Читать книгу Sinfonía en rojo - Elisabeth Mulder - Страница 20

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Java huyó a las montañas. Y en el esplendor de las cimas imaginó rutas de vientos y de estrellas que la llevaban al hombre rubio. Pero era un hombre remoto y, en la lejanía de su imagen proyectada al infinito, ella no encontraba más que mutilados sectores de su sombra. El polen de su dulzura doraba el truncado contorno; era una lluvia fina que iba posándose despacio, y luego se cristalizaba y formaba los dos lagos de hielo de sus ojos. Ella esforzábase en reconstruir entera la imagen perdida, con pedacitos de recuerdo, como un mosaico precioso. Pero le faltaban articulaciones de unión que quedaban destruidas o veladas por la opaca interposición de la mujer apoyada contra la chimenea.

Anduvo varios días vagabundeando por las cumbres, tibias y fragantes de verano. Y por las noches se echaba al borde de algún precipicio y, apoyando la cabeza en las patas delanteras, tendidas y rígidas, en una actitud de esfinge, contemplaba los astros.

Una noche oyó un mayido familiar, prolongado, ronco, en el que temblaba una nota sostenida de sensualidad. Y vio acercarse un gato atormentado, con la fiebre de junio quemándole las ijadas.

Era una gato aventurero, de ojos perversos e hirsuta pelambrera desgreñada en los caminos perdidos.

El viento le había conducido hasta Java, y ahora se acercaba a ella despacio, mayando más bajo y más hondo cada vez, torturado por su deseo.

Java se quedó muy quieta.

Sinfonía en rojo

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