganta se le hinchaba de sonoridades melosas y borboteantes.

Y así fue como Java conoció la adoración.

A veces había gente con el hombre rubio. En la casa bailaban, reían, bebían.

Entonces Java se escondía en la huerta y permanecía quietecita, esperando horas y horas, con las orejas aguzadas, atenta a cualquier sonido, y oliendo el aire.

Desde su escondite oía la música sincopada o voluptuosa del gramófono, charlas confusas que se apagaban pronto; voces silbantes como el murmullo de los juncos verdes en las ventiscas primaverales; cantos truncados de risas breves, tintinear de copas, chascar de fósforos, y, por encima de todo, la voz acidulada de él.

Cuando todos se habían ido, hombres y mujeres; cuando Java, siguiéndolos desde lejos, con miradas celosas y despectivas, los había visto partir, entraba en la casa e iba sigilosamente en busca de él, sin reproches.

Él la esperaba. A menudo había apagado las luces, y Java veía la lucecita de su cigarrillo como un ojo congestionado en la sombra. La habitación estaba densa de una atmósfera indefinida, y a veces, por una ventana que él había abierto, entraban las livideces y el aire agudo del amanecer.

La gata se acercaba al hombre y él sonreía con una sonrisa amplia y triste, un poco dura, como las noches de luna demasiado blanca, que recortan ásperamente el perfil de las sombras. Era un hombre remoto. Java lo amaba por quimérico y él la amaba por ser una criatura de las grandes soledades y más fuerte que él.

Y cuando la sentía acercársele arrojaba lejos de sí inquietudes y morbosidades, cesaba de experimentar el terror de su propia compañía humana y la degradación de la ajena, sonreía con hastío a las cosas asequibles y tendía hacia Java una mano temblorosa y fatigada que olía a tabaco, a alcohol y a perfume de mujer.

Sinfonía en rojo

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