Читать книгу Sinfonía en rojo - Elisabeth Mulder - Страница 23

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Aquel otoño el viento tenía una violencia frenética. Desnudó con prisa los árboles de las cumbres, que mostraron precozmente su esqueleto bajo el cielo todavía clemente y luminoso; precipitó la decadencia de las últimas flores, ayermó los prados y levantó grandes tolvaneras blancas en los caminos, ardorosos aún, como trashogueros que mantuvieran vivo el calor del verano.

Había habido una breve época de sequía, con un sol duro y un aire caprichoso que no atraía a las nubes; los ríos calmaron la aceleración de su pulso aun en el alud del rabión, y las fuentes enmudecieron. Luego, una tarde, subieron del mar unos vapores densos que se estacionaron sobre los bosques, y en lugar de disgregarse, aventados por el aire impaciente, fueron aturbonándose y ennegreciendo hasta que estalló la primera tormenta.

Java salió a recibirla en la desolación de un ventisquero.

Durante muchos días el firmamento estuvo enfurecido, y luego vinieron unos crepúsculos apasionados, que inyectaban de rojo el azul sonriente. Y vinieron unas noches de luna dilatada.

Java vivió esos días y vivió esas noches tendida junto a un abismo desde donde se veía el mar, o vagando por las escarpadas sinuosidades de la montaña, lentamente, porque ahora se cansaba pronto. Pero seguía fielmente el signo de las cimas, de las estrellas y de los vientos. Java era siempre una criatura de las grandes soledades.

Una tarde muy fría, cuando el último oro del otoño se cubría de ceniza, sintió que su cuerpo era demasiado viejo y se helaba irremisiblemente.

Java no comprendía por qué milagro la montaña se había transformado, iluminándose de pronto, vistiéndose de fragancia y de primavera. Y ella no estaba en la montaña. Tenía seis meses y se hallaba balanceándose en una rama que pendía sobre un camino blanco, ante un paisaje maravilloso que veía por primera vez. Tampoco estaba sola. Un hombre sin rostro le acariciaba el lomo y le cogía la cabeza entre dos manos flotantes y fluídicas. Este hombre hablaba con la voz de la luna, y era transparente, y sereno, y sin sombra. Java no sabía cómo expresarle su gratitud por haber venido a ella en esta hora, cuando oyó que él le decía: «Gracias por haber venido a mí en esta hora»…

Entonces volvió en sí. Estaba todo muy oscuro. Debía de ser tarde ya.

Y abrió mucho los ojos para ver los primeros astros del anochecer, y tembló un poco, y unos instantes después estaba muerta.

Sinfonía en rojo

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